jueves, 27 de marzo de 2008

Tontos, Tequila y enfermeras

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A veces es difícil quedarse con algo para el blog. ¿Qué hago? ¿Hablo del finlandés que se pensaba que era unas tijeras y que el Moai de la Isla de Pascua era Van Gogh? ¿O de la vuelta de Tequila? Cuando me disponía a disertar sobre Alejo, Ariel y sus, nuestros, himnos Salta o Dime que me quieres, salió el macho ibérico que tan en desuso y tan estigmatizado está en esta nueva sociedad de la igualdad de géneros, de sexos, de altezas, de bajezas y de tarjetas de crédito, con una noticia que no veas si puede tener punta como se enteren las erizas, que diría Perez Reverte. Una clínica privada ha confeccionado uniformes para sus empleados y empleadas. Supongo. El suponer es porque nos centramos en las enfermeras que es donde esta el problema. Pues resulta que desde dirección, o gerencia, pidieron a los Reyes Magos nuevos uniformes. Pero claro, entre el cambio climático, el conflicto de Oriente Medio, las elecciones entre ZP y Cabeza y Corazón y la crisis inmobiliaria, el pedido ha llegado ahora. Y resulta que las faldas son cortas, incomodas y las enfermeras van enseñando pechuga a pacientes, visitantes y repartidores de bollycaos. Con el consiguiente zipitoste por parte del comité de empresa, ya que aparte de enseñar lo que no quieren, les tocan de la soldada su plus de productividad. El jefe dice que el vestuario es cosa de la empresa, que si tienen ovarios, a los juzgados y punto pelota. Y ellas, desde la voz del sindicato, que es indignante, que parece mentira en el siglo que vivimos. No se yo, quitándole hierro al asunto, si será bueno en gente delicada despertar los primarios instintos, ya que viendo los comentarios de la noticia, hay alguno que dice que si las enfermeras están trabajando ahí es porque son monas. Antes de meterse en papeles, que es mucho lío, que miren a ver si en el D’Angelo de la zona han recibido una remesa de castos y blancos pantalones de pijama que las chicas de la barra americana ya no lucen tanto con bombachos. Y todo esto ha pasado en Cádiz. La lastima es que ha sido en marzo, que si llega a ser en diciembre, peazo shirigota se iba a marcar más de uno.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Juntaletras. Capítulo I

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Aquí os dejo un pequeño texto. Será el primero de una serie que, conforme las neuronas que me queden, será más o menos extensa. Se admiten críticas negativas, por favor.

¡JODER!
Y agachó la cabeza y volvió a vomitar. De repente, un mosaico de imágenes rondaron por su cabeza e intentaba recordar como había decidido pasar esos instantes de su vida en un sucio retrete, en vez de estar con una niña bonita, o aprovechando su asqueroso tiempo en otra cosa mejor que limpiar su estómago de zumo de madera. Entonces recordó de dónde venía, del mundo de las sombras, sin ningún horizonte, sin ningún jodido estímulo por el cual merece levantarse por la mañana. Nunca le preguntaron “¿Qué te pasa?”. Y eso le daba bastante por el culo. Quizá fue por eso. Tras una nueva papilla, desestimó esa idea. Tres portazos en la puerta del lavabo y varios adjetivos desagradables que venían del exterior lo centraron en otra idea que pasó por su alcohólico cerebro. Posiblemente fue la mejor cerveza del mundo que se bebió después del divorcio de sus padres, cuando tenía trece años, y terminó en un retrete similar porque nadie en su casa le preguntaba “¿Qué te pasa?”. Y eso le hacia el culo como un bebedero de patos.
Entonces, en ese momento de lucidez que acredita a los grandes genios, le vino a la cabeza la causa de su conversación con el retrete. Fue ella, ella es la culpable de todo lo que le está pasando. Nadie lo sabía, pero él sentía y quería algo más. A la hora de la comida, ella se acercó y le preguntó “Hola, ¿qué te pasa?”, y ya nada volvió a ser igual en los ojos de él con respecto a su diosa, su salvavidas. Una sonrisa salió de su cara y volvió a vomitar. Sería una bonita historia, pero no es verdad. Estaba hasta los huevos de que todos le preguntaran “¿Qué te pasa?”. En su casa, sus padres, que estaban juntos demostrando a veces su amor de una manera cursi y cargante, no paraban de preguntarle “¿Qué te pasa?”. Todos. Todos se lo decían. Odiaba a todos los que le decían esas malditas palabras, pero ella nunca le dijo nada, y por eso la quería. Y agachó la cabeza y volvió a vomitar.