Foto: www.valenciacf.es
Era en el pasado mes de junio. Finales, concretamente. En las fiestas del barrio, esas en las que alrededor de una mesa con partidas de cartas antes y después de la paella, mientras la brisa te arrulla y se pone de tu parte en la guerra contra los primeros calores, la pausa para ver el partido del Mundial era obligatoria. La Rusia de Cheryshev, en estado de gracia, no parecía excesivo rival por muy anfitrión que fuese y el hijo de Dmitri estuviese haciendo el campeonato de su vida. Ya saben ustedes que pasó después, con los penaltis y todo aquello.
Por sorpresa, en ese verano, llegó la cesión de Denis desde el Villarreal de mi querido Héctor Molina. Buen complemento. Buenos recuerdos del Mundial y de su primer paso por Mestalla cedido, esta vez, por el Madrit, donde fue un soplo de aire fresco en aquella convulsa temporada 2015-16. Hasta que se lesionó, iba como un tiro. De ahí que su llegada era, por sus antecedentes mundialistas y valencianistas, a priori, una buena jugada.
Pero no. A pesar que con Marcelino hizo buenos números de groguet. Haciendo un símil rumano, vimos en el Mundial a Adrian y llegó a Valencia Sabin. Y no tiene visos de mejorar. Desespera al aficionado. Y la insistencia del entrenador a ponerlo por delante de Ferran, Kang In o cualquier otro, más desespera. En el principio de la temporada, había unanimidad con respecto al salto cualitativo de la plantilla. O muy residual el porcentaje de voces discordantes. Pero la reflexión ahora no es esa. Bien por la dejadez de los propios componentes o por la carencia en activar los resortes por parte del equipo técnico. Y se puede personificar esta decepción con el ruso. O con Batshuayi, en la rampa de salida.
¿Cómo es posible que un jugador cambie tanto de un lugar a otro? Es más, ¿cómo un jugador que con el mismo entrenador rindió a buen nivel, y ese mismo entrenador, en otro lugar, no sea capaz de exprimir su potencial? Probablemente la clave de esta temporada sea esa misma. El entrenador no ha podido, o no ha sabido, sacar los potenciales rendimientos individuales para el beneficio del colectivo. El año pasado, uno de los grandes éxitos de Marcelino era que estaban todos los jugadores enchufados. Si Mina fallaba, Zaza estaba con el colmillo afilado. Los centrales podían rotar sin problemas que apenas se notaba. Murillo, por momentos, parecía un patrón de los de verdad, con un cierto aire a aquel Otamendi de Nuno. Incluso Pereira tuvo su parte de cuota decisiva en algún tramo de la temporada.
Pero este año, todo por el sumidero. Quien sabe si es la preparación específica montada de diferente manera. O que le han pillado el truqui al mister. Pero lo bien cierto es que la exigencia no llega. Ni la competencia. Y el equipo se resiente. La mejora del equipo será en consonancia a los rendimientos que pueda ofrecer la denominada segunda unidad. Lo que antes era el fondo de armario o más antes, los suplentes.
Cheryshev como unidad de medida de la exigencia del entrenador respecto al grupo. No desperdiciar el talento, por mínimo que parezca que sea. Que no lo es.