miércoles, 4 de enero de 2023

Pölvora. Loco Club. 17 diciembre

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En previas o prórrogas de cenas de empresa, el 17 de diciembre era fecha para lanzar a cara o cruz. Botas o zapatillas de estar por casa. Chupa o manta. Con una fantástica oferta en la escena de música en directo, salió cara. Y el proyecto dinamitador de Pölvora hizo mover los tacones a Loco Club para escuchar 'Fuego y ceniza' el primer disco de esta nueva formación, un poco Frankenstein, un poco grandes retales, pero de la que se esperaba lo que finalmente sucedió.

La sala presentaba un fantástico aspecto. Viva y llena de alegría y ganas de ver una, perdón, mascletà a base de guitarrazos y toques de parche. Muchas caras conocidas de la escena rock valenciana con la misma intención que servidor. Dar rienda suelta a la adrenalina y prestar el hombro de manera figurada. Siempre es un gusto ver a Pau Monteagudo, Kako Navarro o Dani González y a mucha más gente solo con la excusa de hacer aquello que cantaba Robe de salir, beber y todo lo demás.  

Avisando a navegantes, la introducción no dejaba lugar a dudas por si se había colado algún seminarista despistado de lo que iba a suceder. Fragmentos de 'Civil War' de Guns n'Roses y Aerosmith daban la entradilla al escenario a José, Izzra, Alex, Rubén y Lane Lazy. Este último, a la voz, era uno de los incentivos por sentir en directo como sonaba su garganta en castellano encima de un escenario. Ninguna sorpresa. Lo esperado tras escuchar los doce temas de 'Fuego y ceniza'. Solvencia absoluta y actitud. Como siempre. 

Uno a uno fueron cayendo los temas del disco, con la consecuente comunión con el público. Los temas de Pölvora nos resultan familiares. Como un viejo amigo de los de verdad. Son los que hemos escuchado, en esencia, otras veces. En otras manos, con otras letras e, incluso, con otras notas parecidas. Somos nosotros en otro mundo, viviendo en Los Angeles en la segunda parte de los años ochenta, bajando de un autobús con apenas nada. Sobreviviendo a antros, a licores baratos y a desengaños amorosos que no queremos mostrar. Pero, a pesar de querer vivir siempre en un videoclip de aquella MTV que era una cadena musical, nos ha tocado despertar el instinto en momentos puntuales como este. Y ellos son nuestra banda sonora. Y es más que suficiente. Pasar el rato sin pensar en todo lo que nos enerva, que no es poco. Y es verdaderamente saludable que nunca flaquee la escena musical. En realidad, vale cualquier escena. Por eso, lo conseguido por la banda es de sombrerazo. Y por eso, que diablos, volvimos a brindar mientras el público comenzaba a entrar en catarsis, tarareando esa canción de la banda de cuyo nombre no quiero acordarme. Quizá por otras reflexiones. Pero catarsis al fin y al cabo. 

Mientras el quinteto nos envuelve en su contundencia, con Alex nuevamente mutado en Billy Duffy, un breve y afectuoso saludo a Mon, tras la barra del Loco, colaborador de 'Abierto a mediodía', el programa de radio de Ramón Palomar con quien hubo brindis por salas así de llenas y oyentes predispuestos. Es de recibo destacar la calidad del sonido de la banda, perfectamente engrasada. Parecía que estuviesen cerrando una gira de cincuenta conciertos por todo el territorio en lugar de estar estrenando la formación en casa. Bárbara la energía de Alex, la fluidez de Izzra y la contudencia de Jose y Rubén en el desarrollo de los temas, que contó con versiones de algunos clásicos de Uzzhuaïa como 'Baja California' y reverencias a AC/DC con 'Rock n'Roll Damnation' y, por supuesto The Cult, cerrando el concierto con 'Love Removal Machine'.

Final en todo lo alto, con la satisfacción de una noche de buena música y profesionalidad a la que se sumó ese genial y casi olvidado tercer tiempo donde las charlas sin sentido, los abrazos etílicos, las reflexiones lapidarias sobre las bandas de un solo éxito y el overbooking en los baños, no es una buena juerga si no hay llenazo en los baños con todos parloteando, nos dejó ese buen sabor de boca que estos pequeños momentos nos hacen sentir. Porque, en definitiva, no queremos vivir una vida sin más.

jueves, 1 de septiembre de 2022

La sonrisa de Soler

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Tropezando con la misma piedra. Otra vez. Cada vez menos, eso sí. La edad o el hastío de esto que es más producto y menos otras cosas. La memoria, que a veces es tan sabia como selectiva, cuando llega esto del mercado, asoma la patita para que en mi cabeza retumbe aquello que decía un aficionado argentino de un equipo grande. Puede que fuese River o Racing. Que más da. El aficionado en cuestión hablaba que no hay que encariñarse de los pibes porque, en nada, saltan para Europa. Argentina, país exportador por excelencia. Como casi toda Sudamérica. Y es algo que repito en el espejo en estos días, mirándome al espejo que me devuelve la imagen del niño que fui.


Se acabaron las portadas del Carlos niño, con sus mofletes, riendo al celebrar un gol. Con su colega Lato, con el escudo al pecho, publicidad de Unibet y camiseta Kappa. No pienso entrar en los motivos porque sería redundar en lo obvio. Todas estas cosas son consecuencias de plantar árboles torcidos. Semillas para un buen jardín había. Y lo sigue habiendo. Pero el jardinero ha de ser más cuidadoso y aplicar lo que tenga que aplicar para que todo sea verde y frondoso. No hablo de firmar jugadores a tarifa plan de 18 millones y sí a equilibrar balances contables con los sentimentales. Derrochar no es bueno. Escatimar, tampoco. La virtud en el término medio. Pero en este fútbol donde los valores de los jugadores van por portales web y sus cualidades van por videojuegos, hay que poner más de parte del que gestiona. Flaco favor le haremos a la historia si comparamos salidas como la de Soler por permanencias de leyendas. Eran otros tiempos. Era otro club. Y la afición, a pesar de todo, sigue rugiendo en la grada y discrepando entre nosotros por las pantallas. Las modernidades que carga el diablo. Que son tan bonitas como para que un recién llegado como Cavani sienta el calor antes de vestirse de murciélago y tan cochambrosas como para atacar al entorno de Soler por marcharse del equipo de su vida. O para llegar al insulto y la amenaza entre dos tipos que seguro llorarían abrazados si el Valencia CF tocase el más grande de los metales.

Nosotros, que nunca llegaremos a ser jugadores de élite por nuestra torpeza con los pies pero que somos balones de oro del sentimiento, queremos que ellos, los profesionales, lo sean también del corazón. Como nosotros. Pero ellos son eso, profesionales. Pocos quedan ya. Totti, Puyol, Xabi Prieto o, esperemos, Gayà , por nombrar a quien nos toca cerca y que ha de agarrar con fuerza esa bandera del que es aficionado y futbolista. Ver el fútbol es caro en nuestro país. Y ahora, con la marcha de Soler a Francia, se convierte en menos atractivo para nosotros. Tocará buscar otros alicientes. Y se encontrarán porque ser del Valencia CF es esto. Buscar optimismo ante lo más mínimo. Somos así. Y así ha de ser. A pesar de todo. Reinventarnos y volver a latir apresuradamente cuando haya un penalti porque ya no está Soler, que era casi infalible. Como Mendieta, otra marcha precipitada. Ciclos. Vida. Fútbol. La historia. Y encima, se vuelve a clase ya. Todo oscuro. Y para nuestros corazones blanquinegros, estaría bien que desde los despachos no se hiciera un ejercicio fallero en cada temporada, quemando todo lo anterior y comenzando de nuevo. O que, por lo menos, explicaran con cariño y claridad porqué, cada final de agosto, resuena por las oficinas del club algo parecido a 'Senyor, pirotècnic, pot començar la mascletà'.

Se va la sonrisa de Soler. La volveremos a ver, sin duda. Pero será extraña que no tenga un fondo blanco y un murciélago en el pecho. Ojalá sea solo un hasta luego.