jueves, 24 de marzo de 2011

La gata sobre el tejado de zinc

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Y se marchó. En España fue a mediodía, según las agencias, siendo mediodía las dos de la tarde. Y en ese momento, por mi ventana paró de llover, como si no quedaran lágrimas para plañir su viaje. Espero que Caronte adecente su barca, o mejor, que la cambie por una góndola con vestuario de carnaval veneciano y una botella de cristal bien frío esté esperándola. Porque ella se merece eso y más. Podría escribir mil cosas acerca de ella, los motivos por los que la vamos a echar de menos, hablar de su filmografía o citar su vestuario. Podría recordar sus inicios como estrella infantil al lado de actores de cuatro patas, como Lassie, y con una madre que descargaba su fracaso para encumbrar el éxito de su hija como gallina de los huevos de oro, su camino por el lado salvaje cuando se gritaba ‘corten’, con botellas de alcohol y sobrepeso, sus ocho matrimonios…
Podría hablar de sus dos Oscar, de su arrebatador glamour, cuando esta palabra aún significaba algo, de su amistad desinteresada con Michael Jackson, quizá la única sincera que tuvo Jacko, su activismo contra el SIDA desde que murió su amigo Rock Hudson, de Cleopatra, que será siempre ella…
Como dice Pereza ‘ya no se que contarte, que no te haya(n) contado ya’. En estas horas, han corrido ríos de tinta y sonar de teclados con su marcha. Incluso antes, ya que en un cajón de 'The New York Times' reposaba hace tiempo su obituario, modificado y revisado ayer mismo, justo cuando se descubre que un agujero negro devora a una estrella. Que bonita y tétrica casualidad.
Es vertiginoso hablar de ella. No es fácil sin caer en el tópico. Pero tengo su color metido en la cabeza, desde la primera letra de este texto. Aunque piense en Richard Burton y su tormentosa relación, con excesos, cartas de amor suicidas, noches sin fin y vajillas y jarrones hechos añicos. Incluso maldiciendo a Newman, más bien a su personaje, por sus desplantes en ‘La gata sobre el tejado de zinc’, y rebelándose, al no provocar el deseo en su marido, con aquello de “No vivo contigo. Ocupamos la misma jaula, eso es todo”.
Una mujer a la que, como a Marilyn, su gran rival en aquella época dorada del celuloide que ya no volverá, no querías imaginarla vieja, sino debajo de los focos, bella, joven, suave, con cualquiera de sus ocho maridos o de sus parejas en la ficción, pero no inerte en la cama, hinchada de drogas o en una silla de ruedas, como una cliente de Marina d’Or. Deseabas verla gritar, reír, desesperar y que te diga, aunque sea en sueños, que tú eras su hombre, y poder verla entre las sabanas por la mañana, natural, sin maquillar, sonriente y sin resaca ni mal humor. Porque no hay lugar para eso en los sueños.
Se han ido de golpe Martha, Cleopatra, Laura, Catherine, Leonor, la gata y la hija del padre de la novia. Una parte de la historia del cine de historias, con buenos textos y mejores actores, sin efectos, ni 3D, que tampoco hacían falta entonces. Una chica normal, que en el fondo igual solo quería casarse para ser feliz y que, intentándolo, dio carnaza, fama y aumentó su leyenda de grande con mayúsculas. Y sus ojos. Lo siento. Caí en el tópico. Ese color. Violetas. Hipnóticos. Legendarios. Irrepetibles.
Apuro las líneas mientras bebo algo y suena ‘La bahia’ de Igor Paskual, que es un trozo de un gran disco. Me gustaría decir que ese algo es un buen brandy o whisky, pero no lo haré. Y me viene a la cabeza aquello que escribió Ray Davies desearía que mi vida fuese una película de Hollywood sin fin, un mundo de fantasía de héroes y villanos de celuloide porque los héroes de celuloide nunca sienten ningún miedo y los héroes de celuloide nunca mueren realmente.
Vosotras tenéis al príncipe azul, pero nosotros siempre tendremos a Elisabeth Taylor. Mis respetos y mis lagrimas color violeta.

lunes, 21 de marzo de 2011

A la memoria de Vicente Ahumada

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Los coches ahora son de plástico y algunos ya, y eso está bien, funcionan sin gasolina. Las naranjas de supermercado son lustrosas y brillantes, pero insípidas al paladar. Incluso los senos perfectos de bisturí nos atraen más que los que caen por la gravedad y por el don de ser madre. Vivimos rodeados de cosas falsas y artificiales, en un mundo diseñado desde Suecia con amor. Vamos a la deriva de personalidades propias, nos cortan a todos del mismo patrón y nuestra máxima aspiración es no tener ninguna aspiración. La música ahora son notas secundarias, adelantadas por carnívoros vestidos, ruidosas declaraciones de sexualidad y metidas de pata en las redes. Se pierde la esencia, lo puro, el espíritu callejero. Por no tener, no tenemos ni el humo en una noche de blues o flamenco. Y esta desazón gris llegó a las ondas de la radio. Ya no hacen falta narices encima de los micros, con un gran disco duro y una renderización de temas consecutivos es más que suficiente. Cuarenta y cinco, o sesenta o cien minutos sin interrupción, lo llaman ahora. Nadie busca, nadie investiga, nadie se especializa. El penúltimo aliento puede ser que fuese el que dio Rafael Revert, allá por el 92 cuando trasvasó su idea de radiofórmula sesenta números más allá, pero con un toque diferente, con profesionales de trinchera del medio, como Rafael Escalada, Carlos Finally, El Pirata, Abellán, y algunos más que, perdón Rafa por no tener tu memoria, no consigo recordar. Y Vicente. Vicente Ahumada.

De la vieja escuela, Vicente Ahumada destilaba música por todos los poros de su piel. Música de la buena. Y tuvimos la suerte de que la evolución lógica del que tiene inquietudes musicales, le llevara a tirar del hilo hasta llegar al final del ovillo. A Elvis. Y tiró tanto de él, hasta ser una verdadera eminencia en la vida, obra y milagros de El Rey. Sí, de acuerdo, hubo música antes del chico de Tupelo, pero la industria comenzó con él. Y nos abrió la ventana a todos sus registros. Aún recuerdo esa voz peculiar, profunda y esa reciente imagen de espaldas en las imágenes de los locutores de la antigua y añorada Rock&Gol. Lo recuerdo los sábados, o los miércoles, mis noches hacen dudar a mi memoria, con esas joyas que es repetitivo nombrar y que debes de investigar y crear tu propia lista de éxitos. Sus ojos habrán visto los lugares y rincones donde se gestó la leyenda y seguro que habrá podido disfrutar de los olores de la cuna del rocanrol, por el mero placer de hacerlo y, después, poder contarlo en antena para sus incondicionales del Club Elvis, uno de los programas más longevos, con 16 años de emisión, y latente en Internet por siempre jamás.
Me gusta imaginarlo con gafas de sol, su Marlboro humeante entre los dedos y una copa de brebaje de Tennesse, mientras suena cualquiera de los temas de King Creole. Suena a tópico, lo sé, pero la memoria selectiva tiene esas cosas y, como si de una antigua novia se tratase, idealizas, mitificas y seleccionas los recuerdos de esas personas que ya no están cerca de ti en cuerpo, pero sí en espíritu. Y seguro que era uno de esos excelentes conversadores, con su peculiar visión de la vida. O tal vez no. Igual era un tipo introvertido, un corazón solitario de los que llevaban en sus hombros la melancolía. Me da igual. Nunca tuve el gusto de conocerlo en primera persona, pero las gentes que han tenido esa suerte lo veneran, desde Pamplona a Alameda de Osuna, pasando por Las Rozas, todos hablaban antes de ahora maravillas de él.
Se nos ha ido después de pelear duro, resurgir y volver a caer. Supe de su pelea a través de una conversación humeante y callejera la penúltima vez que visité Madrid, recién estrenada la ley antitabaco, y ese fin de semana las charlas sobre El Rey me conquistaron por segunda vez con la mesa y mantel de los años cincuenta como testigos. En estos casos, para consolarnos, tenemos la estúpida y católica creencia que en el Cielo todos se encuentran con el mejor aspecto de su vida y que la eternidad allí es una fiesta. Seamos estúpidos y católicos y pensemos en el abrazo que se darán allí arriba Elvis y Vicente, mientras aquí abajo continúen creciendo locutores inquietos, viajeros y apasionados como Iván Guillén, y proyectos anónimos con latidos y alma de rock, mientras nosotros seguiremos adorando el metal del Renault 4L, robaremos naranjas de los campos y besaremos lo que podamos que provoquen canales de pasión.
Larga vida a Vicente Ahumada, nunca caminarás solo.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Cincomarzada. Frutas y Verduras + Los Perros del Boogie

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Dice el refranero popular, o los dichos castizos, que los gitanos no quieren a sus hijos con buenos principios. Y si pones los pies en tierra maña, donde se venera a la cerveza Ámbar para disfrutar del buen rock, y en el primer lugar que entras para brindar, lo haces con San Miguel y a ritmo de salsa, irremediablemente te salta la frase entre las orejas. Vale, tocamos fondo. Suerte que nuestra camaleónica posición, a veces por encima del bien y del mal, nos da para bailar hasta la sintonía del telediario con más o menos gracejo rítmico, excusa insalvable para estirar las piernas y oír reír a un ángel a ritmo de calentito. Ya era la segunda vez que mis botas pisaban la tierra donde se venera a Nayim y a la Pilarica, ambas con el denominador común del rock. Pero si en la primera el motivo era tomar posiciones y ser un fan más a base de codazos y berridos, en esta, la amistad, el compadreo y las ganas de pasarlo bien eran más que suficientes para respirar en el ambiente que era menester que fuera rock. Y con esa mentira tan vieja como lanzar piedras que siempre se hace en las previas a los grandes días de concierto, que es aquella de ‘unas cervezas y nos retiramos pronto’, comenzamos a catar la noche zaragozana con El Dos y La Cofia, la voz y el virtuoso guitarrista de Frutas y Verduras y nombres en la trinchera rockera de Jose Manuel y Raúl, perfectos anfitriones para palpar las pulsaciones de una ciudad metida en fiesta, con música por la calle y bellas chicas tocando tambores, grandes zonas de tapeo, guiris con ganas de marcha gata y, sí, al final sí, mucho, mucho rocanrol y futbolín. Y chicas de rojo. Y una paliza de muñeca. Y un fundido en negro.

Abriendo el angular, los restos de la batalla y la vida propia de una amarga y mañanera quinina hacen maldecir la obediencia del camarero a ciertas horas y estados. Bombo. Necesidad de anestesia. Cruz verde luminosa, por favor. No. Cincomarzada. Domingo en sábado. Todo cerrado, hasta algunas piernas. Tocaban duras pues. Llegaban los refuerzos, desde Madrid, Málaga y Valencia para aquello del rock y la Ámbar. Besos, abrazos, ruta turística por la ciudad y vuelta al inicio. Comer y beber. Probad el sonido, yo probaré vuestro sofá. Siesta. El guaje Igor me despierta desde Granada. Soy el elegido. Lo comparto contigo, que siempre me dices que lo hago bien. Salimos a rockear con la groupie en exclusiva de El Dos, la bella Marta. Jamón local para hacer poso. Perfecto argumento, uno más, para volver. Sala Ultimatum, abriendo, Frutas y Verduras, curtidos en los escenarios maños y en sus barras. Gran banda. Torpe y libre enhebrando agujas con el codo y sentimiento malaguita. Barra. Ahí va el Ebro. Canciones de cine, con Seguid sin mí y Xilalba Be. Santi, bajo, y Christian ‘el gato’, teclados, asumen su rol a la perfección. Esta banda no sería nada sin ellos. Param All Star. Vendetta para una fémina, que igual está entre el público. Me descentra una rubia que zarandea su melena al viento y tiene más curvas que la Gibson Custom blanca de La Cofía. No estaría mal sacarle el sonido a esa silueta en cualquier rincón, como le hace Raúl a la albina de seis cuerdas. Brutal. Sabe usar los dedos, por los suspiros que provoca el hacha en las primeras filas. Y llega. El Tema. Con dedicatoria para el que suscribe. Nuestro momento. Climax. Hemos venido a gritar que no nos olvidamos de salir para entrar otra vez. Erik y El Dos a capella. Esto se acaba. Zanahorias para todos. Mia vita por questa zanahoria. Surrealista linchamiento con los puros de Bugs Bunny. Aplausos, ovación, besos, abrazos. Llegan los Perros del Boggie para cerrar. O volver a abrir, según se mire. Es menester que sea rock. Ya sabemos lo que nos espera, pero es una gozada verlos tocar. Variaciones mínimas. Solo Burning entra en lista, preparándose para robar el mes de abril. Marisa. Y Sonia, con su camiseta egipcia, a juego con su belleza y simpatía y sus cervezas en la mano. Y Malaguita dándolo todo. Que gran tío, joder. Nosotros, barra fija. La Leyenda manteniendo y exigiendo el nivel a los demás. Incluso con una resaca inhumana. Los demás, a golpe de rocanrol. Cada concierto que dan, están un paso más cerca de llegar. Temas lentos que al manager no le gustan. Pero a ellas sí, así que silencio y barra otra vez. La maquina del tiempo. Me encanta cada vez más este tema. Y viendo las caras de la gente, parece que a mucha gente le pasa lo que a mí. Momento fan, en primera fila con El Dos. Final del segundo tiempo con Las chicas del Roxy. Igor, Loco y Carmen en mis pensamientos. Brindo mentalmente con y por ellos. Comienza el tercer tiempo, pero eso no se puede y no se debe contar, si no nadie comprará mis memorias. Zaragoza de madrugada es como todas las ciudades de España, negra por el techo y con risas y canciones por el suelo. Y hasta aquí, salvo por un detalle. Lo mejor, infinitamente, las princesas de Jordania que conducen alfombras mágicas de mil y una noches, que saltan de tus sueños para convertirse en real ébano celestial, mientras mal comes y bien ríes, y a las que necesitas abrazar para poder tocar sus alas. Aunque esto ultimo, creo que fue un sueño. Definitivamente, me gusta soñar…