viernes, 26 de abril de 2019

Jornada de reflexión valencianista.

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Siete partidos, en el mejor de los casos. O, si quieren hacer las cuentas de manera diferente, cuatro más dos y una final. Ese es el camino que le queda a los jugadores del Valencia CF para lograr su objetivo deportivo máximo, con el premio añadido de ser la única plantilla en los cien años de historia en jugar dos finales el mismo año. Sacamos de la ecuación la final de la Copa del Rey porque el premio de campeonar no implica jugar la Champions la temporada que viene. Pero lo más cercano y rápido es lograr los doce puntos en disputa en Liga para ser cuartos. Sabremos que camino tomará el equipo justo la noche en que comienza la campaña electoral para las municipales. Ese jueves, 9 de mayo, marcará la línea de trabajo de la próxima temporada. Aunque ustedes podrán sacar su calendario y rebatir que todavía quedan dos partidos de liga después de esa fecha. Cierto. Pero antes de ese día se ha de conseguir un pleno de victorias para mantener la enésima vida en este videojuego denominado 'Champions Road'.

Y me viene a la cabeza, perdón, Rafa Benítez y su frase de los dos meses de aguante. A Marcelino y a la plantilla les queda un mes de aguantarse. La temporada ha sido muy exigente. La consolidación del proyecto deportivo tras una temporada anterior con un acortamiento de plazos espectacular y la remotada en la actual estoy seguro que ha producido un desgaste en ambos lados de la plantilla. Y aunque se apele a la profesionalidad, las relaciones personales entre los miembros del colectivo pueden no hacer mella directamente pero sí están latentes. La pelota, esa cosita redonda que no chista por muchas patadas que le den, tapa muchas cosas. O las dilata. Pero se notan esos tics. Expulsiones absurdas, cruce de declaraciones entre jugadores y periodistas y alguna cosa más que seguro que se nos escapa a la mayoría de los mortales. Quiero pensar que todo es producto de la presión. Queremos que los jugadores sean Dorian Gray, que nada les afecte y que sonrían siempre rodeados de unicornios y nubes de algodón. Pero, queridos amigos, eso no es así. Tiempo habrá, cuando la temporada llegue a su fin, y lloremos de pena o alegría, para valorar los aspectos que han situado a la plantilla del centenario dondequiera que esté al final del mes de las flores.

Ahora, poco más que confiar en el poso que esta dejando en la plantilla el trabajo táctico. Recuperar, otra vez, esa solidez defensiva. Saborear nuevamente, porque no, un gol a favor decisivo en el alargue y que el carro de la ilusión se llene nuevamente con el alcance de la cuarta plaza. Para que todo lo demás sea una fiesta, una demostración de valencianismo, de comboi por entradas, de debut como espectadores en finales de nuestros hijos o sobrinos, de seguir inyectando este veneno del bueno.

Al final, si lo piensan, la vida es lo que le pasa al Valencia CF entre unas elecciones y otras.

viernes, 12 de abril de 2019

Fiebre en las gradas.

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Con este Valencia CF es muy difícil no animar. Al final, la cabra siempre tira al monte y el sufrimiento unido a los goles en el alargue hacen casi imposible no gritar, aunque sea de manera gutural. Gritos guturales hay en todos los campos y a todas horas. Incluso en todas las categorías, consolidando una fea costumbre de gritos despectivos que se instalan para siempre en las gradas. El último ejemplo estuvo en el campo del Rayo donde algunos aficionados, especialmente dos, se cebaron en aspectos personales de Marcelino con deseos de mal gusto. Supongo que aquello vendría dado por algún recuerdo del pasado con daños colaterales. O quizá no. Quizá sea una manera como otra de entender el fútbol. Es generoso el fútbol, porque admite por igual a Viggo Mortensen, Quique González, Andrés Calamaro o Albert Camus y a los eslabones perdidos de la evolución de la especie humana. El fútbol permite a Panenka y Líbero pero también al Marca que dirigió Inda o las patochadas de Roncero en AS. 

Puestos a elegir, si desestabilizar es la motivación, prefiero el ingenio. La retranca y la ironía también están permitidas en esto de los cánticos. Recuerdo que, siendo entrenador, uno de mis jugadores llamó 'casi feo' a un contrario. Y me pareció maravilloso por el requiebro y por la posible interpretación que podría obtener del receptor, dándole por los dos flancos de la vanidad y la lástima. Pero, salvo contadas excepciones, poco oasis en el desierto. Llamar RiBer a River Plate para recordar su descenso a la B me parece un ejemplo magnífico de como hurgar en la herida y hacer que no se cierre nunca. Pero el parroquiano de bar, de arena mojada y de peligro al filo de una palabra no entiende de retórica. Se lanza a la palabra burda y sucia. Hijo de tal y cagarse en la familia como grandes éxitos. O desear la muerte de allegados. Daría para estudio sencillo. El individuo abrigado por la masa se siente impune. O peor aún, puede llegar a entender que la entrada y su precio le dan derecho a una bacanal de insultos en barra libre hasta llegar al éxtasis vocal, con venas hinchadas, cuerdas vocales forzadas y cinco minutos de fama por obra y gracia de los medios.

Ahora tocaría decir que no toda la afición del Rayo es así. Que seguro. Y es fútbol, no ópera. Pero claro, luego llega Martín Presa, como presidente del Rayo y poco más que les da cuatro cachetes a los pillados y te planteas tus principios. Y si, con ese corporativismo madrileño tan castizo que tienen, dice que "yo prefiero que entre el Getafe en la Liga de Campeones, que consiga ese cuarto puesto", pues solo deseas que el Villarreal se salve de la quema en la que está metido y que el Levante no se meta, a partir de la próxima semana, claro.

Quiza no habría esa malentendida fiebre en las gradas si se hubieran zampado el libro de Nick Hornby. Hay incluso película. U otro cualquiera. Si no se ven duchos en la materia, que arranquen con poco. Con este artículo, por ejemplo. Un poco presuntuoso en el título, pero con buen fondo.

viernes, 5 de abril de 2019

Balada triste de trompeta.

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Rocoso. Duro. Excelente a nivel defensivo. Y con diecisiete partidos seguidos sin perder. Estarán hartos, en el buen sentido, de escuchar adjetivar así al Valencia. Perdón, al puto Valencia. La última vez que se asomaron ustedes a estas páginas, esperaba, con cien cañones por banda, el Sevilla. Y allá a su frente, el Madrid. Los dos hincaron la rodilla. El segundo con más facilidad que el primero. Y ambas victorias han dado un subidón de los buenos al entorno. Ahora comienzan a ser rentables los empates. Tacita a tacita. 

Y ahora, evidentemente, sacan pecho los abogados de la continuidad de Marcelino. Incluso con esa violencia tan de ahora llamada 'tener la verdad absoluta en Twitter'. Como ejemplo gráfico, el tuiteado por @Lobovcf «El Valencia mantuvo al entrenador y ha conseguido reconducir la temporada e ir hacia arriba. El Athletic cambió de entrenador y ha conseguido reconducir la temporada e ir hacia arriba. Al final ninguna receta es la buena porque sí, lo que vale es acertar». Y con toda la razón. Algo no funcionaba allá dentro y lastraba. Puede que fuese Batshuayi y un supuesto proteccionismo inmerecido, los conceptos, la cabeza de los jugadores. Y a los de fuera nos desesperaba la redundancia en las respuestas. Hacemos lo mismo que el año pasado, repetía Marcelino. Nada ha cambiado, más allá del acierto cara al gol, insistía de nuevo. Y miren ahora. Cierto es que el acierto cara al gol no es que sea excelso, pero si se ha conseguido una solidez defensiva que permite ver los partidos con cierta comodidad donde antes había nervios. Venga va, seamos puristas. Con cierta comodidad, salvo los últimos cinco minutos del Pizjuán, por aquello de los fantasmas del pasado. Pero el miércoles, nada. Ante el Floperteam, todo tranquilo. Con un 36% de posesión de pelota por el 64% del rival, ojo. A pesar del ambiente enrarecido en Mestalla, con la polémica de las entradas de la final de la Copa. A ver, servidor en el tema de la Curva y las entradas lo ve como aquel jugador que quiere un aumento de sueldo y se declara en rebeldía para conseguirlo. Y lo de no animar es como negarse a jugar, cosa que no acabo de entender. Aunque luego parece que si lo hicieron. Pero oye, allá ellos con sus negociaciones y presiones.  Pues, a pesar de todo, el miércoles pasado fue un partido tranquilo. Que no viene nada mal. Vallecas no será igual. Un equipo que se juega la vida con la ventaja para el Valencia que los conceptos que se supone ha de trasladar Paco Jémez son difíciles de asimilar con la soga al cuello.

Mientras tanto, vivamos el presente. El fútbol es un estado de ánimo y, en estos momentos, el Valencia va como un cohete. Función es del entrenador el seguir con este ritmo liguero antes de la Europa League, por lo de controlar y dividir esfuerzos. Pero disfrutemos de los impagables momentos, como el sainete del trompetista valencianista en El Chiringuito. Sainete no por el músico. Por las caras de los Duro, Aguirre, Congo y demás al escuchar las notas del Amunt Valencia. O son buenos actores o lo sufren en silencio. Aunque quizá es más la tercera vía: para seguir cobrando se han creado un personaje y lo han de llevar hasta las últimas consecuencias. Si no, Pedrerol cambia de títeres en el excelente programa que tiene. Excelente por rentable. El consumo ya es opcional. Benditas redes que nos permiten estos momentos a los que no ponemos el programa.

En noches como la del miércoles es mejor sintonizar Real Madrid TV. Aquello si era una balada triste de trompeta.