Foto: www.valenciacf.es
Pues, al final, ese mediados de agosto con el que les citaba el último viernes de julio ha sido casi a finales. Y servidor ha cumplido a pies juntillas aquello de no ver nada de pretemporada. De fútbol en general y del Valencia CF en particular. Desconectado. Solo escuchando ecos de cuentas de Platón, siguiendo sombras. Estando más pendiente de las olas del mar y los bikinis que de cualquier otra reunión en Singapur, Leverkusen o Massanassa. Sin oler el color del césped del balón más allá de ser testigo accidental del entusiasmo del Mallorca de Vicent Moreno en su puesta de gala en Son Moix, entre vinos y pa amb oli.
Por eso, cualquier vociferio que haya pasado en este tiempo me sabe a rancio por personal. Yo, que estaba pendiente del tiempo que pueda hacer en Granada, pasando por Palma y cumpliendo la promesa de no ver nada de pachangas de verano, si tuve ese click-off que citan los modernos. Y es recomendable al cien por cien. Que la primera imagen del nuevo curso sea la del pitido inicial del primer partido de Liga libera mucho lastre de juicios sumarísimos que, en realidad, tienen tanta perpetuidad como escribir en la arena.
Como le dijo Keith a Mick en algún lugar de Europa, las cosas hay que tomarlas con la misma tranquilidad con la que preparas un viaje. Y lo importante es llegar a destino. Sospecho que sería un viaje de esos de no moverse del sofá, pero nos sirve la comparativa. En esto de las competiciones es tal que así. Cargar pilas, energías o depósitos, elijan el símil. Observar, sin más ruido que los ojos inflados por la ilusión, quien de los nuevos puede ser ese jugador que la rompa. O derrochando optimismo, el que pueda marcar una época. Pero pasan tantas cosas que los tres meses de diferencia del levantamiento de copa parecen diez años. O más.
Cierto es que quizá la dejadez de agosto igual obliga a recuperar opiniones. No sea que un día me llegue un burofax donde revocan mi sentiment valencianista. Pero relativizando, no hay excesivas diferencias entre lo que pueda hacer Lim con su club y lo que han hecho los que estuvieron antes. Directivos que marcharon a Argentina para traer a Aimar, Roig puenteando a Tuzón usando como punta de lanza a Romario y Hiddink o el propio Lim, estrechando la mano de Guedes, previo pago en diferido de 40 millonazos. Son las reglas del juego. Mandar, tocar y trastear. Es más divertido tener un equipo de fútbol que comprar una obra de arte. Con lo primero puedes hacer más cosas, sin duda.
Y todo esto sin contar que la economía sigue fastidiada. Buen camino este de ir remontando con la pasta Champions y demás. Pero hay que escuchar a Alemany en todo su discurso y no en el que interesa. Se respira, pero todavía hay ahogamiento. Y las decisiones ejecutivas se han de tomar con la cabeza fría. Y puede que sea mejor estar a chopocientos mil kilómetros de la Avenida Suecia, para evitar que te griten fill de puta.
Y el entrenador, ¿qué? Pues lo mismo que el párrafo anterior. Hay un dueño y el entrenador ha de entrenar. Si la memoria no me falla, entrenadores con cargo de managers han triunfado pocos. Ya podemos valorar si es porque han traído, aprovechándose de ello, a jugadores conocidos o de la misma cuerda de apoderados. Pero el modelo que ha triunfado siempre el del entrenador que trabaja en el césped y otro tipo decidiendo. Pasieguito, Subirats o Jesús Martínez. Y si de puertas para adentro ha de mostrar el desencanto, que lo haga. Pero delante del micro, incendios no.
Pues ya está. Creo que, para ser la primera del nuevo curso, bastante completa ha quedado. Dita sea, todavía recuerdo el tacto de las chanclas en mis pies. Bienvenidos de nuevo.