jueves, 14 de marzo de 2013

Adiós a Pepe Sancho y salud para las cigarras.

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Así, de repente. Ya ves. Vienes tú de tu farra de un domingo cualquiera, aquella en la que has entrado a la iglesia como buen Corleone, en la que ayudas a cruzar la calle a gente mayor, guiñas el ojo a la fotógrafa de pierna y tacón para sonrojarla, comes bien e intentas beber mejor, y justo mientras enchufas la televisión, al mismo tiempo que deshaces el nudo de la corbata, te llevas la hostia en forma de noticia. 

Se ha muerto Pepe Sancho.

Mecagonlaputa. Así todo junto. 

Se va uno de los buenos. El mejor.

El egoísmo te invade. Sueltas un par de malsonantes por la sorpresa y lamentas ahora, en plan Boabdil y sus lloros de reina mora, no haber aceptado aquel día las entradas para verlo en teatro.

Y mientras te pones profundo, piensas acerca de la extraña percepción de la inmortalidad de los que entran por esas ventanas llamadas televisión. Pero, como todo hijo de vecino, tienen sus cosas, sus gatillazos y sus vainas. Y, si, también se mueren.

La ventaja que tienen ellos es que si le das al play los tienes otra vez ahí.

Del señor Sancho me fascinaba eso mismo. Que era un señor. Aunque fuese un cabrón. Y su timbre de voz. Le daba un aura de tío respetable, de tipo capaz de cruzarte la cara con la mano abierta. Literal, con su verbo o cuando le daba a la tecla.

Está mejor que nosotros ahora mismo, sin duda alguna. Sin morir joven pero dejando un bonito cadáver, mientras nosotros morimos en vida. O alcanzamos el coma etílico en fiestas de petardos y ninots, (ríete tú de los guiris), copiando a los muñecos pamplonicas, pero sin cordero lechal, sin Hemingway y sin siete de julio.

Que, a fin de cuentas, es casi lo mismo. Beber (mal) y morir, todo es empezar.

Y tenemos motivos para beber.

Bebamos, otra vez, como si no existiese el mañana y nos acostáramos todas las noches con Gilda.
Dejaremos las vergüenzas colgadas en el perchero de la abuela y haremos la cigarra hasta que el cuerpo, o el Sol, nos diga basta.

Y robaremos besos, pellizcos y chupitos. Tendremos nuestras subidas y bajadas. Anotaremos en pedazos de papel frases ingeniosas a las 5 de la mañana pensando que somos el nuevo Pérez-Reverte, cuando no son más que rimas malas de Camela y maldeciremos el no saber decir que no a aquel último trago.

Por Sancho, el Estudiante, Bertomeu, por todos esos y por muchos más.
Porque vale, era un hijoputa, pero era NUESTRO hijoputa.

Y los otros, los de la Carrera de San Jerónimo, multinacionales y demás panda de golfos apandadores son hijoputas impuestos.

Barra libre de guillotina, champagne, salud y Alka-Seltzer para cruzar el paraíso.

Mis más sinceros respetos.