viernes, 29 de marzo de 2019

Centenario, una vez más.

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Probablemente, estas líneas sean las penúltimas del Centenario. Marzo de 2019 ya está en nuestras mentes y cerebros para siempre hasta que alguno de los dos diga basta. Parece que las palabras de Claudio Javier López no vayan a tener fin "Es el comienzo de un amor eterno que va a durar. Esto lo vamos a seguir festejando toda la vida", dijo el Piojo después de volver a cabalgar por Mestalla con su, ahora, pelo plateado. Usted y yo sabemos que eso no es verdad. Que el parón de selecciones ha servido para que el valencianismo viva en ese oasis de fiesta futbolera que no permite la aridez desértica de la competición. Prolongando las Fallas un poco más. Por aquello de festejar más, si cabe. Seamos típicos y tópicos, venga: para un valencianista fallero, el 18 de marzo de 2019 será un recuerdo la mar de bonito. Desfilar en la Ofrena y que te esté viendo Kempes es de erección sentimental. Quizá poco o nada tenga que ver el valencianismo con el fallerío, pero el que la lleva y la siente, la entiende. Y el que no, ella o él se lo pierde.

Y el partido de Leyendas. Ese que nos volvió a convertir en niños, jóvenes o adultos bisoños, según edades y recuerdos. Hasta por el más torpe de los tipos que han vestido la casaca con el murciélago en el pecho, y no es por Batman, nos hubiéramos cambiado. Pongan ustedes nombres. Sabin, Serban o Carleto, por poner tres fáciles. Por cualquiera, sin duda. Adultescentes de valencianismo, millennials blanquinegres, siempre jóvenes. Por eso es bonito. Porque más allá de lo inculcado, el poso queda. Por eso las miradas al tendido, mezcla de nostalgia y pena por saber que aquellos tiempos no volverán. Piojo con sus palabras, Ranieri con su sonrisa eterna a pesar de la búsqueda de colegio italiano para su hija, Cañizares con sus lágrimas. ¿Cómo no va a llorar Cañizares en Mestalla si en Milán sus lagrimas fueron las de todo el valencianismo? Presumir sin que te hundan el pecho por una vez en la vida fue bueno. 

Mención aparte la de Giner. Me consta que es un buen tipo. Tendrá sus cosas, como todos, pero es buen tipo. Y como usted, yo o la vecina ruidosa del tercero izquierda, tiene virtudes y defectos. Como cuando jugaba. Lo que hacía Arias no lo podía hacer Giner y viceversa. Por eso, la gestión de un líder es saber elegir a su equipo según virtudes. No puedes poner a un escultor a pintar paredes. Lo hará, pero perderá motivación. Y Giner ha conseguido maximizar su fortaleza. La de la gestión de agenda. La de tratar como le gustaría a él ser tratado. Mucho mejor su aportación al club desde el lugar que ahora ostenta que no desde aquel de directivo que tuvo en su día. Sí, he dicho club. Porque el club, aunque físicamente sean cuatro paredes y los empleados que allí están, es mucho más allá. El Valencia CF es de todos, aunque el dueño sea uno. La mayoría de presidentes van y vienen y solo unos pocos se quedan para siempre. El Centenario son las acciones individuales, los especiales de los medios, los libros, las fotos de recuerdo, las entradas guardadas en un cajón, las camisetas. Son sus recuerdos, sus acciones hechas sin esperar recibir nada a cambio. Como lo que hizo el Chufa. Y le salió. Con sufrimiento, como un gol en el noventa. Pero, ¿qué es ser del Valencia sino un continuo y casi perpetuo sufrimiento?

Pero bueno, el simulacro de paz y amor del Centenario ha finalizado. Pueden volver a rajar de canciones según gustos particulares, de ausencias de murciélagos, de promesas asiáticas con pocas oportunidades y de objetivos deportivos. Marzo acaba cambiando la hora. Y, sin siesta, tendremos mandanga, con cien años y unos días, en Sevilla.  A sufrir otros cien años más, xiquets.

viernes, 22 de marzo de 2019

Y nos dieron las cien.

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En la ciudad del silencio después del fuego final, donde se vive la vida y un día es un sueño más, hubo Fallas. Con tres ofrendas, las dos de siempre y una de cien años. Ya ven, un 18 de marzo. Locos estos valencianistas. No sé podía haber fundado el club en una época más tranquila. Quizá junio, con los pies al fresco de la Malvarrosa, por ejemplo. Pues no. Los bisabuelos decidieron que marzo, mes bullanguero por excelencia, iba a ser el del nacimiento de un equipo deportivo que hoy es la sociedad más importante de la Comunitat Valenciana.

Y la marcha cívica del día C fue un éxito. A pesar de las verbenas falleras y los excesos. Temor había a que no lo fuese. Recuerdo a mi admirado Rafa Lahuerta prosar modernamente, aka tuitear, mostrando sus miedos a que no fuese un río de gente. Y vaya sí lo fue. A pesar del olor a aceite refrito de las paradas de comida, excepto la de Dennys Canuto, claro. También hubo alguna voz que decía que los actuales futbolistas no iban a estar en los actos por no sé que milonga de viajes contratados previamente. Y allí estaban. En primera fila. O casi. Y ya ven, la leyenda entre las leyendas, el que fue Presidente de Honor y después dejó de serlo, portó la bandera y recibió el calor de la gente. Como Claramunt, Claudio, Sánchez, Saura ¡Saura! y todos aquellos que fueron a mezclarse entre la masa valencianí. Y espero que alguien haya tenido la feliz idea de arrullar a los actuales y hacerles ver que esto es lo que les va a quedar para toda la vida. Los dineros, que decía mi abuela, van y vienen. Pero la experiencia de sentirse querido cuando las piernas ya no vayan solo se consigue dejándose la piel y haciendo feliz a la gente con honradez y sacrificio. Y recordar con cariño a los que no están, como Magriñán, Peral, Puchades y los demás.
Los cien años. Cifra simbólica. Y meritoria. Este club, incluidos aficionados, es la viva imagen del Duelo a garrotazos de Goya. No hay día que no se tenga drama. La última, la de las canciones nacidas al calor del Centenario. Como antes fueron el Club de Fútbol o el Football Club. O el pantalón blanco o el negro. Y oigan, que este club es generoso. Parafraseando a Menotti hablando de Bilardo. El Flaco dijo en su día que el fútbol es tan generoso que evitó que Bilardo se dedicara a la medicina. Pues eso mismo. Navajazos vestidos de culturalidad sin arma blanca.

No hagan caso. O háganlo, si les apetece. La vehemencia en afirmaciones no lleva a nada bueno. Mejor las risas, los troleos blancos y el cachondeo puro y duro. Lo otro, hacer sangre negra sin sentido, al juego de intereses partidistas. Que luego les pasa lo que a aquel, que soltó las burradas en antena, pasando facturas a los que no fueron a bailarle el agua solo por ser, o trabajar, donde lo hace y se ha llevado cachete. Y mientras, Ranieri, de entrenador de las leyendas del Valencia. 

Es fácil, en el Valencia, como en la vida, hay que ir donde uno se sienta cómodo y querido. Todo lo demás milongas y excusas de mal pagador.

Brinden, otra vez, por el Centenario.

viernes, 15 de marzo de 2019

La belleza del Jardín Botánico de Marcelino.

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Sei bella come un gol al 90'. Eres bella como un gol en el noventa. Y este Valencia vive instalado en la belleza absoluta. Si la memoria no falla, son cuatro goles en el noventa o más allá que resultaron determinantes. Huesca, Getafe, Betis y Girona sufrieron esa mezcla de empuje y suerte que proporciona el gol en el alargue. También contra el Athletic se marcó en el ocaso, pero era el segundo. Determinante, sin duda, pero con menos carga de adrenalina.

¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿Es exceso de suerte o fortaleza mental? Pues depende quien lo narre. Siempre se ha dicho que los partidos duran 90 minutos. O 93. En otros lugares los goles en el alargue se han vestido como genética ganadora. Y en esta tierra, donde la mayoría de las veces se infravalora lo propio, da que pensar.

Porque lo que pasó sobre las 8.45 de anoche se podría catalogar de rédito deportivo a un gasto económico de 56 millones de euros. Los cuarenta del portugués y los dieciséis largos del francés. La calma del que, llegando a la línea de fondo en el alargue, es capaz de levantar la cabeza y rasear el pase. La pausa del que, con temple, quiebra con la cintura al defensa llegando con todo y buscando el lugar para que, tots a una veu, se grite la palabra más bonita del fútbol. 

No sé ustedes, pero yo prefiero vivir acunado entre los pases de la muerte de Gameiro y la cintura de Guedes. Ejemplos en la historia del fútbol hay muchos. El United remontando en dos minutos un 0-1 contra el Bayern en Barcelona, las ligas del Barça en Tenerife, el penalti de Djukic y González, aquel gol de Bakero en Alemania antes de la Copa de Europa de Wembley, Ramos y el buen uso de la parte de fuera de su cabeza contra el Atleti o Iniesta en Stamford Bridge son solo algunos ejemplos. Y jugarse la liga en Sarriá y perder y, a pesar de eso, campeonar, lo más de lo más en los ejemplos de fútbol con flor.

Si somos puristas, la lectura táctica nos arroja que el equipo no demostró mordiente, ni juego colectivo, entendiéndose este como la concatenación de pases para dominar la posesión y, por tanto, el tempo del partido. Pero este equipo no se ha construido para poseer. Es más vertical que horizontal. Y sin Parejo, más todavía. Kondogbia y Soler, llamados a suplir las ausencias del madrileño, no están frescos de mente para ejecutar con los pies. Pero, al final, como en todos los ejemplos del párrafo de arriba, quedará para los libros si se ganó o no trofeo. Aquel mágico 6-0 en semis contra el Madrid no tendría el encanto que tiene si en La Cartuja Mendieta y Camarasa no hubiesen levantado la copa.

La suerte, como dice el refrán, para los ladrones y los toreros malos. Marcelino no es ninguna de las cosas. Debe, estoy seguro que lo hará, analizar pormenorizadamente las cifras del partido y buscar que esa suerte venga acompañada de más contundencia. Por nuestros corazones y las taquicardias, por lo menos.

Mientras tanto, a disfrutar. Viva nuestro Jardín Botánico futbolero.  

viernes, 8 de marzo de 2019

Almohadillas y celulares.

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Para quien no lo sepa, celular es la manera con la que denominan al otro lado del charco al teléfono móvil. Servidor la conoce por los argentinos, con ese seseo tan relindo de ellos. Selular. Y parece que ha venido al fútbol para quedarse. Por lo menos en los partidos de noche que se precien. Como el del pasado domingo contra el Athletic. Ya no se lanzan almohadillas con las que jugarte el cierre del campo. Las almohadillas eran una especie de cojines de fina espuma que servían para cuidar las posaderas ante los duros asientos del Luis Casanova. Esas almohadillas se alquilaban por el partido a fondo perdido, sin reembolso al devolver, tenían publicidad con la que el club arramblaba unos cuartos y se lanzaban por el placer de verlas planear o por enfado. Y si el árbitro anotaba en el acta la lluvia de estos cojines futboleros al acabar el partido, se corría el riesgo de clausura del estadio y jugar como local en Albacete, por ejemplo. Y si pasaba con el partido en marcha, peor todavía. Todo esto es conveniente explicarlo porque igual ustedes son insultantemente jóvenes. Ya puestos en situación tras este viaje al pasado, estoy seguro que, de seguir existiendo, Marcelino y los suyos este mismo año hubieran recibido alguna que otra lluvia de almohadillas en desacuerdo con el juego mostrado. 
Siguiendo con el folclore, también se aireaban pañuelos. Podría ser por dos cosas. Por la maravilla de una acción individual, como algún golazo de Fernando, o como despedida antes de ser cambiado el futbolista de turno tras una muy buena actuación. Aunque también podría airearse el pañuelo en desacuerdo con el juego, el entrenador o la directiva. Pañoladas equidistantes, oiga.

Pero ahora no hay nada de eso. Ahora tenemos los móviles. Los celulares que nos sirven para hacer Stories de nuestro camino a Mestalla. Panorámicas del ambiente desde la grada. Gritos enfurecidos por el mal juego del equipo lanzados a los cuatro vientos de Twitter. Y ahora, encendemos la linterna para dar calor y ¿romanticismo? a una noche buena de fútbol. Supongo que si en estos días suena "November Rain" en cualquier concierto, nadie encenderá su mechero y sí su linterna del móvil. Incluso se ha traspasado la cuarta pared, si es que hubo alguna, con la celebración de goles a través del móvil. Balotelli rizando el rizo o siendo un adelantado a su tiempo, convirtió el sombrero de Finidi en una cosa prehistórica.

La primera final donde el móvil era protagonista fue Sevilla 99. La de La Cartuja. La de quedar a los pies de la Torre del Oro y llamar para buscar al colega. En el 95 era verte por cualquier lugar referente de por allí, más o menos, y esperar que no sea tardona la persona. Como toda la vida. Ahora las quedadas son cadenas de Whatsapp, las vendas antes de las heridas por el reparto de entradas para Sevilla 19 se harán sentir desde la palma de la mano. Incluso puede que la marcha cívica del Centenari se haga desde el sofá o, en el mejor de los casos, desde la cama impregnada de resaca fallera. Pero con etiqueta. Hashtag. Tráfico virtual. Incluso las extorsiones se hacen desde los cacharritos y no agarrando por la pechera.

En cualquier caso, espero contarles el domingo por la tarde mi alegría por la victoria en Girona, con una etiqueta bien chula en Twitter, un Stories desde mi Instagram (@soyperis) y compartirlo por Facebook. Todo ello, por supuesto, sin moverme del sofá. 

De momento, tomen nota de #los100delCentenariVCF como etiqueta a seguir. Proyecto bonito donde los haya, personalísimo, con todo corazón. En este caso si no puedes con celular como supuesto enemigo, únete a él.

viernes, 1 de marzo de 2019

Ranieri, Benítez, la paciencia y la Copa de los niños.

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Esta mañana, mientras me lavaba los dientes, pensaba en que escribirles hoy aquí. Es la suerte de ser editor de tu blog, que puedes publicar cinco minutos antes de salir al aire. Cuando colaboraba en Plaza Deportiva, con Vicente Fuster y Héctor Gómez, (¡que bonito es llorar cuando es de alegría!) estas letras tenían que estar en el buzón antes de las 9 de la tarde, 8 como mucho si Vicente tenía pachanga. Ahora, en noches como las de ayer, uno puede trasnochar, abrir otra botella de vino, enviar mensajes a amigos para que comiencen las gestiones para la compra de entradas o recibir felicitaciones de la Sevilla que no es verdiblanca, mientras toma nota y recibe sensaciones con las que plasmar después algo decente hilvanando palabras. Pues con todo, me acordé de Ranieri.

A Ranieri lo han despedido esta semana del Fulham, que anda como pollo sin cabeza por esa Premier millonaria que puede, dicen, pagar 15 kilos por un jugador de Segunda española que tiene hechuras pero no certezas. Ranieri, decía, que hizo campeón al Leicester, obrando el milagro y que, en su primera etapa en Valencia, logró la Copa del 99 y la clasificación para Champions, como todos saben. Ese Ranieri que parecía más fuera que dentro en aquel partido de Anoeta, sin celebrar el gol de Mendieta que fue un punto de inflexión para evitar su cese y subir como la espuma, previo paso por el mercado de invierno y cambiar a Romário por un rumano llamado Ilie. Aquella reacción fue el germen de lo que vino después, con la Intertoto, la Copa de la Cartuja y todo lo posterior que ustedes saben de memoria. Ya ven, salvando pelota de partido. Como Benitez en su día. O como le ha pasado a Marcelino.

Anoche se coreaba a Marcelino. Como a otros muchos. A Parejo, tirado tantas y tantas veces a los caballos porque al valencianismo le gusta el trabajo y no la especulación, también. Y, probablemente, ambos lloraron. Como otros muchos en la intimidad de sus casas. Pero hubo paciencia por parte de Mateu Alemany. Y la jugada salió bien. Como casi siempre en estos casos. Tanto que se ha abogado por implantar modelo británico y plenipotenciario con un manager que controle todo pensando en el largo plazo y, por poco, se va todo al garete. Por las prisas, por la extraordinaria temporada anterior y por no decir las verdades del barquero desde la dirección del club. Y, a pesar de todo, prepárense para que los que querían la continuidad saquen pecho. Da igual. A toro pasado es fácil sacar pecho ahora. Lo bien cierto es que las dudas eran más que razonables. Y muchos, en esto de la opinión, se sitúan en el lado contrario solo al ver quien está delante.

Ya se tiene la final. Para los hijos de F., el que está detrás de @Lobovcf. Y para todos los que querían que hubiese una final que minimizara el impacto que tiene entre la chavalada el Madrid, Ronaldo, el Barça y Messi. Que se hacen de esos equipos porque ganan. Que es casi el mismo motivo por el que quieren la final de Copa. Por ganarla. Lícito. Pero intenten menos conexiones con medios nacionales. Provoquen el consumir medios de comunicación locales. Llévenlos a la radio a ver a Paco Lloret, Gustavo Clemente, Roberto Ferriol o Héctor Gómez. O al periódico a ver a Cayetano Ros, Vicent Chilet, Carlos Bosch o Lourdes Martí. O a las teles, con Mª José Berbegall, Vicent Sempere, Nacho Cotino y todos aquellos que narran y cuentan sobre esta aldea poblada por irreductibles galos que quiere resistir, ahora y siempre, al invasor. Aunque a veces vuelen los cuchillos.

Ya está. Acabó febrero, que era temido por todo. Punto y aparte. A ganar partidos y estar lo más cerca posible de la cuarta plaza. Es lo que se quiere ahora. Lo que se necesita. Marcelino ya lo sabe. Y los jugadores saben que todos juntos pueden. Que no lo olviden. Que esa camiseta que llevan cumple cien años y porta millones de ilusiones. Si a la plantilla les puso los pelos de punta lo de anoche, con más resultados, sentirán siempre el calor de la afición hasta el final de sus días. Que se fijen en el espejo de Waldo. Va por usted, Negro.