viernes, 28 de marzo de 2014

FallaZ, el apocalipsis fallero zombi.

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El otro día, era más bien noche, me encontraba junto a una bella dama en uno de esos bares de cabecera donde te conocen por tu nombre, saben tu marca de whisky y no hacen preguntas. Hablábamos, entre trago y trago, de nuestras pasiones cinematográficas, géneros y demás cosas. El tan socorrido, y a veces mitológico, filtreo. Uno de los dos, no voy a decir quien, se declaraba fanático de las películas de terror, en concreto de cierta saga con caretas y mogollón de agobio, así en plan terror psicológico, mientras el otro comentaba que, sintiéndolo mucho, no comulgaba con ese fanatismo y que, de hecho, no recordaba haber visto en su vida más peliculas de terror que aquellas de Freddy Krueger y las de aquel muñequito que, cuentan las malas lenguas, se hizo presentador de informativos. Y quizá aquella de 'Cementerio Viviente', pero más por The Ramones que por la historia, que incluso tenía su gracia.

Como decía, nunca he sido fan de las cosas de terror -maldita sea, ya he roto el misterio de la charla-, no sigo nada relacionado con zombis, vampiros, hombres lobo, millonarios fans del sado, ni cualquier otra criatura inventada que parece ser levanta pasiones y genera encarnizados debates en los foros correspondientes. Supongo que será una cuestión adolescente, y creo que mi teen spirit se quedó eternamente en los noventa.
 
Sin embargo, las cosas de este tipo hechas aquí, que se puedan palpar y notar como tuyas, sí que me atraen. Como las moscas a la luz o servidor con las mujeres fatales. Quizá sea culpa de cierto chovinismo y querencia por la terreta y sus frutos, desde naranjas a músicos, que las cosas hechas contra vientos y mareas en este desierto de gestión cultural siempre me han parecido de una calidad extraordinaria, salvo contadísimas excepciones bañadas en la soberbia, esos proyectos en los que nos quedamos en el porche sentados en nuestra mecedora y con nuestra armónica esperando ver pasar el cadáver.

Pero, aunque hayan cadáveres y sea un proyecto, a FallaZ quiero que le vaya bien. Mejor dicho, quiero que le vaya muy bien. Es una idea molona: un apocalipsis zombie aprovechando una Valencia en Fallas, al que rescatan del fin del mundo, o intentan escapar de él, cuatro músicos de rock, tipo Los Cuatro Fantásticos y que cuenta, con apariciones estelares como la de Neus Ferri, supongo que en plan refuerzo y luciendo tipazo de toma pan y moja.

Y claro, aunque es altamente atractiva la historia, los creadores no tienen a la Marvel detrás. Nacho Martínez (Ignatus), ilustrador y escultor fallero, y Monty Peiró, muchas cosas, pero sobre todo cantante de rock, son los padres de la criatura. Y se han abierto una huchita de esas de micromecenazgo para financiar el proyecto en la que, por la mitad de la mitad de la mitad de la mitad de lo que se gasta Charlie Sheen en hielo para las copas, puedes ser parte de la historia y recibir un ejemplar de este tebeo, como le gusta decir a Paco Roca.

Y no pienso contar más de la historia, entre otras cosas porque no se nada más. Y si las supiera, que igual si se, no iba a destripar la movida. Tan solo enfatizar que la idea me parece desternillante y gamberra, que llevará una carga de crítica a esta, nuestra sociedad, supongo, y que va a ser divertido ver a gentes, con las que te has tomado algunas cervezas y cantado coplas a la luz de la luna, transformados en personajes de comic (jódete A-ha, que estos molan más).

Y que aunará, en sus treinta y tantas páginas, guiños a nuestra cultura, nuestra herencia más preciada. Esa que nadie puede tocar, libre de trencadis, de mangarrufas, de subidas de IVA y que será, este comic, FallaZ, uno de los cien motivos para no cortarnos de un tajo las venas.

Bebed menos este fin de semana y sed parte del apocalipsis fallero zombi.

viernes, 21 de marzo de 2014

La primavera, a secas. Sin sangre ni nada.

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El día ya alarga. Ya lo hemos quemado todo.

Y la flor del níspero asoma tímidamente. 

Y sabemos que significa eso. 

Vienen días de grandes mesas, con queso, frutas rojas y hogaza de pan. Lecturas ligeras, de rimas asonantes y consonantes. Recordar a aquel viento con sus golondrinas, que dice que nunca son las mismas. 
Y afirmar sin rubor que el mejor blanco es un tinto, aunque sea mentira. 

Y nos lanzaremos, con la luna como cómplice, a conquistar terrenos infranqueables plagados de minas que nos dejarán marca en el corazón para siempre. 
Y nos volverán a decir que no sin abrir la boca, matándonos suavemente. 

Y el luto nos durará lo que se tarda en ver el fondo de la botella, mientras pensamos en aquello de la belleza de su sonrisa, abrazando camas de contrabando y reloj, vendiendo el alma por dos rodillas separadas. 

Pero seguiremos vivos, que es lo que nos dicen los latidos, las taquicardias y las lágrimas que nos caerán para apagar el fuego de una condenada vez.

Y todas las canciones hablaran de ti. De nosotros. Pero, que diablos. No somos alemanes. Somos de pasión, de sobrevivir a la resaca con un Bloody Mary o con un whisky directamente, que la historia la escriben los valientes, que nadie dijo miedo todavía, y que, cuando no nos pasen estas cosas, siempre nos queda el comodín de saltarnos la tapa de los sesos con una escopeta, como el tito Ernesto.
Maldita primavera, aunque no me creas, te he echado bastante de menos.

martes, 4 de marzo de 2014

Cosas que no hay que hacer en Fallas.

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Amigos, marzo está bisoño. Y eso, en la tierra donde no tenemos tele propia, significa gifs y vídeos de Rita con nocturnidad, pólvora, música, arte en cartón piedra, falleras con escote, falleras sin escote y chascarrillos sobre el fornicio, con el gran Julio como artista invitado. Sí amigos. Mientras en otras partes, Madrid o Valladolid por ejemplo, marzo tiene pinta de cinco o seis en la escala de molómetro, aquí, en la terreta, andamos todos revolucionados. Los teléfonos de los chicos malos que venden al peso echan humo y los salones de belleza empiezan a promocionar sus depilados en partes intimas.
Vale, está claro que no a todo el mundo le gustan las fallas. Las aglomeraciones, el olor a fritanga de las paradas de buñuelos, los borrachos (los que beben y los que queman), y todas aquellas cosas que hacen que más de un vecino se vaya al pueblo de sus abuelos en la Alpujarra o por ahí, donde la palabra 'falla' tiene significado solo si la usas con 'Sergio Ramos', 'luna' y 'penalti' en una frase.
Pero vamos a intentar desde este rinconcito mantener un poco el orden y marcar unas pautas para poder disfrutar la jarana con el mayor de los estilos, o con el menor de los ridículos.

Como vestirnos.

Valencia no es Pamplona, donde no hay duda acerca de como vestirse para la fiesta. Aunque Hemingway también pasase por aquí, no tiene estatua. Aquí somos barrocos y descendientes de piratas, nos emperifollamos hasta el exceso en nuestras fiestas y no hay uniforme de fiesta como tal, pero si se dispone de accesorios que nos harán integrarnos un poco más en el bullicio en estos días de calle. A saber:

- El pañuelo fallero. Has de hacerte con un pañuelo fallero. Pero no de esos de publicidad de cerveza que te reparten las primas de aquellas de Gandia en Fitur a los pies de un trailer. Lo suyo es que te compres uno en cualquiera de las tiendas especializadas en indumentaria valenciana de la ciudad. Que sea suave al tacto de tu cuello, porque te lo has de anudar allí, como si fueras un bandolero de Sierra Morena, y una irritación en el cuello es lo último que queremos.

- El blusón. La indumentaria de trabajo del agricultor adoptada como uniforme de calle informal en Fallas es una prenda en desuso, lamentablemente, que ha pasado a un segundo plano con la irrupción de los forros polares de colores con los escudos de las comisiones. Aunque ya se veía su triste final con la aparición de los blusones multicolores, que los pioneros en adoptarlos usaban como elemento diferenciador y símbolo de rebeldía. Pero a esto le ha pasado como a las camisetas y las banderas con la foto del Che Guevara, el invento ha perdido su gracia y significado. Por lo que hay que volver al blusón negro o de un solo color.

- Los complementos. Aquí, menos es más. O sea, que mejor nada. Puede ser que veas a teenagers con petardos de fieltro, falleritas de fieltro o cualquier otra cosa de fieltro en las solapas de sus blusones o forros polares. Y puede que tengas la tentación de comprarlos porque te parecen la mar de cuquis, o sea. Hazlo, pero solo para regalar a tu sobrina, si tiene menos de ocho años, o a tu abuela. Porque a nuestras abuelas todo les queda bien, que diablos.

Como comportarse.

Dejemos clara una cosa: Valencia en Fallas no es como Las Vegas, donde (casi) todo vale. Puede ser que te confunda el olor a pólvora y los aromas a aceite refrito de los buñuelos y que incluso te declares a la luz de la luna con las Torres de Serranos de fondo bucólico fallero. Pero no. Hay cosas que no se pueden hacer. Hoja de ruta:

- El bebercio. Partamos de la base que el alcohol que te pueden servir es sospechoso hasta en los locales de Ruzafa (hola, modernos). Y no te digo nada de las verbenas en la calle y fallas de medio pelo, que son las que dan vidilla al bonito arte de callejear, no nos engañemos. Por lo que, si ya no es recomendable pasarse con las cantidades de alcohol, en estos días menos todavía, a no ser que quieras tener a todos los Mayumana entre tus orejas al día siguiente. Y claro, puede que te envalentones y le sueltes algún ripio a alguna Aldonza Lorenzo creyendo que es Dulcinea y venga su quijote y te parta la boca por hablarle así a su cari, tete.

- La manduca. Estamos en la tierra de Ricard Camarena, Quique Dacosta y toda la gente que hace del buen comer un ritual, una forma de vida. Cualquier día del año es bueno para vivir estas experiencias, pero Fallas es sinónimo de callejear, de comer por instinto, sin horas marcadas. Hay que probar los buñuelos de calabaza, mojados en chocolate caliente, pero preferiblemente que sean caseros, realizados por alguna señora con mirada maternal y que te permita ver el maravilloso ritual de hacer los agujeros en la pasta de calabaza previa a la fritura. Y entrar a las barras que te inspiren confianza y un poco alejadas del bullicio, que cada cosa tiene su tiempo y su canción.
- La orquesta. No estás en tu casa, con todos los cedés por el suelo y una copa de Teatinos en la mano, cambiando los temas a tu ebrio antojo. La gente que está arriba del escenario se merece un respeto porque se ha trabajado un repertorio y todo tiene un orden y sentido, por mucho que a ti el cuerpo te pida la última de Pablo Alborán o Extremoduro y, mientras tú pides otro tema más, después de haber hecho los bises dos veces, a esta gente aún le queda desmontar todo el tinglado y cargarlo en la furgoneta, que no tienen crew como los Rolling Stones. Y lo mismo vale para los DJ, que no dejan de ser músicos a los platos. Y no, no puedes pedir el micro para marcarte un karaoke ni aunque estés en tu casal, a no ser que pagues tú, de tu bolsillo e integramente, la jarana.

- El sexo. Cuenta la leyenda que una vez alguien tuvo sexo furtivo en los baños de un casal mientras los parroquianos del lugar aporreaban la puerta, apresurados por sus vejigas y otras premuras lisérgicas y que, una vez acabada la cópula, fueron despedidos los actuantes con una cerrada ovación. Vamos a ver, el que desprende follabilidad le da lo mismo Pascua que Ramos y las noches con los gatos pardos funcionan mejor cuando vas bien vestido que no con un forro color fluor, olor a buñuelos, cuatro cervezas y dos tapas de albóndigas de bacalao con ajoaceite. Aunque eso no te quita la emoción de poderlo intentar, usando tu poder de poseedor de barra libre para separarle las rodillas a la moza en cuestión. Pero, como en las 51 semanas restantes, habrá mandanga si ella quiere, así que, tú verás.

- La resaca. En este punto es donde se distinguen a los niños de los hombres, y no en el anterior. Puedes haber tenido una noche toledana, puedes haber sido la viva imagen de George Best, pero si adquiriste un compromiso para el día siguiente, has de mantener buena tu palabra, por mucho que la boca te sepa a cenicero y presentarte en él con la más radiante de tus sonrisas. Remedios, algunos, pero ninguno mejor que no llegar al exceso. Comer antes de acostarse suele funcionar. Y puedes probar con el Bloody Mary o con una taza de caldo de puchero, que resucita a cualquier muerto.

De todos modos, como dijo aquel, el hombre propone y Dios dispone. Y si tu Dios es Baco o Don Carnal, poca cosa vamos a poder hacer desde aquí. En todo caso, si sucumbes, nos cuentas alguna de tus batallas en estos días y en paz, ¿no?