Copa, fichaje y Liga. Copa, fichaje y Liga. Así de movida viene la primera quincena de 2018. Año de Mundial, que se nos antoja lejos y, de momento, olvidado por aquello de estar inmersos en la recuperación de la solera perdida. Dos años en el limbo desgastan y merece centrar esfuerzos sentimentales. Pero esta sobreactividad nos pilla con el paso cambiado ahora que, tristemente, andamos acostumbrados a solo envites semanales.
De la Copa, rasgado de vestiduras en la ida. La selección de esfuerzos del deportista profesional. Descubrimiento (¡Oh, Dios mío!) que los suplentes no lucen tanto ni definen tanto como los titulares. Pues claro. Incluso un no titular en una fase final de Mundial rinde menos que el que tiene la vitola de ello. Pero son los resquicios de aquel equipo que vagaba por la tabla, donde abrazábamos una arrancada salvaje de Cancelo sin ton ni son o una vehemencia en forma de patada a destiempo de Enzo Pérez. Ya ven, cuando las alegrías eran pocas, el pobre se conformaba con migas. Ahora queremos que todos se enchufen. Que todos vivan al límite esto de jugar en Las Palmas un 3 de enero. Con ese acongoje de repetir Las Palmas aquella eliminación valdanística se jugó la vuelta. Pero no. Salió Vietto, que en vez de Luciano debería rebautizarse como Lázaro, que venía más seco de goles que la botella de agua de un vividor en un día de resaca, y te enchufa tres. Uno casi desde el Calderón, para rabia de los de siempre. Ya ves, el puto Valencia y Marcelino. "Luciano, levántate y anda", quiero ensoñar que le dijo el astur al colega de Rodri De Paul en aquel Racing de Avellaneda irreverente. Marcelino, que lo que toca lo convierte en oro, como en aquella fábula. Si hasta Aitor Lagunas, canela en rama de los comentaristas de Bein Sports, quiere que le toque la calva para ser como Engonga en sus tiempos mozos. MarcelinoFacts, clama Twitter, con algarabía de la chavalada. Milagros deportivos en Valencia y vitales en la carretera los de García Toral. A Dios, o a los airbag, gracias.
Lo bien cierto es que la Doble M está logrando acortar los plazos de la ilusión. Cierto que queda la segunda vuelta entera. Cierto que la Copa puede despistar, en el buen sentido de la palabra, los esfuerzos de la Liga. Pero con Neville y Suso y sin nadie al volante en los despachos se llegó a estar a dos partidos de jugar una final. Justo antes del 7-0 del Nou Camp, recuerden. Pero aquella ilusión por alcanzar algo extraordinario y espontáneo, sin esfuerzo agotador y tan contra natura no hizo más que alargar la agonía liguera, una vez desahuciados y humillados en la Copa. Esta vez el viaje es diferente. Todas las alegrías que nos llevemos en los partidos de ida y vuelta será un azucarillo más a esta temporada de dulce. Y sin descartar nada, juguemos a todo. A todo lo que tienen estructurado en la cabeza Marcelino y Mateu. Como ese jugar al despiste de no pedir fichajes en público. Negociar en la penumbra reforzar la cojera atacante y el centro del campo destructor. Oxígeno y competencia real para los temporadones de Rodrigo, Zaza y Mina, con un rendimiento de goles por minutos jugados que asusta. Y Coquelin, el recién llegado, que se arrepiente de no haber venido antes. Claro, todos quieren jugar para Marcelino. Todos quieren jugar para un Valencia serio y ordenado. En el campo también.
Y es que la fe, o el crédito si no son de misa y comunión, es tan alta que Coquelin ha pasado de ser carne de vídeo chistoso a tener todas las bendiciones por el mero hecho que Marcelino haya dicho que adelante. El debate deportivo está tan fuera de lugar que en la barra de bar llamada Twitter se charla sobre la correcta pronunciación del apellido, afrancesándonos todos a marchas forzadas. Aún caerán chistes malos sobre su apellido y la semblanza con cierto personaje de comedia de televisión, fruto de ese trazo gordo de humor tan satírico y fallero que tenemos a gala. Porque los valencianos somos de reírnos hasta de nuestra sombra. Pero nosotros, no los demás. Aunque más que chiste, queremos que sea un drama. Para los rivales, claro. Para nosotros, queremos que sea uno di noi. Un Marcelino Boy.
Y hoy, en Valencia, no hay nadie que tenga dudas de que así será.
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