Es lo que tiene abrir un melón en esto de las nuevas tecnologías: el lector-espectador con inquietudes pide un espacio, un punto de apoyo para mover su mundo. Y ante eso, solo caben dos respuestas. Y como lo divertido es compartir, -un vino, una tabla de quesos o una confidencia- y sin que sirva de precedente, aquí les dejo un texto de juventud de uno de los lectores habituales, Pepe Martí. Que lo disfruten.
1988 – 2013. 25 años a ritmo troglodita.
Dijo Loquillo en el Nueve tragos que “El ritmo del garaje“ fue un puñado de canciones hechas por gente muy joven para gente más joven. Y casi lo contrario es lo que pretendo desde estas líneas, que aunque sea una historia de adolescentes, ni lo soy ni la escribo para ellos, sino para gente como yo, que desde el umbral de su madurez y con una media sonrisa en la cara, recuerda con cierta nostalgia sus años de mocedad.
Así que, de Pepe Martí esto es mi ritmo del garaje; ¡A por ellos! Que son pocos y cobardes:
Adquirí en el Carrefour, cuando aún se llamaba Continente, por poco menos de mil pesetas “Mis problemas con las mujeres”, cuando todavía no había tenido ninguno con ellas. Después vino “Morir en primavera”, y fue en ese momento con el “Rompeolas” sonando en todas las radio-fórmulas, cuando empezaron tales conflictos.
Aquel verano del 88 sería especial. Una noche me dormí con la radio puesta y desperté en la madrugada, se escuchaba “Cadillac Solitario” y un jovencísimo Loquillo me arrancó de dentro una emoción extraña. Aquel tipo no cantaba, gruñía con el alma y con los cojones, eso es, El Loco canta con eso. Entonces el otro loco, el locutor de rock and roll, interrumpió la canción con un “de Loquillo y Trogloditas, extraída de su LP El ritmo del garaje”; sentí la necesidad de conseguir aquel disco. Bueno, aunque fuera en formato Cassette, ¿recordáis?
Y en esto que un amigo me confesó que se había enamorado de una chica y estaba dispuesto a declararse. Yo le mostré todo mi apoyo, pero no tuvo suerte. Vino después a contarme que su pretendida le contestó que sólo saldría con él si un servidor no se lo pedía pronto, pero él mismo me sacó del apuro diciéndome que no esperara; prefería que ella estuviera con quien más le gustaba y ese era yo. Esto es amor, y el que lo probó lo sabe (Lope de Vega). Creo que es lo más maduro que escuché en toda mi etapa adolescente, todo lo contrario de lo que hice yo, sólo se me ocurrió decirle “hombre, tiene las tetas más gordas y redondas del barrio, se lo pediré”, él sonrió con cierta expresión de derrota. Se llamaba Moncho y era mi amigo. Años después murió en un accidente de circulación, tiene cojones la cosa. Un abrazo allá donde estés.
Era la primera vez que salía con una chica. Entendamos por salir aquello que se hacía con 13 años. Pasear, cogerla de la mano y lo más de lo más, abrazarla por la cintura sumergidos hasta el cuello en aquellas calentorras aguas de la piscina pública.
En lo personal lo vivía con entusiasmo pero a su vez acojonado; más que por si su madre me miraba mal, lo estaba por si su padre o su hermano mayor me soltaban dos guantazos. Así que decidí cortar con ella sin haber intentado robarle un beso. ¡ Qué cobardía!, ¡qué poca rock and roll actitud! La dejé después de que un amigo algo cabrón se mofara de mí preguntándole a mi padre si ya conocía a su nuera. Lo siento, me invadió la vergüenza. Se llamaba Manolo y casualmente también murió en otro accidente de circulación. Otro abrazo tan grande para ti como el de antes.
Llegó el otoño y con él mi cumple, y esa noche en casa de Vicent “el Yumi”, mis amigos me hicieron entrega de una vieja caja de zapatos llena de papeles; en el fondo una tapa de cassette azul celeste con dos inscripciones en rojo vivo, “LOQUILLO Y TROGLODITAS; EL RITMO DEL GARAJE”. Gracias chicos, es justo lo que andaba buscando. Fue un 15 de un mes bastante brumario, pero aquella misma noche en un claro de luna supe que pronto me convertiría en hombre lobo por culpa de Los Rebeldes, y de los Troglos claro.
El “Yumi” también nos dejó, esta vez por enfermedad, y quiero decirle desde aquí que le quiero un montón.
Con el invierno nos topamos con mi ex-chica saliendo con otro tipo. Era un chico de mi clase con el que me llevaba estupendamente bien, como con casi todos. Pero no pude evitar ponerme celoso, extremadamente celoso; y se lo hice saber a ella. Y ella a mi con un contundente“ahora te jodes”. Esto me costó algún también me emborracho y lloro cuando tengo depresión; ¡¡¡sí!!! ¿Qué pasa?
En nochevieja el padre de un amigo nos prestó su planta baja a modo de garito. Tenía baño, trastero y una especie de cocina con fregadero. A su vez el local hacía las funciones de garaje de su Ford Orión cuando nos marchábamos a casa y decidíamos dejar descansar al vecindario. Después de cenar gané el campeonato interno de chupitos de vodka, pero tuve que salir a la calle a pillar algo de aire fresco. Hacía frío pero no eché de menos mi chaqueta de aviador a lo Top Gun que traje aquella noche. Allí en la calle reparé en algo que me sorprendió, se escuchaba una música débil que salía de los altavoces de un solitario Seat Ritmo blanco, era una cinta de “El ritmo del garaje” y su dueño la dejó puesta sin darse cuenta al aparcar el coche. No había nadie, sólo aquel coche y yo. Volví a sentir aquella misma sensación que sentí la madrugada en la que me despertó aquella nostálgica canción. La misma sensación que me producen las canciones de ese disco cuando las escucho ahora y estoy sólo, sensación de que algo no volverá, algo como… ¿quizás he pensado nostalgia de ti? Sí, ya lo se; no volveré a ser joven.
Cuando saltó la cinta, ya que el radio-cassette no tenía auto-reverse, decidí volver a entrar, pero alguien gritó mi nombre. Llevaba medias, cazadora de cuero y mini falda ajustada, todo del mismo color; el mío, el negro. Se acercó hacia a mi y me contó que había cortado con su chico. Que si no lo hacía no podría venir a verme, y era lo que más le apetecía en ese momento. En ese instante salieron todos a la calle, eran casi las doce y las campanas de la iglesia esperaban. Pero yo decidí no seguirles, me quedé sólo con María y la invité a pasar a mi garaje.
Subimos a un estrecho altillo donde se realizaban las tareas de D.J., donde sólo cabía una colchoneta y un radio-cassette. Me arrodillé para “pinchar” mi cinta y ella se tumbó al mismo tiempo que empezaba a sonar lo que para mi siempre ha sido el más genuino sonido troglodita, los tambores de la intro de esa canción que algún iluminado decidió que compartieran los dos iconos del pop-rock de este país. Y mientras Loquillo y Alaska entonaban el tu madre no lo dice, ella sacó una foto mía de carné que le di en nuestras primeras citas, y dedicándome una sonrisa me dijo, “eres mi rocker”. Y yo me quedé mudo como siempre me suele suceder cuando lo importante no es hablar si no hacer, y lo hice. Me lancé al abordaje y la besé con pasión, bueno más que pasional ahora se que fue instinto sexual; y más que un beso aquello fue un montón de lengüetazos a diestro y siniestro, pero ¿qué queréis?, era la primera vez que hacía aquella cosa tan rara y nadie me había enseñado.
Mi mano izquierda se apoyaba en el suelo para no caerme de la colchoneta, la derecha la dejé caer con timidez sobre el lateral de sus caderas; vamos, aquello era un casi culo, y ella rodeaba mi cuello con sus brazos. Estaba casi oscuro, sólo nos iluminaban de manera intermitente una tira de luces de colores de esas que se ponen todavía en el Belén. Un ambiente perfecto para la ocasión. La cosa empezó a subir de tono y decidí mover ficha. Crucé mi alfil derecho con poca delicadeza hasta sus senos, eso sí, siempre por encima del jersey. Para entonces mi cerebro ya actuaba desde dentro de mis pantalones y en aquel instante descubrí que sus pechos me parecieron enormes y sorprendentemente duros, más de lo que nunca había imaginado antes, ya lo decían Los rebeldes, huesos blandos… carnes duras. Y es que,” al darle pechos a las mujeres que gran idea tuvo el Señor, y que franqueza al colocarlos justo delante del corazón” (Sabino Méndez).
Al mostrarse receptiva no tuve más remedio que intentar el jaque a la reina negra, y aventuré mi mano por debajo de su falda. Pero a medio camino, allá por la mitad de sus muslos, una mano rápida frenó y apretó mi muñeca, pero sin hacerla retroceder. Ella paró de besarme y me lanzó una mirada inquisitiva en la que se podía leer: No corras rocker, no corras.
De pronto alguien aporreó la puerta. Bajé rápido a abrir con la sensación de que había estado haciendo algo malo. Cuando ella me sugirió que no abriera ya era demasiado tarde. Allí plantado estaba el tipo con el que había cortado horas antes, el cual ignorando mi presencia la observó con un velo de sangre en la mirada. La mía, avergonzada, se agachó al suelo con un solo deseo en el alma, que jamás me lo encuentre. Dio media vuelta y se perdió.
Fue entonces cuando María bajó del desván, se sentó en un sofá al fondo del garaje y me exigió que fuera su chico. Yo me sentí extrañamente seguro de mi, tanto que ni el mismísimo Loquillo; cogí su foto de mi y escribí al dorso, “para María de Pepe el rocker”. Tomé su mano y como con un pégate a mi nena salimos a recorrer las calles de mi rocker city en la que fue la primera madrugada de aquel maravilloso 1989, el año en que mis tiempos estaban cambiando.
Agradecido:
A mis hijos, porque ellos son mi rock and roll actitud y porque ellos me dan la fuerza para luchar la vida por amor y con la energía de un adolescente.
A mis amigos, sobretodo a los muertos del arcén, dentro de los cuales quiero incluir a Juan Pedro y a Javi Casañ. Porque me siguen quemando por dentro y porque ellos me hacen creer que ya no somos inmortales, ahora somos eternos. Todos vosotros también fuisteis mi ritmo del garaje.
A Peris, por ser honorable y leal, y por prestarme su blog. Te prometo procurarme uno.
A María, que aunque nunca se llamó así, yo la recuerdo subiendo la radio al desván y siendo mi primera. Y como no la he visto en años no se si se conservará bella, pero os aseguro que lo fue.
A las morenas de caderas anchas que después, como María, creyeron que yo era alguien con un toque especial; y que con sus tetas gordas y redondas, y con sus tejanos rellenos me dieron problemas, me mataron en primavera y me hicieron hombre mientras respiraba aquel aire de delirante juventud. Porque aunque fueron pocas no fueron cobardes y algo me quisieron.
A las morenas de caderas anchas que después, como María, creyeron que yo era alguien con un toque especial; y que con sus tetas gordas y redondas, y con sus tejanos rellenos me dieron problemas, me mataron en primavera y me hicieron hombre mientras respiraba aquel aire de delirante juventud. Porque aunque fueron pocas no fueron cobardes y algo me quisieron.
Y entre todas ellas una, la más guapa. La que un día en Nueve tragos quiso ser mi sueño de rock and roll, y que años después se convertiría en la madre de mis dos hijos. Y aunque un día ella quiso que despertáramos, yo sigo soñando despierto. Y… ¿sabéis muchachos?, no me vais a creer. Tampoco se llamaba María, pero sí igual que aquella primera chica del garaje, y para mi su nombre es… el de todas las mujeres.
Y recordad, no poseemos nada con certeza excepto nuestro pasado; nuestro ritmo del garaje.