jueves, 16 de febrero de 2023

Yo quiero seguir viendo a Baraja hacer

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El viaje allá donde fuimos felices, versión fútbol capitulo nosecuantos, tuvo lugar en el día después del Día de los Enamorados en el mundo. El mundo, tan catorce de febrero y nosotros tan nueve de octubre, nos trasladó, otra vez, a anuncios de cerveza, a brazaletes de capitán y a doblete. A frases grandilocuentes sobre entornos y huevos, a autogestión de vestuario. A emociones sinceras, a palabras reales y llenas de contenido. No resulta fácil estar en la situación en la que llega Baraja. Con Marchena a su lado, todo el valencianismo sueña con que, desde la butaca de entrenador, repita aquello que hizo con las botas puestas. Y no morir en el intento. Este valencianismo derrotado a veces o lleno de rabia otras, lleva buscando un guía que lo lleve de la mano al éxito conseguido por Rafa Benítez desde que los jugadores que lo acompañaban en aquellos maravillosos años colgaran las botas y las cambiaran por la pizarra. Y el Valencia CF, club de urgencias perpetuas, es como la obra Goya. Devora a sus hijos. Sucedió con Pellegrino y con Djukic. Y en otros ámbitos con Rufete, Sánchez, Ayala o Vicente. Pudo suceder con Curro Torres. Y se espera que no suceda con Baraja. Motivos hay para el optimismo. Movidos quizá porque, desde dentro de todos y cada uno, hemos rejuvenecido veinte años y recordamos todo aquello que Baraja solía hacer. Muchas veces con Marchena. He ahí la clave de la rotura del mal fario. He aquí la tabla a la que se aferra el valencianismo militante que no quiere ser Jack en el Titanic. Destrozando cábalas. El Valencia CF es tan pesado y posee tanto que se ha de sujetar con cuatro hombros, simulando una muixeranga virtual que viste de blanco y negro.


Tengo ganas de preguntar a mis sabios de casa sobre como lo ven ellos. Si estos locos años del XXI se asemejan a los 80 del XX. Por allí pasaron Roberto, Óscar Rubén y Don Alfredo. Movidos por lo mismo. Por el rescate a la entidad. A la que no se le puede decir que no. A pesar de quien esté al mando. A la que se ha de venir a servir y no a servirse. El Valencia CF ha sido una entidad que ha hecho ganar mucho dinero a mucha gente. Algunos de ellos, sin poner un duro por su parte. Pero sí ustedes y yo. Y seguro que su vecino de butaca del viejo Mestalla también tiene una historia parecida que contar en su casa. Y tengan por seguro que si la pelota no entra, el luto será de la calle. No de los que están a millas de distancia del kilómetro cero del valencianismo. Ni tampoco de los que estuvieron en esos despachos y ahora miran a otro lado. Por mucho que se le de altavoz a Paco. Con discurso vencido. Por mucho que se quiera romantizar mantener Mestalla como casa, una inviabilidad muy cara que se ha de contar sin ambages. Ustedes lean, pregunten, escuchen y vivan su valencianismo como mejor consideren. Protestando dentro o fuera. Silbando o cantando 'Un beso y una flor'. Como se muestra la alegría, se ha de mostrar el descontento. Claro que sí. Sin olvidar que, de aquí a mayo, esta entidad, base de alegrías y penas, se juega su viabilidad. Y, otra vez, depende de la pelota. Depende del Pipo. Que saldrá a hombros, como aquella tarde de 2010 o por la enfermería. Con generosidad extrema. Priorizando al escudo con respecto a él. El resorte de entrar al vestuario y saber que es leyenda. Ese resorte en el que, quizá, anoche, los jugadores valencianistas ya andarían pensando como actuar ante un campeón con su misma camiseta. Como actuar ante un tipo que, por inacción neerlandesa, tomó riendas y sacó del fango al club. Y, afortunadamente, para este reto, se puede contar con Arias. Y seguro que se contará con Rafa si hace falta una palabra de aliento o un consejo, más allá del de ser uno mismo.

En 2010, en este mismo espacio, escribí de la despedida del flamante entrenador del Valencia CF, pensando que un día contaría lo que le vi hacer. Ahora quiero seguir contando que lo va a volver a hacer.