Es imposible. Haciéndolo solo una vez, es imposible. Es preciso
repetir el proceso una y otra vez. Desnudarla una y mil veces, si hace
falta. Descubrir sus recovecos, sus matices. Explorar cada uno de sus
rincones, disfrutar de las sombras y verla con los ojos bien abiertos.
Como los de un niño cuando descubre la nieve. O cuando ve a lo lejos los
fuegos artificales.
Con los ojos grandes. Con una sonrisa.
Y
dejarse llevar. Por todo. Y volver a pasar por el mismo lugar, que es
igual aunque parezca distinto. Y poner más hielo en la copa. O pedir
otra directamente. Y que se erice la piel a cada palabra, a cada nota. Y
viajar. Y reir. Y morir para volver a nacer.
Y
acabar. Y recordar cada instante. Y dejar de ser triste. Y soñar con
llegar a viejo. Porque siendo viejo uno puede apreciar aquello que ha
tocado, comido y bebido cuando era joven. Y porque no. Aquello que ha
bailado. Con más o menos ropa. En horizontal o vertical, pero bailar al
fin y al cabo. Sonando la Carrà o Bizet. Pero que no pare el carrusel.
Y decir no cuando es no, a pesar que ellos todos y ellas todas quieran oir un sí.
Y
pensar en las mañanas sin haber dormido. Y arreglarse el pelo, la
camisa, refrescarse ligeramente y llegar paseando, con la cabeza alta, a
la alcoba solitaria, donde solo espera aquel mar que uno tuvo alguna
vez.
Hace tiempo que ya no se si les hablaba de ti o de ella. Aunque para mi ambas sois La Gran Belleza.
A pesar de que puede que todo esto sea solo un truco.
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