Damas y caballeros del desierto de los blogs, he aquí la segunda parte del Juntaletras. Nada que ver con la primera. Son textos sueltos que empiezan y terminan aquí. Sigo admitiendo comentarios malos:
Se puso a rebuscar en los bolsillos. Estaba seguro que tenía algo suelto, pero los pantalones que llevaba tenían más bolsillos de los que a el le gustaban. Prefería los de cuatro más uno de toda la vida, dos delante, dos en el culo y uno pequeño en la derecha delantera. Era el testamento de su última relación. Te quedan bien, cari. Nunca tuvo fervor por las cosas modernas. Aunque usaba Internet, seguía escuchando cedes y se dejaba perder por alguna tienda de vinilos. Quizá fuera el conformismo en el que se había convertido su vida, el dejarse llevar a favor de corriente. Premio. 50 céntimos. Café con un toque de leche. Latte manchiato, que decía el abuelo de ella. Sin azúcar. Desde que leyó en una entrevista a un tipo importante del país, que llegó a ser presidente de un equipo de fútbol, que lo tomaba así, dejó de tomarlo dulce. Puro. Sin mezclas. Sin cortar. Pero este si lo cortaba. Nunca se acostumbró al sucedáneo de café de hospital, a pesar de casi vivir pegado a una de las cama de allí cuando lo de su padre, así que mientras veía el paisaje de batas blancas y se encendía un cigarrillo, se preguntaba porque narices había ido directo a la maquina. Seguro que si hubiera pensado un poco, podía haber encontrado otra manera de pasar el rato hasta su turno.
Será solo una rutina. Una revisión. Muchos medicamentos, algunas visitas a la farmacia y una relación de conocidos transformada en otra cosa. Al menos sacó algo bueno. No hay mal que por bien no venga. La chica de detrás del mostrador era una antigua conocida del colegio, que se marchó a Madrid para ser la mejor artista que salió nunca en noventa kilómetros a la redonda, pero una lesión en la rodilla la partió por la mitad y tuvo que volver y ponerse detrás del negocio familiar. Se maneja mejor con las chicas de detrás de las barras por las noches, que con las chicas de detrás de los mostradores por las mañanas. Mejor escotes que batas. Pero esta bata parecía mejor que el más generoso de los escotes. Se creó una complicidad, con frases con doble sentido a las señoras que guardaban celosamente su turno como si fuera la carnicería de dos calles más abajo, para solo tomarse la tensión y dedicarse a la esforzada tarea de la merienda y lengua suelta. Y él se estaba convirtiendo en cliente habitual. Guardando celosamente también su turno y cediéndolo amablemente si le tocaba ser atendido por la auxiliar. Pase señora, que yo no tengo prisa y usted seguro que tiene cosas que hacer. Gracias bonico, muy amable. Que chico más agradable, le decían a ella. Y ella sonreía mientras cortaba el código de barras para pegarlo en la receta roja de pensionista.
Esta es la ultima fase, le dijo el médico. Debía continuar el tratamiento, pero el que no hubieran alteraciones era un síntoma positivo. Le dio una muestra y le receto el tratamiento completo. Le preguntó si podía darle el tratamiento en varias recetas. El médico hizo una mueca, proyecto de sonrisa y asintió.
Pasó las puertas acristaladas de la farmacia. Tres señoras, una madre joven sudamericana con dos niños y él era la clientela del día. Calculaba, mientras disimulaba fingiendo interés mirando las pastillas adelgazantes que anuncia una cantante que fue un fenómeno televisivo y que participó en Eurovisión, el tiempo que tardaría en ser atendido por ella, deseando que detrás de él llegase alguien por si tuviera que pasar el turno. Pero no hizo falta. Dos pomadas, un jarabe para la tos y unas tiritas fueron su espera. Un saludo y una broma inocente rompieron el hielo, que por otra parte era inexistente. Musitó que era la última fase del tratamiento y que va a tener que tomar jarabes o aspirinas a granel para seguir manteniendo la frecuencia de las visitas. Ella se rió y le contestó que no hacia falta que cada vez que se vieran hubiera un mostrador delante. Que podían celebrar su mejora de salud de otra manera que no fuera rodeados de medicamentos, cremas y antihistamínicos. Al oír esto, se le aceleró el corazón. Ella le pidió la receta. Nervioso y disimulando fatal los latidos, se puso a rebuscar en los bolsillos. Malditos pantalones. Siempre es mejor lo conocido.
Será solo una rutina. Una revisión. Muchos medicamentos, algunas visitas a la farmacia y una relación de conocidos transformada en otra cosa. Al menos sacó algo bueno. No hay mal que por bien no venga. La chica de detrás del mostrador era una antigua conocida del colegio, que se marchó a Madrid para ser la mejor artista que salió nunca en noventa kilómetros a la redonda, pero una lesión en la rodilla la partió por la mitad y tuvo que volver y ponerse detrás del negocio familiar. Se maneja mejor con las chicas de detrás de las barras por las noches, que con las chicas de detrás de los mostradores por las mañanas. Mejor escotes que batas. Pero esta bata parecía mejor que el más generoso de los escotes. Se creó una complicidad, con frases con doble sentido a las señoras que guardaban celosamente su turno como si fuera la carnicería de dos calles más abajo, para solo tomarse la tensión y dedicarse a la esforzada tarea de la merienda y lengua suelta. Y él se estaba convirtiendo en cliente habitual. Guardando celosamente también su turno y cediéndolo amablemente si le tocaba ser atendido por la auxiliar. Pase señora, que yo no tengo prisa y usted seguro que tiene cosas que hacer. Gracias bonico, muy amable. Que chico más agradable, le decían a ella. Y ella sonreía mientras cortaba el código de barras para pegarlo en la receta roja de pensionista.
Esta es la ultima fase, le dijo el médico. Debía continuar el tratamiento, pero el que no hubieran alteraciones era un síntoma positivo. Le dio una muestra y le receto el tratamiento completo. Le preguntó si podía darle el tratamiento en varias recetas. El médico hizo una mueca, proyecto de sonrisa y asintió.
Pasó las puertas acristaladas de la farmacia. Tres señoras, una madre joven sudamericana con dos niños y él era la clientela del día. Calculaba, mientras disimulaba fingiendo interés mirando las pastillas adelgazantes que anuncia una cantante que fue un fenómeno televisivo y que participó en Eurovisión, el tiempo que tardaría en ser atendido por ella, deseando que detrás de él llegase alguien por si tuviera que pasar el turno. Pero no hizo falta. Dos pomadas, un jarabe para la tos y unas tiritas fueron su espera. Un saludo y una broma inocente rompieron el hielo, que por otra parte era inexistente. Musitó que era la última fase del tratamiento y que va a tener que tomar jarabes o aspirinas a granel para seguir manteniendo la frecuencia de las visitas. Ella se rió y le contestó que no hacia falta que cada vez que se vieran hubiera un mostrador delante. Que podían celebrar su mejora de salud de otra manera que no fuera rodeados de medicamentos, cremas y antihistamínicos. Al oír esto, se le aceleró el corazón. Ella le pidió la receta. Nervioso y disimulando fatal los latidos, se puso a rebuscar en los bolsillos. Malditos pantalones. Siempre es mejor lo conocido.