5 de la mañana. Suena el móvil en función despertador. Otros días llegaba a casa a esas horas. Pero ahora ni remoloneó en la cama. De un salto para arriba, sin dudar. Un poco de ejercicio antes de emprender la marcha. Noche cerrada. En algún lugar de la ciudad alguien estará bebiendo alcohol del que asegura un buen problema al hígado mientras está viendo la teletienda, los menos estarán gozando de sus mujeres o sus hombres, y la mayoría estarán en mundos paralelos, en vidas perfectas con parejas estupendas, que finalizaran con un zumbido, un pitido o una música estridente.
Iba a hacerlo, por fin. Tras mucho tiempo de espera, siempre en el pensamiento, nunca olvidándolo, llegó el día. Muchas preguntas, demasiadas tal vez. Y seguro que más de una sin respuesta. Sale a la calle. No parecen las mismas cuando sales que cuando entras. Hasta el ritmo de los zapatos es diferente. Las maquinas baldean las calles, creando pequeños ríos y luces que van y vuelven. Al fondo, un negro con ropas fluorescentes y un cepillo con mango de madera, con mirada de haber vivido cinco vidas contando esta, de feliz adecentacalles. Sigue andando. Piensa. Respira profundamente mientras espera el verde. ¿Y si le llena de decepción? Se acuerda de su padre y de que no lo entendería. Vuelve a revisar su bolsa para asegurarse que no le falta nada. El día será largo. Una parada para comprar algo de comer rápido. Estas cosas no se deben hacer con el estómago vacío. Se pueden hacer, pero no deben hacerse. Recuerda mentalmente algunas frases, algunos gestos. Se le escapa una media sonrisa, como las que suelta Loquillo convertido en canalla encima del escenario. Verás mi estrella brillar y brillar, le viene a la cabeza, sin saber muy bien porqué.
Llama al timbre del lugar de destino. Puntual, según lo acordado. Saludos, besos y abrazos. Tensión, risas flojas, algo de nervios, una nueva invitación a comer. Alguien lo dice en voz alta ‘Es la hora’. Se hace el silencio. Solo una luz parpadeante muestra que existe vida en el salón. A veces se silencia hasta la respiración. Problemas, afloran los nervios, teorías, hipótesis. Fundido en negro no. Fuselaje en la playa si.
Se acabó. Se hizo un bucle perfecto. Todo empieza y termina en el ojo de Jack.
Iba a hacerlo, por fin. Tras mucho tiempo de espera, siempre en el pensamiento, nunca olvidándolo, llegó el día. Muchas preguntas, demasiadas tal vez. Y seguro que más de una sin respuesta. Sale a la calle. No parecen las mismas cuando sales que cuando entras. Hasta el ritmo de los zapatos es diferente. Las maquinas baldean las calles, creando pequeños ríos y luces que van y vuelven. Al fondo, un negro con ropas fluorescentes y un cepillo con mango de madera, con mirada de haber vivido cinco vidas contando esta, de feliz adecentacalles. Sigue andando. Piensa. Respira profundamente mientras espera el verde. ¿Y si le llena de decepción? Se acuerda de su padre y de que no lo entendería. Vuelve a revisar su bolsa para asegurarse que no le falta nada. El día será largo. Una parada para comprar algo de comer rápido. Estas cosas no se deben hacer con el estómago vacío. Se pueden hacer, pero no deben hacerse. Recuerda mentalmente algunas frases, algunos gestos. Se le escapa una media sonrisa, como las que suelta Loquillo convertido en canalla encima del escenario. Verás mi estrella brillar y brillar, le viene a la cabeza, sin saber muy bien porqué.
Llama al timbre del lugar de destino. Puntual, según lo acordado. Saludos, besos y abrazos. Tensión, risas flojas, algo de nervios, una nueva invitación a comer. Alguien lo dice en voz alta ‘Es la hora’. Se hace el silencio. Solo una luz parpadeante muestra que existe vida en el salón. A veces se silencia hasta la respiración. Problemas, afloran los nervios, teorías, hipótesis. Fundido en negro no. Fuselaje en la playa si.
Se acabó. Se hizo un bucle perfecto. Todo empieza y termina en el ojo de Jack.