viernes, 29 de diciembre de 2017

La utilidad de la derrota.

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Derrota útil. Seguro que lo recuerdan. Jorge Alberto Francisco Valdano Castellanos acuñó ese término siendo entrenador del Valencia después de caer a doble partido en una eliminatoria de Copa contra Las Palmas, que estaba en Segunda. Esa definición, junto a aquello de cambiarlo todo, hasta los percheros, fueron los grandes legados del argentino a la historia valencianista. Después de pasar por aquí, no ha vuelto a entrenar, ni lo hará más. Se le nota más cómodo con el micro en la mano y haciendo entrevistas íntimas a jugadores y entrenadores en Universo Valdano, un buen programa, si es capaz de verlo usted con la inteligencia que le supongo como lector de estas líneas, sin la bufanda roncerista o picosiana.

La utilidad de la derrota, les decía. Nuevamente, conviene citar al Premio Nobel de Literatura, Bob Dylan para asegurar que, por fin, los tiempos están cambiando. El derbi autonómico saldado con derrota ante el Villarreal, hace justo un año hubiera sido un caos. Hasta el árbol de Navidad de la Plaça de l'Ajuntament sería una pira en llamas, como si de una felicitación de Izquierda Unida se tratase. Ni pensar quiero si Neville o Prandelli estuviesen en el banquillo valencianí y la dirección general rulase como pollo sin cabeza. Por suerte, está Mateo Alemany al mando en los despachos, personaje del año del Valencia CF en mi opinión, y el indestructible Marcelino con su equipo en el control y explotación del vestuario. Y sin entrenar el asturiano a la grada, sabe sacar lo mejor de ella. Como buen gestor de grupo. La ovación, aplausos respetuosos si no queremos caer en la euforia, después del cero a uno prenochebuena es síntoma que hay recuperación, hay comunión y hay sintonía del equipo con la grada. A pesar de no hacer un buen partido. De ir a arreones. De comenzar a vislumbrar que, poco a poco, le van cogiendo la matrícula al equipo y que espera una segunda vuelta más dura que lo que podamos tener en el imaginario. También es cierto que podemos argumentar las bajas como causa de esta residual vulnerabilidad, pero como dijo el mítico Luis, aquí cualquier tonto te hace un reloj y funciona.

Cierto es que no es lo mismo presentar batalla con Andreas que con Guedes de la partida porque son talentos distintos, pero esto también es fútbol. El famoso fondo de armario. Pero también es cierto que la transición del equipo, que podríamos personificar, otra vez, con el cambio de Parejo, ha adelantado etapas. El vísteme despacio que tengo prisa trasladado al fútbol este Valencia se lo ha cargado a patadas. Los jugadores, cuando no tienen ideas tácticas, o las tienen pero se las neutralizan, ya no son vacas mirando al tren. Corren, pelean y se vacían, en esa épìca tan del agrado del aficionado al deporte, que los compara en su imaginario con gladiadores de película o currantes de una fundición. Incluso se permite que Zaza sea expulsado por el bagaje anterior que tiene y porque ha conectado con la grada con esa manera de jugar, como si tuvieran secuestrada a Chiara y fuera su vida condicionada a no guardarse ni un gramo de esfuerzo. Gustan estos jugadores aquí, siempre que estén bien entrenados con alguien que sabe de banquillos y sepa canalizar esa imperiosa manera de jugar, porque con un Neville de la vida, hasta el mismo Maradona sería un fiasco.

Pero no conviene pernoctar en este enamoramiento inicial. El amor se construye con pequeños gestos diarios, con detalles. Amores rotos del pasado, recuerden el flechazo de Enzo hace casi tres eneros, roto por la pachorra y los desprecios públicamente privados con la institución y el equipo. Aunque sigo pensando que, con un buen entrenador y un club asentado, otro gallo nos hubiese cantado con el gallito argentino. Por tanto, no olviden, esta derrota valdrá si se aprende a ganar en la misma situación en el futuro. Si no, volveremos a tener el corazón roto y tocará volver a empezar, como filmó Garci.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Valencianos contentos por el fichaje de un portugués.

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Cuando usted lea esto, visitante habitual, tal vez ya sea millonario porque le haya tocado la bolita del Gordo. O incluso una pedrea. O tal vez no, pero sigue ahí, en su lugar de trabajo, con la ilusión intacta por recibir esa llamada en la que alguien desde el otro lado del teléfono le dice que ha tocado premio. Tanto si pasa como si no, eso, la ilusión, es la que mueve el mundo. Y pueden, si quieren, aplicarlo a todas las cosas de la vida. Relaciones, trabajo, eventos y, por supuesto, el deporte. Y por supuestísimo, el fútbol.

Eso es, la ilusión de salir bien las cosas, de tener un poco más de pelo al que agarrarse después de venir de vagar por las medianías, como un desfasado a las cuatro de la mañana en el garito de moda. Sin esperar nada a cambio, cualquier alegría, por pequeña que sea, era buena. Pero ahora, queridas amigas, el equipo va al parón de Navidad en los puestos de arriba. En los que dan pasta de la buena, por obra y gracia de la Champions y el jugoso y justo, en este caso parece que sí, pastel de la tele. No marquen otra cosa en el calendario de ilusiones, que todavía es pronto. Comiencen a soñar despiertos si, cuando lleguen las Fallas, estamos en estas posiciones y a tiro de las cosas de arriba. Difícil, pero ya saben, la ilusión.

Y miren ustedes por donde, la derrota de Eibar parece que fue hace dos meses porque nos ha venido un huracán desde L'Equipe, periódico deportivo francés por aclarar conceptos, que habla del trabajo de Lim por intentar fichar a Guedes. Ese matiz, que sea Lim, es una variable importante en la ecuación, a la que volveremos luego. La cosa viene de un medio serio y de trayectoria, la mayoría de las veces, solvente. Como bien decía Josep Lizondo, en L'Equipe tiene el mismo espacio el PSG y el Nantes, llámenlos locos, pero igual ese es el camino. La pluralidad. El no hacer periodismo de bufanda. L'Equipe y su noticia, les decía, han provocado un efecto rebote por aquí que la cosa se ha ido tanto de madre que del partido del sábado, -el que nos interesa, no el que nos están poniendo hasta en la sopa- poco se habla. Y anda que no es importante ganar al Villarreal. Por los puntos, por la distancia que comenzaría a tener el Valencia con respecto al quinto y por las tertulias en las sobremesas navideñas. Valencianos ilusionándose por el fichaje de un portugués. Menuda herejía, tetes.

Porque el valencianismo vive su particular fiebre alcista de Bitcoin. Como la famosa criptomoneda, miramos al futuro con las pupilas más dilatadas que aquella pareja puesta hasta las trancas y hablando de hipotecas fijas. Sin importar el mañana. O mejor dicho, pensando en ese mañana dando por sentado que lo inmediato está más que conseguido. Pues aquí, el Grinch valencianí les dice que tiren de memoria. Que cuando Nuno y el año I de Meriton, por poco nos quedamos si Champions en Almería y conviene no decir gat hasta que no esté en lo sac. Por eso conviene, por la salud inmediata, focalizar todo en esta temporada, en el poc a poc de Marcelino. En ese camino que hace que jugar en el Valencia vuelva a ser apetecible, con portugueses cantando fados de saudade desde Milán por esta València noble, con lustre y que vuelve a acaparar titulares, para bien esta vez.

Así que mejor dejar que el ruido del futuro no entorpezca. Tenemos la ventaja que la bomba de Guedes es por un jugador que ya está en la dinámica del grupo y que su continuidad no va a entorpecer mucho el día a día. Imaginen que Lim gestionase por su cuenta la llegada de, por ejemplo, Pastore, del mismo lugar. Ya podría generar un mosqueo o una ligera complicación para con los que están batiéndose el cobre hoy. Porque así, usando su agenda, si que nos sirve en este sentido Lim, Mendes y todos. Aunque sea porque Gonçalo lo vean como una inversión a la que sacarle rédito económico. Y sin descuidar el trabajo de scouting de Vicente Rodríguez, Salva Grau y el resto del equipo de la secretaría técnica, que es donde se juega el club la soldada. Las gestiones PC Fútbol de Lim son solo la guinda, el complemento al trabajo bien hecho por todos, desde la vertiente deportiva, hasta la económica, para sanear y tener un proyecto sólido que no dependa exclusivamente de la bolsa de jugadores.

Ganemos al Villarreal de mi querido amigo Héctor Molina y vayamos haciendo camino al andar. Y en abril, veremos.


miércoles, 20 de diciembre de 2017

Doctor Voltaje. 7 de diciembre. Wah-Wah.

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Si la memoria no me falla, cosa bastante probable, era la primera vez que volvía a Wah-Wah después del retiro del querido José Casas. Y he de decir que un escalofrío recorrió mi cuerpo. Ya sé que sigue vivito y coleando, pero llámalo frío de diciembre, llámalo nostalgia del que, a veces, se siente mayor, eché de menos ese '¿Cómo estás, cielo?' con el que me agasajaba inmerecidamente cada vez que pisaba su reino. Y como aquel que vuelve después de mucho tiempo a los lugares de la infancia que le han hecho feliz, vuelvo a la sala, no sin antes seguir el ritual del carajillo en el bar de al lado, primero Let's Go de Tono y Manolo, ahora Bule-Bule, regentado por buena gente de sonrisa y amabilidad solícita.

El menú rockero de aquel jueves raro de puente era de lo más apetitoso. La puesta de largo de Doctor Voltaje, presentando su álbum de debut y antes, para calentar al personal, dos de los Jolly Joker, Lazy Lane y Yannick, con versiones en acústico de canciones de los 80 y 90. Y a bien que lo hicieron. Por sus manos y gargantas pasaron The Cult, Velver Revolver, Led Zeppelin, con una bonita colaboración de viento en su introducción a 'Stairway to heaven', o Skid Row dejando un agradable aroma a aquellos nostálgicos desenchufados de ese canal que antes fue de música llamado MTV justo antes que subieran a escena Doctor Voltaje.

Los Voltaje, que tuvieron que añadir su doctorado por aquello de las coincidencias, entran con el ídem a tope. Al once. El cantante, Francis Sarabia, -que esta vez no está ligeramente ronco ni enfermo que yo sepa, como ocurrió en su puesta de largo en el AFS Festival- canta con eso que se ha de cantar. Tiene un tono de voz muy peculiar que le confiere de poder y dignifica muy mucho el cantar en castellano. Y una nueva voz sobria y potente en este panorama nunca viene mal. Bienvenidas esas cuerdas vocales. No es fácil presentarse ante la concurrencia en una fecha tan extraña y ver tantas caras conocidas entre el público. O sí, quien sabe. Lo bien cierto es que mostraron un amplio repertorio de saber hacer y estar más que rodados en esto de los escenarios, aunque de manera separada. Y se les notaba agradecidos por poder compartir con todos nosotros su trabajo, grabado en The Rooms.

Su disco de debut suena bien. Es rocanrol. Algo tan fácil y, a la vez, tan difícil. Disponen de estribillos y melodías que se te graban a fuego en la mente. De esas que se pegan a la boca y las cantas sin pensar. Y en el escenario de la Wah-Wah así lo hacen transmitir. Con un juego de base conjuntado y las seis cuerdas de Eloy pasando de la caricia al fuego, según exigencias, nos ofrecieron un show con rock del bueno, con actitud y una fiesta para la ciudad en aquel jueves con vestido de sábado. Ese poder hipnótico que tiene el Hammond de Suzuki, como si hubieras respirado aire enrarecido. Ese deslizar los dedos de Carlos con su bajo, con ritmos de poseído. Wally y sus solos de batería. Rebeldes que no siguen el guión pactado. La parroquia disfrutaba, vistos los cabezazos asintiendo que observé en uno de esos momentos de mirón que me suelen dar en los conciertos. Fue una gran noche de rock and roll, como precisamente cantan ellos mismos en su videoclip de presentación. Y fue una agradable sorpresa escuchar una versión de Buenas Noches Rose, meneando la guitarra.

Que rompan lo que quieran. Pagan Doctor Voltaje. Muy recomendable seguirles la pista. Yo lo pienso hacer.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Huérfanos de Zaza, ¿huérfanos de raza?

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Vivimos una semana en la que se va a presentar la batalla futbolística del fin de semana con una novedad respecto a las anteriores jornadas de esta temporada de vino y rosas. En todas ellas, la presencia de Simone Zaza era una de las cartas de presentación que el equipo de Marcelino y Uría mostraba a las pizarras rivales. Tan solo aquel pequeño tirón de orejas en el derbi local frente al Levante privó al espectador neutral y al aficionado pasional del italiano en el once inicial. Pero esta semana no. Esta semana, el novio de Chiara tendrá que soltar su ímpetu gritándole a la tele, mientras sigue las andanzas de sus colegas de equipo en Eibar. Cumple ciclo de amonestaciones el nuevo héroe valencianista. Uno di noi. Con cifras goleadoras con marchamo de mito. Y si nunca es bueno no tener a tu goleador, la visita a Ipurúa tiene pinta de ser una de esas en las que, a priori, Zaza se iba a sentir como pez en el agua. Campo pequeño, mucho balón largo, cuerpo a cuerpo. Partido de los difíciles. Pero conviene no engañarnos. La derrota de Getafe y el casi empate en casa contra el Celta marcan cual va a ser el camino que se va a encontrar el Valencia desde ya hasta que termine la liga. Nadie les va a regalar nada. Todos los equipos van a querer ganar al Valencia. Como quieren hacerlo con el Atleti. Y, por supuesto, como quieren hacerlo con Barça y Madrid. Pero valencianistas y colchoneros son más accesibles. Más terrenales, si quieren. Por aquello de sus plantillas y sus jugadores franquicia, los dos transatlánticos del fútbol europeo son menos proclives al despeine por aquello que las individualidades deciden. Puede un tipo de los de esa plantilla estar ochenta minutos mirándose al espejo o a las musarañas, que en menos de diez te mete dos arrancadas y un par de goles por la escuadra y a otra cosa, mariposa.

Pero con Atleti y Valencia es diferente. Quizá Sevilla también sufra de este mal. Clase media aupada a la zona noble. Con descensos relativamente recientes incluso, son mirados con esa envidia y esas ganas de fastidiar a quien saca pecho a base de trabajo y trofeos. Fastidiar deportivamente, claro. Como aquella fábula del pastor que quiere que se mueran las cabras del vecino antes que tener él más. Y por eso van a por ellos. Para zarandear la silla y hacerlos caer. Por este motivo, desde ya, al hacer bien las cosas durante la semana, se le va a tener que añadir ese plus de intensidad exigido del que sabe que no le van a regalar nada. Jugar con raza. Como Zaza. Con esa intensidad que enamora a las cámaras. Que saca una sonrisa de un recogepelotas rival al ser pillado por la chiquillada propia del chaval que araña un segundo, o diez, para ayudar a su equipo. Esa raza del que juega a un suspiro de romperse en mil pedazos y juega como si mañana fuese el fin del mundo. Ese menisco como modo de vida.

Pero todo esto no es malo. La ausencia de Zaza, como antes lo han sido las de Murillo o Garay, van a demostrar el fondo de esta plantilla. Van a definir, quizá, si Mina es algo más que un letal revulsivo. Van a definir si tener cara de buen chico está reñido o no con hacerse respetar como se debe hacer respetar el capitán del Valencia. Y hablo de los dos, Parejo y Rodrigo, que han de ser el espejo en el que los Lato, Soler, Kondogbia, Andreas y Ferran han de mirar y medir hasta cuando y porqué es importante que el Valencia sea respetado en los campos. Ojo, no hablo de ser favorecidos. Hablo de ser respetados. Hablo de mirar antes al escudo que a la edad por parte de todos. Hablo de hacer entender mañana y todos los demás días de competición que si un jugador tiene veinte años y lleva el escudo del Valencia en el pecho es porque se lo ha ganado. Que regalar cargos o titularidades son cosas ya del pasado. Y a ese pasado no nos gustaría volver jamás.

Así que, la oportunidad la pintan calva, plantilla. Demuestren que, sin Zaza, no estamos huérfanos de raza.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Suárez de la vida, actores del balón.

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Andamos a vueltas en este rincón con el apellido Suárez. Si la semana pasada lo mentábamos para hablar del delantero uruguayo del Barcelona, en esta es casi irremediable hablar del también uruguayo y defensa del Getafe, de nombre Damián. Él personificó las artes del Getafe, con tres trofeos internacionales en sus vitrinas y más de 200 millones de presupuesto en plantilla, que se dedicó a defenderse como gato panza arriba ante una expulsión delante de un equipo que venía con unos números que asustan a cualquiera. Que ordinariez, pensaron algunos. Y no, la verdad es que no. Es fútbol, queramos o no.

El ser joven implica ser bisoño y, algunas veces, pecar de bueno. Y Damián Suárez, jornalero del balón, que diría José María García, sabe hacer bien pocas cosas, pero defender cuando la tiene de cara es una de ellas. Yo he visto al mismo jugador ser un verdadero colador en Mestalla sin saber por donde le venían. Así que es una cuestión de oficio y, porque no decirlo, de permisividad del árbitro y sus asistentes. Pero hay que ir más allá. Hay que creerse esto de jugar a fútbol y que llegarán momentos en los que se rayará la legalidad lo justo y necesario sin salirse de ella. Y este otro fútbol, el subterráneo, el que no es ejemplo para los niños, es el que ha de mejorar el Valencia. Recuerdo un enfrentamiento Boca-Real Madrid, -podría ser la Intercontinental de 2000, pero no me atrevo a asegurarlo- en el que Figo se encaraba con el Chicho Serna, un pequeño macanudo mediocentro colombiano, buscando provocar con el manido hijo de aquello tras un lance del juego en el que se encontraron. El portugués pensaría que mentando a la madre del colombiano provocaría agresión para beneficiar a su equipo. Y el Chicho, ni corto ni perezoso le espetó un «Sí, ¿y qué?» y se siguió jugando, con el bueno de Luis en estado de shock por la respuesta. No recuerdo si después de ello, Figo se borró del partido. Probablemente sí. Y en este tipo de lances, como los que tuvo Damián con Parejo, Gayá o Mina al final, no hay mayor desprecio que el no tener aprecio. Cierto pasotismo, el no entrar al trapo ante las provocaciones, meter tres caños efectivos y llevarse los tres puntos del Coliseum. De lo contrario, te vas caliente a casa y sin nada.
Porque esto de ponerse la camiseta del Valencia este año no sale barato. Llegas invicto a Getafe y no puedes pretender que te reciban como Villar del Río a los americanos en «Bienvenido Mister Marshall». No, te van a recibir duro y fuerte, como un equipo grande, que tiene portadas que ellos no tienen y que se quieren ganar por eso mismo, por ser los primeros que tumban a uno de los tres invictos de La Liga. Y con esas jugaron, con sus cartas. Como hace el Valencia cuando tiene delante a Balones de Oro y campeones de todo. De peces grandes y chicos. De amor propio contra cartera más o menos solvente. De esto se trata.

Y luego podemos ahondar en otro debate, la facilidad con la que se cae al suelo en esto del fútbol moderno. Dudo y me temo que en esto del fútbol ultratelevisado, con cámaras en todos los lados del campo y superlentas que detectan hasta el más mínimo detalle, la actuación de todos los actores del balón va a ir a más. Que lejos quedarán aquellos partidos de Primera donde tres eran tres los árbitros y si tenías la picaresca, o mala leche, de arrearle un codazo al rival tenía que ser a espaldas del árbitro o sus colegas. Ya podías, con razón o sin ella, dar treinta vueltas por el suelo o moverte por el césped como un besugo recién pescado que, de normal, con eso te ibas a quedar. Siempre recuerdo la anécdota que nos contó el ya fallecido árbitro Bayarri Ribelles en el curso de entrenadores, cuando uno de los árbitros de campanillas de la época, quizá Guruceta, se acercó a él en Bilbao al ver a un jugador en el suelo, con el fin que le enmendara la plana. «-¿Qué has visto? - Lo mismo que tu, fenómeno.» Pues imaginen ahora con el futuro que viene, llamado VAR, que va a permitir que el mínimo toque pueda parecer una zancadilla en toda regla, un golpear de tacos en la espinillera, cuando solo el viento y un ligero toque provocaron la tala de cualquier recio delantero. Ahí es donde veo yo el problema de VAR, aunque seguro que eso no será así y solo se usará para lo que dicen, goles, penaltis, confusión de jugadores y tarjetas rojas. Aquí estará el quid de la cuestión. Saber si a los mentirosos se les sancionará.

Y hablando de mentirosos, una última cosa de propina. Todos los periodistas deportivos que hablan bien del Valencia fuera de aquí, no se lo creen. Puede que haya honrosas excepciones más allá de Rubén Uría, que dignifica la profesión, pero todos los demás, mienten. No les den pábulo. No retuiteen. No compartan, por muy burra que sea la cosa. Silencio. Eso es lo que les descoloca. Ganarán tiempo y salud.

jueves, 7 de diciembre de 2017

Los Zigarros + Corazones Eléctricos. Sala Repvblicca. 1 de diciembre 2017.

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Puede que los momentos vitales sean los que menos te esperas. Decisiones tomadas que se quedan en la retina para siempre por ser magníficas, por ser la última vez que las disfrutas sin saberlo, y que te saltan a los ojos prácticamente sin querer. Oportunidades únicas o finales de ciclo. Pues bien, servidor cree que este concierto de Los Zigarros en Valencia cierra un ciclo. Desde que se presentaron en su ciudad, Valencia, en la Wah-Wah, aquel último jueves de junio del ya lejano 2013, con la expectación propia que arrastraban, y arrastran, los hermanos Tormo y sus dos talentosos secuaces, hasta el pasado fin de semana, han pasado muchas cosas. Entre ellas, estrechar la mano de Jagger, cosa que no está al alcance de todos. Y llenar una sala de más de mil personas, con el cortante viento frío que soplaba en este principio de diciembre convertido en carámbano, es de tener mucho, mucho mérito.
Yo mismo dudé de permanecer en casa, con un vino, queso y la lista de éxitos de Otis Redding, pero un buen amigo, de esos de los que pondría mi vida en sus manos sin dudarlo con la seguridad de no perderla, me advirtió que podría ser la última vez que los viera en ese formato, en ese tipo de salas y a ese precio. Y fue el acicate necesario para llamar un taxi, salir y saltar, sin cenar, para disfrutar de Los Zigarros y unos teloneros de lujo, Corazones Eléctricos.

Corazones Eléctricos son un seguro de banda. El trío, que suenan como cinco, un acierto empresarial para girar y minimizar gastos, dispone de unos temas contundentes que, unido a una elegancia en las letras y en la puesta en escena, los hacen una opción mucho más que interesante para seguir su gira de invierno. Son el enésimo ejemplo de talento rockero en esta tierra de músicos. Cada vez más me encantan como suenan, la energía que desprenden Kako Navarro y Pau Monteagudo desde sus cuerdas y las letras se pegan como una oblea bendita en una misa de domingo en el paladar de una feligresa recatada. Si ellos mismos se preguntan quien salvará al rock and roll, estoy seguro que estarán en las primeras filas para defenderlo. Una buena elección para telonear a los grandes protagonistas de la noche.

Pausa. Me acerco a la barra y pido la segunda cerveza, que al final fue la última de la noche. Después bebidas sin plomo para estar despierto y atento. Veo que la parroquia anda divertida, con ganas de pasarlo bien. Por allí estaban miembros de Doctor Voltaje y Jolly Joker preparados para este diciembre rockero que se presenta como un epílogo perfecto en lo que a música se refiere.

Escena en negro. Salen dos sombras alargadas y la sala atrona. Los Zigarros están en la ciudad y vienen a no hacer prisioneros. Saludan a la parroquia como ellos saben hacer, diciendo a todo que sí, ejerciendo de buenos hijos con su madre, y cantando a Tom Petty con Pau Monteagudo. Disfrutan con ello. Suena música que recuerda a Aerosmith, a Stones, a The Kinks y a todo aquello que tenías en tu habitación y que era rock y que ahora son sus himnos, coreados por el público, cosa que hace sonreír diabólicamente a Ovidi como Bon Scott en la portada del Back in Black. La máquina zigarrera está perfectamente engrasada, obvio después de recorrer todo el país una o dos veces, con Adrián ejerciendo de jefe a los parches y ese plus que aporta en sus apariciones Ángel Vera cuando su armónica inunda todo el escenario. Y he de reconocer, mientras miro las caras de la gente, sus ojos, sus cantos de estribillo a grito pelado y sus grabaciones con sus móviles, que ya no son nuestros. Ya no son de la ciudad oscura. La que amamos con todas nuestras fuerzas pero también odiamos un poquito. Esa de garitos con calor de hogar y amistad, como el Kraken, de salas de medio aforo y de camerinos como el salón de tu casa. Han volado. Ahora nos va a tocar compartirlos con el mundo. Hasta con el puto Mick Jagger. Y la verdad es que no nos importa. Faltaría más. Han tenido ocasión de poder debutar en primera división y lo han dado todo para no ser portada de un solo día, sin medias tintas, en toda una declaración de intenciones y de vida. Y como espectador, aunque sea solo rocanrol, me gusta. Por eso, como de gente bien nacida, la banda se dejó la sangre en el escenario. Literalmente, con el percance de Nacho Tamarit, el bajo más alto, solventado con unos puntos y un susto. Por eso, como dicen en Dispárame, ponte el vestido azul y pide lo más caro del bar. Y si puedes, no desperdicies nunca las oportunidades de la vida. Sin matarte, pero sin desperdiciar.

Y, al final, no me pregunté que demonios hago yo aquí. Ya puedo decir que yo vi a Los Zigarros antes de todo lo que les depare el futuro a partir de 2018. Que les pinta bueno.

viernes, 1 de diciembre de 2017

De enanos, pelucas y apuestas.

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Vamos a empezar aclarando algunas cosas. Soy aquello que las estadísticas denominan 'Un señor bajito'. Cuando era más joven y ya tenía edad de entrar a lugares de mayores de edad, era requisito indispensable para servidor llevar el DNI a mano para enseñarlo al portero de la entrada. La cara de buen chico y mi estatura no abrían muchas puertas de esas que digamos. También he de decir que nunca sufrí, por fortuna, ningún tipo de acoso o vejación en el colegio. Más que nada porqué todos eramos algo en ese momento. Gordo, fideo, feo, gafotas, orejudo o cualquier característica peculiar te catalogaba de por vida colegial e incluso en el instituto. Pero adaptándome al medio, y por un mero instinto de supervivencia siendo relaciones públicas de mí mismo sin tener ni idea de que era eso, comencé a ser popular y bien considerado, creo, por todos. De hecho, todavía conservo muy buenos amigos de esa época a los que pondría mi vida en sus manos sin dudarlo con la seguridad de no perderla. También les digo que nadie me ha dado nada y puede que la valía profesional se deba demostrar doble con ciertas características físicas determinadas, como todo en la vida. Pero bueno, aquí estoy, dando guerra con la teclas y otras gaitas.

Y la verdad es que la enésima muestra de impunidad con respecto a los árbitros por parte de algunos jugadores de los equipos que le importan a Tebas me ha tocado la moral, siendo finos. En concreto, la de Luis Suárez con el árbitro asistente. Está claro que a los trencillas les meten caña hasta en el cielo del paladar. Va en el cargo. Pero que le dijese 'Enano de mierda' al señor de la bandera, pues oigan, no me ha caído bien. Y me importan dos rábanos las pulsaciones del uruguayo, que eso sea una medida de presión para que el subconsciente se decante a favor, que sea parte del fútbol o todas esas cosas que argumentan quienes defienden lo indefendible. Debería tener el cuenta el chico del bocado fácil que, quiera o no, puede ser un ejemplo o un espejo en el que se miran infinidad de chavales de todo el mundo. Y que si su ídolo le dice a un árbitro aquello, no habrá nada que impida que en cualquier recreo de cualquier ciudad de España un chaval se lo diga a otro, comenzando el bucle. Imágenes hay, pruebas también. No estaría de más que La Liga actuará de oficio y pusiera una sanción ejemplarizante y de calado social para este jugador. No hablo de partidos, hablo de dar ejemplo. Tampoco de dinero si no van a servir para reforzar valores positivos que calen en la sociedad, en los chavales y en los que no lo son tanto. Solo así podremos decir con orgullo que La Liga lleva camino de ser una de las mejores del mundo. Y Tebas, majete, tú que miras tanto la pasta, la responsabilidad social corporativa es un valor añadido a tu marca que puede hacer que se mire con otros ojos el tinglado trincón que tienes montado.

Porque, querido lector, en estas próximas Navidades todas las madres del mundo quieren que su hija traiga un Rodrigo Moreno a la mesa antes que a un matón uruguayo apellidado Suárez. Trabajador incansable, modosito y con pinta de honrado, dan ganas de ponerle un jersey de lana gorda y pasarle en la cena las gambas a lo Laudrup, mirando al tendido. Digan ustedes, si se atreven, si no es reseñable la muestra de pertenencia y de tener los sentidos abiertos que el sobrino de Mazinho piense en honrar la memoria de Jaume Ortí de la manera que lo hizo. Y piensen, con la sonrisa congelada si aquella pseudocampaña a golpe de tuit desde más arriba de nuestro reino pidiendo amarilla por marcarse un Orquesta Mondragón no es para que reciban carbón. No tanto por aquello de la sensibilidad del momento y todo lo demás. A Jaume se le quería aquí y ya. En otros lugares más lejanos, no dejaba de ser más que una molestia por no tener pelos en la lengua o una persona protocolariamente invisible a la que no tener en cuenta cuando forofos con vitola de presidente celebran goles postreros sin medida. E incluso molestias entre la fauna local. Porque Mónaco no se olvida. De ahí el mirarse el ombligo en el fútbol-ficción, un genero en auge que consiste en que se alineen los astros después de un lance del juego no juzgado a favor del color que les paga. Pensando con la bufanda, que pensar con el corazón, solo lo hacen cuando es su bando. Que hasta la casa de apuestas que patrocina al Barcelona ha dado por buena esta victoria-ficción, pagando a sus apostantes las cantidades pactadas en caso de 2 en la quiniela. Como dicen los argentinos, la tienen muy adentro. Más injusto y democrático fue el gol de Michel contra Brasil en el Mundial del 86 y estamos vivitos y coleando.

Por cierto, después del partido del domingo, vino el lunes. Y el goce en la oficina fue correcto, bueno y divertido. Aunque todo el argumentario giraba en torno al gol que no se cobró. Sin ver la buena, tirando a muy buena, segunda parte del equipo dirigido por Rubén Uría y la mano de Ochotorena. Imaginen si llegamos a ganar. Por si se preguntaban como acabó la historia.