Mostrando entradas con la etiqueta comer. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta comer. Mostrar todas las entradas

lunes, 13 de marzo de 2017

Cosas que no hay que hacer en Fallas. Revisión.

blogger widgets


Pues ya no hay vuelta atrás. Lunes, 13 de marzo de 2017, y en Valencia muchos deben tener todavía en sus cuerpos los restos de una resaca dominguera propiciada por cenas de bocadillo, cacao del collaret y carajillo, rebajados con gintonics en vaso de plástico y moviendo el cucu a base de reggaeton y otras malas yerbas musicales. Los menos afortunados tendrán que convivir con el deseo de enfundarse las ropas típicas de estos días de carpa y calle con sus quehaceres laborales y habrán otros que podrán estar tranquilamente en capilla, contando las horas desde cualquier atalaya casera con tranquilidad, karma y dolce fare niente.

Pero, ¿ha cambiado la cosa de las fallas desde hace tres años a hoy? Si lees la intro del anterior análisis, dos cosas han cambiado. Rita ya no está entre nosotros, físicamente, y Ramos ya no es motivo de mofa porque anda demostrando a casi todas horas que sabe usar fantásticamente la cabeza de cráneo para afuera. Y conviene añadir que la fiesta fallera, me encantan esas palabras cuando van de la mano, por eufemísticas, es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Así que, si no eres de los que picas suela al olor de la pólvora, sigue leyendo.

Como vestirnos.

Quien pensara que con esta movida de la UNESCO iban a cambiar los ropajes de calle, va listo. Y quien pensase, como servidor, que el blusón clásico iba a cambiar de rol y ser nuevamente protagonista, más listo todavía. No solo no se ha recuperado esa prenda tradicional, sobria y típica. Es que la gama de colores ha ido en aumento, incluso en aquellos que se supone han de guardar las formas, con piezas ¿verdes? para la foto de rigor. Por no hablar de los multicolores, que siguen con su aparición e innovación, sin freno, sin control, sin gusto, sin estilo. Aunque esto es como pedir peras al olmo. Una fiesta barroca no puede ser sobria en su vestimenta. ¿O sí?

Pero si que ha habido evolución. A peor. De aquellos forros polares hemos pasados a estas parkas o chaquetones ligeramente impermeables. Piezas de invierno, de abrigo, con multitud de bolsillos, con o sin capucha, con el escudo de la falla militante bordado o serigrafiado en el lado derecho. O detrás, en grande, acompañado del nombre, como un jugador de fútbol de la liga italiana. Barrocamente escandaloso. Con colores corporativos, elegidos por diferenciarse a los de otros entornos, léase fallas colindantes del barrio, categoría o pueblo. Y que son atemporales. Puedes verlas como las lucen desde diciembre y no dejan de hacerlo hasta el cuarenta de mayo. No pasa nada, son Fallas.

Por suerte, el pañuelo fallero sigue siendo prenda imprescindible. Aunque ya asomen telas al cuello multicolores.

Como comportarse.

Muchos esperan estos cuatro días -contemos las fallas desde que están los monumentos completamente plantados, aunque los que las sufren saben que duran varias semanas más-, como agua de mayo para marcarse su propio carnaval y hacer cosas que durante los 361 días restantes no hacen. Pero ahora todo Dios tiene un teléfono con cámara, vídeo e infinidad de redes sociales donde cargarse la buena reputación de uno con un simple click. Y sí, los colores de los fuegos artificiales, las luces de Ruzafa y la euforia de la calle puede llegar a contagiar, pero conviene contar hasta diez antes de cortar el cable equivocado de esta bomba de emociones para que no salte todo por los aires. Así que, al lío:

El bebercio. Poco ha cambiado la cosa desde la última vez. Salvo que tienes tres años más y se supone que has madurado y que no eres el que pide con vehemencia y con los ojos desorbitados otra ronda de chupitos. Aunque, ahora que nombramos los chupitos, si hay una cosa que ha cambiado. Se ha democratizado hasta límites peligrosamente etílicos el anís seco, conocido en la terreta como cazalla. Y esos chupitos sí los carga el diablo. Se permite, o recomienda desde este humilde blog, tomarse un chupito. Preferiblemente inmediatamente después de cenar, si ha sido copiosa, como un digestivo infalible, tal y como me enseñó la maravillosa mujer de pelo rojo, de nombre Maika. El tomar una segunda de estas ya es cosa a tu elección. Aunque ya sabes lo delgada que es la línea. Y lo gorda que puede ser la resaca del día después. Ah, y no mees en la calle. Es una guarrada.

La manduca. Existe cierto debate sobre lo de comer en la calle o no hacerlo. Maticemos, el debate está en la permisibilidad de los puestos en la calle con respecto a los locales que están todo el año. Impuestos, tasas, mercado negro y todas esas cosas. Servidor es partidario del local, donde se supone que hay un control, una experiencia y un saber estar que no lo hay en esos puestos ambulantes. Pero con los camiones de comida hemos topado. Unas cosas muy cuquis y muy modernas que parece que han venido para quedarse al lado de la parada de buñuelos y chocolate. Sigo pensando lo mismo. Comer sin horarios y sin dietas. Arriesga y come paella de madrugada. Para que nadie te lo cuente. Aunque la operación bikini esté a la vuelta de la esquina. Pero no descartes el disfrutar de un día de Fallas de mesa y mantel como toca. El contraste es fantástico y maravilloso.

La orquesta. Aquí si no hay cambios sustanciales. El nivel de respeto es el mismo que se pedía hace tres años. No eres el DJ, no eres el dueño y, sobre todo, no tienes ni puta idea de tocar ningún instrumento, más allá del timbre de las conserjerías de hoteles. Porque si sabes tocar alguno, no se te ocurre ciscarte en el repertorio de los compañeros que están arriba del escenario y que llevan meses ensayando, o preparando la sesión, para pedirle este-temazo-que-sabes-que-la-gente-lo-va-a-gozar. Mansplaining musical, no.

La resaca. En teoría, estamos en esas edades donde controlamos la lección. No debería aparecer por ningún lado porque ya hemos aprendido a decir no a ese tercer chupito de cazalla y ya sabemos comer algo antes de dormir cuando la noche se alarga. Pero si nos hemos tirado el mundo por montera y hemos disfrutado sin medida de la noche como si no fuera a amanecer nunca más, ni así hay que dormir más allá de las diez y media. Honor, gallardía y medicamentos. Los chicos de Sidecars y Leiva han hecho una oda a la amistad al Espidifen, que viene al pelo por si la cosa se complica. Y si con eso no es suficiente, miente al cuerpo y bebe cerveza o un Bloody Mary. No quita la resaca, pero permite pasarla mejor al retornar al estado de achispado. Y ya llegará la Cremà y descansaremos en paz.

El sexo. Es posible, claro. Si coges a la parienta y te la llevas al monte de ruta enoturística huyendo de pólvoras, buñuelos, verbenas y paellas de dudosa realización que raspan el aprobado. Y aún así, será si ella quiere. Y si no tienes parienta y quieres lanzar las flechas del amor pasajero, adelante. Siempre hay un roto para un descosido y quien sabe si la diosa fortuna te sonríe en esa noche que se juntan las Fallas y el Día de San Patricio. Suerte. Pero mejor los otros días del año.

miércoles, 4 de enero de 2017

Año nuevo de calendario.

blogger widgets


Como el anuncio de la tele, parece que sea necesario decir lo del año nuevo, lucir palmito la noche del 31 y levantarse a la mañana siguiente con ese dolor de cabeza que se desprende de la belleza de una noche de alcohol, que canta Loquillo. Pero hace tiempo que la cuestión es comenzar el año en septiembre, cuando el ciclo vital realmente comienza. Y para mí, las noches locas es acostarse en el sofá, con la tele escupiendo cualquier cosa y acariciar tu ombligo por debajo de la manta, mientras apuramos cualquier Priorat a tragos exagerados.

Pero siempre, por aquello del folclore de las campanadas, no está mal pensar en el año nuevo como un apetitoso Roscón de Reyes. Para escupir con rabia el haba de los malos cuerpos, de los dolores de espalda que atraviesan como una patata brava de Rausell sin bocado dulce. Para saborear las cremas de un futuro mejor, más coloreado, menos gris y monótono. Para valorar más las cosas verdaderamente importantes, porque las otras solo nos dan disgustos sin sentido. Ya ves, todo eso al son de las campanadas, cuando realmente se puede hacer cada mañana, cada tarde y cada noche.

Iniciando el año con un paseo en la playa sin resaca a champán que para eso están el resto de los días del año. Para beber y para las resacas, que cada vez son menos y más menos siempre serán. Y contando con la mente las cosas por hacer, entre las que no está pisar ninguna sala de muscular los biceps, si acaso las salas de Pol, el Kraken, y de Andrés, el Nueve, tan descuidados que van a olvidar mi nombre y mis gustos. Y las montañas, siempre las montañas. Esa cuenta pendiente, solapada a comer más con cuchara. Y marcar cruces en los 55 mejores restaurantes de la Comunidad Valenciana, esa maravilla supervisada por el jefe Cruz Sierra, donde hacemos senda. Y reír más. Y llorar menos. Aunque sé, intuyo, que al volver aquí 365 días después, alguien me faltará. Ojalá me equivoque.

Aunque en realidad, nada cambiará más cerca de septiembre. Los Perros del Boogie, Los VicentesCapitán Booster y Corazones Eléctricos nos podrán la piel de gallina a cada golpe de riff, brindaremos por la memoria de Rockonut y Verlanga una y mil veces, el Valencia nos llenará de muchos disgustos y pocas alegrías, nos enfadaremos por cosas sin importancia y tendremos más plazos 'lo quiero para ayer'.

Ya ves, nada nuevo bajo el sol de invierno.

¿Qué esperabas si el año nuevo empieza en septiembre?

viernes, 25 de noviembre de 2016

Verlanga deja Balencia.

blogger widgets


Puedes volver a leer el titular de esta entrada. Dos, tres o las veces que quieras. Efectivamente, puede que haya alguna de las tres palabras que esté mal escrita. Si has encontrado dos, puede que seas un aficionado del cine del gran Luis García. Y si solo encuentras una, es que eres lector, y fan, de Verlanga, la revista cultural que, a final de mes, baja la persiana.

Ya ves, a pesar de molar hasta la saciedad. A pesar de convertir la falta ortográfica en marca y conseguir agitar a través de sus artículos esta Valencia cultural adormecida. Verlanga ha sido, es, uno de los agentes culturales que ha sacsat esta ciudad dormida. Como un niño cuando mueve con vehemencia una de esas bolas que simulan que dentro está nevando. La nieve estaba ahí, pero hacía falta la ilusión infante para (volver a) ver la nieve. Y lo hacen con gracia. Me niego a hablar en pasado. Siguen hasta el martes, según cuentan. Y, tras la noticia, colas virtuales en este libro de condolencias que son las redes para mostrar la pena, el quejío y el lamento. Ya no habrán más Pistas, tendremos que conformarnos con releer los Vis a Vis, o contar, otra vez, los pasos de esa fantástica sección denominada Un turista en su ciudad. Se acabaron los vermuts, oscuro objeto de deseo de servidor y auténtico medidor del molómetro de esta ciudad, tan puta, que ha dejado que esto acabará aquí.

Gracias a ellos, salivé con Paladar, su newsletter gastro, moví el culo para ir a alguno de sus Aperitiver, buceé tardíamente en la historia de Julio Bustamante (perdón) y abordé a Jabois en el baño en aquella maravilla llamada InCulturaFest. Y seguro que queda más poso asimilado sin saberlo. Y seguro que ahora la cuidad está un poco menos viva. Y que igual debemos mirar porque estas cosas son efímeras. Igual no somos tan tan como creemos que somos. Servidor primero, el burro delante para que no se espante. Quizá seamos más de postureo que de acción. Porque otra razón no veo.

Supongo, intuyo, que a Rafa, Eva, Diego y Miguel Ángel les dará rabia que esto acabe. Y puede que hayan soltado en la intimidad alguna malsonante por el fin precipitado de la V.

Pero quizá, como dice Felip Bens, no nos merecíamos una iniciativa cultural como Verlanga.

Viva Verlanga.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Comer, reír y llorar en la mesa.

blogger widgets


La mesa.

Cuatro patas y un tablón en su forma más primitiva. Protagonista de veladas agradables y otras que no lo son tanto. Parte primordial de anuncios que hablan de ella casi sin hacerlo. Y en el cine. Una mesa sale en El Padrino, por ejemplo. La mesa traspasando la categoría de mueble para convertirse en ritual de camaradería. Un lugar donde se para el tiempo. Un espacio donde, a veces, importa más el con quien que el qué. Un sitio en el que he sido feliz muchas veces.

El sábado, sin ir más lejos.

Con unos locos totalmente cuerdos. O quizá no. Pero son (somos) nuestros locos. A esas horas donde la mayoría estaban pensando en cafés, la correa del perro o en como regatear la resaca del festival del verano de turno -el Medusa, por ejemplo-, llegaban en goteo constante los comensales, previa invitación. De diferentes lugares, donde el frenesí vital ha dejado paso al ocio relajado. Dando una patada al reloj, como un recio defensa alemán despejando la pelota.

Sin filtros de Instagram ni poses. Y con la única delicatessen gastro de los tomates de El Perelló, una verdadera maravilla. Lo demás, colesterol de embutidos y fritos, regado con vinos peleones, gaseosas burbujeantes y cebeda preparada. No hace falta más. Pellizcando el pan. Rebosando los vasos. Manchando el mantel. Sin cuerpos esculturales de gimnasio rodeando la mesa, pero curtidos en la vida, regateando bofetadas vitales y físicas, pero brindando para que las esposas no se queden viudas. Cumpliendo con los mandamientos del esmorzaret, pero sin diminutivo. Con su carajillo. Con su humo de nicotina y de hoja. Con su copa. Y porqué no, con su palillo.

Con chascarrillos. Con tintineo de copas. Con chapuzones regados con copas. De gintonic. Sin cabriolas cocteleras. Y volviendo a brindar. Una. Dos. Cien veces.

La mesa.

Porque no todo está dentro de las Estrellas Michelín para ser feliz. Y porque son compatibles.

¿Verdad?

jueves, 25 de junio de 2015

Ser de barrio. Ser de Les Barraques.

blogger widgets
Foto: Facebook Juan Romeu Ferrer

«El ave no es del nido en el que nace, sino del cielo en el que vuela

En algún lugar leí o escuché esta frase. Más bien lo primero que lo segundo. Quizá sea más una invitación a viajar y sentir en la piel los matices del lugar en cuestión, pero otra lectura podría ser un alegato de los apátridas de corazón. Esos que no se consideran de ningún sitio, que ven el nacimiento en un lugar concreto como un mero accidente -puede que lo sea- y no como la pertenencia a un territorio geográfico.
Expresiones tan rimbombantes como la de 'ciudadano del mundo', manoseada un poco por las nuevas trincheras políticas, o la que encabeza esta entrada, no hacen más que generar dudas razonables sobre las verdades absolutas que no aceptan el abanico de matices.

Pero que quieren que les diga. Sí, viajar mola. Sí, hacerlo desde dentro, viviendo de verdad el destino, también. Pero sentirse de una tierra, de un lugar, es lo que completa a uno como persona. Los cambios no son buenos. Por hastío o dejadez, siempre se pierde algo en el camino. Que se lo digan a Maika, que a cada mudanza perdía un cachito de su historia vital como mujer, quemando etapas pero ganando sitio en su corazón y en sus armarios, donde me gané un espacio. Pero el ser humano necesita orden, físico y sentimental. Y ya suena raro que esto aparezca en un lugar llamado El Armario Desordenado, pero a pies juntillas lo creo.

Necesitamos saludar al vecino, saber donde está el buen café del mediodía, ser parroquianos de un bar y ver al camarero o camarera como una cara amiga y no como un dispensador de alimentos. Detectar cuales son los baches de la calle, conocer sus vientos y respirar sus aires. Ser más humanos, en definitiva. Vivir con más calma, que no está reñido con hacerlo deprisa.

Y todo esto ocurre allí, en Les Barraques. Un barrio como otro cualquiera para cualquiera que no sea de ese barrio. Con templos de tapeo y de liturgia, como Don Carnal y Doña Cuaresma. Con barras representativas de la cultura del almuerzo. Esa de cacao del terreno, vino, gaseosa y bocadillo repleto. Con comercios familiares, pocos pero resistentes. Con calles con historia, de las que bien merecen una ruta que algún día crearemos mi bibliotecario favorito y servidor. Un barrio con aroma a apitxat, con aroma a verdad.

De verdad. Quizá sea esa la palabra que mejor defina sin partidismos a este antiguo barrio de pescadores, en la zona más vieja de Catarroja. Su elemento diferenciador de otros barrios con supuesto más estilo o más de moda (pueden rellenar aquí su pensamiento con el barrio de la capital que más rabia les dé) es, al mismo tiempo, su principal lastre. Las estrecheces de sus calles, los recovecos nada poliédricos y una histórica mala gestión urbanística lo convierten en un lugar incómodo para el siglo XXI, donde somos discapacitados motores si no usamos el coche para cualquier trayecto. Pero también es su encanto, abrazando al que quiera callejear y encontrar sus calles de postal, como bien capta el ojo fotográfico de Ximo Ves, por poner un ejemplo al azar de aquellos aficionados profesionales que se dedican a inmortalizar momentos.

también tiene su mercado. como lo tienen otros. Incluso antes de las restauraciones de aquellos. Que aunque sea popular -en la acepción de pertenecer al pueblo, camaradas-, por cercanía y cariño se siente como propio. Un mercado super, sin prefijo evocador a cadenas alimentarias. Tanto por dentro, con sus paradas llenas de vida a colores, como por fuera con su arquitectura singular y, probablemente, única.

Sus gentes son ariscas y muy suyas al principio pero se dejan rascar la coraza si eres de bien, hasta convertirse en familia al final, a golpes de verdad en el apretón de manos y de mentira en las partidas de truc. No sientes el aire de sus calles si no has asistido a las sobremesas con anécdotas sin medida de pescadores y cazadores del lago de La Albufera, dando cuenta de caliqueños de contrabando y copita de anís seco o cualquier otro licor. La devoción a Sant Pere (San Pedro en valenciano), el único que hace ir a misa al menos una vez al año hasta al más agnóstico de los vecinos, -cosa meritoria ya que la ceremonia se realiza en el medio del lago, después de una madrugadora romería, primero a pie y después en barca- y la conjugación de un verbo totalmente inventado, santperejar, que no es más que vivir la fiesta en su honor a su patrón, a golpe de fervor, abanico, licor y sudor son, si se me pusiese un revolver en la sien, las señas de identidad de esta pequeña urbrand, que diría el pensador del rincón, Risto Mejide.

Y comer. Bien. Sin tonterías. A cualquier hora de la mañana. Bien en tostas especiales, con ibéricos y tomate autóctono, bocadillos grasientos y sabrosos de los que disparan el colesterol o arroces en cualquiera de sus vertientes. Y por supuesto, allipebre. El guiso madre. Esto encontrarán en el Mesó L'Albufera, una barra con casi treinta años, verdadero santuario de la manduca buena, donde Toni y Pili, con un ajoaceite que quita el sentido, son aquella cara amiga, parte de esa familia que eliges, a veces tan diferente de la que te toca.

Y ante los eternos, la savia nueva de los llegados. Con nombres que son historia del barrio, las nuevas gerencias del Diana y El Viu (don Paco siempre presente) despiertan el interés por sus cocinas y las propuestas que salgan de ellas para así tener una excusa más para conjugar ese arte de vivir en la calle. Y quien sabe si la revitalización definitiva del barrio podría pasar por eso, por abrazar al comer de pie con parada final y soniquete de copas en el kiosko a los pies del lago artificial del parque tocayo del barrio, fantástico pulmón verde, patio de recreo de infantes y centro de besos robados de adolescentes.

Donde sentarse a la fresca cuando la noche llega es como irse de vacaciones, con la calle sonando a refresco por el agua de la regadera, sin más banda sonora que la conversación con los grillos chirriando y el zumbido de algún televisor a lo lejos como ligera música ambiental. Y cuando la noche es casi madrugada y se captura el paso de alguna brisa despistada que hace bailar ligeramente las cortinas caladas, se saluda al alma de los ausentes, queriendo pensar que son ellos desde el otro lado echando de menos poder conversar.

Les Barraques. Un barrio como otro cualquiera para cualquiera que no sea de ese barrio.

lunes, 2 de febrero de 2015

Restaurante Tapería Aliaga. Donde me robaron el corazón.

blogger widgets


Anunciaban los creativos de la cuenta de la ONCE, en una de sus maravillosas campañas, que ser amigo se hace con el día a día, con un saludo por la mañana, con los comentarios de las noticias del periódico y cosas así. Ese mismo argumento de venta para vender los premios de su cupón, nos puede servir para todas las pequeñas cosas de la vida, si nos ponemos en plan plasta/Mr. Wonderful o para reírnos de la vida a la cara y bailar antes de estar muertos, si nos ponemos chulos por pelotas. Y de reírse de la vida, con largos tragos y sin mesura, con la delicadeza de un tango bien ejecutado, nos sirve los platos Raúl Aliaga, en el Restaurante Tapería Aliaga.

Pero antes, y siendo justos con todos, hay que contar una historia.

Siempre es importante llegar a los sitios de dos maneras, por instinto o por recomendación. Y no todas las veces los resultados son satisfactorios. El instinto, en este caso el hambre, es mal compañero de viaje y nos pueden cegar los olores más que las visiones. Y las recomendaciones, dependen mucho del emisor de la recomendación. Servidor ha llegado a oír sandeces vestidas de recomendación acerca de la lucha de clases entre bocadillos y comidas de mesa y mantel, comparándolas como iguales cuando son, de todo punto, diferentes.

Por eso, y por otras cosas, Maika es un buen motor de búsqueda. Su sapiencia, sus incontables horas de vuelo, su lucha nata contra la vida, a la que va ganando por goleada, a pesar de tener a su lado un patán de lastre como el menda, y sus mil vidas vividas en una sola, -fue it-girl antes que todas vosotras, imagen de portadas y superviviente de chiringuitos financieros-, la hacen infalible en cualquiera de las suerte arriba comentadas. El instinto, por la condensación de su vida y la recomendación, por haber sido agraciada con un paladar para distinguir los matices de los sabores digno de la mejor crítica de cocina del mundo. Bien harían los Señores de la Cocina, así en mayúsculas, en ficharla ya para cualquiera de sus salas.

Y a Aliaga entré por recomendación, que es igual de confortable que unas pantuflas en los pies una tarde de invierno valenciano. Y el lugar, pasó a formar parte de mi pequeño e inexperto corazón gastronómico. Ahora que está tan de moda los locales con alma, ahora que somos todos expertos en texturas, en espumas y en trampantojos, se agradece la cocina de verdad. La de un buen pescado, la de un solomillo en su punto de sal -gorda, por favor- y abrazar cualquiera de los vinos que en la sala les puedan recomendar, según su estado de ánimo, para que la experiencia sea completa.

Imposible quedarse con algún plato sin caer en la injusticia del destierro. Calamar de playa, una tabla de quesos con su manual de instrucciones, con el brie en la cúspide, o su magnífica tarta de zanahoria son solo algunos ejemplos a vuelatecla que les puedo sugerir. Aunque siempre la gracia es sentarse y esperar a que Raúl les aconseje de su despensa fresca y de mercado para poder vivir la vida un poco más a través del paladar.

Aprovechen la generosidad del amistoso chivatazo. Quítense el corsé de los barrios gastro, con bistros de segunda, imitando al maestro, y vengan a la periferia de la gran ciudad. Visiten Aliaga, en Catarroja y ya me dirán.

Y quizá, si les gusta, podamos hablar de pastelerías secretas otro día.

jueves, 18 de septiembre de 2014

El allipebre y la cocina de nuestras abuelas.

blogger widgets
Foto: Ajuntament de Catarroja
El verdadero placer de los sentidos, o al menos el más mundano, consiste en recuperar sensaciones. Se puede viajar al pasado por los olores recibidos o por los sabores degustados nuevamente. Retomar el aroma a los guisos de aquellos domingos que te despertaban junto al canto tardío de algún gallo despistado, no hacen más que volver a nuestros años de pantalón corto, pellejos en las rodillas y canicas en los bolsillos, con imágenes de color sepia y voces que se fueron para siempre.
Somos de mediterráneo, latinos, y nuestra cultura en los fogones es cosa del matriarcado. En todas las casas hay veneración por los guisos de la abuela, por las recetas heredadas y por el ritual dominguero de reunión ante un buen puchero o arroz en cualquiera de las variedades. Pero en los pueblos bañados por el lago de L’Albufera de Valencia aún se recuerda, y se sobrevive, de la pesca de agua dulce y se disfruta del plato por excelencia de la anguila, el allipebre, comida llena de leyenda cuyo modus cocinandi no admite lugar a la discusión, si obviamos aquello de poner almendra y ciertas herejías perpetradas con harina.
Ajo, guindilla, patata, aceite, sal, pimentón colorado dulce y anguila cocinado en cazuela de hierro colado y a leña, preferiblemente. Buena compañía, buen vino y tiempo para una larga sobremesa es lo que hace falta para poder vivir con todos los sentidos una receta que algunos dicen inmemorial, pero que pueden consultar en la web de Anguilas El Galet, realeza del gremio, si les surge la curiosidad y el atrevimiento.
Dicen que la cuna está en Catarroja y en esa tierra, todos los años desde hace cuarenta y cuatro, residentes y amantes de la cocina reviven los guisos de sus abuelas, concursando por su mejor memoria y perpetuando el recetario de aquellas mañanas de domingo.
Si se acercan este sábado al Puerto de Catarroja, cuando sientan los olores, puede que vuelvan a sentirse niños con pantalones cortos.
Yo pienso hacerlo.
Porque no creo que exista otra forma mejor de decir adiós al verano.

martes, 4 de marzo de 2014

Cosas que no hay que hacer en Fallas.

blogger widgets

Amigos, marzo está bisoño. Y eso, en la tierra donde no tenemos tele propia, significa gifs y vídeos de Rita con nocturnidad, pólvora, música, arte en cartón piedra, falleras con escote, falleras sin escote y chascarrillos sobre el fornicio, con el gran Julio como artista invitado. Sí amigos. Mientras en otras partes, Madrid o Valladolid por ejemplo, marzo tiene pinta de cinco o seis en la escala de molómetro, aquí, en la terreta, andamos todos revolucionados. Los teléfonos de los chicos malos que venden al peso echan humo y los salones de belleza empiezan a promocionar sus depilados en partes intimas.
Vale, está claro que no a todo el mundo le gustan las fallas. Las aglomeraciones, el olor a fritanga de las paradas de buñuelos, los borrachos (los que beben y los que queman), y todas aquellas cosas que hacen que más de un vecino se vaya al pueblo de sus abuelos en la Alpujarra o por ahí, donde la palabra 'falla' tiene significado solo si la usas con 'Sergio Ramos', 'luna' y 'penalti' en una frase.
Pero vamos a intentar desde este rinconcito mantener un poco el orden y marcar unas pautas para poder disfrutar la jarana con el mayor de los estilos, o con el menor de los ridículos.

Como vestirnos.

Valencia no es Pamplona, donde no hay duda acerca de como vestirse para la fiesta. Aunque Hemingway también pasase por aquí, no tiene estatua. Aquí somos barrocos y descendientes de piratas, nos emperifollamos hasta el exceso en nuestras fiestas y no hay uniforme de fiesta como tal, pero si se dispone de accesorios que nos harán integrarnos un poco más en el bullicio en estos días de calle. A saber:

- El pañuelo fallero. Has de hacerte con un pañuelo fallero. Pero no de esos de publicidad de cerveza que te reparten las primas de aquellas de Gandia en Fitur a los pies de un trailer. Lo suyo es que te compres uno en cualquiera de las tiendas especializadas en indumentaria valenciana de la ciudad. Que sea suave al tacto de tu cuello, porque te lo has de anudar allí, como si fueras un bandolero de Sierra Morena, y una irritación en el cuello es lo último que queremos.

- El blusón. La indumentaria de trabajo del agricultor adoptada como uniforme de calle informal en Fallas es una prenda en desuso, lamentablemente, que ha pasado a un segundo plano con la irrupción de los forros polares de colores con los escudos de las comisiones. Aunque ya se veía su triste final con la aparición de los blusones multicolores, que los pioneros en adoptarlos usaban como elemento diferenciador y símbolo de rebeldía. Pero a esto le ha pasado como a las camisetas y las banderas con la foto del Che Guevara, el invento ha perdido su gracia y significado. Por lo que hay que volver al blusón negro o de un solo color.

- Los complementos. Aquí, menos es más. O sea, que mejor nada. Puede ser que veas a teenagers con petardos de fieltro, falleritas de fieltro o cualquier otra cosa de fieltro en las solapas de sus blusones o forros polares. Y puede que tengas la tentación de comprarlos porque te parecen la mar de cuquis, o sea. Hazlo, pero solo para regalar a tu sobrina, si tiene menos de ocho años, o a tu abuela. Porque a nuestras abuelas todo les queda bien, que diablos.

Como comportarse.

Dejemos clara una cosa: Valencia en Fallas no es como Las Vegas, donde (casi) todo vale. Puede ser que te confunda el olor a pólvora y los aromas a aceite refrito de los buñuelos y que incluso te declares a la luz de la luna con las Torres de Serranos de fondo bucólico fallero. Pero no. Hay cosas que no se pueden hacer. Hoja de ruta:

- El bebercio. Partamos de la base que el alcohol que te pueden servir es sospechoso hasta en los locales de Ruzafa (hola, modernos). Y no te digo nada de las verbenas en la calle y fallas de medio pelo, que son las que dan vidilla al bonito arte de callejear, no nos engañemos. Por lo que, si ya no es recomendable pasarse con las cantidades de alcohol, en estos días menos todavía, a no ser que quieras tener a todos los Mayumana entre tus orejas al día siguiente. Y claro, puede que te envalentones y le sueltes algún ripio a alguna Aldonza Lorenzo creyendo que es Dulcinea y venga su quijote y te parta la boca por hablarle así a su cari, tete.

- La manduca. Estamos en la tierra de Ricard Camarena, Quique Dacosta y toda la gente que hace del buen comer un ritual, una forma de vida. Cualquier día del año es bueno para vivir estas experiencias, pero Fallas es sinónimo de callejear, de comer por instinto, sin horas marcadas. Hay que probar los buñuelos de calabaza, mojados en chocolate caliente, pero preferiblemente que sean caseros, realizados por alguna señora con mirada maternal y que te permita ver el maravilloso ritual de hacer los agujeros en la pasta de calabaza previa a la fritura. Y entrar a las barras que te inspiren confianza y un poco alejadas del bullicio, que cada cosa tiene su tiempo y su canción.
- La orquesta. No estás en tu casa, con todos los cedés por el suelo y una copa de Teatinos en la mano, cambiando los temas a tu ebrio antojo. La gente que está arriba del escenario se merece un respeto porque se ha trabajado un repertorio y todo tiene un orden y sentido, por mucho que a ti el cuerpo te pida la última de Pablo Alborán o Extremoduro y, mientras tú pides otro tema más, después de haber hecho los bises dos veces, a esta gente aún le queda desmontar todo el tinglado y cargarlo en la furgoneta, que no tienen crew como los Rolling Stones. Y lo mismo vale para los DJ, que no dejan de ser músicos a los platos. Y no, no puedes pedir el micro para marcarte un karaoke ni aunque estés en tu casal, a no ser que pagues tú, de tu bolsillo e integramente, la jarana.

- El sexo. Cuenta la leyenda que una vez alguien tuvo sexo furtivo en los baños de un casal mientras los parroquianos del lugar aporreaban la puerta, apresurados por sus vejigas y otras premuras lisérgicas y que, una vez acabada la cópula, fueron despedidos los actuantes con una cerrada ovación. Vamos a ver, el que desprende follabilidad le da lo mismo Pascua que Ramos y las noches con los gatos pardos funcionan mejor cuando vas bien vestido que no con un forro color fluor, olor a buñuelos, cuatro cervezas y dos tapas de albóndigas de bacalao con ajoaceite. Aunque eso no te quita la emoción de poderlo intentar, usando tu poder de poseedor de barra libre para separarle las rodillas a la moza en cuestión. Pero, como en las 51 semanas restantes, habrá mandanga si ella quiere, así que, tú verás.

- La resaca. En este punto es donde se distinguen a los niños de los hombres, y no en el anterior. Puedes haber tenido una noche toledana, puedes haber sido la viva imagen de George Best, pero si adquiriste un compromiso para el día siguiente, has de mantener buena tu palabra, por mucho que la boca te sepa a cenicero y presentarte en él con la más radiante de tus sonrisas. Remedios, algunos, pero ninguno mejor que no llegar al exceso. Comer antes de acostarse suele funcionar. Y puedes probar con el Bloody Mary o con una taza de caldo de puchero, que resucita a cualquier muerto.

De todos modos, como dijo aquel, el hombre propone y Dios dispone. Y si tu Dios es Baco o Don Carnal, poca cosa vamos a poder hacer desde aquí. En todo caso, si sucumbes, nos cuentas alguna de tus batallas en estos días y en paz, ¿no?

lunes, 26 de agosto de 2013

La cocina de los helados. Año VII.

blogger widgets



Hay cosas de las que uno se muestra agradecido. Que te roben un beso, que te provoquen un orgasmo, que te aconsejen no ver 'Elysium' o que no le entres a la morenaca del final de la barra del after en Jávea que te hace ojitos porque es más bien morenaco, merecen el respeto y el aprecio de las personas que te han proporcionado esos placeres o evitado aquellos dolores.
El que le abran las puertas a uno de la casa donde viven, lloran y aman los moradores de la misma y darle cobijo, alimentos y charlas bien regadas, es para ofrecer la más sincera de las reverencias desde el fondo de nuestros adentros. Esta claro que toda regla tiene su excepción en esto de la hospitalidad, pero, si esto pasa, es tan fácil como arrojar un 'gracias por todo' y poner arena de por medio.
La casa de uno, les decía. Pues bien, imaginen a un cocinero y su casa, que no es más que su cocina, y todo aquello de la hospitalidad honesta. Y a un bulto sospechoso en ella, como si de un 18th Man de America's Cup se tratara. Pues eso mismo fue lo que pasó en aquel lejano, largo y cálido verano de hace un par de semanas.

Presentaban las gentes de La Matandeta, maravilloso lugar y buenos arroces, sus Jornadas Gastronómicas de la Cocina de los Helados, un loco invento que ya va por la séptima edición, donde el helado deja de ser el rush finale en el postre para mutar en un complemento y acompañamiento perfecto de carnes, verduras y pescados. Y con esas nos plantamos en el Balneario de Chulillacon su albornoz molón, vacile piscinero y mesa puesta a cargo de Toni Fernández, jefe de cocina del balneario y Rosalía su mujer, excelentes anfitriones de una previa al gran estreno, con la ginebra como perfecto conductor de la francachela veraniega de sobremesa nocturna a la luz del candil de su terraza.
Se notaban los nervios de Rubén Ruiz, jefe de cocina de La Matandeta ante el estreno. Si Loquillo necesita su innegociable calma antes de salir a escena, la propuesta atrevida de este maridaje con los helados del maestro Llinares, no iba a ser menos. Y mal andamos si no hay cosquilleo en el estómago, compañero. Menos mal que de subalterno tenía el lujazo de Toni y su equipo, generando una tranquilidad budista que permitía el chascarrillo entre montajes de los platos, cerca de cincuenta comensales esperaban, y un casi seguro tiro hecho por lo innovador y divertido de los platos. Así que, aunque tenía mandil con mi nombre en cocina, me dispuse a zorrear - por el bien de ustedes, no se crean -, un poco entre los comensales y sentarme a la mesa como el que se sienta a ver un monólogo de Raquel Sastre, esperando la diversión y la sorpresa.

Y muy bien, oiga. Vericuetos de la Ciudad de las Artes, por un lado, interesantes notas de los vinos a cargo de Toni Arraez, anécdotas afrancesadas divertidas de Maria Dolores, la mamma del clan Matanda y mucho Instagram, Twitter y momentos compartidos por los comensales. Y vino. Mucho vino. Arraez mola, arriesga y divierte con la Verdil que da gusto.

De los platos, imposible quedarse con uno. Por diversión, me quedo con la zanahoria de la menestra, con el carpaccio y con el maravilloso codillo, por nombrar algo que raya la - muy personal - nota más alta de un fenomenal servicio de siete platos, y que recibió el aplauso de los comensales cuando los cocineros y sus ayudantes se presentaron en la sala a agradecer nuestro buche.

Para degustar este menú, tienen todo el tiempo que les permita mantener la hoja del calendario que marca Agosto, aunque, siendo justos, debería permanecer hasta el equinoccio de otoño, por aquello de respetar a la única estación que existe: el verano.

Coda: Si son de los que profesan lo de la comparativa de las imágenes y los miles de palabras, dos visiones del evento, a cargo de Arantxa Tarrero (las damas primero) y Ximo Manglano.

Coda 2: Lo de las imágenes es aquí.