martes, 19 de septiembre de 2023

Hijos de Ricardo Arias

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Les voy a hablar del Valencia CF y de su entorno. Por aquello del que avisa no es traidor. Puede que ustedes no conozcan la vaina. Mejor sería. En ese estercolero, donde afortunadamente sobrevive algún jardín, llamado Twitter, de un tiempo a esta parte, cuentas con cierto misterio, por ser finos, se dedican a pisotear a una de las leyendas del valencianismo. Puede que a la más grande. Y esa fealdad es como el movimiento de la orilla del mar. Que va y vuelve ese pisoteo. Quiero pensar que no es una cuestión orquestada, aunque les confieso que sospecho de ciertos personajes que, por supuesto, no son relevantes para este relato. Lo cierto es que, vaya usted a saber porqué, la demostración de valencianismo viene por atizar al líbero libre, en su condición impagable de embajador del club.

Podríamos disertar acerca de la conveniencia de tener a figuras como Arias dentro de un club que se desmorona a pasos agigantados por la inacción económica de su máximo accionista. Ya les avanzo que sin gente como Arias, o como Vicente, Bossio, Tendillo y muchos otros más que están en la sombra y sufren como usted y yo si comparten trinchera valencianista, el Valencia CF sería mucho peor. El problema es poner en el escalón superior a todo el enfado con Peter Lim, metiendo a todos en el mismo saco. Y resulta inconcebible como se pisotea parte de la historia del club, poniéndose estos pobres diablos acusadores a la misma altura que el peor de los enemigos del valencianismo. Luego claro, se nos hacen las posaderas refresco de cola cuando vemos como en Inglaterra se venera a los exjugadores, con estatuas y todo.

Arias, el cuatro, el capitán, sufre en todos los tiempos verbales por el Valencia CF. Lo hizo como jugador, lo hizo cuando se retiraba, lo hizo cuando no estaba en el club y las pasó bien putas por haberse comido siempre la vida a bocados. Y lo hace ahora cuando su club, por el que ha dado todo el sudor, por el que ha ganado copas sin estar presente en el nacimiento de su hija Irene, hizo lo que se debe hacer con las leyendas: ponerlas al servicio de la institución. Mande quien mande. Porque es el lugar de las leyendas. Seguir sirviendo al club.

Pero aquí, a los comedores de cheetos naranja con moreno de pantalla de ordenador y habilidades sociales nulas para sobrevivir en cualquier bar de menú y servilletas de papel en la barra, les parece divertido atizar a una de las barras del escudo. A uno de los que sustenta la estructura. A uno de los que se defiende de los pisotones injustos recibidos, alzando la voz y pidiendo respeto. ¿Recuerdan, valencianistas, a Dani García y su desconocimiento de quien era Arias para el Valencia CF? Pues todos estos que le dan fuerte llamándole pesetero, estómago agradecido y cosas peores, están todavía más abajo que el jugador del Athletic. Que no tiene porqué saber la historia de un jugador con más de 600 partidos en Primera División. Que tampoco estaría de más, como el resto conocemos a Iríbar, Dani o Julen Guerrero. Pero claro, para eso, hay que tener respeto por la historia. Sin perder el cabreo con la gestión, pero respetando la historia. Aunque claro, quizá sea demasiado para aquellos que tengan el teclado del ordenador, y puede que alguna parte del cuerpo, pringadas de naranja.

jueves, 16 de febrero de 2023

Yo quiero seguir viendo a Baraja hacer

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El viaje allá donde fuimos felices, versión fútbol capitulo nosecuantos, tuvo lugar en el día después del Día de los Enamorados en el mundo. El mundo, tan catorce de febrero y nosotros tan nueve de octubre, nos trasladó, otra vez, a anuncios de cerveza, a brazaletes de capitán y a doblete. A frases grandilocuentes sobre entornos y huevos, a autogestión de vestuario. A emociones sinceras, a palabras reales y llenas de contenido. No resulta fácil estar en la situación en la que llega Baraja. Con Marchena a su lado, todo el valencianismo sueña con que, desde la butaca de entrenador, repita aquello que hizo con las botas puestas. Y no morir en el intento. Este valencianismo derrotado a veces o lleno de rabia otras, lleva buscando un guía que lo lleve de la mano al éxito conseguido por Rafa Benítez desde que los jugadores que lo acompañaban en aquellos maravillosos años colgaran las botas y las cambiaran por la pizarra. Y el Valencia CF, club de urgencias perpetuas, es como la obra Goya. Devora a sus hijos. Sucedió con Pellegrino y con Djukic. Y en otros ámbitos con Rufete, Sánchez, Ayala o Vicente. Pudo suceder con Curro Torres. Y se espera que no suceda con Baraja. Motivos hay para el optimismo. Movidos quizá porque, desde dentro de todos y cada uno, hemos rejuvenecido veinte años y recordamos todo aquello que Baraja solía hacer. Muchas veces con Marchena. He ahí la clave de la rotura del mal fario. He aquí la tabla a la que se aferra el valencianismo militante que no quiere ser Jack en el Titanic. Destrozando cábalas. El Valencia CF es tan pesado y posee tanto que se ha de sujetar con cuatro hombros, simulando una muixeranga virtual que viste de blanco y negro.


Tengo ganas de preguntar a mis sabios de casa sobre como lo ven ellos. Si estos locos años del XXI se asemejan a los 80 del XX. Por allí pasaron Roberto, Óscar Rubén y Don Alfredo. Movidos por lo mismo. Por el rescate a la entidad. A la que no se le puede decir que no. A pesar de quien esté al mando. A la que se ha de venir a servir y no a servirse. El Valencia CF ha sido una entidad que ha hecho ganar mucho dinero a mucha gente. Algunos de ellos, sin poner un duro por su parte. Pero sí ustedes y yo. Y seguro que su vecino de butaca del viejo Mestalla también tiene una historia parecida que contar en su casa. Y tengan por seguro que si la pelota no entra, el luto será de la calle. No de los que están a millas de distancia del kilómetro cero del valencianismo. Ni tampoco de los que estuvieron en esos despachos y ahora miran a otro lado. Por mucho que se le de altavoz a Paco. Con discurso vencido. Por mucho que se quiera romantizar mantener Mestalla como casa, una inviabilidad muy cara que se ha de contar sin ambages. Ustedes lean, pregunten, escuchen y vivan su valencianismo como mejor consideren. Protestando dentro o fuera. Silbando o cantando 'Un beso y una flor'. Como se muestra la alegría, se ha de mostrar el descontento. Claro que sí. Sin olvidar que, de aquí a mayo, esta entidad, base de alegrías y penas, se juega su viabilidad. Y, otra vez, depende de la pelota. Depende del Pipo. Que saldrá a hombros, como aquella tarde de 2010 o por la enfermería. Con generosidad extrema. Priorizando al escudo con respecto a él. El resorte de entrar al vestuario y saber que es leyenda. Ese resorte en el que, quizá, anoche, los jugadores valencianistas ya andarían pensando como actuar ante un campeón con su misma camiseta. Como actuar ante un tipo que, por inacción neerlandesa, tomó riendas y sacó del fango al club. Y, afortunadamente, para este reto, se puede contar con Arias. Y seguro que se contará con Rafa si hace falta una palabra de aliento o un consejo, más allá del de ser uno mismo.

En 2010, en este mismo espacio, escribí de la despedida del flamante entrenador del Valencia CF, pensando que un día contaría lo que le vi hacer. Ahora quiero seguir contando que lo va a volver a hacer.