Es lo que tiene esto de las prohibiciones, las que se venden en los estancos y las de las esquinas. Provocan tumultos allá donde la peña se busca la vida, o sea, los baños. Y después de una buena noche de rock, la gente necesita tocarse, hablarse al oído, saciar su instinto depredador y hedonista de la manera más rápida posible, sin remordimientos. El rock nos vuelve a los ochenta. Pero seamos justos con la cronología de los hechos y trasladémonos al encendido de los amplis.
Sala Wah-Wah, Valencia. Hemos cenado bien, llegamos pronto. Sabemos que en breve esto va a reventar, de hecho casi nos quedamos sin entradas, pero de algo ha de servir ser amigo del manager, y con un par de llamadas, el gran Pepe Cortés nos soluciona el problema. Estamos dentro. Cerveza, primera fila y a escuchar a los teloneros. Rembrandt 42. De Barcelona. Rock alegre, divertido y con mucho mérito al advertir el cantante que tienen al guitarrista de baja gripal y que, aunque hoy sean cuatro, ellos son cinco. Geniales sus versiones de Fraguel Rock y, sobre todo, Bohemian Rhapsody, con una demostración de voces de coro. Momento de gloria, agradecimientos sinceros. Han cumplido su objetivo. Nosotros de momento, también. La sala se va caldeando hasta alcanzar el lleno. No han pasado ni treinta segundos que se han bajado los teloneros y pasan por delante de la punta de mis botas un grupo de damas que, a codazos y sonrisas, consiguen situarse delante del micro subido a casi dos metros, donde va a apoyar su nariz Ovidi, guitarra, cantante y frontman de la perrera. Antes de nada, un detalle. Ya me sorprendió verla en la prueba de sonido, pero me alegra la nueva, al menos para mí, Gibson Les Paul de Álvaro. Page y Slash han hecho escuela. Empezamos. Que sea rock, Una vela encendida y la húmeda Ahora eres mía sirven para arrancar y afinar las gargantas del personal, y para empezar a disfrutar de la espectacular manera de tocar y sentir la música de Ernesto, el bajista. Conecta con el público. No canta, pero no le hace falta. Su electricidad con las cuatro cuerdas forma un verdadero espectáculo visual, no exento de técnica, y sabe calentar y animar al público, incluso jugándose el tipo, si hace falta, por el show. El respeto a las fuentes viene con Canal 69 e introducen un nuevo tema, No quieras mi amor, provocando más de un temblor de rodillas. Los delincuentes y el ya imprescindible Rocanrol y fibre de Pappo Napolitano nos trasladan a locales de añorado, o no, humo y rincones oscuros. El teclado de Gabrielle del Vechio con la divertida No necesito nada nos alcanza para refrescar las gargantas con un malteado, como no podía ser de otra forma. La excelente letra de solitario herido lleno de desamor escrita por el monstruo de los parches Beto en Buscando una luz me convence, otra vez, que son, y serán, una gran banda. Y nos llega la primera anécdota. La flamante Gibson de Álvaro se descuelga de su hombro, se partió el anclaje. Ovidi mira a su hermano por si necesita ayuda, pero va sobrado, se sienta en el escenario y sigue como si nada, mientras David ‘Lobo’ saca su capote guitarrero para tapar a su colega. Era una señal, era necesaria la aparición de la guitarra heavy de Álvaro, con pegatina trasera incluida, para sacar todo el jugo a la parte final del concierto. En ese momento las aguas ya no existen en el escenario. Corre la cerveza y los gintonics, mientras los hijos de la televisión, héroes del alma y la pasión, gritan que estamos Solos ante el rocanrol, aderezado con notas de Chuck Berry. Las guitarras del ayer, La maquina del tiempo y En esta ciudad, posiblemente no necesariamente por este orden, preparan a la audiencia, sudorosa, entregada, y alguno con mono de nicotina, para el arreón final. Para ese entonces, nuestro ídolo Ernesto, entregado a la causa había intentado subirse a una banqueta en frente del escenario, destrozándola por completo y provocándole un cuerno al que suscribe tras golpear con el mástil de su bajo en mi cabeza. Tranquilos, la sangre no llegó al río. Ni la suya tampoco. El momento delirante de la noche viene al compartir Ovidi la experiencia surrealista de una entrevista previa al concierto en la que les invitaron a degustar comida de perro, haciendo un guiño a su nombre de guerra. Tengo curiosidad por saber si montando un grupo llamado Johnnie Walker etiqueta negra y Caviar Beluga, con el gran Chemi al bajo por supuesto, la entrevistadora nos invitará a esos manjares servidos en su ombligo preguntón. Pero bueno, estas divagaciones creo que son los efectos del golpe de bajo, así que supongo que la respuesta no la tendré nunca. Con una intro de Dire Straits enlazan su pelotazo De nada sirve hacerse mayor. Excesos, poses, rodilla en tierra, entregados. Están contentos, felices, tienen el partido ganado. Y lo sentencian con el recuerdo a aquella mítica sala roquera al cien por cien, que era el Roxy y sus chicas, que fuman, beben y hablan con los hombres. Y tras el post concierto, en el que la música enlatada estaba a años luz de la pasión del directo, con aquello que hablábamos de las prohibiciones, el hedonismo y observando a diablesas con cara de ángeles bailando como si no fuese a amanecer nunca más, buscamos el callejón donde domaron a mi generación, levantándome con la luz de la mañana y sin querer hacer nada, solo retroceder a donde las cosas salían siempre bien. El que avisa no es traidor. Para nada estamos solos ante el rocanrol. Tenemos, entre otros, a Los Perros del Boggie.