Semana Santa. Las primeras vacaciones del año, excepción hecha sí
eres un morador de las tierras árabes del califa Rus, y primeros brindis
al sol, que ya no es de invierno, sino de la alérgica bonita
primavera.
Costaleros y masajes, rompidas y capirotes. Bacalao
en arroz, bacalao en migas, bacalao en croquetas y golpes en el pecho,
como si de un Matthew McConaughey cualquiera se tratase.
Y
mientras unos se enfundan capirortes de penitencia y respeto a aquel
que gritó el abandono de su padre, aquí, que somos más dados al Carnal
que a la Cuaresma, buscamos nuestro Via Crucis en la ligazón de la
salsa, en el boletus y los calçots, en merendarnos nuestra mona de
Pascua con huevo duro, mientras enseñamos a los nuevos el 'ací me pica,
ací me cou i ací t'esclafe l'ou' y en estas cosas que harán gozar a los
gusanos como si fuéramos parte de la carta del Noma.
Y por
las noches haremos lo de siempre, porque nos gusta y porque nos
divierte. Y usar su espalda de escritorio, otra vez. Y revisar los cannoli de 'El Padrino', otra vez, y las que hagan falta. Y darnos al
dulce vino, palo cortado por ejemplo. Y emborracharnos de todo, hasta de
las letras, por si los tambores o las campanas tienen la tentación de
tocar por nosotros.
Y nos atreveremos a saludar a nuestras
zapatillas de running moderno con sorna y burla, como hacía Travolta a
Lamas en Grease tras llevarse a Sandy, mientras doramos las torrijas,
pensando que no hay mejor manera de librarse de la tentación que cayendo
en ella.
Tambores, desayunos en la cama y vivir en la cocina. Dime que has hecho estas cosas. Cuéntame tu pura vida.
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