viernes, 1 de diciembre de 2017

De enanos, pelucas y apuestas.

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Vamos a empezar aclarando algunas cosas. Soy aquello que las estadísticas denominan 'Un señor bajito'. Cuando era más joven y ya tenía edad de entrar a lugares de mayores de edad, era requisito indispensable para servidor llevar el DNI a mano para enseñarlo al portero de la entrada. La cara de buen chico y mi estatura no abrían muchas puertas de esas que digamos. También he de decir que nunca sufrí, por fortuna, ningún tipo de acoso o vejación en el colegio. Más que nada porqué todos eramos algo en ese momento. Gordo, fideo, feo, gafotas, orejudo o cualquier característica peculiar te catalogaba de por vida colegial e incluso en el instituto. Pero adaptándome al medio, y por un mero instinto de supervivencia siendo relaciones públicas de mí mismo sin tener ni idea de que era eso, comencé a ser popular y bien considerado, creo, por todos. De hecho, todavía conservo muy buenos amigos de esa época a los que pondría mi vida en sus manos sin dudarlo con la seguridad de no perderla. También les digo que nadie me ha dado nada y puede que la valía profesional se deba demostrar doble con ciertas características físicas determinadas, como todo en la vida. Pero bueno, aquí estoy, dando guerra con la teclas y otras gaitas.

Y la verdad es que la enésima muestra de impunidad con respecto a los árbitros por parte de algunos jugadores de los equipos que le importan a Tebas me ha tocado la moral, siendo finos. En concreto, la de Luis Suárez con el árbitro asistente. Está claro que a los trencillas les meten caña hasta en el cielo del paladar. Va en el cargo. Pero que le dijese 'Enano de mierda' al señor de la bandera, pues oigan, no me ha caído bien. Y me importan dos rábanos las pulsaciones del uruguayo, que eso sea una medida de presión para que el subconsciente se decante a favor, que sea parte del fútbol o todas esas cosas que argumentan quienes defienden lo indefendible. Debería tener el cuenta el chico del bocado fácil que, quiera o no, puede ser un ejemplo o un espejo en el que se miran infinidad de chavales de todo el mundo. Y que si su ídolo le dice a un árbitro aquello, no habrá nada que impida que en cualquier recreo de cualquier ciudad de España un chaval se lo diga a otro, comenzando el bucle. Imágenes hay, pruebas también. No estaría de más que La Liga actuará de oficio y pusiera una sanción ejemplarizante y de calado social para este jugador. No hablo de partidos, hablo de dar ejemplo. Tampoco de dinero si no van a servir para reforzar valores positivos que calen en la sociedad, en los chavales y en los que no lo son tanto. Solo así podremos decir con orgullo que La Liga lleva camino de ser una de las mejores del mundo. Y Tebas, majete, tú que miras tanto la pasta, la responsabilidad social corporativa es un valor añadido a tu marca que puede hacer que se mire con otros ojos el tinglado trincón que tienes montado.

Porque, querido lector, en estas próximas Navidades todas las madres del mundo quieren que su hija traiga un Rodrigo Moreno a la mesa antes que a un matón uruguayo apellidado Suárez. Trabajador incansable, modosito y con pinta de honrado, dan ganas de ponerle un jersey de lana gorda y pasarle en la cena las gambas a lo Laudrup, mirando al tendido. Digan ustedes, si se atreven, si no es reseñable la muestra de pertenencia y de tener los sentidos abiertos que el sobrino de Mazinho piense en honrar la memoria de Jaume Ortí de la manera que lo hizo. Y piensen, con la sonrisa congelada si aquella pseudocampaña a golpe de tuit desde más arriba de nuestro reino pidiendo amarilla por marcarse un Orquesta Mondragón no es para que reciban carbón. No tanto por aquello de la sensibilidad del momento y todo lo demás. A Jaume se le quería aquí y ya. En otros lugares más lejanos, no dejaba de ser más que una molestia por no tener pelos en la lengua o una persona protocolariamente invisible a la que no tener en cuenta cuando forofos con vitola de presidente celebran goles postreros sin medida. E incluso molestias entre la fauna local. Porque Mónaco no se olvida. De ahí el mirarse el ombligo en el fútbol-ficción, un genero en auge que consiste en que se alineen los astros después de un lance del juego no juzgado a favor del color que les paga. Pensando con la bufanda, que pensar con el corazón, solo lo hacen cuando es su bando. Que hasta la casa de apuestas que patrocina al Barcelona ha dado por buena esta victoria-ficción, pagando a sus apostantes las cantidades pactadas en caso de 2 en la quiniela. Como dicen los argentinos, la tienen muy adentro. Más injusto y democrático fue el gol de Michel contra Brasil en el Mundial del 86 y estamos vivitos y coleando.

Por cierto, después del partido del domingo, vino el lunes. Y el goce en la oficina fue correcto, bueno y divertido. Aunque todo el argumentario giraba en torno al gol que no se cobró. Sin ver la buena, tirando a muy buena, segunda parte del equipo dirigido por Rubén Uría y la mano de Ochotorena. Imaginen si llegamos a ganar. Por si se preguntaban como acabó la historia.

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