viernes, 9 de noviembre de 2018

Que se acabe el invierno.

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Ya sé que ni ha empezado. Que, según calendario, el inicio del invierno suele coincidir con el Sorteo de Navidad, ese día donde se derrama más cantidad de cava Hacendado que en cualquier cena de empresa prenavideña. Esta afición necesita alegría. Gritos. Abrazos. Y, porqué no, morderse las uñas por los nervios. Valenciastán necesita algarabía. Vacas gordas de la ilusión. Y hay de aquel que, después de un tropiezo del equipo de Marcelino, ni cena.

Necesita el aficionado volver a sentirse aquel niño que coleccionaba cromos en verano y que iba al Rastro a buscar los que le faltaban. Ya ven, adultos hechos y derechos apelando a su regresión infantil por las cosas que hagan veinteañeros millonarios. Que baje Freud y lo vea. Este valencianismo invernal no se reconoce a sí mismo. Celebra los goles de Ronaldo y sus abdominales juventinos como un gol salvador de Tendillo. Y maldice el talento de Mata, yerno perfecto, que siempre se ha sentido agradecido con la ciudad y el club y por el que todos alguna vez hemos fantaseado con su vuelta. Todo esto después de lo de Mina, Rodrigo, Soler y los demás frente al Young Boys.

El invierno aquí nos acobarda. Nos retiene en casa, debajo de la manta. Nos hace timoratos ante todo. Cuando era verano, o primavera, la gente iba a Mestalla fresco, jovial y alegre. No con soberbia, pero sí con esa autoconfianza de quien se sabe que va a tener en la pirámide básica de las emociones, el trabajo y el esfuerzo. Y que tarde o temprano el rival hincará la rodilla casi siempre. Porque lo otro llega solo. Ahora a Mestalla se llega de manera funcionarial. Sin apenas alma. Con el tan nuestro, 'Anem a vore que fan estos hui'. Y miras a izquierda o a derecha. Y buscas a ese aficionado veterano, que ha vivido copas del Generalísimo, ligas de Forment, Recopas y descensos. Y analizas su comunicación no verbal. Sus gestos, sus muecas. Y resoplas. Y arrugas con tus manos cualquier papel que tengas a mano hasta convertirlo en cualquier cosa que hecha por un escultor de renombre podría estar expuesta en alguna galería moderneta. Hoy tampoco. Frío seco. Cortante. Sin aire. Hasta que, saliendo de la nada, el chico que no valía ni para Segunda B golpea seco a la pelota. Y, durante un segundo, el silencio. Y el grito. Gol. Gol de Mina. Y lo canta todo dios. Hasta Paco Rius. Y se asoma la luz. Sigue siendo invierno, pero hace sol. Un sol que calienta y que provoca sonrisas.

Y yo sólo observo el sol, 
cómo entra el sol, 
sólo observo el sol, 
cómo entra el sol 
en los lugares qué habitan 
los hombres y se refracta su luz. 

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