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martes, 22 de julio de 2014

Maika Pelegrí. No eres tan duro, Clint.

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Te despiertas, abres un ojo y ¡uf!… anoche bebí hasta los vientos. Puta resaca. No vuelvo a beber es como el Padrenuestro que sermoneas cada domingo en misa de doce y luego ni caso.

El Whatsapp sonando “pin-pan-pin-pan” -la pesada de turno, «Oye no me contestas»- claro, es que me gusta la melodía del teléfono, me hace sentir mejor persona, no te jode.
 
Y pienso en la ducha como en fin a todos mis males hasta que salgo de ella y las náuseas siguen ahí más fuerte, si cabe. Apesto a tabaco, me río de las tonterías que dije ayer, ¿con quién hablé? No importa, iba más ciego que yo, así que… gilipolleces varias. El vino sirve para vomitar, pero no la pota digestiva, sino aquello que llevas dentro y que solo Clint Eastwood apuntándote con una Magnum 45 sería capaz de hacerte escupir. Lo bueno… que no te arrepientes de nada, ¿para qué? Sabes que volverás a hacerlo y Clint desenfundará de nuevo…

lunes, 21 de julio de 2014

Letristas invitados. Maika Pelegrí.

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 Me llamo Maika, así como se escribe. Y es un hipocorístico de Maria del Carmen, voz a la que no responderé si no es delante de un tribunal. Tengo más de 25 años, al menos así lo recuerdo, y he vivido en el oropel de las grandes marcas, vendiendo trapitos y cositas de esas marcas indecentemente caras a todos aquellos que se pueden imaginar. He salido en revistas, he hecho revistas, y lo cambié todo por una calidad de vida que disfruto hasta el límite con mi familia y mis amigos. Como dice aquel de la tele, valgo más por lo que callo que por lo que hablo y tengo el don de calar a las personas a la primera mirada. No me busquen en Twitter porque no estoy, ni lo entiendo, aunque nunca es tarde para aprender y en Facebook soy más espectadora que actriz. Y aparezco aquí porque la persistencia de mi pareja es como la gota malaya, lenta pero eficaz y me dijo que mis pensamientos deberían tener un espacio en este blog. No esperen mucha actividad de momento, escribo como siento y hay veces que sale y hay veces que no. Pero confío que les gusten las cosas que pueda plasmar aquí, que igual pueden ser letras como dibujos.
Y sí no les gusta, también les digo que me da igual. Que hay vida y barras de bar muy bonitas fuera de la pantalla.
En cualquier caso, encantados de recibirles.

martes, 10 de junio de 2014

Alicia Álvarez. El título, como siempre, al final. (VI)

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(Instrucciones de uso: escucha esto mientras lees esta entrada.)  
 
Lo cierto es que la herida era más profunda de lo que parecía a primera vista y su pierna latía al mismo ritmo de su corazón y de las vueltas que daban las ruedas de la bici, tirada en la cuneta, vuelta del revés. Inexplicablemente y casi de inmediato se quedó dormido. Le despertaron el calor y los insectos. El sol estaba en todo lo alto, y los moscardones se posaban en sus ojos, en la herida. Su cara ardía a pesar de la protección que se había aplicado por la mañana, tenía sed, se notaba abotargado y desorientado, si sus compañeros habían pasado no habían podido verle, desde luego, y ya eran las doce de la mañana, ¡maldita sea! Se acercó de nuevo al arroyo y bebió agua, se notó mareado al levantarse y decidió que necesitaba librarse del sol, ya. Algo más allá de donde se había tumbado comenzaba el bosque y entró. Dos pasos, tres, cuatro, repentinamente la temperatura descendió al menos tres grados, una sombra entreverada de rayas de luz le cubrió como una manta de camuflaje, respiró, dio unos pasos más, parecía estar en otro país. El fastidio que sentía minutos antes se había cambiado por cierta expectación, la misma que se siente justo antes de paladear tu postre favorito y...escuchó una voz que resonaba en su interior. No veía a nadie, pero la voz seguía sonando, susurrada, “Ven” le pareció que decía, “Ven”, desconocida y al tiempo tan familiar como aquellos lugares que visitas en sueños cuando, por un azar, te los encuentras en la realidad (a veces pasa). El camino desapareció, el cielo desapareció, el rumor del arroyo era sólo un fondo de agua fresca que continuaba cerca. Intentó localizar el origen de la llamada, unas ramas, unos arbustos se agitaron a su izquierda y corrió hacia allí. La voz, traviesa, se rió, “nooooo, frío-frío!” Sonrió, olvidó todo lo demás: un juego, era un juego…. Y empezó a buscar.

Por Accidente.

miércoles, 2 de abril de 2014

Alicia Álvarez. El título, como siempre, al final. (V)

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Foto: Chema Madoz

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Olvidarle no era tan difícil. Costaba más tropezarse con sus zapatos, que parecían huérfanos quietos en el suelo de la habitación. Costaba más cerrar el libro que permanecía abierto, como un futuro abrazo, sobre la mesa, costaba ver la taza con su nombre -una horterada, si- en el armario de la cocina. Costaba escuchar a los amigos hablar con él mientras la incluían en la conversación como si nada. Costaba encontrar de golpe su olor al mover la ropa en el armario. Oyó sus llaves en la puerta. No era difícil olvidarle, había empezado a hacerlo hace tiempo, sólo que él aún no lo sabía.

The Walking Dead

jueves, 13 de febrero de 2014

San Valentín y sus tres ojos.

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Hemos planteado, en una de esas reuniones que hacemos junto a los letristas invitados en las que derrochamos el Bollinger y nos untamos los dedos con caviar, el montar un duelo. En un principio pensamos en hacerlo a espada, pero Alicia partía con ventaja. Después planteamos un duelo a cerveza y jamón, pero Chemi es Maestro Ninja en ese arte. Y como se hacía de noche y nos da miedo la oscuridad, planteamos una reflexión escrita y corta acerca del 14 de febrero, donde todo el mundo se viste de rojo, hay muchos corazones y, si juegan bien sus cartas, se folla seguro. Aquí está el resultado.

Que lo disfruten.

Ah, y no escatimen en sus comentarios.

Chemi Sánchez.

Cuando ella me mira espero que vea en mis ojos la felicidad que yo veo en los suyos. Hace poco leí en algún sitio: “Si quieres a alguien por su belleza, no es amor es deseo. Si quieres a alguien por su inteligencia, no es amor es admiración. Si quieres a alguien porque es rico, no es amor es interés. Si quieres a alguien y no sabes por qué, eso es Amor”. Bien dicho. Yo no sé por qué la quiero, pero sé que la quiero cada día, cada hora, cada segundo.

Hace poco veíamos juntos esa película en la que ella tiene amnesia y él ha de enamorarla cada día. -Qué tío más guay, ¿no? Currárselo cada día…- dijo ella. -Para eso no hace falta que ella tenga amnesia- dije yo.

Lo creas o no este será mi primer 14 de febrero con pareja. -No me gusta ese día, nada de regalos ni historias- dijo ella. -Ya: luego no te compro nada y la cago con todo el equipo. Seguro.- dije yo.

Habrá por tanto que tener algún detallito este viernes. Mi amor por ella quedará demostrado con unos pocos euros y de paso me ahorro una bronca. -¡Muchas gracias! ¡Estás tonto! ¡Te dije que no comprases nada!- dirá ella. -De nada- contestaré yo.

El día 14 de febrero demuestra tu amor: con flores, con una cena, con un regalo, con un paseo, con una palabra, con una mirada, con un baile, con un beso, con un polvo… Como más te guste, como mejor sepas. Hazlo, pero no te pases, porque el día 15 también te toca. Y el 16. Y el 17… Y en marzo también, y en abril, y en mayo… -¿Y esto por qué?- preguntará ella. -Porque sí- contestaré yo.

Alicia Álvarez.

(Instrucciones de uso: escucha esto mientras lees este relato.)  

Sí, claro, mucho no importa, mucho es una fiesta comercial, mucho... mucho rollo. Lo pienso mientras miro su espalda, que por otra parte es todo lo que he visto desde las 12 de la noche del día de autos, una vez hubieron transcurrido 24 horas sin pronunciar la palabra "churri", que nunca jamás pronunciamos, sin bombones, que ninguno comemos, sin cena especial y sin que ninguno de los dos hiciese referencia ni de broma al día de los enamorados. Mucho rollo y ahí está, como un niño enfurruñado cuando descubre que, un año más, los reyes no le han echado la bici que quería. La batalla de a ver quién es más moderno la he ganado yo, por lo visto, contra todo pronóstico, pero mientras le veo irse al baño sin una carantoña y me extraño de que no me silbe como siempre cuando me paseo por delante en ropa interior, pienso que quizá me he pasado algo… Felicidades, Valentín, te quiero, pero es que tienes un santo muy jodido.

SAN VALENTÍN: EL DÍA DESPUES

José María Peris.

"De sobra sabes que eres la primera que no miento si juro que daría por ti la vida entera, por ti la vida entera. Y sin embargo un rato cada día, ya ves, te engañaría con cualquiera, te cambiaría por cualquiera."
Joaquín Sabina. Y sin embargo.

Vivo siete vidas en una sola, igual que tengo siete nombres en un solo carnet. Y hoy me toca vivir esta contigo, en la que me porto bien, en la que no fumo, no bebo, no digo malas palabras y soy bueno. Solo por el hecho que me sonrias desde las entrañas, que te rias con todo el cuerpo con mis tonterías, que me digas 'sí' sin separar los labios y que te abraces a mi al sonar el despertador, mientras farfullas que no quieres ir a trabajar, valdrá la pena el esfuerzo.

Y que nos digan que somos adorables, una pareja de película. Y sacarte a bailar, aunque sea un patoso. Y comer de verdad que, aunque parezca lo mismo, no es igual que comer bien. Y después comerte. Y que me comas. Como si fuera el fin del mundo, para que nos pille bailando y que se jodan el escenario y las canas. 
Para que todas las noches sean de boda y las lunas de Valencia sean de miel.

Vivo siete vidas en una sola y de sobra sabes que eres la primera.
Pero las otras seis te iban a gustar igual o más que esta.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Chemi Sánchez. Obsesión.

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Hoy me veo en la obligación de escribir sobre lo que le ha pasado a la familia de Paco González: un famoso locutor de radio del que se enamora una de sus fans, y ante la impotencia de ésta de ver al amor de su vida atado por una familia, la decisión de asesinar a la otra parte del contrato. Una "Atracción Fatal" made in Spain sin nada que envidiar a la inquietante película de Michael Douglas y Glenn Close. Lo que estás leyendo no se trata de un arrebato de oportunismo recurriendo al treding topic fácil, sino de un caso que me ha tocado especialmente la fibra. Ahora verás por qué.

Paco González es uno de los periodistas deportivos más importantes de este país; entre otras cosas el tipo al que nadie oyó cantar en directo el gol que hizo a España campeona del mundo de fútbol -aunque hayamos escuchado esa narración mil veces en diferido-, por lo que es partícipe de un momento de felicidad para muchos. El director del programa Tiempo de Juego de la COPE (antes de Carrusel Deportivo en la SER) alegra junto al resto de su equipo las tardes a mucha gente. Doy fe. Estuve años trabajando sábados y domingos, y cuando su compañero Pepe Domingo Castaño me decía ‘¡¡Hola, hola!!’ el efecto era mejor que el de cualquier café.

Soy un enamorado de la radio. Me iba a dormir muchos días escuchando las historias cotidianas de los oyentes y la buena música de La Gramola (Joaquín Guzmán), despertaba riendo con Gomaespuma y La Jungla, permitía que Rafa Escalada me vendiese sus conservas y por mucho que se las dé de listo Buenafuente, Bernardo era el que más molaba cuando El Terrat era un dúo radiofónico. Pese a ser el medio más defenestrado, la radio sigue siendo mágica, porque existe un vínculo especial entre los locutores y sus oyentes. ¿La razón? La radio que escuchas parece que está hecha especialmente para ti. Te acompaña en el autobús, mientras estudias, mientras trabajas, mientras corres, mientras te despiertas, mientras duermes, en medio de un atasco… Y te habla directamente a ti (regla básica en radio: usar la segunda persona del singular). Es por tanto fácil que al oyente se le despierte cierto sentido de posesión sobre la persona a la que admira, porque se abre la intimidad y la confianza. Piensa que hay aparatos de radio especiales para la ducha. La gente habla de ‘su’ Carlos Herrera, ‘su’ Iñaki, ‘su’ Monaguillo…

Yo también soy fan de ciertos locutores, y hubo un momento en el que también sentí la imperiosa necesidad de conocerlos en persona y de alguna manera agradecerles los buenos ratos que me hacían pasar. El cariño que me mostraron desde el principio me llevó incluso a entablar una especie de amistad con ellos, y me convertí en un asiduo de la emisora en la que trabajaban: casualmente junto a la misma COPE. Me he tomado mis cortado-chupitos en los Jerónimos, he estado a punto de matarme por esas dichosas escaleras, he pasado decenas de veces junto al estudio de Tiempo de Juego y más de una vez me he cruzado por allí con el señor González, un tipo a primera vista guapete, con encanto y con pinta de simpático. Más de una amiga me lo ha definido como atractivo y sí: lo es. A la vista de los acontecimientos parece que todo ello ha supuesto un craso error para él.

Veámoslo desde el siguiente punto de vista: alguien profesional, con éxito en su trabajo, una buena familia… Además se muestra abierto con sus admiradores hasta el punto de salir alguna vez a tomar algo con ellos, por lo que no ha hecho nada malo. Al contrario. ¿Consecuencias? Una persona perturbada pierde la cabeza del todo y comete una locura que marcará a esta familia para toda la vida. Esa mujer no podrá volver a llevar a sus hijos a ningún sitio sin que le tiemblen las piernas, su cuerpo ha quedado desfigurado de por vida con unas cicatrices que recordarán a cada momento a su esposo que no puede ser tan ‘guay’, y más de una noche se despertará sudorosa al verse de nuevo dentro de ese coche luchando por su vida. Este señor no podrá tratar a ninguno de sus fans de la manera que lo hacía antes, e incluso apuesto que se sentirá nervioso haciendo su programa con público presente en el plató. Sus compañeros empezarán a vigilar también sus palabras y sus espaldas: a partir de ahora todos son sospechosos. Siento compasión por esa familia.

Es curioso como un hecho puntual puede dar la vuelta a la vida de mucha gente. Recordamos lo frágiles que son nuestras existencias por muy bien cimentadas que estén, pues un agente externo puede llevarse todo al traste en dos minutos. El ser humano es increíble, pero capaz incluso de convertirse en un desastre natural.
Me veía en la obligación de escribir estas líneas porque yo soy fan. Todos lo somos. Ánimo a González y as su famila.

viernes, 31 de enero de 2014

Alicia Álvarez. El título, como siempre, al final (IV).

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(foto: Bus stop in the rain, por Salustiano)

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Sus pasos resonaban en el pasillo que llevaba a la sala de audiciones del Conservatorio. Caminaba con desgana, era jurado -otra vez- de un concurso de pianistas noveles, no había podido negarse, su representante había insistido tanto… La verdad es que le producía una sensación incómoda volver a aquel lugar, a pesar de que allí había comenzado su personaje a forjarse, a pesar de que allí estaban los viejos profesores que le habían dado alas. Era como si quisiese borrar todo lo que le recordase que su éxito no era solo suyo, suyo, de su genio, de su constancia, de su ambición. No solía confesar que había vivido allí -dicen que el chico tiene talento- hasta que empezó a obtener becas, en la casa de la que recordaba las paredes llenas de desconchones, el olor a guiso barato, la lucha con las teclas del primer piano que le pudieron conseguir... Era un modelo anticuado con el que peleó hasta que él aprendió a tocar y el piano a sonar, uno junto a otro, haciendo música. Música que hacía parar a la gente que pasaba hacia el trabajo, que hacía que los niños dejasen de jugar, que las vecinas olvidasen apagar el fuego de sus cocinas. El viejo piano le acompañó a los exámenes y audiciones, no se arriesgaba a tocar con otro salvo aquel al que conocía y que le reconocía. Entre sus padres y hermanos cargaban con él con sumo cuidado para que no se desmontase… Se había avergonzaba de ello, de todo ello, ¡tantas veces!… De la mediocridad… Un día, aquello se había terminado. Como siempre habían sabido en su interior sus profesores y compañeros, él era un genio, uno de entre un millón. Dejó la ciudad. Dejó su familia. Dejó el conservatorio. Dejó su viejo piano. Dejó la miseria. Nunca volvió la cabeza para mirar atrás. Suspiró y entró a la sala. Se hacía viejo... Sus compañeros de jurado se pusieron de pie respetuosamente, casi servilmente. Los aspirantes fueron desfilando por el escenario, nerviosos, atrevidos, bloqueados, interpretando su mejor repertorio, a pesar de ello, no podía evitarlo. Se aburría. Entonces salió, como una libélula que llenase con su menudez el escenario, un ridículo vestidito negro, tan seria, tan concentrada. Tras ella, tres hombres cargaban con un piano que depositaron con todo el cuidado del mundo sobre el escenario. Se le erizó la piel. La muchacha se sentó ante el teclado, miró con amor infinito las teclas amarillentas, los pedales ya sin dorado... Le miró a él, directamente, a los ojos, desafiante… Y comenzó a tocar. Una marea de calor pareció emanar del piano y la chica en oleadas hacia el auditorio, nadie respiraba, nadie pensaba, muchos cerraban los ojos, las más ocultas fantasías de cada uno afloraban a los corazones a las mentes. La música podía verse flotar lo llenaba todo, lo anestesiaba todo. Cuando terminó y quedó inmóvil, como vacía, ante el piano, el silencio podía escucharse. Unos segundos mágicos hasta que un rugido de admiración y agradecimento surgió del auditorio. No hacía falta esperar al veredicto. Las fotos, la atención, las preguntas, todo era para ella. Temblando y con la desconocida sensación de haber sido olvidado por su séquito, él se levantó, subió al escenario, se arrodilló bajo el piano. Allí, tallado rudamente con una navaja, estaba su nombre.

Dulce Vanganza.

martes, 28 de enero de 2014

Chemi Sánchez. Cuestión de prioridades.

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Me temo que de nuevo se me ha ido el Santo al Cielo; aunque confieso que esta vez ha sido adrede. Premeditación, alevosía y sobre todo nocturnidad. El último barco hacia el foro partió hace tiempo y poco le queda a la noche cuando me encuentro a mí mismo en una habitación de hotel de Dios sabe dónde pidiendo posición horizontal a gritos, pero en cuestiones de sueño siempre tendré una máxima que no dudo en cumplir llegados a este punto: como la cama propia no existe ninguna, por mucho que caliente la ajena. Con este prometedor punto de partida y, a pesar de la buena compañía, abandono la habitación 37 sin pensar demasiado cómo me puedo volver a Madrid.

Ya clarea y hace un frío do carallo a pesar de ser Primavera, y esto está en medio de la nada y no ubico la casilla de salida. Atrás quedan horas de juerga regadas siempre de Rock & Roll. La pregunta es cómo después de un concierto pudimos acabar en plena celebración de la Feria de Abril, pero como otras tantas veces que nos juntamos la gente de la misma calaña, nos la sopla el entorno cuando estamos juntos. Sevillanas, sardanas, jotas o muñeiras. Lo que haga falta mientras no se acabe la cerveza, oiga. Y hablando de cerveza…

Salgo del ascensor y me dirijo a recepción para que me indiquen cómo coño salir de aquí, pero según me acerco percibo señales de conversación en el hall. "-Perdona, guapa: te iba a preguntar algo, pero puede que siguiendo el rastro de las voces me encuentre algún amigo descarriado-". Error. Pero son los del grupo. He estado hablando con ellos antes, así que lo mismo se acuerdan de mí… Además está la chica del culo perfecto (guardada en disco duro a la mayor resolución posible -ella y su tirachinas- horas antes) y su amiga. Procedo. Los roqueros me preguntan de dónde salgo y rápido me siento integrado: -¿Quieres cristal?- A lo que contesto -Lo siento, colega… El único cristal que me interesa es el de esa litrona y su contenido. Gracias.- Me pasan la botella. Incluso se vale fumar, así que es ahora cuando me destapo como el cretino miserable que soy: "-Estos me acercan a la estación por mis santos-".

Una hora más tarde la cerveza se acaba y las chicas están también cansadas así que, viendo el panorama, es hora de pegarse como una lapa olvidándose de cualquier tipo de vergüenza (el alcohol ayuda) y conseguir una plaza en la furgo. Acierto absoluto, porque efectivamente la parada estaba donde Cristo perdió el mechero; pero permítaseme aquí la primera sonrisa de esta entrada viendo a los músicos volverse al hotel cabizbajos tras dejar sus proyectos de escalera de color de toda una noche en manos de un piltrafilla como yo. WIN. Resulta extraño ser las tres únicas personas en la parada, por lo que toca entablar diálogo mientras llega el transporte: he aquí cuando la previsión de salir de casa con un par de paquetes de tabaco juega un papel importante, porque te miran con mayor simpatía si eres el único al que le queda tabaco.
La amiga cayó hace un rato, y nosotros estamos tan cansados que ni nos acordamos de estarlo. El vagón se llena de padres e hijos vestidos con dorsales para una carrera popular en el Centro a beneficio de una causa justa, pero nosotros seguimos hablando de la vida y otras cuestiones sin importancia. Le gustan mis botas porque es fetichista, y acepto que con agrado que las haga una foto. Mi parada se acerca y me lo pienso dos veces. ¿Desayuno y lo que surja? ¿Vermú y lo que surja? ¿Paseo mañanero y lo que surja? A la segunda vez es cuando pienso ‘Quimera’. Es esa segunda vez la que ha gobernado mi vida: la que echa el freno cuando hay que echarlo, la que detiene mi locura, la que enfría mi sangre, la que me recuerda juntar mis talones tres veces y recordar eso de la cama caliente o no sé qué narices de antes.

Sainz de Baranda fue el primer alcalde de Madrid, y su segundo nombre era Casto. Resulta irónico que en su parada de Metro se separen nuestros caminos. Aún me queda espacio en disco para su dirección de correo electrónico. Su nombre es María, sus ojos preciosos, su simpatía sincera, su acento atractivo, su cuerpo perfecto, su foto muy chula… Pero no es para mí. Vuelvo a sonreír mientras me despido.
 
Media hora después llegué a mi casa. A mi cama. Ni por un segundo me arrepentí de largarme. Cuestión de prioridades, supongo

miércoles, 8 de enero de 2014

David Monterde. Mis redes sociales en los 80.

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Asoma la cabeza por este rincón desordenado un buen amigo. Polifacético, multidisciplinar y gran tipo, con el que puedes tener horas y horas de charla en la barra del bar o en cualquier restaurante hablando de música de todas las épocas, aunque quizá la lisérgica sea su especialidad, o de esta montaña rusa que es el mundo 2.0, las redes sociales y todo esto que tenemos hoy en día a golpe de click. Gestiona la imagen y la comunidad de Heliocare y escribe en La Communa.
Damas y caballeros, con ustedes, David Monterde.


Eran los 80  y la tecnología de aquellos años distaba mucho de lo que conocemos hoy en día. La llegada de las antenas parabólicas, se grababa con el video VHS que recientemente se había implantado ganando la batalla al BETA, y si queríamos la última canción o te comprabas el LP entero o tocaba grabar con el radiocassete de la radio que normalmente el “cabroncete” del locutor que siempre hablaba en mitad de la canción te jodia todo. Lo que te hacia repetir la operación muchísimas veces, convirtiendo tu habitación en estudio de grabación. ¡Todo un espectáculo! Dos o tres amigos como mucho, mucho silencio y sincronización.

Yo creo que por aquella época debía estar en 5º de EGB, tendría unos 13 ó 14 años y un Amstrad CPC464 y soñaba… Manejar con maestría esa cosa tan misteriosa por entonces que era el ordenador, usarlo para cambiar con él las notas de clase, acceder a la NASA para ponerlo todo patas arriba, huir de la policía mientras investigaba un misterio y, de paso, llevarme a la chica mientras te echabas una partidita en los recreativos del barrio.

¿Y  las redes sociales? Vale, es cierto, la web 2.0 no existía, pero daba igual… Tenía “guasap” el telefonillo, ya sabías por la forma de tocar que colega venía buscarte, y Facebook un descampado detrás de casa donde nos pasábamos la tarde compartiendo intervius  y jugando partidos, ese abrazo al marcar un gol o el toque en la espalda al dejarte una rodilla  defendiendo un balón era el “Me gusta”… Y claro no podía faltar el Twitter pero tenía otro nombre. Se llamaba “colleja” que te daban cuando te querían pasar una nota en clase el RT era cuando no era para ti sino para el de delante y el #hashtag cuando te la pillaba el cura de turno se la leía a toda la clase e incluso dependiendo de lo “popular” que fueras podría llegar hasta el jefe de estudios… ¡Ah! Y para terminar, se me olvidaba ¡la última!, ¡la novedad en las redes sociales de los 80! y una de mis preferidas ya que me permitía dar rienda suelta a mi creatividad…”Pared de habitación o carpeta”, dependía del administrador, o sea tu madre. Yo tenía suerte, tenía acceso completo, posters y un montón de fotos recortadas de revistas pegadas en la carpetas y clavadas con chinchetas en la pared… creo que esto hoy se llama Pinterest.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Alicia Álvarez. El título, como siempre, al final (III).

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Tengo una maleta extraña que no recuerdo cómo encontré. A veces llega antes que yo a los sitios y me espera abierta de cualquier manera ofreciéndome un remolino de telas de colores con las que pretende que me vista... o se queda seria y formal aguardando que yo escoja cuidadosamente aquello que necesito... o asoma misteriosa y medio escondida en un rincón y no sé lo que puede salir de su interior porque tambien, a veces, mi maleta me asusta. 

Nunca me permite que la vacíe, jamás. 

Cuando aún no lo sabía, intenté sacar de su interior el calzado, la ropa, los libros para colocarlos y entonces ella se cerró tan violentamente ofendida, mordiendo mis dedos, que debí llevarlos vendados una temporada. Despues tampoco permitía que yo la preparase. Permanecía cerrada, obstinada, nada podía incluir en su interior, del que salía un ronroneo como de artefacto en construcción. Es ese misterio el que me hace llevarla conmigo cada vez más y no sólo para los viajes. Parece tener sus propias ideas acerca de lo que necesito en cada momento y sus propuestas sobre lo que debo hacer, como aquella noche en la que me ofrecía, terca, una linterna cuando yo pretendía sacar mi bolsa de aseo, una y otra vez... hasta que se fué la luz. 
Poco a poco ha ido volviéndose más atrevida, me ofrece libros raros sobre paises remotos a los que termino viajando por invitación suya, perfumes que, una vez puestos, provocan en la gente que se cruza conmigo risas descontroladas, bailes descompasados, miradas ardientes. Y, así, mi maleta es mi mayor fuente de emociones en este momento, esta maleta tan corriente que pasa desapercibida. Hoy, pensativa, cargando con ella, sentí el impulso de entrar en este parque, de sentarme bajo este árbol inmenso. La he mirado llena de ansiedad, ya siempre esperando su inspiración, una señal, la sorpresa. Esta vez se ha abierto sola muy poco a poco... En su interior, solitaria, ha aparecido una cuerda, una larga soga. La miré durante un rato en el que vi pasar toda mi vida y, enseguida, supe qué debía hacer. Una hora más tarde, me balanceo, arriba y abajo, en este columpio improvisado en el árbol, cada vez más y más alto, feliz como una niña...

Mi maleta jamás me defrauda.

EXTRAÑAS COMPAÑÍAS

lunes, 25 de noviembre de 2013

Chemi Sánchez. Fin (al principio).

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Te fuiste sin decir adiós. Vacilaste un instante, pero te habías cansado de mí como se cansa un niño de su juguete favorito, y por eso hiciste lo mismo: guardarme en un baúl junto al resto y apartarme de tu vida. Nunca me tiraste a la basura por si acaso debieras luego recuperarme fugazmente para revivir los viejos tiempos, y yo hubiera preferido un portazo en las narices a una palmadita en la espalda. La esperanza es una compañera peligrosa que se bebe tu copa de gin-tonic cuando estás distraído, y el verde siempre fue un color difícil de combinar.

A pesar de ser una gran urbe, Madrid nunca será lo suficientemente grande. Me cruzo contigo frecuentemente. De eso estoy seguro. En un paso de cebra de Princesa, buscando discos en las estanterías de la FNAC de Callao, husmeando en unas perchas de Preciados, tomando un vino en Huertas. Paseando por la acera de Gran Vía siento tu presencia en la estela que deja un autobús que va hacia Atocha, en el interior de un taxi que se dirige a Goya, en la línea 1 de camino a Plaza de Castilla... Resulta que ahora todas llevan tu perfume y hacen sonar sus tacones con tu mismo compás.

Confieso que me costó un tiempo regresar a esos lugares, pero ahora vuelvo a sentarme a ver pasar gente en la misma terraza, a pasear por el mismo parque, a fumar un cigarro en la misma esquina y a tomarme un chupito con el mismo camarero. Quiero que lo sepas porque un día de estos puede que nos crucemos de verdad, y entonces me gustará contarte que no tengo nada que decirte, encontrarme con tus ojos para ignorarlos, compartir contigo cuánto tengo por vivir sin ti. Me gustará recibir el portazo en las narices que no recibí entonces para volver a ser libre.

Parece que la necesidad de olvido en este caso está ligada al resentimiento pero no es así. Sólo es el instinto de supervivencia, que me invita a soltar lastre innecesario y seguir hacia adelante. Terminar esta novela para centrarme en la siguiente. La vida no es un libro sino unas obras completas.

Nada más que añadir. Sin rencor. No obstante, si necesitas suerte, amor, amistad, cariño, apoyo o respeto por mi parte, ya tuviste en su día. Ahora ya da igual.

Pues eso: FIN

Salud.