miércoles, 29 de septiembre de 2021

Casi se me olvida a lo que venía al Montgorock

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Cuando uno tira de carretera y manta calculando como un piloto de carreras, es mal asunto. No por la velocidad, Ayrton Senna que estás en los cielos. Por los neumáticos y las posibles cuestiones que ocasiona llegar al destino y no saber si vas a tener lluvia en los zapatos. Con esa borrasca de conocimiento, sesenta minutos de carretera para llegar a El Dorado. Que no está en el lejano oeste peliculero. Ni siquiera en Almería. El Dorado es el Montgorock donde, un año y cinco meses después, volvió a sonar la música. Agradable sorpresa ver que ni lluvia ni barro. Josan y su equipo manejan el tiempo como si fuese dioses del Olimpo. A su antojo, con huevos en ofrenda y dedos cruzados, como mínimo. Y funcionó. Estamos casi listos para recibir tres golpes de gancho en forma de conciertos. Esos tres que tienes marcados. Pero que sabes que no estás seguro que sean solo tres. Siempre se escapa algún uppercut inesperado. Pero nada. Sonreímos en el momento pusimos la nariz en La Fontana, nos ponemos la pulsera y arrancamos escuchando a The Niftys y Carmen Boza con el primer refresco que nos llevamos al gaznate y preparar nuestros cuerpos para The Backseats, el Dream Team del hard rock y heavy metal del terreno.

 
The Backseats es uno de los innumerables proyectos que lleva entre manos Monty Peiró, a la que imagino con un gran mural en casa lleno de hilos, como si de una sesuda investigación se tratase, para cuadrar todas sus agendas, sus proyectos, sus gatos y sus cervezas con limón portuguesas. Y con esto, se planta en escena bien de poder, de lipstick y eyeliner para cantarnos versiones de Judas Priest, Iron Maiden, Runaways y lía a colegas como Pau Monteagudo, voz de Uzzuhaïa y Corazones Eléctricos, para meternos una congoja de nostalgia con The Cult. Son la tempestad que precede a la tormenta final con los dos platos fuertes de la noche de viernes.

En el intervalo de bajada y subida, es menester comer. No se descubre la pólvora. Es clave para subsistir a este tipo de eventos, en los que la edad puede comenzar a dar señales. Y es importante poder elegir que comer. Quizá no al nivel de que ver y escuchar, pero sí a un nivel importante. Y, de paso, te permite observar desde una perspectiva más perimetral todo. Como por ejemplo el montaje, con una profesionalidad envidiable. De esas que evolucionan ante las necesidades de última hora. Una buena muestra que el sector serio merece más cariño del que, en principio, las circunstancias y decisiones ponen encima de la mesa. El comer, decía. Para eso varias opciones, con grasa, sin ella, con picante, sin picante, con carne, sin carne. Las foodtrucks nos permiten respirar y darle algo sólido a nuestros cuerpos que comienzan a tener dificultades para disimular el cansancio que parece que vendrá. Con los últimos bocados, Depedro arrancan y presentan un concierto maravilloso, con la calidez que aporta Jairo Zavala, con una audiencia totalmente entregada y el regalo de una maravillosa versión de Días de fiesta, de Serrat. De refilón, vemos a unas chicas que antes nos habían dicho que no, pero que sí son de Depedro. Y nos pareció bien, claro. Porque Depedro mola y hace latir.
El hasta luego del viernes fue cosa de Sexy Zebras, veteranos del festival. Primer gancho directo al mentón. La energía que desprenden el trío es brutal. Se generan problemas a los gritos del jaleo, jaleo, con el personal de control haciendo horas extras para mantenernos a todos con el culo pegado en la silla. Algunas veces lo consiguen. Otras también, con un poco más de insistencia. El montgorocker es gente de bien que sabe que lo mejor es hacer caso y que bailar sentados es bailar. Ya llegará el día en que el roce, el pogo y todo aquello vuelva. Incluso las ronchas de sudor del que ve el agua de lejos y no piensa intimar con ella en breve. El respiro final, con varios moratones en el alma, tuvo el abrazo sincero con Pol y el recuerdo del Kraken, tal como éramos. En otras terrazas, en otros bares pero con la guitarra de Fer y su sonrisa amenizando. Muriendo matando, embriagados de amistad, cerramos para cargar y ser héroes del sábado.

Si todo eran nubarrones de dudas, el sábado se desperezó con una buena dosis de sol de otoño. La gastronomía local, con el pulpo a la brasa como invitado estrella, nos preparó para la segunda jornada del festival, que arrancó con Hermano Salvaje, sonando el tridente de Ontinyent muy calurosos y con un surco que dejó huella para siempre a los que regatearon a la siesta buscando clandestinidad de héroes. Al igual que Rufus T. Firefly, que nos mecen con su estilo, estrenando nuevos temas que hacían las delicias de la gente que les presenciaba en las mesas habilitadas para comer y beber, más concurridas que el viernes pero igual de repletas de ese buen rollo que desprende el aire del Montgó. Comento con los chicos de la simpática caravana de pizzas que en breve vibraremos con Los Zigarros. Tienen ganas, se han perdido la prueba de sonido pero los esperan con voracidad, comentamos mientras cambio mi elección de diavola por barbacoa. La pizza, claro.

Niña Coyote eta Chico Tornado fue el segundo gancho de los tres que esperamos nos arreen en el festival. Con una actitud muy punk, con ese rosado de uniforme con el que se presentan en el escenario, los donostiarras, que nos recuerdan a aquellos The White Stripes pero con más txacolí, hicieron temblar los cimientos del escenario xabienc, acojonando a los pocos nubarrones rebeldes que, con el doping de algún trueno lejano, osaban a intentar fastidiar el broche final. Para nada. Una actitud y una muesca para siempre, de esas que te hace buscar, cuando vuelves a casa, donde volver a verlos y morder otra vez a golpe seco de guitarra y batería.

Haciendo una pausa, mención especial para Ángel Vera, el quinto Zigarro, que junto con Pol Kraken, en sesiones de DJ, han amenizado los momentos de cambios de escenario del festival con clases de armónica. Ángel consiguió hacer soplar a la gente hacía afuera más que el servicio de barra hacia adentro. Y eso es meritorio, a la vez que divertido. Lo de la armónica. En su última aparición, Pau Monteagudo se puso a la vera de Vera, perdón, para vestirse de bluesman y rematar las nociones básicas del sople mientras Ariel Rot calentaba gargantas y dedos para hacernos vibrar con todos sus clásicos de su etapa en solitario. Es preciso ver a artistas con este bagaje, que lo hacen casi sin pestañear. Incluso peleando contra la humedad. Y el bueno de Ariel nos regaló la sorpresa perfecta llamando a Ovidi Tormo, de Los Zigarros, para saltarse todas las tradiciones de las capillas de los músicos y cantar y tocar Me estás atrapando otra vez y Mucho mejor. Que bien pensado lo hacía. El incendio estaba a punto de llegar. Y unos niños jugaban al fútbol a la luz de la luna con una botella como balón, ajenos a lo que venía.

No quiero ni imaginar lo que significa tocar en casa. Sabiendo que los tuyos están ahí abajo. O esperándote en camerinos. Después de noches de hoteles sin alma más allá de las que dan las cervezas frías y las conversaciones de madrugada. Tocando la cama propia. Revolverte en ella, combatiendo a la adrenalina después de bajar del escenario. Eso deben sentir Los Zigarros al tocar en Xàbia. Tercer gancho. Donde tienen todo el calor. Donde incluso reconocen a los que están en las primeras filas. Donde hablar, hablar y hablar para no decir nada tiene menos sentido que nunca porque quieres decirlo todo. Donde esas mismas palabras son coreadas hasta la afonía. Buscando a aquellos chicos malos que bebían sin parar, que corrían sin parar. Y la entrega de arriba, se trasladó abajo, a la platea perfectamente organizada que fue forzada a cada bofetón de Adri a los parches, a cada pulgada de Natxo y a cada paseo de dedos de Álvaro y Ovidi para que, por momentos, se forzasen al máximo las costuras de la zona de conciertos. Incluso con advertencias del propio Ovidi a mantener el orden que se ha de mantener. Las costuras resistieron, respondiendo a lo que hacemos aquí, en el Montgorock. La cosa es que nos queremos pasear como pavos por todo el escenario. Y si hace falta, bajar en chandal a pasear. Ha sido un año jodido. Y la gente del Montgorock nos ha dicho, ven conmigo. Y es mucho más fácil. Sin duda.

martes, 21 de septiembre de 2021

Montgorock otoñal

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Hay un anuncio de una empresa de telefonía que tiene a un entrenador de verbo fácil y ex alopécico en el que habla que vuelven las cosas pero que la vuelta de verdad es el fútbol. Claro, no vende la publicidad en cuestión el poder llamar a tu gente, sino el poder ver los partidos desde casa, con la nevera cerca y con las pantuflas bien puestas. Pues sin promociones de por medio, es para celebrar y salir a la calle, como cuando acabó la II Guerra Mundial, la vuelta de los conciertos y los festivales en general. En particular, para celebrar y salir a la calle la vuelta del Montgorock.

Pilla a paso cambiado el abrazo con Xàbia y su tierra. Si de normal el calendario invitaba a telonear al verano, en esta edición de 2021, madurada desde 2020, se telonea a este otoño marrón y melancólico del que tanto han vivido los poetas malditos y díscolos, en constante tristeza y tono gris. Y bendito sea el otoño que nos permite aquellos primeros fríos y lluvias a las que cantaba Raimon "Al meu país la pluja no sap ploure", de la que esperamos no sea protagonista en este festival del que se arde con ganas desde dentro hacia afuera, como si de una ronda métrica de chupitos picantes se tratara.
 
Es el Montgorock un festival de los raros. Habrá quien diga que son casi siempre los mismos cabezas de cartel con variaciones en las zonas bajas. Bueno, como un entrenador recién llegado a un club, a veces es mejor no tocar lo que funciona. Aunque también la organización, comandada por Mari Cruz Gisbert y Josan Serrano, ha dado la opción de conocerse ante las masas a bandas que las hubiesen tenidos negras para arrancar, organizando concursos en algunas ediciones para que los que vienen por detrás se muestren y tomen el testigo de esto de aporrear cuerdas con actitud. Pero lo bien cierto es que parece que el producto y el estilo de la gente que se sube arriba de los escenarios está bien definido. El sueño de una pareja que dejaron atrás la supuesta zona de confort en la que vivían para lanzarse a tratar con músicos, managers, proveedores y, porque no decirlo, entusiastas exacerbados por todos los excesos habidos y por haber.
Festival de los raros, les decía. De los que se creen que hay rock sin género. Donde la presencia de las mujeres en el cartel es más que una simple cuota o anécdota. Repasando los carteles de las anteriores ediciones deja a las claras que no ha sido una cuestión de calor a la moda, si se puede frivolizar así ante una cosa tan seria. Siempre hubo rockeras encima del escenario. Otra cosa es que no se vieran lo que merecían por intereses fácticos y fálicos. Escuchen a Monty Peiró en la sección Pioneres de Territori Sonor en la radio de A Punt Mèdia y lo verán. No me hagan caso a mí. Háganselo a Rafa Rodríguez y su Verlanga, que lo cuenta con todo lujo de detalles. Y eso siempre ha de ser lo que toca. Aunque no todos en este país se lo crean y corran en el mes de marzo a contratar músicas.
 
Montgorockers en hibernación se quitan las legañas, buscando sus mejores galas, o las peores, para volver o estrenarse en el festival xabienc. Solo falta que el tiempo acompañe y merezca un brindis. Como todos los festivales, como todas las salas. Por el esfuerzo, por la espera. Y sobre todo, por poder contarlo. Se asemeja a esa normalidad que hace tiempo parece que buscamos, mientras la tierra ruge, como avisando que hay que vivir como se pueda sin pensar mucho en el mañana. Quien sabe, puede que sea el último festival al que asistan y a la vuelta abracen sin disimulo los partidos de fútbol desde casa, con la nevera cerca y las pantuflas bien puestas.

lunes, 31 de mayo de 2021

Un brindis eterno por el Kraken

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Foto: Facebook Vanessa Supertramp


No sé si se ha escrito sobre sobrevivir a los bares que ha frecuentado uno. Si no, debería hacerlo alguien. No hay nada más triste, en lo que a barras se refiere, que ver como muta tu bar nocturno preferido en cualquier otra cosa de la hostelería, como un local de comida étnica. O peor, una tienda de regalos flufluflú para hacer el vaina en cualquier cumpleaños preadolescente. Confieso que no tenía ganas de escribir esto. Como aquel que pone los libros a mitad de lectura en el congelador para no seguir con la historia porque vislumbra un mal final. Como Joey de Friends, con Mujercitas, por ejemplo. Y he buscado mil argumentos para no hacerlo. Desde una impostada agenda que no permitía terminar el texto, hasta cualquier plan abrazado de dudoso divertimento. Pero el día ha llegado.

Ahora que la primavera se va transformando en verano y las barras se abren lentamente como tulipanes al sol, el Kraken permanecerá cerrado. Ya no habrá más visitas en solitario, sabiendo que a alguien te vas a encontrar más o menos conocido. Ya no habrá brindis con extraños, por aquello del calor del licor y esa camaradería etílica. Ya no habrá bodas valentinescas, ni programas de radio del todo mal. Ya no habrán confesiones a la hora del cierre ni debates sobre diseños de carteles. Ya no habrán besos furtivos, quien los haya tenido y no confesado. Ya no habrá peticiones, ni descubrimientos musicales, de esos que te vuelan la cabeza. Ya no tendremos ese caminar del punto A al punto B, de Wah-Wah a Kraken después de cualquier concierto de los que nos gustan. Los puntos A y B ya no existen como tal. Ese ritual electrizante de carajillo antes de entrar al concierto, de gozarla bien y de comentar las jugadas y vivir sin mirar el reloj en casa de Pol. Que era nuestra casa. Que era el lugar donde se gestaron ideas, locuras y benditas movidas. Donde nació la Kraken Roll Band. Donde Rockonut hizo una fiesta que no se me olvidará jamás, aunque me acuerde de poco. Donde encontrabas calor cuando afuera hacía frío.

Siempre quise contar y llevar a mi gente allí. Incluso algunos pensaban que era raro ir allá solo. No hacía falta nada más. Solo entrar y ver la alegría del jefe y su abrazo sincero ya valía la pena. Y aquellas escaleras, donde estaban los baños. Subiéndolas como un campeón. Bajándolas como podías, claro. Ya saben, los excesos. Una noche cualquiera aprendí tan solo de escuchar a Igor Paskual, Ovidi Tormo y el propio Pol. Recuerdo que alguien hizo una foto. Quien sabe por donde estará. A veces la retina es el mejor de los recuerdos. Y la memoria selectiva, también. Y conversar en la sala de conversaciones, que en una casa es la cocina y en un bar la puerta del baño. De todo y de nada.

Se nos acaban las referencias. Malos tiempos para los profesionales de detrás de la barra. Ya saben, esos que saben lo que tomas, sin limón, con su medida justa y que te permiten tener cuenta porque sabes que, como ellos, eres un hombre de palabra y las deudas que se tienen son para pagarlas. Esta página abrió las puertas del Kraken a un servidor. Y en esta página había que dejar para siempre, hasta que esto reviente por los cuatro costados, un epílogo que quede para siempre.

A todas vosotras, las Krakenettes, fieles escuderas del jefe, gracias por las risas, los brindis y el compadreo.
A todos vosotros, los Krakenrollers, gracias por el abrigo, las conversaciones y los chupitos a cuenta.

Al jefe Pol, gracias por hacernos felices a golpe de taconazo de rocanrol. Fue una maravilla vivirlo.