lunes, 14 de octubre de 2013

Nuestros héroes eternos.

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Es en tardes así cuando pasa. Que no tienen nada de especial y diferente, pero pasa. Te encuentras sentado en tu zona de lectura, las pantuflas ya han salido de la caja y acarician tus pies. Sostienes el libro que, en otras ocasiones, devoras con ansia, leyendo un párrafo cualquiera y, de repente, te das cuenta que no has retenido nada. Desandas lo leído. La inercia de la lectura, piensas. Vuelves a leer. Pero nada. Da igual que sea el párrafo del libro en el que por fin hay tetas y coños. Tu cabeza está a otra cosa. Siempre he creído, en algo hay que creer, que el cuerpo humano es sabio y te avisa del cansancio. Las agujetas en el deporte o la ínfima descarga de semen tras el cuarto polvo no son otra cosa que señales de tu cuerpo. Cansancio, cerca del límite, dicen.

Quizá fue algo que alguien dijo. Que no le diste importancia, pero que quedó allí, en un rincón de tu cabeza. O igual fue un surfeo de ideas que, separadas no tienen conexión, pero una te lleva a la otra, asociadas entre si. Los 'seis grados de separación' de los cojones dentro de tu cerebro.
Igual fue que pensaste que, a esas horas, deberías estar en la conferencia que organizaba aquella rubia periodista, amiga de la morena camarera fotógrafa. Esa que comparte página los viernes con otra rubia que sale en la tele y que tiene un libro con una chica de blanco en la portada. Y que en ese libro, leíste una vez algo que te llegó más que el resto del libro.

Y recordar aquello te hace pensar que ya no quedan de esa clase. De los del sudor en la frente, de los de diez o doce horas de trabajo. En ese momento ya sabes que no vas a leer más y cierras el libro justo cuando el tipo iba a bajarle las bragas a la morena. De ahí no pasará hasta que tú lo digas. Y vuelves a ellos, a los de las diez o doce horas de trabajo. A los que no tenían sopa boba del paro y les tocaba levantarse al canto del gallo para el pan, las legumbres y los pucheros. Te levantas y ves por la ventana a los niños jugar, columpio arriba, tobogán abajo. Pronto acortará el día y la vida, piensas, y hay que disfrutar el momento. Te tocas el pelo con tus manos y piensas en las suyas. Las de las diez o doce horas. Duras, trabajadas. Trabajo y orgullo bien entendido. Y en el rostro que tenían, o tienen los que aún están. Curtido, con una historia en cada arruga, en cada mueca.

Eran, o son, los que no creían en los duros a cuatro pesetas. No existe el dinero fácil. Humildes pero honrados, con valores universales. Y caballeros. De los de rosas en aniversarios. Y alguna joya, joder, que no todo ha de ser pan duro.

Y piensas que quizá ellos sabrían como manejar todas nuestras pelotas de malabares llenas de fuego. Y te viene John Wayne, Humphrey Bogart y Clint Eastwood a la mente. Porque si. O por otra razón, que igual no importa demasiado.

Y sonríes, mientras miras por el cristal como se apaga el día.

Esos son nuestros héroes. Y la rubia del libro con una chica de blanco en la portada tiene el suyo. Como lo tengo yo. O lo tiene mi amigo. O la hermana de mi amigo. O la morena con nacionalidad pilarica. O tú. O ella.

Héroes. Eternos, aunque no estén.

Espero que Pepe, el penúltimo de nuestros héroes eternos, os salude a todos de mi parte.

2 comentarios:

  1. Anónimo23:06

    Amic, hui vaig en valencia q necesite practicar. Aço q has escrit no es per a gent de carrero, per lo tant tindre q traure el meu guio de fer comentaris de text i a por ellas las letras. Necesite llegir-ho varies voltes, i aixo, pegar-li voltes q saps q en mi es inevitable encara q al final se qede com al principi. pero jo necesite comprendre les coses i en una passaeta no tinc prou. El q si se es q tu i jo dixarem el carrero i alcançarem la Avenida de la luz, caiga quien caiga. A cultivarse coňo!!!!!. Me mola dependre de tu. Hacen falta tipos como tu, q cuenten cosas tan superficiales como profundas. Ja te done la enorabona quan me considere preparat. Lealtad y Honor. el q vullga pujar al barco esta convidat.

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  2. Anónimo22:44

    enhorabona. chapeau.

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