miércoles, 21 de diciembre de 2011

JUNTALETRAS. CAPÍTULO VII

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Llueve. Sí, ya sé que es un recurso fácil para empezar cualquier cosa, pero en este caso es verdad. De buena mañana está jarreando a base de bien, pero de otra manera a la de allí. Incluso aquí el olor es diferente. Allí huele a campo, aquí huele a coche nuevo. O al menos, eso me parece a mí. Aunque también a mí me parece a veces que esto es una mierda y no huele a estercolero, por lo que no se si soy de fiar. Y menos hoy. Supongo que es uno esos días en los que te preguntas que haces en este lugar de rotación y traslación, para que alguien te puso y porque. Veo la City desde mi ventana. Otro recurso fácil, la lluvia cae sobre el cristal en un día gris y el sonido del tráfico me llega de lejos. No es preciso abusar tanto, pero me siento como el guionista de mi única novela, esa que siempre gano y me caso con la buena. Citando a los maestros, sin vergüenza y con dos cojones. La guitarra acústica en un rincón, muda y esperanzada en poder hablar. No tengo ganas de octavas ni ejercicios. Conociéndome, puede que me dé por tocar canciones tristes, acordes grises, nostalgia del emigrante, así que mejor dejarla ahí para mejor ocasión. Y además, esta noche canto, aunque estos medicamentos locales son igual que efectivos que un caramelo de menta y, como me toque subir igual que estoy ahora, puede que se me vaya el gallo por peteneras y la liemos parda. Tendré que activar el plan B del whisky sin hielo. Joder, pensando en beber y solo serán las 5 de la tarde en aquel rincón del mundo llamado Australia. O igual ni eso. Con el café a punto de salir, abro la ventana al mundo, que no tiene cristales y sí pantalla liquida de ocho pulgadas. Trajes, banquillos, cambio de collares para los mismos perros, estatuas de cera que vienen y van, los creativos de la chispa de la vida provocando una sonrisa al mundo y colas para dejar de ser inquilino de la del paro en todas las “Doña Manolita” del país. Tampoco parece que haya cambiado mucho la cosa. Me río con el correo que me ha mandado M, con su nueva imagen de Cindy Lauper, contesto a las chorradas divertidas de B, que sabe arrancarme el hollín con la gracia de las tablas que da la escena y el tercer sorbo del café ya no sabe tan amargo. Vaqueros gastados, las Sendra y la lengua de los Stones debajo del tres cuartos azul oscuro es mi uniforme de hoy. Y una gorra, que paso de paraguas, entre otras cosas porque no me lo dejaron pasar como equipaje de mano y esta lluvia me ha pillado en bragas. Ya sé que es difícil de creer, tanto como volver de Mallorca y no probar la ensaimada, pero soy así, así seguiré y nunca cambiaré. Salgo a la calle, ya no llueve como para llamar a Noé, pero la cortina de agua es suave, incluso es hasta agradable. Pronto escampará. Los tabloides hablan de política y de Torres, por lo que leo, mientras paso sin pararme delante de un kiosko. Van quitando las protecciones de las paradas ambulantes de fruta y ropa. Osvaldo, uno de los tenderos, me saluda con un ‘buen día’, a lo que respondo con una reverencia ligera y con sus mismas palabras. No se llama así, pero me recuerda a un tipo que salía en un anuncio de Quilmes, así que eso es lo que hay. Manzanas, zanahorias, patatas y unas cosas amarillas que no sé muy bien que son salen relucientes y un poco mojadas tras sacudir los plásticos que las cubrían, cayendo gotas por las pieles. Un grupo de turistas de ojos rasgados se acercan en tropel siguiendo a su particular flautista de Hamelín, una hija de Merkel cuadriculada con un abanico oriental como elemento de localización visual, así que es buen momento para cruzar la calle, siguiendo la estela de una belleza local que camina pausadamente mientras habla por el móvil. Para de llover del todo y asoma con miedo el Sol entre dos hastiales de un edificio victoriano, como peleándose con las nubes y un mimo vestido de estatua de bronce sonríe al verme. Suena ‘Creep’ en manos y boca de una estrella callejera que no la conoce nadie, a la que le caen unos peniques por parte de una mujer que tiene agarrado de la mano a un pequeño Santa Claus, que me saca la lengua de manera burlona, lo que hace que me ría y le responda con una mueca. Paso por Candy Cake y me encanta el olor a pastelería recién hecha que sale de allí y aprovecho para que mis pituitarias se den un festín aspirando profundamente, como si fuera Carpanta con aquel huele que alimenta, y el día ya no es tan gris. Giro la esquina y llego a la plaza, donde todo se mueve orquestadamente, los Routemasters, los estudiantes con sus dedos volando en sus blackberry y alguna viejita moderna con sus labios bien perfilados. El Sol ya ha ganado la batalla con las nubes y reina sin calentar, que para eso estamos donde estamos, pero reina que es lo importante. Escucho la melodía de la mejor canción del mundo, al menos estos días, y suelto una carcajada. Y me paro, busco entre mis bolsillos otro caramelo de farmacia y le digo a mis adentros que esta noche voy a cantar de puta madre, porque soy una rock ‘n roll star y siempre que llueve, escampa.