viernes, 22 de noviembre de 2013

Happy birthday, mister Wah-Wah.

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A mí me encantan los cumpleaños. 

Pero no esos en plan fiesta postiza y preparada con familia de la que no puedes hablar más de dos minutos sin citar el tiempo, ni compañeros de pupitre de los que pegan mocos y tiran de las coletas a las niñas. 

Me refiero a fiestas de cumpleaños de las de verdad, en las que no es necesaria ni una tarta, ni la manida cancioncita. Hablo de esas espontáneas donde, reunidos sin aviso previo extraordinario, alguien te suelta algo parecido a 'caballeros, a esta ronda invito yo, que es mi cumpleaños', sin ser necesariamente esas mismas palabras. Automáticamente la francachela se multiplica, el tintineo de las copas es más alegre y es el punto de salida a una buena jarana en la que no sabes bien cual va a ser el final. Normalmente siempre dicen que las mejores juergas son aquellas que no se programan, excepción hecha de las bodas gitanas, un verdadero tour de force que ríete tú de las correrías de Charlie Sheen. 

He vivido situaciones de esas a diferentes horas del día en almuerzos, comidas, meriendas, en ese maravilloso híbrido tan nuestro de las meriendas-cena, o en cenas directamente, donde la posición del Sol era lo menos importante y sí las risas, batallitas y la cantidad de peso que pudieses llevar en los bolsillos.

Y no deja de ser un bonito requiebro hablar de fiestas de verdad ahora, cuando la Navidad asoma furtivamente por las esquinas, y pensar que antes, embardunado con la canalla vitola del rock y las chicas alegres de tacón y falda, llega un cumpleaños de ese amigo que te ha dejado escuchar sus discos, te ha grabado a casette sus descubrimientos y has visto con él aquellas revistas subidas de tono para aprender un poco más de las mujeres. Nuestro amigo mayor, por su sabiduría, en forma de sala rock, donde aprendimos a imitar ser estrellas del negocio y ser más chulos que un ocho, la Wah-Wah, cumple años. Unos cuantos, doce más uno, que no es más que una cifra cojonuda, para llevar con orgullo y ser referencia de la programación cultural en esta ciudad. Lugar ineludible para conciertos, fiestas de disfraces, excesos y manchas de carmín en el cuello de nuestras camisas, donde secretos inconfesables se quedarán para siempre entre las paredes de sus baños, o en sus camerinos. 

Por eso, por las fiestas de verdad, por más conciertos, por su plantilla, por sus sospechosos habituales, por los locales de alrededor que han crecido y crecen gracias a su estela, brindo por Wah-Wah, nuestro hermano mayor, nuestro canalla JFK.
Que corra el vino y los besos.

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