Frío. Mucho frío. Esa sería la térmica definición de la noche al inicio de la misma. Pasadas casi tres horas, el frío desaparece dando paso a ‘rock caliente’ como adjetivo de las horas nocturnas. No a tres mil grados, ni con connotaciones sexuales, con lenguas femeninas lamiendo mástiles, más quisiera yo, pero sí con un aumento de temperatura musical transformaron, a golpe de cuerdas, vocales y eléctricas, de bombo e incluso, de teclas, Pau, Jose Lí, Alvaro, Israel y Alex, o sea Uzzhuaïa, su ultimo concierto del año en el que presentan su reciente disco, ’13 veces por minuto’ que, tras pasar por los escenarios de Gijón, Murcia, Bilbao, Vitoria, La Rioja, Barcelona y Madrid, aparcaba su furgoneta en su tierra, Valencia.
Es lo que tiene jugar de local, que a veces puedes permitir ciertos regalos a tu parroquia y, con un par, el día antes toda la banda fue capaz de regalar cuarenta y cinco minutos de concierto acústico en una de las promociones de una emisora de radio. Que no cunda el pánico, no era de radio-fórmula, y esto de presentar y dar un altavoz a las bandas locales es digno de elogiar, así que enhorabuena a la 97.7 Radio por su iniciativa. Resulta curioso que, en los mismos platos donde suenan los éxitos de siempre de la canción melódica, algunos con olor a rancio, suene rock actual, pero bueno, hay sitio para todos. Mis respetos.
Nos posicionamos en la mítica y necesaria sala Durango, protagonista después, y con la sonrisa de la camarera y la conquista de la copa de rigor como botín, nos disponemos a, como dijo el gran Chemi, menear la pierna, marcar paquete y tomar un poquito de alcohol. Y, un poco más de las doce, la primera en la frente. Directa, sin anestesia y con un estridente sonido que no se mejoró hasta pasado el tercer tema, 13 veces por minuto. Esto no ha hecho más que empezar y tenemos el listón bien alto. Me gusta. Siguen con Desde septiembre y con un tema que considero que es muy, muy pegadizo con sus coros ‘oh, oh’ y su letra canalla, La mala suerte. Este tema me gusta en el disco, me gustó en acústico y me encanta en directo. Señores de la industria, busquen gafas que parece que el oído lo han perdido. Después de No somos perfectos y, tras sentirme aludido, decido, bajo pena de no poder narrar la noche, dejar de tomar notas y disfrutar del espectáculo. Si no trapicheo para conseguir el set list al finalizar el concierto, no habrá crónica como tal. Visto que estás leyendo esto, y gracias a Natalia Rubio, la respuesta es obvia. Así que seguimos.
Con Enero volvemos al disco blanco, del que Pau hace encuesta a mano alzada acerca de los poseedores del disco con la portada más provocativa del panorama nacional, autorizando a quienes no lo tengan en sus estanterías a la descarga por la red, mientras intercalan temas de su anterior trabajo, Destino Perdición, como La flor y la guerra, con La cuenta atrás, del blanco fellatio, su visión de Valencia, con Baja California y Lejos de mi ciudad, este tema perteneciente a Diablo Blvd. Como buenas criaturas de la noche, los acordes de Ángeles malditos nos permiten soñar con la vampírica eterna juventud y La otra mitad nos recuerda, como dice Israel que, a pesar de ser más duros que el pan de hace tres semanas, también tenemos nuestro corazoncito.
Con Israel merece hacerse un alto. Su dominio de la guitarra es, a mi humilde entender, perfecto. Llega a tal nivel que es capaz, como Laudrup en sus mejores tiempos, de hacer obras de arte mirando al tendido, permitiéndose incluso posar para los flashes o bromear con la gente de las primeras filas. Si Álvaro y Alex representan la actitud, no exenta de técnica, siendo la reencarnación valenciana de los mejores Nikki Sixx y Billy Duffy, Israel exige a la voz y a la batería lo mejor de cada uno para no quedar coja la banda. Y claro, Pau y Jose Lí no se quedan atrás ni un segundo, sobre todo este último, del que nos cuenta Pau que anda lesionado desde el principio del show, lo que arranca los aplausos de la audiencia por tenerlos más grandes que el caballo de Espartero.
Casi al final del show, o igual fue antes, recuerda que no tomé notas, aparece la única versión de la noche. Tras varios amagos de acústica por parte de Pau, que si la dejo, que si la cojo, y con fragmentos de sus fuentes, Guns ‘n Roses y Led Zeppelín entre otros, suena Lil Devil, de The Cult, una muestra de lo a gusto que se encuentra la banda arriba del pequeño escenario. Regando a la audiencia con Jack D., y con el olor a bobmarley que me ataca, gustosamente, por todos los flancos, rockeo, empujo y me dejo empujar con Cuando ya no quede nada, disfruto con el homenaje a la sala en la que nos encontramos, con Durango “abre el alma y déjame pasar, besos en la boca contra la pared, suenan las canciones del ayer” y grito, intentando en vano llegar a los tonos de Pau, la letra de Destino perdición, esperando los bises, que son No quiero verte caer, una nueva canción a los que fueron y ya no son, su himno Nuestra revolución y Blanco y negro, una desgarradora y llena de sentimiento, elegía musical.
Intercambio de impresiones, besos, abrazos, una visita por el puesto de merchandising para inmortalizar el recuerdo y una búsqueda, en vano, de la chica de la calavera en la piel para ir de cabeza, fueron el epílogo de una noche de rocanrol que comenzó enfriando noviembre, pero que congeló los polos a base de pasión y acción. Las luces de la Durango giraron. Vaya si giraron. Y no hizo falta La chispa.