Dice Maruja Torres en un tuit que con la muerte de Maradona han aflorado los cursis deportivos. Bueno, pues aquí llega otro, con más modestia. Maruja Torres es escritora y está en esa edad en la que la vida y su trayectoria le permite poder decir lo que le venga en gana. Los cursis deportivos nos hemos puesto así porque el barrilete cósmico nos ha hecho muy felices en tramos de nuestras vidas. En momentos. Como supongo que a los lectores de Torres les puede pasar al leer alguna de sus novelas o artículos. Que muchos años escriba la señora Torres y siga repartiendo su felicidad escritora. Y su mala leche que nos siga resbalando. Como un lateral intentando hacer un barrido para quitarle la pelota a Diego. Patadas al aire, sin éxito.
Conocí a Maradona en el Mundial 82, el de Naranjito. Entró en mi casa por la ventana de la vieja Philips de color y culo gordo. Y lo hizo de tapadillo, porque en casa si veíamos a Argentina era por Kempes que, a pesar de volver a River, seguía siendo nuestro Matador. En la primera mitad de los 80, en Valencia, los niños queríamos ser Kempes en los partidos del recreo. Y luego, si eso, Maradona. Y ya diseñábamos jugadas mágicas con pelotas de plata, haciendo de jugadores y comentaristas al mismo tiempo, narrando los regates con esa pelota que olía a infancia, mortadela, foie-gras y queso, que nos parecía el más mundialista de los Tango. Con Kempes comenzó todo y así como los Guns 'N Roses te llevan a investigar a Aerosmith, los Stones y Hank Williams, Don Mario Alberto dejo la estela para Maradona, todos los de antes y todos los de después de la albiceleste. Y esa pasión desaforada, ese romanticismo de la grada, donde no caben extorsiones ni crímenes, esa estela, ya no se borró. Incluso en el Mundial del 86, que tenía camino de ser el definitivo donde España pudiese pasar aquel techo de cristal de los cuartos de final, ya mirábamos con un ojo y medio a Maradona, Valdano, Ruggeri, Pumpido y todos aquellos, con aquellos partidos nocturnos que nos hacían dormirnos en los pupitres. El 86 dejó paso al 90 donde los alemanes dejaron sin gloria a esa banda del patio que repitió drama en el 94, con Maradona de Lázaro resucitado gritando gol al mundo y siendo custodiado por una enfermera en su particular milla verde camino del control antidopaje, que fue el principio del fin de su relación con su amiga, la pelota. Cuentan los argentinos que usaron a Maradona para vender entradas en el mundial norteamericano y, visto que podrían campeonar, reventaron el invento para dar, de puertas para afuera, ejemplo de limpieza en algo tan corrupto como era aquel monstruo llamado FIFA.
Después, la espiral. Diego fuera de la cancha mutado en Maradona, siendo estrella del rock con todos los excesos, pero con todo el talento. Poniendo siempre por encima al jugador por delante de la persona. Todavía pudo regalarnos en España, gracias a Cuatro, sus comentarios del Mundial del 2006, mostrando que para él no había lado oscuro en la luna de la pelota. Que envidia a Maldini y Carlos Martínez. Bandazos, malas compañías y una dificultad extrema de dejar de ser Maradona para ser solamente Diego. Decía el actor Óscar Jaenada que al encarnar a Camarón, cuando rodaban por los barrios donde vivió la leyenda, la gente le ponía de todo en los bolsillos. Y eso le hizo entender lo difícil que sería para el mito del cante sobrevivir a sus demonios. Con Maradona ha sucedido lo mismo. En esta época de redes sociales y cámaras de vídeo como la palma de nuestra mano, el mundo ha visto a la persona y sus miserias degradarse hasta el tambaleo y balbuceo, como un juguete roto por el halago desmesurado. Todos quisimos ser Maradona antes que cualquier superhéroe, dijo ayer Pablo Aimar. Incluso algunos hubiéramos querido ser la pierna derecha del astro solo por estar cerca de la izquierda. Hasta con la uña del dedo meñique del pie derecho nos hubiésemos conformado. Pero dile tú a un tipo de 30 años para abajo que Maradona, ese gordo adicto que farfulla más que habla, era mejor que Messi o Cristiano Ronaldo. Y claro, llegan bromas, chistes y memes sobre sus adicciones de aquellos que no profesan esta religión maradoniana. Y piensas, con razón, que se merecen una patada de las muchas que recibió Diego en una de esas gambetas que no le salieron. Porque, suele pasar, de puertas para afuera, esos pobres diablos posturean sobre el bien y el mal de manera contundente, sin saber que ellos también quisieron ser Maradona.
Hoy compré toda la prensa que pude. Es una costumbre convertida en militancia. Guardar, siempre en papel, las cosas importantes. Hoy, y durante varios días, todos dirán cosas bonitas de Diego. Y muchas de Maradona también lo serán. A pesar de todo. Como bien dice mi amigo Santi, con Maradona se va el fútbol de nuestros padres, que es el de nuestra infancia.
La pelota se tiñe de negro. Hoy es el primer día del fútbol sin Maradona. Y solo apetece coger una pelota y darle golpecitos con el pie. Tic, tic, tic, sin que caiga al suelo. Aunque los ojos húmedos casi no te la dejen ver.