miércoles, 26 de mayo de 2010

El bucle perfecto

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5 de la mañana. Suena el móvil en función despertador. Otros días llegaba a casa a esas horas. Pero ahora ni remoloneó en la cama. De un salto para arriba, sin dudar. Un poco de ejercicio antes de emprender la marcha. Noche cerrada. En algún lugar de la ciudad alguien estará bebiendo alcohol del que asegura un buen problema al hígado mientras está viendo la teletienda, los menos estarán gozando de sus mujeres o sus hombres, y la mayoría estarán en mundos paralelos, en vidas perfectas con parejas estupendas, que finalizaran con un zumbido, un pitido o una música estridente.

Iba a hacerlo, por fin. Tras mucho tiempo de espera, siempre en el pensamiento, nunca olvidándolo, llegó el día. Muchas preguntas, demasiadas tal vez. Y seguro que más de una sin respuesta. Sale a la calle. No parecen las mismas cuando sales que cuando entras. Hasta el ritmo de los zapatos es diferente. Las maquinas baldean las calles, creando pequeños ríos y luces que van y vuelven. Al fondo, un negro con ropas fluorescentes y un cepillo con mango de madera, con mirada de haber vivido cinco vidas contando esta, de feliz adecentacalles. Sigue andando. Piensa. Respira profundamente mientras espera el verde. ¿Y si le llena de decepción? Se acuerda de su padre y de que no lo entendería. Vuelve a revisar su bolsa para asegurarse que no le falta nada. El día será largo. Una parada para comprar algo de comer rápido. Estas cosas no se deben hacer con el estómago vacío. Se pueden hacer, pero no deben hacerse. Recuerda mentalmente algunas frases, algunos gestos. Se le escapa una media sonrisa, como las que suelta Loquillo convertido en canalla encima del escenario. Verás mi estrella brillar y brillar, le viene a la cabeza, sin saber muy bien porqué.

Llama al timbre del lugar de destino. Puntual, según lo acordado. Saludos, besos y abrazos. Tensión, risas flojas, algo de nervios, una nueva invitación a comer. Alguien lo dice en voz alta ‘Es la hora’. Se hace el silencio. Solo una luz parpadeante muestra que existe vida en el salón. A veces se silencia hasta la respiración. Problemas, afloran los nervios, teorías, hipótesis. Fundido en negro no. Fuselaje en la playa si.

Se acabó. Se hizo un bucle perfecto. Todo empieza y termina en el ojo de Jack.

jueves, 13 de mayo de 2010

Cuando sea mayor

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El próximo domingo 16, a eso de las 9 de la noche, la España futbolera estará pendiente de quien ganará la liga. Si la lógica se impone, será en Barcelona donde mayoritariamente se descorche el cava, corran las muestras de afecto y cantos de burla al eterno rival y, los más afortunados, participaran, masivamente y en la intimidad entendida de cada cual, del acto físico previo a la creación, propiciada por el campeonato blaugrana. A esa hora, en otro lugar, alejado de la euforia del campeonato y de la resignación de la derrota, un Jugador, con mayúscula, estará cerrando una etapa de diez años en un equipo que no tiene nada que ver con el que lo recibió, allá por el 2000.
Llegó siendo el fichaje más caro, 12 millones de €, de un equipo que acababa de descender a otro que venía de despertarse del sueño de una final de Champions, que había vendido a varias de su estrellas (Gerard, Farinós, Claudio López) y que, sin saberlo, iba a ser parte fundamental de la mejor etapa de la historia del Valencia CF. Le pusieron al que tenía el monopolio en los últimos cuatro años de levantar los trofeos más importantes de selecciones nacionales a su lado, todo un campeón como Didier Deschamps, para que puliese los defectos y aumentara sus virtudes. En poco tiempo fue internacional. Vivió su primera decepción como valencianista en Milán, donde se tropezó otra vez con la misma piedra. Pero lo que no te mata, te hace más fuerte. Después vendría una Liga y otra y una Copa UEFA y una Supercopa de Europa. Él encarnó, con su tono reservado, serio y su genio el sentimiento valencianista más puro, más rebelde. Y para repartir estopa y contestar dentro y fuera del campo, encontró un socio perfecto como era, y espero que el domingo lo sea por última vez, David Albelda.
Pasará a la historia por sus dos goles contra el Espanyol, remontando con diez, tras la expulsión de Carboni, el último desde casi fuera del área, que nos acercó al titulo de 2002, haciendo una copia de su obra de arte no hace poco contra el rival favorito de los valencianistas, el Real Madrid, poniendo la puntilla con un 3-0 que hizo recordar aquella noche de Mestalla, con Cortés a punto de un colapso.
Tuvo momentos extraños con la afición, sabia e ignorante a la vez, como cuando le silbaban por errar algún pase. Pero él, todo personalidad, seguía pidiendo la pelota, seguía gritando en el centro del campo y con sus pases de 30 metros al pie de Vicente o de Rufete, o del tío del puro de la cuarta fila, convertía los silbidos en aplausos, con la consiguiente rabia de los fans del ‘Pipo’, porque al ‘Pipo’ no se le recrimina, se le disfruta y se le aplaude. También se creó cierta corriente al asumir la capitanía después que se apartará por la dirección deportiva a ‘El Gran Capitán’, a su amigo, a su pareja de baile. Y con todo esto, levantó una Copa del Rey, su penúltimo servicio a la causa.
Siempre fue claro, un ejemplo en su trabajo, demoledor con su llegada como con sus declaraciones en la sala de prensa. Para la historia quedará aquello de ‘lo que piense la afición me chupa un huevo’. No se casaba con nadie, no hacía gestos a la galería. Y estoy seguro que no lo hará el domingo. Le costará, pero es un tipo duro que ha aprendido a sufrir, a vivir, y le rodará alguna lágrima cuando el campo entero coree su nombre. Y llevará la cinta de capitán por última vez, al lado de Claramunt, Arias, Fernando, Penev, Mendieta, Cañizares y Albelda. Y algún día, cuando tenga alguien que me escuche contar mis batallitas, le diré: “Yo vi a Baraja hacer…”
Justificar a ambos lados