viernes, 24 de noviembre de 2017

La semana más larga (y divertida) del mundo.

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Si las cuentas no me fallan, esta semana ha habido fútbol en la tele todos los días de la semana. El lunes y el viernes, liga. Martes y miércoles Champions League y jueves Europa League. Y claro, habrá el sábado, habitat casi natural de la competición doméstica. Pero la parroquia valencianista espera el domingo como un colegial de preescolar latiendo por su primer amor. El domingo hay Partido. Con mayúscula.

Y esto, nos descoloca. No tanto por el partido ni el rival. Mínimo jugamos dos al año contra el Barcelona, así que la cosa no nos pilla por sorpresa. La desorientación viene por la distancia, cuatro puntos, entre Barça y Valencia. Y los dos en todo lo alto. Seguirá el equipo blaugrana primero pase lo que pase el domingo, pero el estado de ánimo fijo que variará si se mantiene la distancia, se alarga o se acorta. Tanto aquí como allí.
Y seguro que muchos de ustedes habrán visto como, de un pequeño tiempo a esta parte, los invisibles valencianistas han recuperado un poco de share mediático. Radios nacionales con programas especiales, entrevistas a jugadores y técnicos y supongo que algo de tele en esos engendros sin calidad y con un amplio perfil de lobotomizados televidentes. Un verdadero foco. Que sí, que el partido es de los buenos. Que merece eso y un poco más. Pero este perro, ya más viejo que joven, intuye que la simpatía y la caricia viene por ser quien es y por jugar contra quien se juega. Porque no creo que ninguno de ustedes dude que si el partido fuese contra el Floper Team, el discurso cambiaría bastante, a favor de quienes ustedes ya saben.

Pero bueno, benditas sean estas loas si no reducen la tensión de estar a lo que estamos. Y tengan en cuenta que no somos más que el elemento conductor, el usar y tirar de esta semana. Los periodistas de bufanda son del equipo, normalmente Barça o Madrid, y del equipo que juega contra el rival. Y este año, desde la Madrid madridista, con o sin bufanda, el domingo irán contra el Barcelona, que no es lo mismo que ir con el Valencia. Ronceros, Juanmas Rodríguez, que pena este señor con lo bien que sonaba en la radio episcopal cuando hacía de sustituto, y todos aquellos que cuyo nombre no quiero acordarme porque no los sé, harán fuerza con cada carrera de Guedes, rematarán cada centro de Gayá y gritarán gol antes que cualquier remate de Rodrigo o Zaza llegue a la red. Pero no por nosotros, por ellos.

Pero más divertido es esto que les voy a contar. Es un poco intimidad costumbrista, aunque sin desnudos. Así que, tranquilos. Verán, en mi lugar de trabajo compartimos estancia tres personas, dos barcelonistas y servidor. A pesar de la evidente diferencia de coeficiente emocional, intelectual sería decirles demasiado, hay buen rollo entre ellos y yo. Pique sano y divertido. Y no vean esta semana, con el soniquete de 'El domingo partidazo, ¿eh?'. Y no vean ayer cuando comentaban, con risita nerviosa, que Messi estaría descansado para el domingo. E incluso hacen bromas con que les da igual que Alcácer, descansado también, no celebre el gol, o los goles, que marque el domingo. Alcácer, que han descubierto que es buen jugador, dicen. Que les gusta como ataca los espacios y como entiende ahora el juego del Barça, dicen. Y que veremos a quien ponen con la baja de Piqué. Que ya ves tú el recurso. De verdad que dan ganas de acariciarles el lomo y susurrar un 'Ea, ea, ya pasó', como si no hubieran más de quinientos millones de diferencia en valor de jugadores. Esa era la cifra, aproximadamente, que citó Juan Carlos Valldecabres en Las Provincias a mitad de esta semana. Casi nada, oiga.

Pero bueno,  ¿y lo divertido que es? De hecho, es como volver a la escuela. Tener la ilusión de que se junte todo y zurrarles el lomo. Y si es por algo injusto, mejor. Con dos palos y tres paradones de Neto, por ejemplo. Para que rabien. Aunque no pasará. Pero si pasa, el lunes no hará falta despertador. No será un lunes mierder y tendremos baile. Y podremos poner el martes los goles narrados por Héctor Gómez, por ejemplo. Con gallo de emoción incluido. El más sincero de todos los gallos. Y el miércoles otra cosa. Y el jueves un póster blanquinegre. Y el viernes descanso porque la alegría dura poco en la casa del pobre. Y esto no ha hecho más que empezar.

Y si no pasa, si el Barcelona gana, o barre, al Valencia, sin problema. Seguir poc a poc, sacar cuanto antes la máxima distancia al quinto clasificado para cuando venga el invierno de verdad, que vendrá. Felicitar y a otra cosa, mariposa.

Però, i si guanyem, Jaume? Això si que seria bonico, Bonico.

viernes, 10 de noviembre de 2017

La alegría del quiosquero.

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Llego al trabajo de lunes a viernes a las 6.45 de la mañana, minuto arriba, minuto abajo. Enciendo el ordenador y, mientras arranca el sistema operativo de turno, cojo una cápsula de café, caliento agua y me arreo un tazón de negro potente para acabar de despertar. Mientras realizo mi habitual snap de todas las mañanas (cuentra de Snapchat: srperis) reviso el correo como el que no quiere la cosa y me pongo a las cosas de la tecla más farragosas, como dicen los gurús del rendimiento laboral. Soy de los primeros en llegar y con todos los que pasan por mi oficina no paso de un correcto 'Buenos días', excepto con él. Con el quiosquero.

Servidor es de costumbres antiguas. Mezcladas con modernas. No uso e-book pero leo mucho a través de la pantalla, las noches y las siestas son con walkman en las orejas, pero la música suena por Spotify y la tinta del periódico en los dedos y su olor es mejor que cualquier fragancia de Hermès en el cuerpo de mi mujer. Bueno, eso no, pero ustedes ya entienden las analogías por donde van. Y creo que la prensa en papel no morirá nunca, aunque esté leyendo esto a través de su teléfono inteligente o tableta. Y que ser quiosquero es la profesión más romántica que puede haber en esto de las transacciones entre escritores de prensa y lectores finales. Trasladar las letras al destinatario, como si de un cartero para enamorados se tratase y ver la vida pasar, entre papeles y tinta fresca. No digan que no es algo simple para alcanzar la felicidad.

El quiosquero, les decía. Llega sobre las 7.30, con la prensa diaria de la provincia de València. Los dos de información general y el deportivo que comparte prefijo con aquel programa nocturno de José María García. Y el semblante con el que llega a dejar la prensa de cualquier día es diferente al de los dos últimos años. Al habitual, y casi obligado, comentario del tiempo o del día de la semana, este año se añade el positivismo de la racha del Valencia. Hablamos de la previa o intercambiamos una microcrónica del último partido, mirando ya sin disimulo al próximo banquete balompédico al que, de momento, nos invitan semanalmente los chicos que dirigen Marcelino y Uría, sin miedo a morir como Sangonera, de fartera de goles. Demasiado tiempo estuvimos a dieta estricta de penas y sequías. Cambios de entrenadores, que eran el atisbo de esperanza del que quiere que todo salga bien en su equipo aunque sea un disparate. Ánimos desde mi visión táctica optimista ante cualquier tibio haz de luz en aquel invierno eterno del Valencia a. M, antes de Mateu, que supo elegir bien al patrón que enderezase el timón para evitar más bandazos que acabarán por encallar este trasatlántico del bar Torino.

Porque esta alegría de quiosquero es igual a la alegría de este servidor de la tecla o la suya, lector. Es la que ha propiciado que el domingo sea día de fiesta, entendiendo el domingo como el día clásico del partido. Pero ya nos da igual que sea viernes, sábado o lunes porque vamos bien, como un tiro. Bueno, que nos da igual es una forma de hablar. Saben que esta locura de horarios sin previo aviso es un sinsentido, por muy bonito que sea pegarse un buen esmorzar el sábado por la mañana y llegar bien provisto de reservas a Mestalla sin que ruja el estómago cuando sean casi las tres de la tarde. Y aunque aquí haya sido protagonista mi quiosquero, esa alegría contagiosa la habrán tenido en la Sevilla de mi admirado Jose Lobo cuando iban a comprar aquellos ABC con portadas tan bonitas de Zamorano, Maradona o Kanouté. O en la Granada de Javi Martín. Incluso en su Santander natal o Madrid adjudicado, el bailarín nocturno de Javier Aznar también puede que haya compartido la alegría de su quiosquero después de una racha para campeonar. Porque los quiosqueros no entienden de libros de estilo, ni de líneas editoriales. El quiosquero elige una trinchera y a ella se aferra. Y si coincide con los gustos de sus parroquianos adictos a la tinta fresca y al tacto del papel, doble alegría. Y si no es así, un poco, aunque sea un poquito, las victorias del equipo local son también sus victorias porque significa más ventas, más tintineo de caja.

Él probablemente no leerá esto, pero mi quiosquero se llama Tadeo. Por su alegría y por la de todos los Tadeos del mundo, salud y rock and gol tengamos todos.