Foto: www.valenciacf.es
En un fin de semana futbolero por excelencia, tendremos ganas de ver los partidazos que hay dependiendo del resultado del marcador de Mestalla, a eso de las seis de la tarde, minuto arriba, minuto abajo. Porque el partido contra el Sevilla es, sin duda, el envite que va a marcar el invierno valencianista. Una victoria abrirá la esperanza de reconducir la situación para tratar de llegar al objetivo de ser cuarto y jugar Champions el año que viene. Es lo que tiene cuando la ruta económica va marcada casi en exclusiva por eso. Vamos, una final sin trofeo. Con lo que mola ganar finales y levantar copas, de un tiempo a esta parte, las únicas copas que levanta el valencianismo son las que pide la parroquia en el bar para celebrar victorias como la que, espero, se produzca mañana.
Y una derrota será una depresión deportiva. Saltarán las costuras. De puertas hacía adentro, la difícil convivencia en el vestuario provocada por los malos resultados se convertirá en más difícil todavía, como en el circo. De puertas hacía afuera, saldrán voceros apocalípticos que exigirán reacciones sin medias tintas. Pedirán sangre, por supuesto. Cambios, reacciones. Algo evidente. O no, según convenga a la empresa. Porque el mismo rigor no será el que se apliquen los propios narradores en su casa. Allá cada cual con su línea editorial. Pero los parabienes de la temporada pasada, con alfombras y focos a nivel nacional, son ahora otra cosa. Nada nuevo bajo el sol. La cabra tira al monte. Parece que la estructura deportiva a la que se alababa hace poco más de un año, no sirve. Cierto es que los refuerzos que, en principio, venían a sumar no lo están haciendo. Pero siempre se ha quejado de la volatilidad del proyecto deportivo. Ahora hay mando en plaza, que es Marcelino. Y más arriba de él, la secretaría técnica y Mateu. De ellos depende que si los resultados no funcionan, variar el rumbo. Con un viraje ligero o con un golpe de timón. Pero ahora tenemos hombres de fútbol con una trayectoria fuera de toda sospecha. Siento usar la muletilla, pero peor estábamos con el mando de Gary Neville o de Pako Ayestarán. Y justo por eso, por tener a Marcelino como director de campo del proyecto deportivo y haberle dado todo lo exigido por él, debe existir ese mismo nivel de exigencia con los resultados del técnico astur. Confianza que se solidifica con los resultados. No hay otra.
Se avecina una final sin trofeo. Otra más. Esperemos que el colectivo deportivo sepa interiorizar la importancia de los puntos del partido del Sevilla y demuestren que la plantilla actual puede volver a enganchar a la grada. Es el único paso para seguir y optar en un futuro a jugar finales con trofeo. No digo que esté cerca esto. Pero sí estará muy lejos de jugar finales con trofeo. Y la estabilidad como club se tambaleará, por mucho que haya un accionista con el 80% de las acciones.
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