Aviso a navegantes, o sea a lectores. Descontando el título de esta entrada, que no podía ser otra, lo que sigue a continuación es un arrebato de tecla sin testeo previo, sin documentación en redes ni nada que se le parezca. En este lunes huérfano de The Newsroom y vista la oferta convencional, consideraba oportuno darle al corazón desde dentro de las yemas de los dedos.
Y a eso vamos, joder.
Es aventurado, suicida, e incluso un poco irrespetuoso, el añadir una sola coma a la excelente presentación que hizo Eduardo Guillot en el Nueve Tragos para celebrar que tenemos más de treinta. La banda sonora de nuestras noches de Vespino, mitgets de Bacardí con cola y primeras tetas por debajo de la ropa de colegiala forma parte de nuestras vidas. Y muchas de aquellas decisiones, algunas tomadas desde la pernera de nuestros pantalones, nos convierten en lo que somos ahora, para bien o para mal.
Pero eso es vivir. Elegir, equivocarte y asumir las consecuencias.
Y este disco, sin saberlo quienes lo parieron, no deja de ser una hoja de ruta. En estos treinta años nos miraron mal los padres de nuestras novias, lloramos con nuestros Cadillacs que tenían forma de ciclomotor, por no olvidar a la Nena, queríamos camiones y nos gustaban las chicas raras como María o su prima Linda, que nos presentarían después.
Y aunque nos creíamos invencibles, la hoja nos marcaba el adiós prematuro de amigos arrancados de cuajo de nuestro lado porque, tarde o pronto, se paga el peaje.
Y todo este mapa lo hicieron unos tipos insultantemente jóvenes en cinco días mal contados, convirtiendo este 'El ritmo del garaje' en, al loro con esto, nuestro 'Exile on Main Street' patrio. Estudios de grabación donde pasaban 'cosas', la mítica Rockola donde pasaban 'cosas', juegos de palabras acabadas en -ina, francesas amables que relajaban, Ana Curra, Alaska y la movida madrileña antes del folklore. El caos convertido en arte de leyenda.
Todo esto fue, y sigue siendo 'El ritmo del garaje'. Una sorprendente creación que, a día de hoy, no deja de ser un misterio que llegase a buen puerto. Y una tarde de domingo, en el Nueve Tragos, vino un señor completamente vestido de negro, salvo por las canas y las marrones gafas de sol, y nos contó todo aquello. Lo poco que recuerda, según él, pero que es mucho. Y Eduardo nos condujo, con sus preguntas, a aquella época de tejanos rellenos, primeros besos y peleas. Y el señor de negro, que despierta ruidosos silencios allá donde pasa, con sus respuestas, nos hizo reír, recordar y emocionarnos con nuestra juventud de posters pegados en la pared en nuestras particulares Rocker Cities.
Loquillo y Trogloditas. El ritmo del garaje. 30 años después. Salud.
"Con cariño para el jefe Andrés, por el pasado, presente y futuro de nuestras vidas, y para las chicas del Nueve que son un diez"