viernes, 27 de mayo de 2016

Buenos tiempos para el Montgorock.

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Foto: Luis Crown

Resulta difícil cronicar -verbo inventado- un festival cuando hay momentos en los que la música es casi lo de menos. E incluso resulta difícil justificar la frase anterior cuando las más de 7.000 personas que pasaron por el recinto del Montgorock tenían como principal aliciente ver el fabuloso cartel que se anunciaba para el evento con más repercusión de la Marina Alta del pasado fin de semana. O casi del verano. Pero es que a veces es lo de menos. Estos festivales, donde la música se mimetiza con tu respiración y tus latidos, donde el poro se llena de notas y polvo a partes iguales y donde es imposible no perder matices de los conciertos sin sacrificar todas tus necesidades fisiológicas, es vivir con mayúsculas. Es ser salvaje y venirnos arriba con fuego y gasolina. Es llegar solo y despistado a mitad del festival y encontrar el amor fugaz cuando el sol se mezcla con la luna. No fue mi caso, pero sí el de una rubia con pinta en la mano e ídem de guiri, que se abrazó a un zagal que esa semana no merece jugar a la lotería, por si acaso.
Aunque bien pensado, yo tampoco debería jugar. Porque gracias a mi Ángel de la Guarda motorizado, una especie de Adri Rock Runner pero más femenina y sexy, pude plantarme en la casilla de salida de los autobuses camino de la costa. Brindaré con ella este fin de semana y le susurarré al oído todas las cosas bonitas que recuerdo del Montgorock.
Como por ejemplo, que los festivales con sol, cerveza y relaciones forjadas a base de sudores de rock y confesiones de barra, donde casi no es importante el cuando, sino el porqué, nos reconcilian. Y que el Montgorock es un poco el Kraken, es un poco aquellas noches lejanas en Zaragoza o Madrid, donde se forjan esos abrazos sinceros que te crujen las costillas y estas fotos grupales en las que ves a todos sonreír.
Es un poco ir a verlas venir sabiendo que no vas a caer en el desamparo. A pesar de la habitación para uno. Es recibir el primer abrazo del fin de semana por parte de Ernesto, leyenda activa de la música -eso tú, lector habitual, ya lo sabes-, mientras arriba del escenario Gran Quivira lo da todo a base de sudor, sol de frente y primeros pasos de la sarta de conciertos que íbamos a vivir en dos días. ¿Hay algo más molón que hacer rock con gafas oscuras? Si encuentras las fotos, probablemente tendrás la misma respuesta en la boca que yo en la cabeza. Sonaron de puta madre, por usar algún tecnicismo y, como siempre, Monty alentó a las masas con bofetadas contra el postureo, mientras Marcos Bañó disparaba ráfagas que se quedarán para siempre y el Dave Grohl particular de la Rabia Rubia, conocido en otros lares como Rafa, vibraba como solo saben hacerlo los molones, sin apenas inmutarse. Todos somos exactamente igual que todos los demás que no quieren ser igual. Maldita sea.
Queriendo todos adoptar el dress code de La M.O.D.A., como unos aprendices del salvaje Marlon Brando, rendimos cuenta de algunas cervezas cortesía de la pulsera naranja del acreditado por obra y Gracias de la generosidad del equipo, con caras de Maricruz y Josan Serrano, unos señores con mayúsculas que se merecen una ovación por su valentía y pasión por sentirse vivos en el andén, mostrándonos a todos esa sensación de no haber perdido nuestro tren, aunque nos crujan las rodillas, queriendo quedarnos a vivir en ese instante en que la montaña rusa llega arriba. Y con esas, con esa voz de David que nos vuelve locos, comenzamos a languidecer casi con la noche y nuestra vida se transforma en una comuna de camerinos y más saludos. Mientras comienzan a sonar los alemanes de Itchy Poopzkid, la gente cena o bebe. Algunos ambas cosas. Y nosotros, en ese aura del backstage, donde se cuece el pasillo final, comenzamos a hablar del viento, del sol, de zapatos, de brillos de labios y de cuidados de la barba. Llega el Guaje Igor, gutarrista de Loquillo. Abrazos y vaciles, algunos futboleros, sin pagar el vino pero sí hablando del Sporting, como si estuviéramos en aquella bahía inestable.

Mi discreción, y fortuna, me permitió ver algo al alcance de unos pocos. Las esperas son lazos de sangre, son la capilla previa del torero, del deportista. Ese ritual, en el que el artista, de la guitarra, raqueta o balón, necesita para interiorizar, visualizar o rezar antes de salir frente al público. Ese momento lo vi, como un chiquillo travieso que observa por la cerradura, cuando Loquillo juntó en corrillo a su banda a escasos minutos de salir. Por casualidad, tras salir de un rincón oscuro a hacer aquello de pie. Parando mis pasos ante la escena y recogiéndolos hacía atrás para ver y no romper la magia del momento, no sea cosa que el Loco me de una hostia por mocoso chismoso, salga torcido a escena y me tire la primera botella que encuentre cada vez que coincida con él en el Nueve Tragos de Andrés. Afortunadamente, no fue así y la banda se marcó un gran concierto que pudimos disfrutar todos los allí asistentes, arrancando con Salud y rocanrol, terminando con Cadillac Solitario y con las lagrimas de Merche, emigrante repatriada, entre medias. Y saludando desde lejos a la banda, cruzamos el recinto porque, casi sin descanso, la perrera comenzaba a ladrar. Gran valor y mérito de Los Perros del Boogie, lanzando sus primeros acordes casi al final de los de Loquillo, recogiendo la ola y marcándose un concierto de los más espectaculares de la noche, bautismo de fuego del crossfiter new guitar Borja Gandía, que resolvió con sobrada nota nuestras ganas de rocanrol y fiebre que, claro, van de la mano los dos.
L.A. y Sexy Zebras cerraron la primera noche con una aspiración brutal de nuestras fuerzas, sustentadas únicamente por las ganas de esculpir nuestros viejos cuerpos y no pensar en el mañana que estaba por llegar, doloroso y expectante con sus dientes afilados y sedientos.

Y al segundo día, flaqueamos. A pesar de dormir casi hasta mediodía. A pesar de oír la voz del cuerpo y la sonrisa que echábamos de menos en esa cama para uno. Nadie dijo que iba a ser fácil. Tocaba vitaminarse, mineralizarse y pedir un carruaje que nos llevara al recinto, donde Miss Octubre mostraba su potente show casi a las mismas horas de sol que el día anterior Gran Quivira y con idéntico resultado en la piel de Agnes que en la de Monty. Mientras tomábamos aire, y un poco de Mala Vida, el análisis mental de lo vivido y por vivir no dejaba otra que dejarse llevar por la alegría de Muchachito, el festival de verano convertido en música. Con diversión fantástica. Con los metales despertando a cualquier muerto, que los había. Con los niños bailando. Como los hijos de Carles "El Moro", mamando este hippismo tan sano y necesario en cualquier educación que se precie, donde saltar, sudar y jugar ha de ser necesario para ser hombres y mujeres de bien. 
Y pasó por nuestros ojos Rubén Pozo, un llanero solitario que, con pasión, sabe estar a las pequeñas duras, haciendo fuerte el cuerpo para disfrutar con más ganas cuando lleguen las grandes maduras. Siempre me ha parecido un músico excepcional, desde que meneaba su guitarra con Buenas Noches Rose y que constató con Pereza. Y es un seguro de vida, un acierto seguro para cualquiera que contrate sus servicios, obteniendo, de paso, la cuota femenina de fans que ha de tener todo festival que se precie. Por mucho polvo de tierra que haya.
Polvo del que parecen alimentarse Arizona Baby, con esas barbas, esos pelos, esas gafas y ese rock que es tan casi nuestro como de ellos y que nos maridan con cualquier licor de alta graduación, carne bien tostada y partidas de cartas. Fue, durante unos breves momentos, la banda sonora perfecta a nuestras pizzas y productos locales, servidos por las maravillosas gentes de los foodtrucks que, con una sonrisa, ejercían de buenos samaritanos por un puñado de tokens.
Con Quique González, respeto eterno y manos estrechadas, llegó la magia. Con el tempo del sol casi sincronizado, se llevó la luna debajo del brazo con todas sus melodías de tipo auténtico y comprometido, mientras llamaba a Charo, preguntando todo lo preguntable, provocando sus respuestas y los trances de los y las montgorockers, ese término del que ya no nos desprenderemos aquellos que comimos polvo del recinto de La Fontana.
El golpe final fue cosa de La Pulquería, a golpe de tequila, barcas hinchables y fiesta mariachi, cabrones. Como sabiendo que ya andábamos cortos de fuerzas, inversamente proporcionales al moreno que iba luciendo Josan, de acá para allá y teniendo el temple y la muleta para satisfacer a todos, desde la más alta estrella hasta el más modesto meritorio de la barra.
Con Kitai, teniendo su momento en el escenario Rockers Gin con su rock atronador lleno de insolencia juvenil, nos centramos en pulsar otra capilla, esta vez desde el camerino de Los Zigarros, encargados de cerrar el festival. Abrazos y besos con los Tormo, dando gracias que no se quedaran con el vino y Sinatra después de la nocturnidad de Granada. Viven un gran momento, con la gira de su segundo disco y, para los morbosos, con normalidad y brindis con los miembros de Los Perros del Boogie. Algo que servidor había detectado entre el mundillo y algunos fans, pero que ambas partes afrontan con normalidad. El negocio está así montado y, como ya dije en su día, hemos ganado dos grandes bandas en Valencia. Y punto final, con llave al mar.

Con Los Zigarros si se dio todo. Era el final, el último rayo. La última opción de aquel joven en decirle a la chica del final de la penúltima fila aquello de "baila conmigo". Incluso podría decirlo en playback, Ovidi le prestaba su voz sin problema. Y luego, quien sabe, podría prenderle fuego a su pantalón. Y el público saltaba, como si de barras bravas se tratase, a ritmo de Telecaster. Y con expectación entre los compañeros de cartel por ver a estos valencianos que, está claro, ya se ha corrido la voz acerca de lo que son capaces de hacer. Y se encuentran en un excelente estado de forma. Dominando la escena, la gente, la pose, nada impostada y plenamente natural, marcando un cierre de concierto y de festival en lo arriba del todo. Aunque durante un momento me pregunté, como ellos, que demonios hago yo aquí si solo quiero estar junto a ti, lejos de tanta locura.

Esto fue, a grandes rasgos, el Montgorock. O, al menos, mi visión. Por si no te gusta, los chicos de La Gramola de Keith tienen la suya y es muy recomendable. Un evento lleno de transversalidad, (¡toma palabro!) que puso a Jávea en el mapa de la música. Actuando globalmente pero también localmente, fomentando a las bandas locales, potenciando la gestión de jóvenes voluntarios y la unión de diferentes sinergias desde el ámbito público hasta las entidades privadas. Nos guardaremos para el final la parte menos glamurosa, el trabajo previo, las acciones, el fomento del festival en Fitur, el sacar a la luz del sol el rock con la matinal sabatina de Romero, que no siempre está en garitos oscuros de, dicen, dudosa reputación. 

Llego a casa y me deshago de mis pulseras y acreditaciones. Cansado, sonriendo como un viejo, ya no puedo disimular.
No obstante lo cual, me sigue gustando el cabaret. Me sigue gustando el Montgorock.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Nosotros sí usaremos el #paellaemoji.

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Hoy, tras conseguir la aprobación por parte de Unicode que el emoji de la paella estará en su próxima actualización, un redactor de Vice escribía un artículo titulado «Vale, ya tenéis el emoji de la paella, ¿y ahora qué?» Pues es muy sencillo de explicar. O a lo mejor no es tan sencillo, visto el afán provocativo en la redacción del texto. Pero allá vamos.  

Pongámonos en situación. En estos tiempos que corren, donde la política de ahora dicen que se basa en la participación y todos vivimos en la nebulosa de los mundos de Yupi, de las confluencias y la paz y el amor, nuestra tierra, Valencia, conocida en otras latitudes como “el Levante español”, ha sufrido el azote de una serie de fantoches que, nacidos o criados en nuestra terreta, se han dedicado a saquear todo lo saqueable como si fuesen británicos en Egipto.

Y eso, quieras o no, al que es de aquí, pues le toca un poco las castañas. No vamos a ser más papistas que el Papa, pero esta tierra siempre ha sido de trabajadores, gente honrada en su gran mayoría, que no lo ha tenido fácil históricamente. Y por obra y gracia de un puñado de delincuentes ahora tenemos que aguantar cuando vamos fuera de nuestra comunidad chanzas de graciosetes -igual eres tú eres uno de ellos-, sobre lo bien que se nos da robar a los valencianos y chorradas varias. Y se abusa de la generalización. En otras autonomías son tacaños o vagos y ahora los valencianos somos corruptos, tirando de cliché. La ventaja que creemos tener nosotros es que somos los primeros que nos tomamos la gracia con gracia, si la tiene. De hecho, todos los años realizamos una purificación mental y física en una fiesta que se llama Fallas, donde nos burlamos hasta de nuestra sombra y quemamos la sátira, muchas veces mirando nuestro propio ombligo. Lo que nos toca las pelotas es si tiran a dar. Ahí si has dado en hueso. Y ya ves, mira si somos simples que, con una campaña graciosa para poner un emoji en nuestro móvil, nos damos por satisfechos. Nos demostramos, una vez más, que estamos por encima de los que nos han gobernado, de los que nos hacen sentir señalados. Y gracias a eso, a la pesadez en redes sociales y a que en La Fallera han visto una gran idea para crear una campaña fantástica, podremos usar el dibujito los domingos, cuando nos toque hacer comboi y preparar la paella, mientras en otros lares hagan cosas de modernetes de barrios gentrificados.

Es normal que no nos entiendas. Leyendo «Lo que a todos nos parecía una paella normal y más que correcta supuso una decepción tremenda para los organizadores de esta pantomima ridícula» nos das un poco de penita. No pretendemos enseñarte ahora a distinguir los distintos tipos de paella. Entre otras cosas, porque quizá no entenderías de la misa la media cuando te habláramos de paella y caldero o de tornillos y hierros. Y mucho menos de ingredientes. No pasa nada. Love of Lesbian tampoco sabían y esa ignorancia se arregla como casi todas las cosas, viajando. Así que vamos a decir que ese emoji inicial es lo que en la costa del ‘Levante español’ se llama “paella mixta” que es un esperpento creado para alimentar a turistas que, normalmente cocidos como ratas, les da igual carne que pescado. Se prepara una cosa mezclada, con un poco de todo y ya está, aberración perpetrada. Quizá estaría bien que visitases Wikipaella, que no deja de ser una buena piedra de toque para saber que es una paella y que es un ‘arroz con cosas’. Para que puedas dártelas de entendido de la gastronomía, hacerte selfies en Instagram con el filtro Valencia o, quien sabe, hacer un reportaje sobre ello. Es como si al catalán le pareciese bien que el pa amb tumaca se hiciese con tomate frito de bote y que, de alguna manera, en una campaña popular, se viese que no es el tomate natural de toda la vida de Dios. O en el caso que hubiera un emoji de la fabada, le pusieran macarrones.


No obstante, deseamos de corazón que te inviten a muchas paellas mixtas y que nunca nadie tenga a bien en convertirte en un efímero ninot de falla. Y puedes poner paella todas las veces que quieras cuando te inviten a alguna. Nosotros, desde aquí, usaremos #paellaemoji.

lunes, 9 de mayo de 2016

El verano comienza en mayo con el Montgorock.

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No recuerdo donde, leí que los jóvenes de hoy en día no quieren el calor del funcionariado como profesión para cambiar su tiempo por dinero. Que prefieren emprender. Que visto como está el percal, es casi lo mismo que echarle un par de huevos. Es de admirar esta cuestión ya que, aunque uno no deja de ser un romántico con respecto a la condición humana, hay mucho cobarde repartido a discreción. Pero no cobarde en el sentido de temeroso. Cobarde en el sentido de no ir de frente y buscarte las vueltas, haciendo todo el daño posible, si cabe. El problema de esto es que no los ves venir. Igual te aparecen con la piel de cordero en forma de zapatos de Prada de hace cuatro temporadas y chaqueta lustrosa del excesivo uso y, ante la primera sensación de pena, esta se transforma inmediatamente en asco por la calidad del personaje.
En el mundo de la música hay muchos chaquetillas de este estilo. Gente que se aprovecha del sudor ajeno para el beneficio propio sin emplear una gota de sus poros. Pero, afortunadamente, existen también otros, mayoría, que nos hacen abrazar al ser humano como aspecto genérico con la mayor de las ternuras. Porque con sus pequeñas hazañas, nos convierten un poco mejor a todos.
Supongo que esto sería lo que llevó hace cuatro años a Maricruz y Josan a sacarse de la chistera el Montgorock, un festival sin otra pretensión de sentir la vibración de la música en directo en su pueblo. Y en esas cosas, que ahora los autodenominados "nuevos políticos" denominan participación y autogestión, empezaron a mover hilos y a tener continuos dolores de cabeza para «construir una plataforma de lanzamiento que mole para la música en directo», como dice Maricruz, uno de los miembros de la organización del festival. No conozco ningún proyecto realizado desde la sinceridad del corazón que no despierte una sonrisa en quienes lo disfrutan y lo gestionan. El Nueve Tragos de Andrés Albert o el Kraken Bar de gran Pablo son solo dos ejemplos de lo que quiero decir. Y en ambos me he sentido como en casa. Porque consiguen eso, que sea tu casa.
Y la verdad, con tantos palos en las ruedas, es de agradecer que, en este mayo recién comenzado, todo aquel que se desplace a Xàbia pueda disfrutar de un cartel de lo más apetecible dentro del panorama del rock español. Este Duo Dinámico del rock ha sufrido apagones por las bravas por el conocido método del tirón de cable en la discoteca donde contrataron una de las ediciones o la vanidad política, con palabras barrocas de continente y vacuas de contenido, que les obligaron a suspender la edición del año pasado que se iba a realizar en Dènia, sin tiempo para la reacción, con el consiguiente aluvión de críticas de todo aquel que ve los toros desde la barrera y se permite el lujo de apretar muy fuerte los botones de su smartphone para mostrar su indignación, dando de manera altruista recomendaciones paternalistas adquiridas en su Master de Cuñadismo Gilipollas, con sobresaliente Cum Laude.
Sigo particularmente la evolución de este festival desde que vio la luz. Tengo un vínculo con la zona muy fuerte que me acompañará hasta el fin de los días y cada vez que me viene a la cara el salitre de El Arenal, recuerdo aquellas noches sirviendo copas y debatiendo con holandeses sobre fútbol, cervezas y mujeres a finales de los noventa. Y el nombre me parece acertadísimo. El Montgó, la roca, siempre presente en aquella zona, testigo mudo de nuestros llantos y nuestras sonrisas, de nuestras confesiones y nuestros miedos, de nuestros amores y deseos. Testigo de nuestra vida, en definitiva.
«Solo buscamos que nos gusten y que lleven todos una misma línea. Grupos de alta calidad en directo, tanto consagrados como emergentes», nos responde Maricruz cuando este impertinente hurga sobre la confección de los carteles. Y la verdad es que este año han acertado, más, de pleno. Loquillo, Quique González y Los Zigarros tienen nuevo disco recién estrenado. La M.O.D.A., Arizona Baby, L.A., Rubén Pozo y Muchachito no necesitan presentación. Los Perros del Boogie andan cocinando su próximo bombazo y el Montgó será seguro un gran banco de pruebas. Gran Quivira es uno de esos proyectos fantásticos que salen de la mente de Monty Peiró, rodeada de fantásticos virtuosos y que divide al mundo en quienes han vivido la experiencia de verles y quienes no. Y el movimiento divertido del resto de integrantes del cartel, con Miss Octubre, los alemanes Itchy Poopzkid, La Pulquería, Romero y los bestias de los Sexy Zebras nos aseguran, a priori, un fin de semana de diversión y guitarras al once. Y la apuesta por el rock patrio está fuera de toda duda. Cosa que es de agradecer en estos tiempos que nos toca vivir.
No exento de dificultades, en las que no quieren entrar en detalles, los organizadores hablan de amistades que nunca se perdieron en este camino. ¿Y dinero? La respuesta es obvia. Muchos de los asistentes a la edición de este año son invitados por la organización para compensar el agravio del año anterior, por lo que nutre de más valor cada instante que disfrutarán los asistentes al festival, con dos tipos de entradas, una general y otra buscando más la relajación, si se puede usar esta palabra en un festival de rock, supongo que dirigida a jóvenes de espíritu pero viejos de carnet, como servidor.

En última instancia, le pregunto a Maricruz si las experiencias vividas les han hecho aprender de los errores. «Es un error del que no se puede aprender puesto que entonces dejaríamos de creer en las personas», me sentencia con total aplomo.

Y no se queda nada más. Creer en las personas. Como Maricruz. Como Josan. Que con sus arrestos, nos hacen ver este mundo con una escala de colores más allá del gris y el negro. Y nos adelantan el verano a mayo, que no es el mes de la flores. Es el mes del Montgorock Xàbia Festival.