Este septiembre nos ha traído una Nochevieja y un Año Nuevo. Lo primero, con el cierre del mercado de fichajes que, para un futbolero, es una mezcla de emoción por las posibles llegadas de última hora y nervios por si eres el receptor de un rivaldazo. Lo segundo, sin nada que ver con el fútbol, por aquello de la vuelta al cole y las promesas bien intencionadas de buenos propósitos, comenzando por perder esas lorzas conseguidas con esfuerzo y tesón en el chiringo de la playa o la tasca del monte.
Como todas las Nocheviejas, hay euforia y fiesta desmedida. Hay palabras fuera de tono y prometer la luna con un capazo de estrellas, si hace falta. Y luego, a la luz del sol mañanero, puede aflorar la vergüenza ante el morreo o todo lo demás, por no ser cosas veredes aquello visto sobre las luces y la barra, mientras el twerking con el anillo pa cuando agotaba la pizca de dignidad. Ahora cambien ustedes la Nochevieja corriente y moliente con la del fútbol y puede que entiendan un poco la actitud de Marcelino en los días previos al cierre. Sobre todo en lo que respecta a sus ruedas de prensa y algunas actuaciones de gestión de vestuario.
El asturiano va mal por ese camino. Repitió automatismos delante de un micrófono con respecto a Rodrigo, como ya sucedió en Santander cuando Zigic estaba más fuera que dentro de El Sardinero, precisamente para venir a Valencia. Un jugador como peso en la balanza de objetivos. Decirlo demuestra desprecio al grupo. Y pensarlo denota ambición tibia. Es indudable que el mérito deportivo está ahí, en aquel 25 de mayo copero y los deberes hechos con la cuarta plaza. Pero la plenipotencia que parece exigir se antoja, desde fuera, excesiva para un entrenador que, con la mala racha de 2018, en el noventa por ciento de los casos, hubiera estado firmando finiquito. Mérito también suyo la remontada. Pero con menos brios delante del micro.
Aunque debe joder que las cosas que van bien, venga luego otro y lo toque. El problema es que ese 'otro' es el dueño, el jefe, el que pone la pasta. Y ha puesto mucha. Más que cualquiera nacido aquí, por ejemplo. Y si no coincide el criterio de uno con el otro a las primeras de cambio, se busca el consenso, que para eso está el Director General. Para poner orden en la casa, por encima de cualquier otra cosa. Pero también es cierto que mejor que en Valencia, Marcelino no va a encontrar otro lugar. Deportivamente, es plaza apetecible. Y dispone de guardia pretoriana en toda la parcela deportiva que le puede permitir trabajar con esa tranquilidad de no tener que mirar de reojo a nadie por si le hacen la cama. A pesar de todo, podrá estar aquí el tiempo que él quiera. Lo único que ha de hacer es ponerse a entrenar y sacar el máximo rendimiento de la plantilla que le pongan entre manos. Vengan de donde vengan y sea quien sea el representante que los traiga. Sigo pensando que no es malo tener de cara a uno de los mejores agentes del mundo. Aunque suene a que las ganas de vender a Rodrigo fuese por una promesa del verano anterior, que tendría todo el sentido si rebobinamos y recordamos el post en Instagram del internacional español, llenando de dudas la celebración copera. Y teniendo en cuenta la variable que la economía del club no es que sea muy boyante todavía. Hará falta cuatro o cinco años seguidos en Champions League y el espaldarazo definitivo a las parcelas de Mestalla para pensar en que se tiene músculo financiero para no estar con la garganta seca por si el último día se marcha uno de los buenos.
Marcelino, a tus zapatos. Saca rendimiento a una plantilla con juventud, experiencia y desparpajo. Seamos valientes. Otra vez.
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