viernes, 27 de abril de 2018

Sentiment, educación y cartera.

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Pues oigan, que ganas de hablar hoy de fútbol, pocas. Que servidor cree que aquellos autodenominados La Manada deberían pudrirse en la cárcel. Que se le salen las anguilas del cuerpo cuando piensa en cualquier niña de las de uniforme de Primaria y jugar sin preocupación de ahora o en esa muchachita con su primer novio a la que le dice 'Mi vida' a todas horas. Y no, no quiere que crezcan y maduren en esta calle, que es más dura para ellas, sin duda. 

Y encima, disculpen la mezcla de churras con merinas, hay un bolo árabe. En un país donde parece que libres del todo no son. Ya ven, pues estaría bien que un club que sacó pecho con un acuerdo con las Naciones Unidas para reforzar los valores de la mujer en igualdad y empoderamiento, tuviese algo que reprochar. No obstante, es el yugo de La Liga y Tebas. Esas giras de verano donde Getafe o Leganés, por poner dos equipos, van a jugar allende los mares con el rimbombante naming de La Liga On Tour no es más que el ejemplo gráfico de vender el alma al diablo. Tebas, futbolísticamente hablando, es un señor de la guerra. Le da igual que el dinero venga de un país autoritario o no. Le da igual que sean rojos, amarillos o azules. Para Tebas, gestor casi directo de las marcas de los clubes de fútbol de España, su única bandera es la verde de la pasta. El cash. Show me the money. Jerry Maguire, pero menos agraciado. Son 500.000, dicen. Pues buenos son, supongo. Al final esto es mercadeo y el club, con cierta soga económica al cuello ha de venderse para desahogar un poco la economía.

Que sí, que a todos, o a casi todos, nos gustaría ser como el St. Pauli, el mejor ejemplo de club comprometido que conozco. Pero eso se tiene o no se tiene. La conciencia colectiva es la marca de la afición. Cierto es que cualquier masa es voluble pero aunque esto no deja de ser deporte. Y la sociedad nuestra siempre ha sido del vivir día a día. Comercios tradicionales que dan paso, por inanición, a franquicias despersonalizadas. Mercados municipales que languidecen ante las grandes superficies. Cafés de cápsula, añorando a baristas o, por lo menos, a camareros de usted, por favor y gracias. El club no es más que el reflejo de la sociedad. El nuestro y el de cualquiera. Pero los escrúpulos no son marca de la casa. Recuerden que muchos de ustedes vendieron acciones por unas vacaciones. Así que si esos quinientos mil sirven para retener a Guedes, buenos serán. Porque, al final, las acciones individuales son la insignia del colectivo. Y no al revés. Aunque estaría bien no doblegarse, es más fácil tener firmes principios cuando se es independiente. Es decir, no dependiente del dinero. Y ahora, lamentablemente, el Valencia CF, o FC, no está así. De hecho, su dependencia es tal que las bases de los proyectos deportivos dependen, en gran medida, de la agenda de contactos del multimillonario dueño del club. Que es lo que mola cuando te compras un equipo. Jugar al PC Fútbol en la vida real. Y la económica, de estar o no en la Champions varios años seguidos.

Este es el Valencia que nos ha tocado vivir. Y ha venido para quedarse. Lejos queda aquel Valencia que narra Rafa Lahuerta en su libro. Aquel era más literario, más de corazón. Este, como institución, difiere mucho. Pero usted, yo, el de la fila siete y el que le sirve el café por la mañana somos los garantes de perpetuar el sentimiento a las futuras generaciones. De hacerles ver la grandeza del club, por encima de gestores actuales o futuros. De contar la épica, sin obviar el entorno. Al final, el fútbol, a veces, no es más que propaganda. Miren la Argentina del 78, por ejemplo.

Los valores, que no les engañen los del Barça, se enseñan en casa. El amor al escudo por los noventa minutos. El fútbol como pasión, como sentimiento. Esos valores, esos latidos, en casa. Como enseñar a decir que cuando una mujer dice no, es no. Así de fácil, así de difícil.

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