Puedes empezar las cosas de alguna manera más o menos premeditada. Provocas un tropiezo casual, desarrollas el don de la ubicuidad, finges la sorpresa en el encuentro y es el principio del comienzo. Pero las cosas forzadas, como una talla 36 en un cuerpo de talla 40, al final se rompen. El orden, el tenerlo todo controlado, está valorado en Suecia, quizá. Los que nos bañamos en el Mediterráneo tenemos el impulso, la espontaneidad y el dejarse llevar como marcas de la casa, como señas de identidad. Y siempre hemos creído en las cosas porque sí, por el destino, por esa copa de más, o esa de menos, que son las que nos marcan nuestros pasos a seguir, sin pensar en fórmulas, sistemas, credos o sesudas interpretaciones. Y ahí está nuestra gracia y nuestra condena, nuestro bon vivant way of life, que nos permite tomarnos una caña a la una, pero nos obliga a estar en la oficina hasta las ocho. O que nos movilicemos por nuestro equipo de fútbol, pero no por quedarnos sin trabajo. Las mejores cosas que he vivido en estos años que llevo escritos en la cara han sido así, espontáneas. La primera taquicardia de enamoramiento colegial, el primer sabor a mujer, el primer colocón, todo fue sin pensar. Sucedió y punto, no pedí explicaciones ni facturas a nadie. Y estos últimos tiempos he vivido una de las mejores experiencias no provocadas. Empezó con la imperiosa necesidad de amor conyugal a la música, con junglas y beauties que pasaron a mayores y desertores proyectos. Y cuando la orfandad musical parecía el destino, y la discoteca personal se vislumbraba como la mejor opción, sucedió. Un ‘buenos días’, unas ideas frescas y visiones de modernidad aplicadas a un invento de más de cien años creado sin premeditación por, como no, un bañista del Mediterráneo. Y se produjo el big-bang. Gracias al Facebook, se creó una comuna sin sexo, al menos que yo sepa, donde el rock, la amistad y el respeto eran la línea a seguir. Sigo pensando que con estas cosas no hace falta ir a Suecia. Y todo ello tenía un responsable, Iván Guillén P., aka Youngie, y una marca, Rock&Gol, que antes del famoso ‘buenos días’ no tenía valor alguno, con menosprecio a la difusión y que, apoyándose en la red, consiguió en la radio lo mismo que Rossi con Yamaha, ponerla en el mapa, ser legión y crear vínculos, y algunas parejas, en todos los puntos de España. Y como las cosas espontáneas siempre acaban bien, pues la crisis, que en chino tiene significado de oportunidad, se presenta con un pan debajo del brazo, con una libertad, un blog que va a ser referencia de la información del rock en la piel de toro y alguna bala en la recamara que seguro que no deja indiferente a nadie. Y con una cantera de oyentes, fieles seguidores, que no se cortan en empapelar Palma, Alicante o Madrid pidiendo la justicia en las ondas y clamando que el rock está de luto. Tenemos a otro grande en la trinchera, Rafa Escalada, pero está vasectomizado musicalmente, obligado a un corsé de donde no puede salir este Daniel el Travieso con cara de eterno niño y corazón enorme como el circuito de Assen y que, cuando habla de la historia del rock y de sus intrahistorias, sientes que late con ello. Y que, aunque tenga la tez pálida, tampoco es de Suecia. Y por eso, porque se que los buenos siempre ganan, porque los aretes a lo Carlos Goñi están pasados de moda y me dan mala espina, llegará un día en que yo y todos los bastardos que se han conocido a través de este bonito invento, vuelvan a escuchar un ‘buenos días’ familiar, cercano y que suene a poco descanso por biberones nocturnos. Y lo celebraremos con una tarta de pañales de día, y cervezas de noche. Y porque las palabras musicón y chinchetas seguro que no tienen traducción en sueco. Y ni puta falta me hace saberlo.