viernes, 20 de marzo de 2020

101 años y dos días

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 Foto: www.superdeporte.es
 
Joder. Si los fundadores del Valencia FC hubiesen procrastinado un poco, nos toca vivir el Centenario en streaming. El sueño húmedo de cualquier conspiranoico que ve a Meriton como el culpable de todos los males. Hubiera sido un quilombo guapo. Los guardianes del sentiment pidiendo que se les dejara caminar por las calles frente a la contra que no lo hace, siendo tachados de mamadores. ¿Se imaginan? No, no lo imaginen. No hubiera pasado. Se hubiese optado por la responsabilidad. En esta tierra nuestra donde la militancia en un club deportivo y las fallas son asuntos de fuerza mayor, con la cancelación de la fiesta se dimensionó la seriedad del asunto. Y por encima de todo, hasta del escudo, está la gente. Por mucho que Tebas siga insistiendo en que se ha de acabar la liga. Por mucho que los jugadores se sigan machacando con sus máquinas de última generación. Yo, de momento, prefiero tomar vinos con mis colegas. Por Skype, claro. Supongo que me llegará el momento de hacer algo de actividad física, más allá de viajar a la nevera. Por no hacer, ni el reto de los toques con el papel higiénico. Toques. Cuando era más joven se llamaban repiques. Malditos modernos y su adaptación vaga del vocabulario.

Servidor ya da por amortizadas las fallas. Y la liga, casi que también. Por mucho que el dueño quiera acabarla. El dueño de la liga. Así, en partidos miércoles-domingo. Hasta entrado verano. Ojo, que puede haber nicho de mercado si, cuando se vuelva a esa deseada normalidad, juegan los partidos a partir de las 10 de la noche. Y que le den al mercado extranjero. Con abrazos de gol, aunque sea de codo. Partidos con nocturnidad, sin calor veraniega. O con menos. Como aquellos que vivíamos en el Casanova a las diez y media. Que comenzaban en sábado y acababan en domingo. Siempre he pensado que los periodistas y algunos jugadores se juntaban en las barras de la noche valenciana al acabar esos partidos. En agradable camaradería. Con códigos no escritos de no soltar prenda de lo que pasase en aquellos lugares. Las Vegas valenciana.

No queda otra que ser responsables. Tirar de nostalgia y recuerdos. Salir solo a lo justo. Aunque los que no tenemos hijos lo llevemos mejor, sin duda. Mantener a los peques en casa puede ser un ejercicio de santa paciencia digna de Job. Y tener consuelo de tontos porque, de momento, el Valencia CF será vigente campeón de Copa más tiempo que el que tocaba por calendario. Y pensar que Piccini está más cerca de recuperarse. Toda alta es bien recibida para cuando el dueño decida, o le dejen, volver a hacer rodar la pelota. Mientras, nos toca ser Ferran o Vicente regateando bulos que nos llegan por Whatsapp. O ser Quique Sánchez Flores teniendo ataques de risa en ruedas de prensa ante los vídeos que nos llegan de los confinamientos o lesiones por una mala técnica en el toque de papel higiénico.

No nos queda otra. Pero, si nuestros abuelos lo hicieron, nosotros también. Amunt!

viernes, 6 de marzo de 2020

Nuestro coronavirus privado

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A todo esto, esta noche hay partido en Vitoria. Y poco, o nada, se ha hablado. El debate en la peluquería ha ido de partidos de Champions a puerta cerrada sí o no, de relativizar los riesgos por el fútbol y las Fallas y que, si acaso, cuando pase todo ya veremos. De compararse con el baloncesto. De atizar a un dueño y ensalzar al otro. Esa sensación hay. Puede que la cosa no sea grave del todo. Pero no está de más que esa nueva parafernalia de dudar de todo la guardemos en un cajón. Como dice Klopp, no entiendo de política ni de coronavirus. Y si él lleva una gorra y va mal afeitado, servidor es de pelo descuidado y, dicen, excesivamente largo. Y temo que Twitter me quite la cuenta por no haber opinado de todo sin saber de nada.

Pues con todo, cambiemos el tercio. Aunque si buscan crispación, pueden dejar de leer en este mismo instante. La foto que ilustra esta entrada es la primera que nos tomamos los tres con ese escenario detrás. Un tío y sus sobrinos. Un tío que nos llevó al fútbol desde pequeños. Primero al peludo. En la época de los 80. Cuando Kempes se asomaba al ocaso. Contestando con orgullo de chiquillo cuando preguntaban los vecinos de asiento de que equipo era, que de la Real, por Arconada. Como todos los niños. Con Serrat de lateral izquierdo y el orgullo de Arias. Del poble. Fernandista convencido sin repudiar el arroyismo. Después, cuando el peludo empezó a trasnochar, cogió el testigo el de la sonrisa pícara. Primero al Mestalla, a ver a Arroyo, que bien valía madrugar un domingo para ir a Paterna. Después a los grandes. Incluso el sobrino pequeño se sacó el pase. Luego la vida hizo cambiar las visitas quincenales a Mestalla por seguirlo desde la tele. Sin perder un ápice. Pero visitando Madrid con agua, La Cartuja, París, Milán y Madrid otra vez. Gozando hasta la afonía Goteborg, Mónaco y Sevilla por pantalla. Joder con los sobrinos, les dio fuerte el virus. No el corona. El blanco del murciélago. Blanquinegro ahora, innegociable siempre.

Ahora, con la pausa de la vida, hemos vuelto. Con los mismos rituales de antes. Los que nos enseñaron. Llegar pronto, sin prisa. Ver el ambiente. Hacer tertulia sana, comentando la semana del balón. Lo bueno y lo malo. Lo que se espera del partido de turno. El saludo educado a los nuevos vecinos, por el cambio de sitio. La Grada Joven y el sector 3-4, ya saben. Gozando ahora con Ferran como lo hicimos con Vicente, Leonardo o Penev. Añorando a Tendillo, Ayala y Quique. Solsona como vago recuerdo. Subi torero. Riendo con la victoria. Como siempre. Lamentando la derrota o el empate rival en el último minuto. Como siempre. Pero siempre relativizando. Recuerden, la cosa más importante de las menos importantes.

No nos pongan en cuarentena. No nos aíslen. Estaremos siempre del lado del escudo. Por encima de todos los que mandaron. Incluso Tuzón. A pesar de Murthy. Y seremos del entrenador que se siente en la banca hasta cinco minutos antes de que lo echen. Nos pasó con Benitez y Cúper. Y con Ayestarán y Neville, también. Somos así. Así nos lo han enseñado. El virus, supongo.

Y, a estas alturas, no lo vamos a cambiar. Que cojones. Con la foto de vida tan bonita que nos ha salido.