viernes, 15 de marzo de 2019

La belleza del Jardín Botánico de Marcelino.

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Sei bella come un gol al 90'. Eres bella como un gol en el noventa. Y este Valencia vive instalado en la belleza absoluta. Si la memoria no falla, son cuatro goles en el noventa o más allá que resultaron determinantes. Huesca, Getafe, Betis y Girona sufrieron esa mezcla de empuje y suerte que proporciona el gol en el alargue. También contra el Athletic se marcó en el ocaso, pero era el segundo. Determinante, sin duda, pero con menos carga de adrenalina.

¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿Es exceso de suerte o fortaleza mental? Pues depende quien lo narre. Siempre se ha dicho que los partidos duran 90 minutos. O 93. En otros lugares los goles en el alargue se han vestido como genética ganadora. Y en esta tierra, donde la mayoría de las veces se infravalora lo propio, da que pensar.

Porque lo que pasó sobre las 8.45 de anoche se podría catalogar de rédito deportivo a un gasto económico de 56 millones de euros. Los cuarenta del portugués y los dieciséis largos del francés. La calma del que, llegando a la línea de fondo en el alargue, es capaz de levantar la cabeza y rasear el pase. La pausa del que, con temple, quiebra con la cintura al defensa llegando con todo y buscando el lugar para que, tots a una veu, se grite la palabra más bonita del fútbol. 

No sé ustedes, pero yo prefiero vivir acunado entre los pases de la muerte de Gameiro y la cintura de Guedes. Ejemplos en la historia del fútbol hay muchos. El United remontando en dos minutos un 0-1 contra el Bayern en Barcelona, las ligas del Barça en Tenerife, el penalti de Djukic y González, aquel gol de Bakero en Alemania antes de la Copa de Europa de Wembley, Ramos y el buen uso de la parte de fuera de su cabeza contra el Atleti o Iniesta en Stamford Bridge son solo algunos ejemplos. Y jugarse la liga en Sarriá y perder y, a pesar de eso, campeonar, lo más de lo más en los ejemplos de fútbol con flor.

Si somos puristas, la lectura táctica nos arroja que el equipo no demostró mordiente, ni juego colectivo, entendiéndose este como la concatenación de pases para dominar la posesión y, por tanto, el tempo del partido. Pero este equipo no se ha construido para poseer. Es más vertical que horizontal. Y sin Parejo, más todavía. Kondogbia y Soler, llamados a suplir las ausencias del madrileño, no están frescos de mente para ejecutar con los pies. Pero, al final, como en todos los ejemplos del párrafo de arriba, quedará para los libros si se ganó o no trofeo. Aquel mágico 6-0 en semis contra el Madrid no tendría el encanto que tiene si en La Cartuja Mendieta y Camarasa no hubiesen levantado la copa.

La suerte, como dice el refrán, para los ladrones y los toreros malos. Marcelino no es ninguna de las cosas. Debe, estoy seguro que lo hará, analizar pormenorizadamente las cifras del partido y buscar que esa suerte venga acompañada de más contundencia. Por nuestros corazones y las taquicardias, por lo menos.

Mientras tanto, a disfrutar. Viva nuestro Jardín Botánico futbolero.  

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