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Lo cierto es que la herida era más profunda de lo que parecía
a primera vista y su pierna latía al mismo ritmo de su corazón y de las
vueltas que daban las ruedas de la bici, tirada en la cuneta, vuelta
del revés. Inexplicablemente y casi de inmediato se quedó dormido. Le
despertaron el calor y los insectos. El sol estaba en todo lo alto, y
los moscardones se posaban en sus ojos, en la herida. Su cara ardía a
pesar de la protección que se había aplicado por la mañana, tenía sed,
se notaba abotargado y desorientado, si sus compañeros habían pasado no
habían podido verle, desde luego, y ya eran las doce de la mañana,
¡maldita sea! Se acercó de nuevo al arroyo y bebió agua, se notó
mareado al levantarse y decidió que necesitaba librarse del sol, ya.
Algo más allá de donde se había tumbado comenzaba el bosque y entró. Dos
pasos, tres, cuatro, repentinamente la temperatura descendió al menos
tres grados, una sombra entreverada de rayas de luz le cubrió como una
manta de camuflaje, respiró, dio unos pasos más, parecía estar en otro
país. El fastidio que sentía minutos antes se había cambiado por cierta
expectación, la misma que se siente justo antes de paladear tu postre
favorito y...escuchó una voz que resonaba en su interior. No veía a
nadie, pero la voz seguía sonando, susurrada, “Ven” le pareció que
decía, “Ven”, desconocida y al tiempo tan familiar como aquellos lugares
que visitas en sueños cuando, por un azar, te los encuentras en la
realidad (a veces pasa). El camino desapareció, el cielo desapareció, el
rumor del arroyo era sólo un fondo de agua fresca que continuaba cerca.
Intentó localizar el origen de la llamada, unas ramas, unos arbustos se
agitaron a su izquierda y corrió hacia allí. La voz, traviesa, se rió,
“nooooo, frío-frío!” Sonrió, olvidó todo lo demás: un juego, era un
juego…. Y empezó a buscar.
Por Accidente.
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