Tropezando con la misma piedra. Otra vez. Cada vez menos, eso sí. La edad o el hastío de esto que es más producto y menos otras cosas. La memoria, que a veces es tan sabia como selectiva, cuando llega esto del mercado, asoma la patita para que en mi cabeza retumbe aquello que decía un aficionado argentino de un equipo grande. Puede que fuese River o Racing. Que más da. El aficionado en cuestión hablaba que no hay que encariñarse de los pibes porque, en nada, saltan para Europa. Argentina, país exportador por excelencia. Como casi toda Sudamérica. Y es algo que repito en el espejo en estos días, mirándome al espejo que me devuelve la imagen del niño que fui.
Se acabaron las portadas del Carlos niño, con sus mofletes, riendo al celebrar un gol. Con su colega Lato, con el escudo al pecho, publicidad de Unibet y camiseta Kappa. No pienso entrar en los motivos porque sería redundar en lo obvio. Todas estas cosas son consecuencias de plantar árboles torcidos. Semillas para un buen jardín había. Y lo sigue habiendo. Pero el jardinero ha de ser más cuidadoso y aplicar lo que tenga que aplicar para que todo sea verde y frondoso. No hablo de firmar jugadores a tarifa plan de 18 millones y sí a equilibrar balances contables con los sentimentales. Derrochar no es bueno. Escatimar, tampoco. La virtud en el término medio. Pero en este fútbol donde los valores de los jugadores van por portales web y sus cualidades van por videojuegos, hay que poner más de parte del que gestiona. Flaco favor le haremos a la historia si comparamos salidas como la de Soler por permanencias de leyendas. Eran otros tiempos. Era otro club. Y la afición, a pesar de todo, sigue rugiendo en la grada y discrepando entre nosotros por las pantallas. Las modernidades que carga el diablo. Que son tan bonitas como para que un recién llegado como Cavani sienta el calor antes de vestirse de murciélago y tan cochambrosas como para atacar al entorno de Soler por marcharse del equipo de su vida. O para llegar al insulto y la amenaza entre dos tipos que seguro llorarían abrazados si el Valencia CF tocase el más grande de los metales.
Nosotros, que nunca llegaremos a ser jugadores de élite por nuestra torpeza con los pies pero que somos balones de oro del sentimiento, queremos que ellos, los profesionales, lo sean también del corazón. Como nosotros. Pero ellos son eso, profesionales. Pocos quedan ya. Totti, Puyol, Xabi Prieto o, esperemos, Gayà , por nombrar a quien nos toca cerca y que ha de agarrar con fuerza esa bandera del que es aficionado y futbolista. Ver el fútbol es caro en nuestro país. Y ahora, con la marcha de Soler a Francia, se convierte en menos atractivo para nosotros. Tocará buscar otros alicientes. Y se encontrarán porque ser del Valencia CF es esto. Buscar optimismo ante lo más mínimo. Somos así. Y así ha de ser. A pesar de todo. Reinventarnos y volver a latir apresuradamente cuando haya un penalti porque ya no está Soler, que era casi infalible. Como Mendieta, otra marcha precipitada. Ciclos. Vida. Fútbol. La historia. Y encima, se vuelve a clase ya. Todo oscuro. Y para nuestros corazones blanquinegros, estaría bien que desde los despachos no se hiciera un ejercicio fallero en cada temporada, quemando todo lo anterior y comenzando de nuevo. O que, por lo menos, explicaran con cariño y claridad porqué, cada final de agosto, resuena por las oficinas del club algo parecido a 'Senyor, pirotècnic, pot començar la mascletà'.
Se va la sonrisa de Soler. La volveremos a ver, sin duda. Pero será extraña que no tenga un fondo blanco y un murciélago en el pecho. Ojalá sea solo un hasta luego.
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