Querida Robin:
Ya
sé que ese no es tu verdadero nombre, pero me da igual. El hábito no
hace al monje, ni en este caso, ni en ninguno. Sin conocerte de nada me
atrevo a dirigirme a ti porque, no sé si te lo habrán dicho ya, pero ya
te vale, bonita. Tanto marear la perdiz para, al final, acabar con él.
Desde luego no sé que esperabas encontrar mejor que un tipo que en la
primera cita comete un delito, henchido de amor, y roba una trompa azul.
Si eso no es prueba suficiente, que baje Dios y que diga que he hecho
mal, porque si subo yo le voy a estropear la cena.
Sí, hace dos líneas he puesto 'henchido'. No hace falta que vuelvas atrás a volver a leer.
Y
claro, luego te pasa lo que te pasa. Que pierdes el norte y te lías con
segundones del doctor House, con cachitas de encefalograma plano y
hasta con Enrique Iglesias fumeta, que es ya casi una manera de decir
basta. Hasta tuviste tu fase de «chica Woo», a base de chupitos y
sombreros vaqueros. Incluso picaste con el libro de jugadas de Barney,
tú, una mujer que bebe whisky y fuma puros.
Y ahora me dirás que no os gustan los chicos malos.
Claro,
eso ha de ser. Os gustan tanto que os casáis con ellos y los miráis con
cara de corderito degollado. Y luego pasa lo que pasa, que se acaba el sexo amor de tanto usarlo. Y volvéis a la casilla de salida. Os
centráis en el trabajo, mientras practicáis esa sonrisa de 'todo me va
bien' y solo tenéis apariciones estelares. Y os sale el puchero de
dentro, en plan Boabdil, cuando veis que perdéis al Ted de vuestras
vidas, porque está feliz con la chica que va a ser la madre de sus
hijos.
Sois un poco egoistas, ¿no?
O quizá cabronas. Bastante, además.
Aunque
casi seguro es que no sepáis lo que queréis directamente. Y tenéis la
coartada perfecta, con el padre que no os profesa amor de hija, con las
resacas, con los días especiales del mes o con cualquier otra patraña de
las que salen en SuperPop, Cosmopolitan, Telva o lo que os inviten a
leer en la peluquería, para que nos hagáis a los Ted del mundo lo que os
salga de la permanente.
Señoras
Robin del mundo: tengan piedad de los hombres buenos. Son débiles y,
aunque la paciencia es infinita, puede que un día ya no se giren al ver
como el viento les levanta la pollera y abracen el orgasmo fácil
proporcionado por las cabezas o los pies de algún Ramos, Iniesta, Godín o
Alcácer y se les acabe el chollo.
Atentamente y sin acritud.
A sus pies.