Los Perros del Boogie en concierto.
La noche olía a grande.
Solo
había que ver como estaba el
Let's Go, con la peña disfrutando de la
genial cocina que allí se prepara. Hasta la bandera. Noche grande.
Era
la primera vez que la banda iba a poner en juego toda su nueva
artillería. Sí, han pisado algún escenario playero y han hecho acústicos
en tiendas de discos, pero tocar en casa Jose, en la pronto cumpleañera
Wah-Wah, donde el sudor se nota que destila rock y las camareras
siempre sonríen, es la verdadera piedra de toque.
Me habían chivado, en
los gérmenes de lo que después ha sido un discazo llamado
'Salvaje', que
nos íbamos a encontrar con un trabajo maduro y con unos textos llenos
de matices y, porque no decirlo, literatura. Por eso, mientras me metía
en vena todos y cada uno de los temas, citaba, por redes sociales,
alguna de las estrofas de las canciones para pulsar indirectamente el
sentir del personal. Y bueno, la respuesta fue brutal. Proposiciones
honestas, proposiciones deshonestas, búsqueda de anillos y una
demostración palpable que el material era bueno.
Creo en espaldas
de mujer, en los desayunos del sábado en la cama y en la fuerza de la
palabra, tanto para lo de desnudar espaldas como para la música. Tienen
mucho ganado aquellas bandas de rock que cantan en castellano, o
español, y además transmiten cosas con estilo, verso y mojo
. Y estos, Los Perros del Boogie, lo han conseguido.
Ya
hablé en su día
lo que me pareció la ruptura de la formación original. Y coño, pues que con ello hemos ganado todos. Tenemos, en la
tierra que es lo más, mínimo, dos grandes bandas. Y no se trata de
elegir, sino de disfrutar lo que nos puedan ofrecer estas y todas las
demás bandas, que calidad hay por arrobas como naranjas en los campos.
A
veces me siento un Elder cualquiera en esto de la evangelización por el
rock. Y esta vez le tocó a mi 'hermano' Román, que en otra vida quiere
ser Freddy Mercury pero en mojabragas, ser bautizado con el veneno de la
perrera. Ayudó la entrada triunfal, con un par de golpes de licor para
ese calor postizo que otorga el alcohol. Rueda de reconocimiento de
parroquianos. Rock vestido de mujer con forma de Montiel, que anda
cocinando un pelotazo -la calidad por arrobas de antes-, que ya nos
llegará cuando tenga que hacerlo. Y tacones. Y primeras filas llenas de
ellos, sexy as hell.
Sale la banda. Clavijas en
posición y abrimos el disco. La gente quería ladrar bien alto. Y con el
estribillo de 'Johnnie Cadillac', los brazos en alto del respetable
demuestra que están entregados a la banda y sus nuevos temas. Lo comento
con Adri, el séptimo hombre, justo al lado del escenario, que es el
lugar que hemos elegido hoy para ver el concierto, cerca de la barra y
de un par de chicas que se abrazan y se tocan como si fuesen una canción
de Mecano y que me despistan por momentos. Todo el mundo sabe que el
mejor lugar es cerca de la mesa de sonido, pero que diablos, necesitaba
ver de cerca sus caras, notar como la tensión, como la de aquel novio
primerizo en su primera entrada a casa de los suegros, se diluye solo
por el mero hecho de ser uno mismo, auténtico, de verdad. Ximo se mete a
todos en el bolsillo desde el primer castigo a sus cuerdas vocales. Y
la banda suena como un tiro. Beto revienta la caja con una nota alta,
con esa segura eficacia de pistolero a sueldo que disfruta de su
trabajo. 'La leyenda del jugador' es una herencia directa de Johnny
Cash. En este concierto, volamos a Australia con el inicio de 'La ley'
con Ángel Vela marcándose unos pasos a lo Angus, nos metemos en la
America del bourbon, country y rockabilly con el deslizar de los dedos
de Gabriele por las teclas o buscamos con deseo una oreja para cantarle
(susurrarle) al oído las estrofas que más queman de 'Vivir sin miedo' o
'Reglas de aproximación'.
Y el clásico
front-row original, es decir, Ernesto 'La leyenda' y David 'Lobo' al
primer sonar de cuerdas dejaron claro que no han dado un paso atrás.
Simplemente, bajaron el ritmo, cogieron impulso, trabajaron y refundaron
una banda en la que has de darlo todo porque, muy probablemente, si
eres parte de ella, te va a cambiar la vida.
Cierre.
Clavijas en off. La banda recibe los aplausos, abrazados como si fuesen
campeones del mundo del balón. Tercer tiempo. Abrazos, besos con
aquellas de las primeras filas, autografos comprometidos y sabrosos,
confesiones inconfesables, licores de la victoria, brindis, más besos y
un colofón en casa de Pablo, el Kraken, donde todos conocen tu nombre.
Las otras cosas que pasaron se quedan entre las paredes de donde
sucedieron. Así ha sido siempre y así será. Porque aquí, somos canallas,
pero antes somos caballeros.
Por cierto, me parece
una declaración de intenciones cojonuda que abriesen el concierto con
'Maldita adicción' y lo cerrasen con 'Buenos tiempos para el rocanrol'.
Es lo que hay. Somos adictos a esta mandanga. El resto de sustancias,
incluso las ilegales, no son más que un vano intento de ocupar el espacio
cuando la guitarra se queda muda.
Los Perros del Boogie. Si
pasan cerca de tu casa, no te lo pienses. Tendrás algo que contar y
serán la banda sonora de una noche cualquiera de esas de dos calaveras.
Que le vamos a hacer, somos más de infierno, y nos venimos arriba, con
fuego y gasolina.