martes, 17 de febrero de 2015

La paella de los domingos.

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Lo que viene a continuación se redactó la víspera del 12+1 de febrero, dos días antes de San Valentín, y se quedó durmiendo en algún cajón el sueño de los justos. Hoy sale a la luz por premonitorio, por actual y porque el uno de marzo se jugará a la misma hora. Y porque me da la gana.

«Ahora que Eugeni Alemany se ha ido a San Francisco para que la paella tenga el estatus que se merece en el mundo WhatsApp, justo ahora, Javier Tebas y su mono repartidor de horarios nos meten un torpedo norcoreano en nuestra línea de flotación gastronómica con el partido del domingo por la mañana. Y aunque todos sabemos que la paella buena es la que se come a partir de las tres de la tarde largas, los domingos no se han hecho para sentarse a mesa puesta. Se han hecho para pasear, con paraguas o gafas de sol, tomar el aperitivo abriendo el apetito y pedirle a la virgen de los vientos que le levante a alguna Paula la pollera, que diría el maestro.

Por mucho que tire de memoria, que no de Google, no recuerdo ningún partido de Primera a esa hora en el Nou Antic Mestalla. Si recuerdo haber asistido al Templo a ver fútbol a esa hora. Fútbol de Tercera, aunque quizá sería Segunda B. Un derbi, los cachorros blanquinegros (blancos en aquella época) contra el Levante, que lo entrenaba Pepe Balaguer, el ex-portero colega del Fari. Y oigan, el recuerdo que tengo es bueno. Solecito, partido de cuchillo en la boca y nobleza a tope entre un gallito y unos aspirantes a subir al primer equipo. Supongo también que el escenario también aportaría su grado de motivación, porque no es lo mismo el Puchades que el Camp.

Y quizá, solo quizá, Jonathan jugó ese partido de portero en el Mestalla. Como puede que lo haga este domingo con el Getafe, dejando a Guaita, proyecto de aspirante a cancerbero de la selección española, para recibir visitas de amigos y familiares.

Pero que no nos engañen. Estas horas las carga Tebas, digo el diablo. Es como aquel axioma que dice que, en la época moderna, jugar a las cinco de la tarde perjudica porque la afición está amodorrada en plena digestión de la paella del chalet o de casa la suegra.

Pero no todo es malo. Tendremos a Kim Lim a esa hora enganchada al televisor singapurense, en sus siete de la tarde. Con su camiseta blanca y sus selfies de Instagram, animando desde el sofá, mientras bebe con sus amigos Singacola, o lo que sea que tomen allí para recuperarse de los excesos sabatinos.

Y a las doce de la mañana, las carreras de Gayá son más carreras. Y Alvés se parece más a Cañizares que nunca. Y Parejo es más imperial, con el reflejo del sol reluciendo en el brazalete. Y Negredo resurge, porque ha venido a marcar goles al sol, no a vivir como un lunes al idem. Y nos sorprenderán por fuera Feghouli o Piatti o algún secundario que no tiene tanta luz como otros, pero que son necesarios.

Pero todo esto pasará si no llueve en la grada. Y no hablo del tiempo. Es necesario «tifar», como dicen en Italia. Para que Nuno no se pregunte donde está la grada, como en aquella rueda de prensa. Para seguir marcando pauta y mirar más al tercero que al quinto. Que el invierno está acabando y la primavera trompetera nos dejará claro si hacemos gira por Europa como teloneros o como cabezas de cartel.

Hagan la ruta. Busquen un buen lugar donde almorzar el domingo (Paco Alonso sabe). Tempranito, con su cremaet si hace falta. Y con la panza llena, a animar, a hacer hambre para la paella de las tres pasadas. Que son las que mejor saben.

Los bonaerenses del barrio de la Boca, cuando Diego aún trotaba por allí decían "Que lindo levantarse el domingo por la mañana sabiendo que a la tarde juega Maradona".
Modifiquen la tarde por el mediodía y a Diego por su artista favorito y verán que buena siesta nos pegamos todos.

PD: Kim, dile a papá y a la tita Lay que al 31 hay que darle lo que pida. Porque nos duele que se vayan, como Bernat, pero nos mata que se vayan al Madrid. Que queremos a papá porque nos sentimos con fuerzas de parar a la apisonadora de Floper. Y si Gayá se va al centro a correr la banda, querremos menos a papá y nos sentiremos un poco engañados. Como una despechada el día de San Valentín.»

lunes, 2 de febrero de 2015

Restaurante Tapería Aliaga. Donde me robaron el corazón.

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Anunciaban los creativos de la cuenta de la ONCE, en una de sus maravillosas campañas, que ser amigo se hace con el día a día, con un saludo por la mañana, con los comentarios de las noticias del periódico y cosas así. Ese mismo argumento de venta para vender los premios de su cupón, nos puede servir para todas las pequeñas cosas de la vida, si nos ponemos en plan plasta/Mr. Wonderful o para reírnos de la vida a la cara y bailar antes de estar muertos, si nos ponemos chulos por pelotas. Y de reírse de la vida, con largos tragos y sin mesura, con la delicadeza de un tango bien ejecutado, nos sirve los platos Raúl Aliaga, en el Restaurante Tapería Aliaga.

Pero antes, y siendo justos con todos, hay que contar una historia.

Siempre es importante llegar a los sitios de dos maneras, por instinto o por recomendación. Y no todas las veces los resultados son satisfactorios. El instinto, en este caso el hambre, es mal compañero de viaje y nos pueden cegar los olores más que las visiones. Y las recomendaciones, dependen mucho del emisor de la recomendación. Servidor ha llegado a oír sandeces vestidas de recomendación acerca de la lucha de clases entre bocadillos y comidas de mesa y mantel, comparándolas como iguales cuando son, de todo punto, diferentes.

Por eso, y por otras cosas, Maika es un buen motor de búsqueda. Su sapiencia, sus incontables horas de vuelo, su lucha nata contra la vida, a la que va ganando por goleada, a pesar de tener a su lado un patán de lastre como el menda, y sus mil vidas vividas en una sola, -fue it-girl antes que todas vosotras, imagen de portadas y superviviente de chiringuitos financieros-, la hacen infalible en cualquiera de las suerte arriba comentadas. El instinto, por la condensación de su vida y la recomendación, por haber sido agraciada con un paladar para distinguir los matices de los sabores digno de la mejor crítica de cocina del mundo. Bien harían los Señores de la Cocina, así en mayúsculas, en ficharla ya para cualquiera de sus salas.

Y a Aliaga entré por recomendación, que es igual de confortable que unas pantuflas en los pies una tarde de invierno valenciano. Y el lugar, pasó a formar parte de mi pequeño e inexperto corazón gastronómico. Ahora que está tan de moda los locales con alma, ahora que somos todos expertos en texturas, en espumas y en trampantojos, se agradece la cocina de verdad. La de un buen pescado, la de un solomillo en su punto de sal -gorda, por favor- y abrazar cualquiera de los vinos que en la sala les puedan recomendar, según su estado de ánimo, para que la experiencia sea completa.

Imposible quedarse con algún plato sin caer en la injusticia del destierro. Calamar de playa, una tabla de quesos con su manual de instrucciones, con el brie en la cúspide, o su magnífica tarta de zanahoria son solo algunos ejemplos a vuelatecla que les puedo sugerir. Aunque siempre la gracia es sentarse y esperar a que Raúl les aconseje de su despensa fresca y de mercado para poder vivir la vida un poco más a través del paladar.

Aprovechen la generosidad del amistoso chivatazo. Quítense el corsé de los barrios gastro, con bistros de segunda, imitando al maestro, y vengan a la periferia de la gran ciudad. Visiten Aliaga, en Catarroja y ya me dirán.

Y quizá, si les gusta, podamos hablar de pastelerías secretas otro día.