viernes, 19 de julio de 2019

Kang In Lee y el fútbol del siglo XXI

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Ningún jugador es tan bueno como todos juntos. Lo dijo Alfredo Di Stefano. Supongo que quizá en Napolés estén ligeramente en desacuerdo todavía a día de hoy. Y esa frase de Don Alfredo es la que repetía el valencianismo antes de enfrentar el 25 de mayo a Messi y sus colegas de patio como dogma de fe. Y, en ese caso, fue así. En realidad lo es siempre, pero si es cierto que el equilibrio lo rompen individuos con alta capacidad de ser determinantes.

El problema viene cuando catalogamos como determinantes a jugadores que solo muestran destellos intermitentes. Quizá vivir en este fútbol del Big Data, los datos computerizados y los movimientos automatizados nos tiene tan lobotomizados que, al ver un regate rebelde o una finta inesperada, lanzamos las campanas al vuelo y pedimos oro, moro y lo que haga falta por ese jugador.

Cualquier club sueña con sacar un jugador de la chistera que cambie la historia de ese club. O adoptar a uno que sienta el escudo como algo propio. Son opciones que puede que pasen una vez en la historia, quedando para la misma si se pierde la oportunidad y el ejecutor de la decisión. Emery, por estos lares será recordado en este sentido por dejar marchar a Isco con la complicidad de aquella directiva. Por suerte, en el caso de Kang In Lee no tenemos a Manuel Llorente como directivo ejecutor del futuro del coreano. A estas alturas todos sabemos que el directivo de Picassent era más de pájaro en mano ya que de ciento volando a largo plazo. Que es una decisión igual de respetable que otra cualquiera. Pero al final el tiempo pone a cada uno en su lugar, por mucho que el protagonista tenga una versión diferente de la historia.

Cuentan que Kang In Lee es más que un futbolista. Es un reclamo publicitario para el mercado asiático. Ese que parece todo el mundo está empeñado en conquistar, vendiendo por dos reales las anodinas pretemporadas para intentar obtener una porción de ese pastel. A Draper, aquel gurú con camisetas de estrellitas, se le pedía presencia en ese mercado, donde poco menos que el Valencia CF era inexistente. Y siempre hablaba de jugadores que allí tuviesen tirón como un principio para enseñar la patita. Cierto es que poco tirón había en los jugadores de aquella época allí ni aquí, pero eso es otro tema. Pero el coreano es un proyecto hecho en Paterna. Crecido, forjado y modelado desde casa para el mundo. Activo que va más allá de lo que pueda hacer en el campo. Y que Mateu, Anil y Lim han de ver como una apuesta de futuro presente. 

Y la apuesta debe ser firme. No sirve ya ser de la primera plantilla y tener 80 kilos de cláusula. El Atleti ha fichado a un imberbe por 120 largos. Demostrar con hechos que se cree en el jugador, más allá de exigencias de su entorno. Evidentemente, no se puede hipotecar el trabajo del entrenador prometiendo minutos en la planta noble ya que, si eso sucede, en el césped se monta un pollo de los gordos. Pero sí un gesto. Y en el deporte profesional, los gestos se miden con dinero. Una mejora contractual. Mejora de verdad. De las que borran de un plumazo cualquier sirena cantarina. Y a demostrar el gen ganador y ambicioso que dicen que tiene. Que los detractores lo tachan de soberbia. A batirse el cobre con Cheryshev, que puso a Rusia a sus pies hace poco más de un año, Rodrigo, internacional absoluto con España y yerno perfecto del valencianismo, Guedes, Ferran, Soler, Maxi Gómez y todos los que vengan. En igualdad. Sin prebendas. Demostrando de la pasta que pueda estar hecho. Peleando cada minuto, empezando a pagar con sudor. La fama cuesta. Ser MVP en un Mundial sub-20 no garantiza una exitosa carrera. De hecho, es dar un paso más para llegar a ser una eterna promesa que no una realidad en el fútbol de los mayores. Y si no llega, a buscar opciones para convertir en realidad al jugador. Siempre bajo el amparo del club. Sin elementos externos que mareen. Bien amarrado. Bien gestionado. Bien asesorado. Por suerte, este tema lo va a tratar Mateu Alemany, uno de nuestros mejores jugadores en los despachos, no Llorente.

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