viernes, 9 de marzo de 2018

La traca del Luis Casanova.

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Allá por los ochenta, creo que antes, durante y después del descenso, en Mestalla, que se llamaba Luis Casanova, cuando salía el equipo, se lanzaba una traca. No salían los dos a la vez. Previamente salía el equipo rival, por lo que ya de entrada se llevaba el abucheo de la parroquia local. Luego igual al final te pintaran la cara, pero la primera la daba el público. Después saltaba el Valencia, de blanco impoluto, al ritmo del pasodoble 'Valencia'. No había himno, no había mascota pululando por el campo y, por supuesto, no había tanta chiquillería para hacerse la foto con los jugadores. Sencillamente, no se estilaba esa manera de hacer marketing. La traca, casi siempre se lanzaba en el sector 3 y 4, donde ahora está la Curva Nord y la grada aplaudía tanto la salida del equipo como el masclet final de la traca, de quince metros la mayoría de las veces. La entrada de pirotecnia estaba permitida. Las tracas las entraban gente de bien que indicaban amablemente a los niños que pululábamos por las filas bajas de la grada apartarnos para darle fuego a la mecha. Las bengalas las metían los ultras que, cuando se coordinaban bien, realizaban un espectáculo visual atractívamente estético. Eran pocas, porque la juventud y el pasarlo bien supongo que sería su máxima. Pero aquellas veces en las que alguien ponía trellat, quedaba bonito. Servidor, con sus mocos y su cara de inocente, pensaba que la gente del Valencia era buena gente solo por el hecho de ser del equipo. No veía maldad en esa traca, en esa bengala ni en esa bota de vino que rulaba de garganta en garganta y que, muchas veces, cerraba su viaje en la garganta del bombo más famoso de España, el de Manolo. Luego, la vida y, por ende, el fútbol, te enseña que esto está lleno de minas antipersonas y te das cuenta que una traca o una bengala a manos de un descerebrado puede montar un pollo gordo. Hasta un bombo en manos de un inconsciente puede hacer daño al prójimo.

Pero oigan, hacía ambiente. Y mandaba un mensaje. Al Luis Casanova se venía a sufrir. Porque te recibían con fuego y furia. Con pólvora. Ustedes y yo sabemos que cuando uno de fuera viene por Fallas y escucha tracas o una mascletà, lo normal es la impresión y el susto. Pues imaginen para un futbolista, que viene de hacer la siesta en un hotel de cinco estrellas y que pisa un campo donde lo silban y queman pólvora. Ese activo es el que queda para el que recibe a un grande. El ambiente. La grada caliente. Lo demás, alfombras rojas y paseos en barca. Por eso el fútbol moderno tiene tan poco de deporte de verdad y mucho de negocio. Ahora salen los dos equipos juntos y se dan la mano antes del partido delante de todos para mostrar el compromiso por el juego limpio. Pero luego bien que fingen patadas, agresiones y penales, mandando al garete toda la parafernalia de la FIFA, la UEFA y la FILFA, que diría el gran Ibáñez.

Por eso, los lloros de los ricos, que ya nos enseñó la telenovela que también sueltan lágrimas, provocan risa. Y que se quejen de las acciones de los ultras precisamente ellos, más risa. Es parte del juego, jugar con el miedo controlado, por supuesto, del que va a tener los sentimientos de la gente en los pies. ¿O ustedes se creen que mañana la gente de Sevilla, con Pepe Lobo a la cabeza o en el bar, va a recibir al tercero de la Liga con aplausos y besos? Pues no. Y menos mal que no se juega de noche, porque el espectáculo de luces y voces a capella con el himno despista y emociona a cualquiera. Esa es la clave. La caldera. Y pase lo que pase mañana, ha de ser el camino a seguir para que el viejo Luis Casanova, ahora llamado Mestalla, supla la carencia de juego de los Parejo, Kondogbia, Zaza, Rodrigo, Soler y compañía. Tómenlo como un entrenamiento para los partidos que vienen de martes y miércoles. Si no, nos va a pillar desentrenados.

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