martes, 21 de diciembre de 2010

30 AÑOS NO ES NADA. LOQUILLO, 10 DICIEMBRE 2010

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Y el cuadrado se completó. Como si de un cartel taurino se tratase, cuatro grandes conciertos, cuatro, pudieron ser disfrutados por mis sentidos en treinta días de traca final del año cero. Sí, año cero. Porque la historia puede ser contada a partir del año en que Iniesta nos hizo tocar el cielo. Podremos tener crisis, podrá la gente pasar hambre y pena, pero estas penas, sin minimizarlas, ojalá se pudiera, sin ser campeones del mundo serían más duras. M-clan, Uzzhuaïa, Bunbury y como colofón, Loquillo en su ultimo concierto del año de la gira que conmemora sus treinta años en la carretera. Repetimos escenario, Palacio de Congresos de Valencia. He ido tanto allí en los últimos tiempos que parezco un empleado más de la plantilla si no fuera por mis intenciones, que no eran otras que ver el estado de forma de un tío que roza con los dedos el medio siglo de vida y con tres décadas de actitud en el escenario.
Alguien dijo alguna vez que la música que escuchas durante tu vida es la banda sonora de la misma. Puedes madurar y cambiar con ella, puedes reciclarte y renegar de aquella frase de ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’, o puedes disfrutar, gritar y dejarte llevar a cuando ibas con el ciclomotor hasta a por el pan y tu felicidad se basaba en que no te pillaran saltándote las clases y en robarle un beso a aquella chica. Y con varios de los bandoleros de besos de aquellos días nos dispusimos a ver, oír y cantar con aquel tipo que, en nuestros walkman y cassetes de doble pletina, nos hablaba de sus problemas con las mujeres.
La actitud es importante, pero saber hacerlo, más. Por eso, empezar en Valencia un concierto y que la primera palabra que suene, y que atrone en el auditorio con una ovación, sea ‘Madrid’, con todo lo que esa palabra puede llegar a significar a la orilla este del Mediterráneo, sobre todo a niveles balompédicos, es de tener un par. Y con ese par, con el homenaje a Pepe Risi por matar el silencio en las calles de Madrid, empezó el rocanrol.
Ya intuíamos que iba a ser un concierto especial cuando Loquillo corta la tercera canción, Tatuados, e indica a un miembro de seguridad que en sus conciertos no era grata la presencia de porras y esposas, que del control se hacía él cargo, con los vítores por parte del público que ya se agolpaba en la cabecera del escenario, pasando de las cómodas y azuladas sillas del patio de butacas. Y nos refrendamos en nuestro pensar al tercer sorbo de cava, o champañ francés por eso de la sibarita actitud del maduro bebedor, del Loco, y vimos que estabamos en una fiesta de fin de curso, con todos los excesos, errores, risas y escapadas furtivas que conlleva el acabar un curso.
Los saltos en el tiempo discográfico se sucedían. Grandes nuevos clásicos como Línea clara o Cruzando el paraíso, que se me hace rara sin el Halliday, se mezclaban con los trillados en nuestros viejos casettes Carne para Linda o Todo el mundo ama a Isabel, cuando mi vecino tocado en suerte insiste gritando a dos centímetros de mi oreja que Loquillo se deje de charlas y que cante, que para eso ha venido. Camisa azulada, con las arrugas propias de un día de trabajo, despeinado, pupilas dilatadas… Está claro que este no viene de casa de merendar, es más, seguro que se le hace bola cualquier cosa que pase por su seca garganta, pero a la tercera vez que me babea el tímpano, me dan ganas de hacer una Donostiada, como aquella de la que el Loco hace burla con la complicidad de la platea.
Suenan todas, Rock ‘n roll actitud, la renovada El hombre de negro, con mención a Andrés, Enrique y Jaime, Arte y ensayo, por supuesto Las chicas del Roxy y la boa de plumas de Igor, para deleite de mis chicas de la cuarta fila. Primera escapada furtiva de la banda al unísono, Feo, fuerte y formal, Autopista, y Cuando fuimos los mejores, canción con la que se identifica la mayoría del público, nostálgicos de cualquier tiempo pasado idealizado para mejor, nos preparan para la traca final, fácil recurso literario, al estar en Valencia, de la que Stinus nos prepara un anticipo con su gran dominio de la guitarra. Quien le iba a decir a Loquillo que el compositor de la canción con la que le despertaban en la mili, junto con Luis Alberto de Cuenca, y que aborreció, Lobo feroz, de la Orquesta Mondragón, y de la que dijo que le daría dos hostias al culpable de hacerla, estaría dos décadas después compartiendo escenario con él, e iba a ser su productor. La vida, que es de los que arriesgan.
Y al final, Sabino. Como no podía ser de otra forma, palabras del Loco, en el final del año de la gira, él tenía que estar aquí. Sabino Méndez, historia del rock, compositor de grandes canciones de la época de Los Trogloditas, amado y odiado, o ambas cosas a la vez, aún conserva esa pequeña cara de canalla con la que aparece en las fotos en blanco y negro que cuelgan del Nueve Tragos, pero con la sabiduría y el poso de las canas. Rock suave, El ritmo del garaje, Rock ‘n roll star, con la entrada que nadie hace en el mundo como Sabino (Loquillo dixit). Lennon flota en el aire ‘… si no te pegan diez tiros en la puerta de un hotel…’, todos sabemos que viene ahora. Mi vecino de concierto anda desencajado, ha decidido hace tiempo abandonar las aburguesadas sillas y con un faldón de la camisa por fuera del pantalón, sudado, y jugándose la cara en las primeras filas, grita como una fea groupie lo que todos pensamos. Coche clásico americano. Ocho letras. Punteo de Mendez. Siempre quise ir a L.A., dejar un día esta ciudad… Esta canción es como el buen vino, mejora con los años, e indudablemente ha marcado las vidas y los mejores momentos de una generación con tele de dos canales, de fracasos con Naranjito y Quintas varias, pero que fuimos, o así lo pensamos, los mejores. Sabino y el Loco se funden en un abrazo sintiéndose supervivientes. Vivieron en el alambre, nadie daba un duro por ellos, ni por sus cuerpos, pero aquí siguen. Per molts anys, chico de la bomba.

sábado, 27 de noviembre de 2010

UZZHUAÏA, VALENCIA, 25 NOVIEMBRE 2010

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Frío. Mucho frío. Esa sería la térmica definición de la noche al inicio de la misma. Pasadas casi tres horas, el frío desaparece dando paso a ‘rock caliente’ como adjetivo de las horas nocturnas. No a tres mil grados, ni con connotaciones sexuales, con lenguas femeninas lamiendo mástiles, más quisiera yo, pero sí con un aumento de temperatura musical transformaron, a golpe de cuerdas, vocales y eléctricas, de bombo e incluso, de teclas, Pau, Jose Lí, Alvaro, Israel y Alex, o sea Uzzhuaïa, su ultimo concierto del año en el que presentan su reciente disco, ’13 veces por minuto’ que, tras pasar por los escenarios de Gijón, Murcia, Bilbao, Vitoria, La Rioja, Barcelona y Madrid, aparcaba su furgoneta en su tierra, Valencia.

Es lo que tiene jugar de local, que a veces puedes permitir ciertos regalos a tu parroquia y, con un par, el día antes toda la banda fue capaz de regalar cuarenta y cinco minutos de concierto acústico en una de las promociones de una emisora de radio. Que no cunda el pánico, no era de radio-fórmula, y esto de presentar y dar un altavoz a las bandas locales es digno de elogiar, así que enhorabuena a la 97.7 Radio por su iniciativa. Resulta curioso que, en los mismos platos donde suenan los éxitos de siempre de la canción melódica, algunos con olor a rancio, suene rock actual, pero bueno, hay sitio para todos. Mis respetos.

Nos posicionamos en la mítica y necesaria sala Durango, protagonista después, y con la sonrisa de la camarera y la conquista de la copa de rigor como botín, nos disponemos a, como dijo el gran Chemi, menear la pierna, marcar paquete y tomar un poquito de alcohol. Y, un poco más de las doce, la primera en la frente. Directa, sin anestesia y con un estridente sonido que no se mejoró hasta pasado el tercer tema, 13 veces por minuto. Esto no ha hecho más que empezar y tenemos el listón bien alto. Me gusta. Siguen con Desde septiembre y con un tema que considero que es muy, muy pegadizo con sus coros ‘oh, oh’ y su letra canalla, La mala suerte. Este tema me gusta en el disco, me gustó en acústico y me encanta en directo. Señores de la industria, busquen gafas que parece que el oído lo han perdido. Después de No somos perfectos y, tras sentirme aludido, decido, bajo pena de no poder narrar la noche, dejar de tomar notas y disfrutar del espectáculo. Si no trapicheo para conseguir el set list al finalizar el concierto, no habrá crónica como tal. Visto que estás leyendo esto, y gracias a Natalia Rubio, la respuesta es obvia. Así que seguimos.

Con Enero volvemos al disco blanco, del que Pau hace encuesta a mano alzada acerca de los poseedores del disco con la portada más provocativa del panorama nacional, autorizando a quienes no lo tengan en sus estanterías a la descarga por la red, mientras intercalan temas de su anterior trabajo, Destino Perdición, como La flor y la guerra, con La cuenta atrás, del blanco fellatio, su visión de Valencia, con Baja California y Lejos de mi ciudad, este tema perteneciente a Diablo Blvd. Como buenas criaturas de la noche, los acordes de Ángeles malditos nos permiten soñar con la vampírica eterna juventud y La otra mitad nos recuerda, como dice Israel que, a pesar de ser más duros que el pan de hace tres semanas, también tenemos nuestro corazoncito.

Con Israel merece hacerse un alto. Su dominio de la guitarra es, a mi humilde entender, perfecto. Llega a tal nivel que es capaz, como Laudrup en sus mejores tiempos, de hacer obras de arte mirando al tendido, permitiéndose incluso posar para los flashes o bromear con la gente de las primeras filas. Si Álvaro y Alex representan la actitud, no exenta de técnica, siendo la reencarnación valenciana de los mejores Nikki Sixx y Billy Duffy, Israel exige a la voz y a la batería lo mejor de cada uno para no quedar coja la banda. Y claro, Pau y Jose Lí no se quedan atrás ni un segundo, sobre todo este último, del que nos cuenta Pau que anda lesionado desde el principio del show, lo que arranca los aplausos de la audiencia por tenerlos más grandes que el caballo de Espartero.

Casi al final del show, o igual fue antes, recuerda que no tomé notas, aparece la única versión de la noche. Tras varios amagos de acústica por parte de Pau, que si la dejo, que si la cojo, y con fragmentos de sus fuentes, Guns ‘n Roses y Led Zeppelín entre otros, suena Lil Devil, de The Cult, una muestra de lo a gusto que se encuentra la banda arriba del pequeño escenario. Regando a la audiencia con Jack D., y con el olor a bobmarley que me ataca, gustosamente, por todos los flancos, rockeo, empujo y me dejo empujar con Cuando ya no quede nada, disfruto con el homenaje a la sala en la que nos encontramos, con Durango “abre el alma y déjame pasar, besos en la boca contra la pared, suenan las canciones del ayer” y grito, intentando en vano llegar a los tonos de Pau, la letra de Destino perdición, esperando los bises, que son No quiero verte caer, una nueva canción a los que fueron y ya no son, su himno Nuestra revolución y Blanco y negro, una desgarradora y llena de sentimiento, elegía musical.

Intercambio de impresiones, besos, abrazos, una visita por el puesto de merchandising para inmortalizar el recuerdo y una búsqueda, en vano, de la chica de la calavera en la piel para ir de cabeza, fueron el epílogo de una noche de rocanrol que comenzó enfriando noviembre, pero que congeló los polos a base de pasión y acción. Las luces de la Durango giraron. Vaya si giraron. Y no hizo falta La chispa.

martes, 23 de noviembre de 2010

M-CLAN. VALENCIA, 19 NOVIEMBRE 2010

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Se despereza la oferta de conciertos de calidad y cantidad en Valencia justo cuando a los valencianos más nos cuesta salir a la calle, en los primeros fríos que avisan el cambio de estación. E incluso hay momentos de saturación, porque no sé cuantas ciudades españolas son capaces de acoger en una misma noche en cuatro escenarios distintos a Bunbury, M-Clan, O’Funkillo y El Barrio que, aunque no esté entre mis preferencias, reconozco que revienta allá donde va. Vale, los dos últimos no eran en la capital propiamente dicha, pero no deja de ser un cartel espectacular para un viernes de noviembre. Y con lo que viene después, dos fechas más de Bunbury, Uzzhuaïa, Fito, Angelus Apartida, Love of Lesbian, Loquillo o Siniestro Total por poner algunos ejemplos, la oferta hasta final de año pide a gritos el anticipo de la paga extra de Navidad, el que tenga la suerte conservar la paga, o tomar la difícil decisión de decidir alimentar el cuerpo o el espíritu, por el abanico de estilos de rock que podrán escuchar todos aquellos nativos y visitantes de la provincia cuyos teléfonos fijos comienzan por 96. Si, y sería justo no obviarlos, existen otros conciertos, pero para eso ya están las grandes autopistas radiofónicas, y nosotros somos más de carreteras secundarias. Así que, de soslayo la cita a los danis, las julietas y, con el tópico de las cervezas previas a la entrada a la sala, flanqueados por los espíritus de Chemi y don Pepe, comprobamos que estamos en la lista y cumplimos la cita con Tarque y Ruipérez, o sea M-Clan.

No nos pondremos a jugar a las cifras, siempre fui un mal estadístico numérico, pero la sala Mirror estaba a reventar. Público joven pero cada vez menos, la huella del tiempo es así y mala cosa si no lo fuera, que empatizaron con Un buen momento en el lejano 95 y que han crecido y vivido con los ritmos y las letras de los murciélagos murcianos, hasta este Para no ver el final. Mientras buscamos nuestro lugar en la sala, libreta en mano y con el brebaje preparado por las chicas de la barra, comenzamos a degustar, del tirón, los tres primeros temas de su último trabajo en el mismo orden con una puesta en escena sin grandes alardes, sencilla y teniendo como principal baza el rock en crudo con toques setenteros y el saber hacer del cantante, la mejor voz masculina del panorama rock nacional, a mi modesto entender. Si no fuera porque estoy junto a un montón de gente, podría cerrar los ojos y trasladarme al salón de mi casa. Impecable sonido inicial, con un chorro de voz de Tarque envidiable y entregado a Valencia, a la que alenta vitoreando repetidas veces el nombre donde hoy van a poner una muesca más en su revolver. Toca, según listado, Llamando a la tierra y Maggie, despierta y el público comienza a sudar blues, rock y soul, mientras el ritmo de las barras va en aumento. Tarque, en un gran y sincero gesto, saluda y hace referencia a los valencianos Los Perros del Boggie, con Ovidi y Álvaro entre el publico. Me voy a dejar llevar, Inmigrante, con saxo, trompeta y trombón enriqueciendo el tema, Las calles están ardiendo y El viaje hacen acto de presencia, cuando mi vista se desliza hacia el corsé de una fan que me despista, trasladándome de nuevo al salón de mi casa mientras acierto a detectar las notas de Ahora, Hasta que se acostumbre a la oscuridad y Roto por dentro, embriagado por mi imaginario viaje extracorporal, del que vuelvo a las primeras notas de Carolina.

Carolina. Es un tema escuchado en miles de sitios, radios comerciales, bodas, karaokes, borracheras, declaraciones de amor… es decir, es nacionalmente universal. La puerta de entrada para conocer a M-Clan es el tema compuesto por Priscu y Tarque. Y la gente adora cantarla. Despierta buen rollo, te permite rodear a tu chica de la cintura por detrás y cantársela al oído, aunque se llame Lola o Esther. Por eso, me resultó chocante la manera de cantarla, con una nueva melodía que despistó al público. No digo que fuera mejor o peor, solo diferente, quizá una manera de readaptarla al estilo del repertorio y a la evolución del grupo y mostrar, una vez más, el prodigio vocal de Tarque. Antes de sonar Hasta la vista rock & roll, Tarque vuelve a reenganchar al público, con preguntas en español e inglés acerca de si están listos para el jodido rock & roll como si de un front-man anglosajón se tratase, ¿David Lee Roth? con anticipo de virtuosismo por parte de Priscu en la intro. Miedo nos obliga a buscar a nuestras chicas y a volver a sacar los mecheros, si no fuera porque ahora ya no se sacan mecheros en los conciertos, salvo para quemar cachimbas manuales. Y el final del concierto, bises aparte, vino con Pasos de equilibrista, donde Priscu, guitarra solista, se deja llevar por su vena blues, con punteos espectaculares y un sinfín de deslices de notas a través de su guitarra, que permiten enlazar el tema con en el Baba O’Riley de The Who, llegando al climax, al menos para algunos de los que estábamos allí.
Y usando el viejo truco del rock & roll, aquel de despedirse con la boca pequeña para luego volver a salir a escena, llegó el momento de la propina. Gracias por los días que vendrán y, sobre todo, Volando alto ponen a prueba el alto registro de voz de Tarque, superado otra vez, sin problemas, concluyendo la velada no queriendo ser el hijo del patrón con Quédate a dormir, una invitación irrechazable, con un especial protagonismo de la sección de viento y teniendo un final apoteósico, con el público rompiéndose las manos, agradeciendo de esa manera las dos horas de rock mediterráneo, pasado por la maquina del tiempo de los setenta con unas gotitas de tequila fronterizo, con la Credence flotando en el ambiente. Tuvimos tiempo después de poder pasar unos minutos con la banda en camerinos y comprobar la satisfacción por el concierto, juegan casi de locales por las fuertes conexiones que tienen con Valencia pese a ser murcianos de nacimiento y, nuestro momento fan de la noche, con fotos y autógrafos pusieron punto final.
Luego las ultimas palabras que se oyeron y se pueden reproducir fueron ‘Una cerveza en La Caverna y nos vamos’ Y así fue, porque el resto es materia reservada para las memorias. Y lo que pasa en La Caverna, se quedará allí para siempre. Es lo que tiene ser un antihéroe, que nadie nos trata de usted.

viernes, 5 de noviembre de 2010

UN DÍA DE FURIA

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Esto se va al garete. Ya sé que no es de hoy, ni de la semana pasada, pero la vida te da pequeñas descargas que te hacen reaccionar ante lo que pasa delante de tu ventana. No es de recibo que la frase ‘no hay mejor lotería que el trabajo de cada día’ sea una verdad tan directa como un gancho de Alí en el tercer asalto. Tampoco es cuestión de buscar culpables, porque nos vamos a quedar igual, con el derecho al pataleo y a la indignación, como si fuéramos aficionados de un equipo modesto tras pitarle un penalti injusto a favor de uno de los ricos de la liga. Nada iba a cambiar. O nos lo montamos en plan revolución, utilizando las palestinas, no como complemento de moda, sino como enmascarada coartada para nuestro anonimato, y las piedras, o nos van a seguir dando cera hasta que se acabe la producción de todas las abejas del mundo. El burro solo entiende de palos. Y luego de zanahorias. Porque con los cuadrúpedos defensores del trabajador se ha visto que no se puede contar. Y mucho menos con los del otro lado, aquellos cuatropatas que gobiernan gracias a la democracia. Ellos andan a otra cosa. Con sus corruptelas de nombres alemanes y de ron dominicano para salvar sus culos. Y poder seguir jugando al golf con sus colegas del ladrillo y del crédito.

Con razón todos los jóvenes se quieren meter en casas televisadas, institutos del siglo pasado e incluso urnas de cristal. Si luego las encuestas dicen que siendo princesa del pueblo puede que hasta que te voten para gobernar, para que esforzarse en estudiar. Total, vas a ir al Inem, Servef, Soib o como coño se llame en tu pueblo la oficina del paro, y la tipa, o el tipo, que te atiende te perdonará la vida con su mirada porque le has interrumpido la charla superimportante acerca de la fiesta de cumpleaños de Piluca o el debate de cual es la mejor hora para la partida de pádel. Después de eso, no te solucionará nada y te irás a casa con un cabreo de cojones, deseando ser Michael Douglas en ‘Un día de furia’. Y mientras recobras la sensatez racional, piensas en las razones. Si has ido al extranjero, a hacer de Alfredo Landa para buscarte las habichuelas, si has estudiado cinco años porque quieres contar a medio mundo las cosas que pasan en el otro medio, si has sacrificado tus mejores años en criar a tus hijos o los hijos de los demás, esos deberían ser méritos para poder, al menos, tener la opción que te digan ‘no vales’. Te pateas zonas industriales, zonas comerciales, te ofreces a trabajar sin cobrar, apuestas doble contra sencillo. Pero ni por esas.

Pero bueno, es de esperar. Paletas que se hacían cantantes, o que viven de la farándula, a ritmo de pucheros, peones que cobraban más que cirujanos y, encima, con vicios blancos y coches de deportista de élite, niños de papá más tontos que un negocio de venta de hielo en el Polo Sur que se creían los nuevos dioses de la compraventa de inmuebles, estos son los triunfadores patrios. Y al final, la cosa reventó. El Mediterráneo dolce vita, triángulo de la vida bohemia y soñadora, está marcado con la letra escarlata del fracaso de sus dirigentes y la pereza de la mayoría de sus habitantes, acostumbrados muchos a chupar de la teta hasta dejar las ubres secas como si de una vaca africana se tratara. La picaresca del lazarillo de Tormes en plan cadena de montaje. Y los Ikea y los de la Pérfida Albión, llamándonos cerdos y gitanos. Con razón. Y solo en contexto económico, pero con humor BBC. Si nos miramos el ombligo, esto nos pasa por acomodarnos. En general. Por ser una generación con la papilla hecha. Para nuestros padres, en la novedad de las prestaciones del paro, era una vergüenza el cobrar sin trabajar. Ellos, que se habían trabajado el callo desde pequeños, pasando, algunos, hambre y pena por no poder estudiar, si que hubieran sacado el garrote para dar al señorito mangante y putero lo suyo y el postre. Espero que sea cierto aquello que ‘Dios aprieta, pero no ahoga, nos pone suave el nudo en la soga, nos dejan abierta la puerta de atrás’, porque me gusta compartir besos y abrazos bañados en rock con los hijos de vuestros padres. Y los hijos de puta se los dejo a Michael Douglas.

jueves, 14 de octubre de 2010

ROCK N' ROLL Y FIEBRE

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Viernes. 18.45 h. El billete de tren no sale de la maquina expendedora a cinco minutos de cerrar las puertas. No puede ser que esto me esté pasando a mí. Si al final tendrá razón mi madre y seré un dateprisas desordenado y falto de disciplina. Pero mi coartada era perfecta. No hay tiempo mejor aprovechado que el necesario para tranquilizar a un amigo. Aunque eso le cueste la salud a uno, el aumento de pulsaciones, el imaginar la cara de su hermano mallorquín al no llegar y la rabia de saber que te pierdes algo histórico, todo esto mientras corres con tu petate de alto diseño, botín de guerra de una batalla con una mala mujer de las de verdad. Pero, como dice mi amigo Bernabé en sus sermones de domingo, Dios aprieta pero no ahoga y las puertas al cielo madrileño me las abre la sonrisa de Lourdes tranquilizándome e indicándome donde puedo rebajar las pulsaciones durante las tres horas y pico que dura mi trayecto ferroviario.

Para mí, Madrid siempre había estado relacionada con el balón. Allí viví la final más larga y mojada de la historia y el último toque de chapa hasta el momento. Hasta hoy. Ahora tiene una muesca más en forma de rock. En risas, siluetas increíbles, instrumentos imaginarios, regalos sorpresa y amistades, unas más fingidas que otras, pero amistades, al fin y al cabo. Al menos en la versión oficial. Y el cambio de registro de recuerdos viene con un culpable con nombres y apellidos. Más bien con varios nombres y la perfecta combinación de conjunción astral. Iván, Laura, Aitana y la Triple erre, Rock Rock Radio. La misma rabia contenida de aquella ya lejana primavera, se transformaba en una alegría desbordada en la estación menos alegre de todas al tener la posibilidad de poder disfrutar del concierto presentación del proyecto de un tío maltratado por los números realizados por otros, pero que tiene guitarras en las venas y lo transmite allá donde le dan la oportunidad de ponerse un micro debajo de su nariz. Pero bueno, seamos justos y ordenados con los minutos vividos. Porque todo tuvo su inicio con una buena ración de tapas y cerveza y presentaciones de nuevos y grandes pistoleros nocturnos, de esos que quieres tener a tu lado si la guerra empezará en la barra de un bar y, en vez de balas, se utilizará como munición la modesta sabiduría musical. Alguien comentó nuestro desembarco por la capital como una invasión y, con tal catálogo, fuimos con nuestro jefe del campo de batalla, el gran Chemi, al local donde íbamos a saciar nuestro sudor con licores de alta graduación, on the rocks, por supuesto. No tardamos en encontrar los mejores rincones, de aprender a negociar con vendedores de ilusiones ambulantes teñidas de rosa y blanco y con roqueros frustrados con ínfulas de estrellas e incluso a dar rienda suelta a nuestro lado de espectador más felliniano. También tuvimos tiempo de, ayudados por las nuevas tecnologías, acordarnos de los que no pudieron cruzar el charquito y recordarles que los echábamos de menos. Así que, con un buen puñado de risas y la certeza que, aunque bebimos lo suficiente, al día siguiente íbamos a tener mucha sed de agua, cerca del saludo de Lorenzo a Catalina decidimos concluir nuestro ocho de diez.

Nueve de diez. Agua. Eso fue lo que oímos primero y vimos caer después al abrir nuestras ventanas alquiladas al mundo. Invitada que, no por esperada, no dejaba de sorprender su presencia. ¿Cómo se atrevía a aparecer? Luego pensé que no le iría mal a este ombligo de ciudad un poco de refresco. Igual que a mí, porque tenía los mejores solos de Mike Portnoy, Lars Ulrich, Matt Sorum y John Bonham, donde quiera que esté, entre las orejas. Entonces, la inteligencia emocional y la amenaza de una batucada por parte de los cuatro jinetes, me obligo a descansar mientras las putas, los camareros y el humo de las letras de Sabina hacían de tranquilizante, esperando solos menos estridentes y ruidosos y pasarelas a castillos de papel. Porque con el fin de la sesión de drums y la caída de la tarde vino la emotividad. Pareja feliz, padres con la L, pero cómplices en todo. Besos, abrazos y un castillo de regalos para la princesa, que no del pueblo, sino del rock, con nombre de montaña latina, culpable y acicate de desvelos, trabajos interminables y muchas horas de corazón y alma. Ya conocía al locutor, pero se me permitió conocer a la persona y a la gran mujer que está detrás de este gran hombre. Una delicadeza, detalles de futuro padrazo, conversación amena, pillería y emoción por lo que íbamos a vivir en varias horas fueron nuestros aliños en la mesa. Nos despojamos de nuestros pechitos y chupetes y, con nuestras chaquetas de cuero y miradas canallas, al compás de la salida de los gatos pardos al callejón, tuvimos de nuevo ese déjà vu de poner voces y olores a las caras de las pantallas junto al sabor de una buena cerveza de calentamiento para un gran trago de rock sin destilar. Y, con las primeras notas, desde Madrid, al cielo. Guitarras. Barras de bar. Besos. Fotos. Abrazos. Saca la lengua. Piernas. Riffs. Suspiros. Poses. De nada sirve hacerse mayor. Tarque. Leiva. Escalada. Roxy girl. A que hora acabas. Señor Cortés, don Pepe. Ramones. El Refugio. Barman. Otra más. Escaleras. Colas en el baño. Toma. Chupa. Lame. Enrollado. Billetes. Like a Rolling Stone. Compadres. Rock del bueno. Licor del bueno. Dio. Marilyn. Elvis. Mahou. Paradise City. Duerme. Alameda. Nueve de diez. Tarde. Diez de diez. Sobresaliente.

En circunstancias normales, este sería el final, pero cuando la suerte te coloca en el entorno más próximo a la verdadera pasión por la música en forma de persona, aceptas sin rechistar un viaje en carretera para volver a respirar acordes, sentimiento y letras que enamoran. Se produce lo inevitable, vuelves a caer, aunque las horas vividas sean más que las dormidas y necesites la cama más que un diabético la insulina. Y a por el santo Nicasio y sus fiestas en Leganés llevamos nuestros cuerpos, algunos más enteros que otros, para escuchar a un genio andaluz cantarle a su pisito, a los perdedores que se sientan en sillas de plástico, a los botellines, al arte andaluz, al tapeo, a su barrio, a la lluvia, a la primavera, a los porros, a ella y a los capitanes que abandonan primero el barco. Y Albertucho nos volvió a reconciliar con la música, después de haberla querido asesinar en defensa propia gracias a una rubia autora de ponzoñosas canciones, mientras tapeabamos y brindabamos, otra vez, con Catalina de testigo. Un excelente epílogo a una gran historia, con oscuros pasajes y pocos rayos de Sol, por culpa de la lluvia y la Luna, que en estos días, me sabe a poco.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Juntaletras. Capítulo III

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Los rincones de las aceras son fríos. Su tacto rugoso es consecuente de la miseria de la noche transformada en escarcha. La espera desesperante de no poder buscarla. El encuentro desconcertante de no poder encontrarla. Todas las tomas, todos los licores y los ofrecimientos ilegales no llegaban a cubrir la ausencia de su sonrisa. Él creía que el castigo era inmerecido. Alguien dijo en una canción que no salía a la calle por correr el riesgo de encontrarla. Asumía el riesgo. Quería ese riesgo. Es más, lo necesitaba. Aunque supiera que no la iba a ver. Hoy no podía. Es lo que tiene ser ilegal en el amor. Un sin papeles. Cualquier movimiento de la puerta del bar iba seguido con su giro de cuello para ver si quien pasaba por el marco era ella. Aunque sabía que no iba a ser. Mismo movimiento, misma sensación, misma respuesta. Maldita sea, mascullaba con una mueca en su cara y sorbía un nuevo trago de Alhambra. Se aficionó a esta marca desde su viaje a Sevilla y Córdoba hace casi un año. Con ella. Convención de trabajo, dijo ella en su casa. Es lo que tiene Medicina. Siempre hay que reciclarse. Y su marido no le haría muchas preguntas. Seguro que le vendría de cine para salir con sus amigos y, sobre todo, para ver a esa amiga que ella sospechaba que tenía. Turismo típico, plazas de toros, museos, mezquitas, sombreros cordobeses, canadienses sevillanos, franceses sevillanos, alemanes sevillanos. El turismo global y el albero es lo que tiene. Y la cerveza fue un pasajero más de aquel viaje. Recuerda que aún colgaban de las farolas los carteles de la pasada Feria de Abril y la ciudad parecía en un estado latente de resaca del que no se iba a recuperar hasta que no viniese el mes de las flores. Pero el levitaba y disfrutaba cada instante, cada matiz, cada sorbo. De ella. Y de la cerveza también. Con cada trago que daba ahora le venía a la mente algo de ella en aquel viaje. Los vaciles a los turistas con su inglés americano en la puerta de la Maestranza. Como destrozaron el noble baile de las sevillanas en el casco viejo, cerca de la Torre del Oro, hasta arriba de rebujito y algún gintonic. El tacto de su piel con la yema de sus dedos. Castigo inmerecido, volvió a pensar, buscando darse pena a si mismo y asumiendo el papel de víctima en el que tan cómodo se encontraba en situaciones como esta. Desde fuera no parecía tan mal su aspecto, pero dentro era todo serpientes. No quería estar en esa posición en la que la mente le hacía estar ausente. Aún podía estar relacionándose, gracias a su piloto automático, con los sospechosos habituales de la barra del bar, escuchando sus malos chistes y sus inventadas experiencias sexuales, sin dejar de pensar en los mil quinientos lugares en los que podría estar con ella en ese preciso momento. Y mirar la puerta con el rabillo del ojo. Le daba miedo el no poder controlar estas situaciones con calma. Parecer vulnerable. En sus anteriores relaciones siempre manejó el como, el donde y el cuando y solo recuerda una vez en la que no fue él quien decidió romper, pero sólo fue un minuto antes de cuando tenía previsto hacerlo, así que se podía considerar un empate. Cena de negocios con su marido, le dijo ella cuando él le propuso su, en principio, especial plan para esa noche. Hay que guardar las apariencias, sabes que lo mío con él no tiene futuro, es cuestión de tiempo, le argumentó ella. Si es cuestión de tiempo, déjalo en dos minutos, en cinco te estaré esperando debajo de tu casa y en diez estaremos viviendo el resto de nuestras vidas uno al lado del otro, le pudo contestar con una lucidez asombrosa incluso para él. Tiempo. El tiempo está cambiando. Lo sabía porque la rodilla le empezaba a doler. Ya hace menos frío en la calle. Mirando hacia arriba volvió a ver carteles colgados de farolas. Esta vez eran de Fallas. Mirando hacia abajo vio la acera y sus viejas botas que estaban hechas para caminar. Esperaremos al tiempo, a las noches, a los días, a las tardes, a las madrugadas, pensaba mientras se subía innecesariamente el cuello de su chaqueta. Las sirenas de ambulancia sonaban desde lejos. No sabía si estaría mejor de pasajero, con preferencia de tráfico y trato de favor. Mejor no, mientras sacaba un pitillo que se le escapó de las manos, cayendo en la acera. Fría y rugosa. Maldita escarcha.

viernes, 13 de agosto de 2010

Mi anuncio de cerveza

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Y lo viví. Por fin. Desde hace un par de años, los que no necesitamos dormir para soñar y somos tan estúpidamente románticos que pensamos que, solo con no ser malas personas, al final la vida nos dará una recompensa, cuando llegan los primeros calores del verano queremos escapar a tierras de aquí al lado porque nos han puesto delante de los ojos un paraíso cercano. Lugares con aguas transparentes, días eternos de sol con preciosos finales, brisas suaves, coche histórico como medio de transporte, amores de verano… Demasiado idílico para ser verdad, pensaba, mientras sonreía de camino a casa después de desprenderme metafóricamente de mi corbata de trabajo. Seguro que solo es una perfecta campaña publicitaria bien preparada, seguía con mi soliloquio mental, en el momento en que facturaban mi maleta. Desconectaré, sin dejar que penetre en mí piel nada más que los rayos del sol, me argumentaba a mi mismo, mientras volábamos intentando, de manera inútil, alcanzar al horizonte. Y en esas estaba, convencido de todo, de la estancia, de los planes, de los deseos, cuando la primera brisa de la isla me tumbó los argumentos como cuando te abren la puerta de la habitación donde estás construyendo un castillo de naipes. Lo que en un principio iba a ser menos de seis días, se convirtió en una larga, sobre el papel, estancia de más de diez, con setecientos kilómetros, marcados en el cuentakilómetros de nuestro viejo pero fiable Renault 4, de subidas y bajadas, de búsqueda de calas sin acento teutón, de gastronomía típica y muy rica en emociones, lugares, sabores, olores y pequeños momentos que permanecerán para siempre en mi mochila. Eso sería la versión corta de los hechos, pero los matices, las intrahistorias son las que hacen la aventura especial.


Tener la suerte de contar con unos anfitriones con el corazón más grande que el Estadio Azteca, que se ponen a tu entera disposición y que han sido unos guías perfectos, tanto de playa como de ciudad, es un lujo que no está al alcance de todos. Y si, además, están bendecidos con una niña que es toda luz y simpatía, el placer se multiplica. Poder poner voz a caras familiares que son a la vez personas desconocidas y que te permitan compartir sus pequeños secretos gastronómicos del pa amb oli y sus baños a la luz de la luna insular es toda una bendición. Compartir la preparación, e incluso colaborar, en la preparación del trampó, con sus rebanadas de pan tostado y ese toque justo de ajo es un placer gustativo. Disfrutar de una agradable sobremesa, enlazada con la merienda, con un joven de setenta años cumplidos, con temas tan variados como la albañilería, el pescado, las redes sociales y la gastronomía en un entorno casi virgen del ruido de los tour operadores, y descalzarte porque te sientes como en tu propia casa. Lanzarse desde embarcaderos hacía aguas que reflejan hasta tus más puros pensamientos, una descarga de adrenalina. Vivir uno de los mejores conciertos del verano incluso desde tres días antes y notar entre medias el sudor del rasgueo de un guitarrista sin nombre en los grandes carteles, mientras suenan las notas de los clásicos del rock como noche telonera, un sol en clave de. Pasar de puntillas por los excesos de la luna, reír hasta llorar con el caganer veraniego, versión original en francés sin subtítulos, experimentar con la moda ibicenca, el Guitar Hero, charlar con Jairo Muchachito sin importar el tiempo, tontear y ofrecer la luna a la primera sonrisa correspondida, Valldemossa y su tranquilidad controlada por gatos negros, Santanyi y su paleta de colores azules y marrones, los caracoles con alioli, el número seis, ese invento mallorquín. Y Laia. Su sonrisa, su primera papilla de verduras y su foto-foto-foto.

Todas estas cosas, todos estos sabores, matices, aromas, caricias, besos, abrazos, todo esto me lo llevo de vuelta en mi maleta, rebosante hasta los topes. Tanto, que incluso me costó cerrarla. Podría seguir narrando las historias de estos cortos doce días. Iba para seis, y ahora ya estoy pensando en Cabrera, las Cuevas del Drach, en el titulito, en graparme las cangrejeras a los pies, en saldar pellizcos pendientes, en la Ruta Martiana, en la cámara sumergible. En vosotros. Y en los rizos que seguro le saldrán a Laia y las risas que nos echaremos al conversar con ella.


Igual, sin saberlo, haya vuelto a mis orígenes treinta y pico años después de la llegada de unos humildes recién casados de un pueblecito valenciano en su viaje posterior al ‘si quiero para siempre’, y por eso recibo toda esta energía. Idílica verdad marcada a fuego. Y, sorprendentemente, no he echado de menos estar tras las cortinas de un cine de verano. Gracis.


martes, 29 de junio de 2010

Rock&Gol pierde su alma

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Puedes empezar las cosas de alguna manera más o menos premeditada. Provocas un tropiezo casual, desarrollas el don de la ubicuidad, finges la sorpresa en el encuentro y es el principio del comienzo. Pero las cosas forzadas, como una talla 36 en un cuerpo de talla 40, al final se rompen. El orden, el tenerlo todo controlado, está valorado en Suecia, quizá. Los que nos bañamos en el Mediterráneo tenemos el impulso, la espontaneidad y el dejarse llevar como marcas de la casa, como señas de identidad. Y siempre hemos creído en las cosas porque sí, por el destino, por esa copa de más, o esa de menos, que son las que nos marcan nuestros pasos a seguir, sin pensar en fórmulas, sistemas, credos o sesudas interpretaciones. Y ahí está nuestra gracia y nuestra condena, nuestro bon vivant way of life, que nos permite tomarnos una caña a la una, pero nos obliga a estar en la oficina hasta las ocho. O que nos movilicemos por nuestro equipo de fútbol, pero no por quedarnos sin trabajo. Las mejores cosas que he vivido en estos años que llevo escritos en la cara han sido así, espontáneas. La primera taquicardia de enamoramiento colegial, el primer sabor a mujer, el primer colocón, todo fue sin pensar. Sucedió y punto, no pedí explicaciones ni facturas a nadie. Y estos últimos tiempos he vivido una de las mejores experiencias no provocadas. Empezó con la imperiosa necesidad de amor conyugal a la música, con junglas y beauties que pasaron a mayores y desertores proyectos. Y cuando la orfandad musical parecía el destino, y la discoteca personal se vislumbraba como la mejor opción, sucedió. Un ‘buenos días’, unas ideas frescas y visiones de modernidad aplicadas a un invento de más de cien años creado sin premeditación por, como no, un bañista del Mediterráneo. Y se produjo el big-bang. Gracias al Facebook, se creó una comuna sin sexo, al menos que yo sepa, donde el rock, la amistad y el respeto eran la línea a seguir. Sigo pensando que con estas cosas no hace falta ir a Suecia. Y todo ello tenía un responsable, Iván Guillén P., aka Youngie, y una marca, Rock&Gol, que antes del famoso ‘buenos días’ no tenía valor alguno, con menosprecio a la difusión y que, apoyándose en la red, consiguió en la radio lo mismo que Rossi con Yamaha, ponerla en el mapa, ser legión y crear vínculos, y algunas parejas, en todos los puntos de España. Y como las cosas espontáneas siempre acaban bien, pues la crisis, que en chino tiene significado de oportunidad, se presenta con un pan debajo del brazo, con una libertad, un blog que va a ser referencia de la información del rock en la piel de toro y alguna bala en la recamara que seguro que no deja indiferente a nadie. Y con una cantera de oyentes, fieles seguidores, que no se cortan en empapelar Palma, Alicante o Madrid pidiendo la justicia en las ondas y clamando que el rock está de luto. Tenemos a otro grande en la trinchera, Rafa Escalada, pero está vasectomizado musicalmente, obligado a un corsé de donde no puede salir este Daniel el Travieso con cara de eterno niño y corazón enorme como el circuito de Assen y que, cuando habla de la historia del rock y de sus intrahistorias, sientes que late con ello. Y que, aunque tenga la tez pálida, tampoco es de Suecia. Y por eso, porque se que los buenos siempre ganan, porque los aretes a lo Carlos Goñi están pasados de moda y me dan mala espina, llegará un día en que yo y todos los bastardos que se han conocido a través de este bonito invento, vuelvan a escuchar un ‘buenos días’ familiar, cercano y que suene a poco descanso por biberones nocturnos. Y lo celebraremos con una tarta de pañales de día, y cervezas de noche. Y porque las palabras musicón y chinchetas seguro que no tienen traducción en sueco. Y ni puta falta me hace saberlo.

miércoles, 26 de mayo de 2010

El bucle perfecto

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5 de la mañana. Suena el móvil en función despertador. Otros días llegaba a casa a esas horas. Pero ahora ni remoloneó en la cama. De un salto para arriba, sin dudar. Un poco de ejercicio antes de emprender la marcha. Noche cerrada. En algún lugar de la ciudad alguien estará bebiendo alcohol del que asegura un buen problema al hígado mientras está viendo la teletienda, los menos estarán gozando de sus mujeres o sus hombres, y la mayoría estarán en mundos paralelos, en vidas perfectas con parejas estupendas, que finalizaran con un zumbido, un pitido o una música estridente.

Iba a hacerlo, por fin. Tras mucho tiempo de espera, siempre en el pensamiento, nunca olvidándolo, llegó el día. Muchas preguntas, demasiadas tal vez. Y seguro que más de una sin respuesta. Sale a la calle. No parecen las mismas cuando sales que cuando entras. Hasta el ritmo de los zapatos es diferente. Las maquinas baldean las calles, creando pequeños ríos y luces que van y vuelven. Al fondo, un negro con ropas fluorescentes y un cepillo con mango de madera, con mirada de haber vivido cinco vidas contando esta, de feliz adecentacalles. Sigue andando. Piensa. Respira profundamente mientras espera el verde. ¿Y si le llena de decepción? Se acuerda de su padre y de que no lo entendería. Vuelve a revisar su bolsa para asegurarse que no le falta nada. El día será largo. Una parada para comprar algo de comer rápido. Estas cosas no se deben hacer con el estómago vacío. Se pueden hacer, pero no deben hacerse. Recuerda mentalmente algunas frases, algunos gestos. Se le escapa una media sonrisa, como las que suelta Loquillo convertido en canalla encima del escenario. Verás mi estrella brillar y brillar, le viene a la cabeza, sin saber muy bien porqué.

Llama al timbre del lugar de destino. Puntual, según lo acordado. Saludos, besos y abrazos. Tensión, risas flojas, algo de nervios, una nueva invitación a comer. Alguien lo dice en voz alta ‘Es la hora’. Se hace el silencio. Solo una luz parpadeante muestra que existe vida en el salón. A veces se silencia hasta la respiración. Problemas, afloran los nervios, teorías, hipótesis. Fundido en negro no. Fuselaje en la playa si.

Se acabó. Se hizo un bucle perfecto. Todo empieza y termina en el ojo de Jack.

jueves, 13 de mayo de 2010

Cuando sea mayor

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El próximo domingo 16, a eso de las 9 de la noche, la España futbolera estará pendiente de quien ganará la liga. Si la lógica se impone, será en Barcelona donde mayoritariamente se descorche el cava, corran las muestras de afecto y cantos de burla al eterno rival y, los más afortunados, participaran, masivamente y en la intimidad entendida de cada cual, del acto físico previo a la creación, propiciada por el campeonato blaugrana. A esa hora, en otro lugar, alejado de la euforia del campeonato y de la resignación de la derrota, un Jugador, con mayúscula, estará cerrando una etapa de diez años en un equipo que no tiene nada que ver con el que lo recibió, allá por el 2000.
Llegó siendo el fichaje más caro, 12 millones de €, de un equipo que acababa de descender a otro que venía de despertarse del sueño de una final de Champions, que había vendido a varias de su estrellas (Gerard, Farinós, Claudio López) y que, sin saberlo, iba a ser parte fundamental de la mejor etapa de la historia del Valencia CF. Le pusieron al que tenía el monopolio en los últimos cuatro años de levantar los trofeos más importantes de selecciones nacionales a su lado, todo un campeón como Didier Deschamps, para que puliese los defectos y aumentara sus virtudes. En poco tiempo fue internacional. Vivió su primera decepción como valencianista en Milán, donde se tropezó otra vez con la misma piedra. Pero lo que no te mata, te hace más fuerte. Después vendría una Liga y otra y una Copa UEFA y una Supercopa de Europa. Él encarnó, con su tono reservado, serio y su genio el sentimiento valencianista más puro, más rebelde. Y para repartir estopa y contestar dentro y fuera del campo, encontró un socio perfecto como era, y espero que el domingo lo sea por última vez, David Albelda.
Pasará a la historia por sus dos goles contra el Espanyol, remontando con diez, tras la expulsión de Carboni, el último desde casi fuera del área, que nos acercó al titulo de 2002, haciendo una copia de su obra de arte no hace poco contra el rival favorito de los valencianistas, el Real Madrid, poniendo la puntilla con un 3-0 que hizo recordar aquella noche de Mestalla, con Cortés a punto de un colapso.
Tuvo momentos extraños con la afición, sabia e ignorante a la vez, como cuando le silbaban por errar algún pase. Pero él, todo personalidad, seguía pidiendo la pelota, seguía gritando en el centro del campo y con sus pases de 30 metros al pie de Vicente o de Rufete, o del tío del puro de la cuarta fila, convertía los silbidos en aplausos, con la consiguiente rabia de los fans del ‘Pipo’, porque al ‘Pipo’ no se le recrimina, se le disfruta y se le aplaude. También se creó cierta corriente al asumir la capitanía después que se apartará por la dirección deportiva a ‘El Gran Capitán’, a su amigo, a su pareja de baile. Y con todo esto, levantó una Copa del Rey, su penúltimo servicio a la causa.
Siempre fue claro, un ejemplo en su trabajo, demoledor con su llegada como con sus declaraciones en la sala de prensa. Para la historia quedará aquello de ‘lo que piense la afición me chupa un huevo’. No se casaba con nadie, no hacía gestos a la galería. Y estoy seguro que no lo hará el domingo. Le costará, pero es un tipo duro que ha aprendido a sufrir, a vivir, y le rodará alguna lágrima cuando el campo entero coree su nombre. Y llevará la cinta de capitán por última vez, al lado de Claramunt, Arias, Fernando, Penev, Mendieta, Cañizares y Albelda. Y algún día, cuando tenga alguien que me escuche contar mis batallitas, le diré: “Yo vi a Baraja hacer…”
Justificar a ambos lados

martes, 13 de abril de 2010

TAPAS, SUDOR Y ROCK N’ ROLL ACTITUD

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Zaragoza, 9 y 10 de abril. Esos eran los días marcados en rojo en más de un calendario de diferentes puntos de la piel de toro. Con la excusa del rock, bendita excusa, un cartel de los que valen la pena y una compañía que estaba al nivel del cartel, e incluso la superaba, que por tierra, mar y aire iba llegando a la capital de la Pilarica. Teruel, Alicante, Palma, Menorca, Logroño y Valencia eran los lugares de partida para disfrutar de un fin de semana de poco descanso, varias vivencias y mucho rock ‘n roll. Como culos inquietos, nos dimos un homenaje gastronómico local, elemento tanto o más importante que conviene resaltar, compartimos barras, vivencias y guitarras con Hotel y descubrimos los rincones oscuros de la noche zaragozana. Un buen preámbulo para el concierto Wanted Festival con un cartel que lo merecía. La sala Multiusos nos ofrecía a un grupo local, Enfermos Mentales, que fueron la sorpresa agradable y cachonda de la noche, La Frontera, Los Ilegales, Siniestro Total, Loquillo y Burning. Toda esta retahíla de rock nacional nos obligaban a hacer guardia en primera fila desde las 19.30 para poder disfrutar, saltar, gritar, fotografiar, besar y tocar. Y no fue cosa fácil. Con La Frontera empezó la buena música y las primeras pasiones, con un Javier Andreu correcto y más centrado en la música que en otras aficiones no tan artísticas, aunque en ellas también se conjugue el verbo pintar. ‘Judas el miserable’, ‘Cielo del Sur’, ‘Pobre tahúr’, y ‘En el limite del bien’, todas sonaron y muy bien casi siempre, aunque nada que ver con los problemas técnicos que iban a sufrir Los Ilegales. Jorge Martínez, tan claro como siempre y lleno de razón, al menos esta vez, soltó la primera parrafada acerca de lo mal que sonaba su guitarra, cortando a medias ‘Tiempos nuevos’. Es un gran músico, no toca, acaricia la guitarra, consigue sacar un sonido limpio, claro y detrás de esa pinta de cascarrabias buscabroncas hay un músico que merece la pena escuchar en directo. Resultará interesante ver el giro que va a dar su carrera ahora con su nuevo proyecto, que tiene muy buena pinta y promete no dejar indiferente a nadie. Espontaneo, y directo como un gancho de derecha en el quinto asalto, soltó cuatro verdades acerca de los capullos que juegan a hacer blanco en los que están arriba del escenario, se hizo fotos desde el escenario, en primera fila, y disfrutó e hizo disfrutar a todos los que por allí andábamos. Ya nos quedaba menos para poder vivir la razón y nuestro principal motivo del viaje. La tensión se acumulaba, la deshidratación nos hacía mella, por mucha cerveza que tomáramos, pero había que resistir a pinches mexicanos de mala madre, rocketas pasados de vueltas que confunden pasión con otra cosa y mientras oíamos de lejos a Siniestro Total, en el Bernabéu pasaba lo mismo con los solos de Messi y Pedro. Cercanas las 0.30, se acercaba el momento. Laurent, Laura, Stinus, Santi e Igor tomaban el escenario y con los primeros acordes de ‘Por las calles de Madrid’, salió a escena Loquillo, provocando la ovación de la noche. La siguió ‘María’ y todos los temas esperados, mezclando los clásicos como ‘Carne para Linda’ con nuevos himnos como ‘Linea clara’ o ‘Sol’. Por supuesto que no faltaron en el repertorio ‘Rock n’ roll actitud’, ‘Arte y ensayo’, ‘El rompeolas’, ‘Feo, fuerte y formal’, ‘La mataré’, ‘El hombre de negro’, ‘Cruzando el paraiso’, aunque no en este orden, y las esperadísimas ‘Rock suave’, enlazada y cantada con ‘Las chicas del Roxy’. Loquillo ha sabido rodearse de una banda sólida, con un gran Jaime Stinus, una perfecta base rítmica con Laura y Laurent, complemento de las teclas de Santi, e Igor. Igor Paskual. Heredero de la actitud de rock ‘n roll. Punto irreverente, canalla y seductor, engrandece a cualquiera que comparta con él escena. Puede ser el lider de cualquier banda que se propusiera del panorama nacional, cosa que igual al final sucede porque anda sobrado de carisma, pero mientras seguiremos disfrutando de su complicidad con Loquillo, Stinus y Laura. Fue un concierto grandioso, con grandes momentos, con la banda entregada a un público conquistado para la causa, cansado y excitado, pero feliz, que finalizó con un himno generacional como es ‘Cadillac solitario’. Mientras sonaba el ‘You’ll never walk alone’ como despedida y preámbulo a la salida de Burning, sabíamos que ahora si el cansancio, las horas de plantón y los conatos de pelea por mantener el espacio vital valieron la pena. Aún nos quedaba la leyenda, con los músicos que aún quedan de la formación original, Burning, pero la incorporación a la gira de Pitu, ex-Pereza y Garaje Jack, le da un plus de calidad y espectáculo en el escenario. Gran inicio con ‘No es extraño que tú estés loca por mí’. ‘Esto es un atraco’ ‘Jim Dinamita’, y ‘Una noche sin ti’ fueron cayendo una a una, ante un público menos masificado, pero no por ello menos entregado. Por supuesto que tocaron ‘Que hace una chica como tú en un sitio como este’ y cuando estabamos más cerca del domingo que del sábado, dieron por finalizado el Wanted, agradeciendo la presencia a todos y saliendo de allí todos con la sensación que el rock del bueno nunca pasará de moda, por mucho que se mantenga en el lado salvaje de la vida.