viernes, 13 de diciembre de 2019

Adiós a la temporada.

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Si la copa del Villamarín parece que fue cosa de la década pasada, la inmediatez del fútbol nos hace ver que la gesta milagrosa de Amsterdam sea de hace un año. O, por lo menos, eso le pasa a servidor. Más de mil canas en la testa y un corazón a prueba de casi todo susto valencianista. Como intimidad les cuento que, muchas veces, en los partidos de visitante, la panda de Café Mestalla comentamos los aspectos del encuentro casi en riguroso directo. Por compartir frustraciones y nervios principalmente. Y la catarsis en el pitido final fue la leche. Como la de usted, supongo. Con esa demostración de talento, one more time, de Ferran. Con el caché de Soler, que va camino de convertirse en un todoterreno. Con Gayà y su cara de viejoven. Con Jaume y sus gemelos castigados. Épica para un pase. Imaginen un gol del Ajax en el alargue. Ruina total y a jugar en jueves.

Nadie lo hubiese imaginado. Cuando se despidió a Marcelino y a su equipo técnico, la sensación era de barco perdido. No fueron pocos los medios que hablaron de desbandada en enero de jugadores. Algo lógico, por otra parte, vistos los antecedentes con Neville, Ayestarán y el desgobierno general de aquel entonces. Estoy seguro que se comentaría la cuestión en vestuario y llegaría a medios con su correspondiente difusión. Otro escenario no lo contemplo. Y la marcha de Mateu tampoco ayudaba a calmar las aguas. Pero Celades, el que va en chandal, el que habla bajito, el que tiene el pelo raro, el que no se exterioriza, el enchufado, tacita a tacita ha conseguido conectar con el vestuario. Un vestuario ganador. Con fortuna, pero ganador al fin y al cabo.

Y ahora el barco del club lo llevan los jugadores, dicen. La plantilla ha tomado el poder en el club, creo que son las palabras exactas. Imagino a Parejo y Garay gestionando la venta de las parcelas de Mestalla mientras se toman un cremaet, a Rodrigo coordinando los viajes de Champions para el equipo y a Kang In Lee hablando con Asia para abrir mercado allí. Todos en chandal en la oficina, colgados de teléfono fijo. Con los JASP gestionando las redes sociales y los canteranos leyendo teletipos para tener una revista de prensa. Suena bizarro, ¿verdad?

Lo bien cierto es que el técnico andorrano ha demostrado ser más que Gary y Pako. Incluso más que Cesare. Detectó el problema, analizo las oportunidades, reforzó las fortalezas y sigue trabajando para minimizar las debilidades. Gestión de crisis prácticamente impecable. Y todo eso, con el más difícil todavía de tener un lesionado casi por partido. Noble labor la de Albert. Hoy, el equipo está en octavos de Champions y a un punto del cuarto puesto. Es un buen camino para seguir andando en él. Nada se ha conseguido, pero de pequeños impactos de ilusión se construyen los proyectos.

Adiós a la temporada. El titular que en diciembre no leerán. Afortunadamente.