Foto: Ajuntament de Catarroja
El verdadero placer de los sentidos, o al menos el más mundano, consiste en recuperar sensaciones. Se puede viajar al pasado por los olores recibidos o por los sabores degustados nuevamente. Retomar el aroma a los guisos de aquellos domingos que te despertaban junto al canto tardío de algún gallo despistado, no hacen más que volver a nuestros años de pantalón corto, pellejos en las rodillas y canicas en los bolsillos, con imágenes de color sepia y voces que se fueron para siempre.
Somos de mediterráneo, latinos, y nuestra cultura en los fogones es cosa del matriarcado. En todas las casas hay veneración por los guisos de la abuela, por las recetas heredadas y por el ritual dominguero de reunión ante un buen puchero o arroz en cualquiera de las variedades. Pero en los pueblos bañados por el lago de L’Albufera de Valencia aún se recuerda, y se sobrevive, de la pesca de agua dulce y se disfruta del plato por excelencia de la anguila, el allipebre, comida llena de leyenda cuyo modus cocinandi no admite lugar a la discusión, si obviamos aquello de poner almendra y ciertas herejías perpetradas con harina.
Ajo, guindilla, patata, aceite, sal, pimentón colorado dulce y anguila cocinado en cazuela de hierro colado y a leña, preferiblemente. Buena compañía, buen vino y tiempo para una larga sobremesa es lo que hace falta para poder vivir con todos los sentidos una receta que algunos dicen inmemorial, pero que pueden consultar en la web de Anguilas El Galet, realeza del gremio, si les surge la curiosidad y el atrevimiento.
Dicen que la cuna está en Catarroja y en esa tierra, todos los años desde hace cuarenta y cuatro, residentes y amantes de la cocina reviven los guisos de sus abuelas, concursando por su mejor memoria y perpetuando el recetario de aquellas mañanas de domingo.
Si se acercan este sábado al Puerto de Catarroja, cuando sientan los olores, puede que vuelvan a sentirse niños con pantalones cortos.
Yo pienso hacerlo.
Porque no creo que exista otra forma mejor de decir adiós al verano.