Foto: www.valenciacf.com
Probablemente, estas líneas sean las penúltimas del Centenario. Marzo de 2019 ya está en nuestras mentes y cerebros para siempre hasta que alguno de los dos diga basta. Parece que las palabras de Claudio Javier López no vayan a tener fin "Es el comienzo de un amor eterno que va a durar. Esto lo vamos a seguir festejando toda la vida", dijo el Piojo después de volver a cabalgar por Mestalla con su, ahora, pelo plateado. Usted y yo sabemos que eso no es verdad. Que el parón de selecciones ha servido para que el valencianismo viva en ese oasis de fiesta futbolera que no permite la aridez desértica de la competición. Prolongando las Fallas un poco más. Por aquello de festejar más, si cabe. Seamos típicos y tópicos, venga: para un valencianista fallero, el 18 de marzo de 2019 será un recuerdo la mar de bonito. Desfilar en la Ofrena y que te esté viendo Kempes es de erección sentimental. Quizá poco o nada tenga que ver el valencianismo con el fallerío, pero el que la lleva y la siente, la entiende. Y el que no, ella o él se lo pierde.
Y el partido de Leyendas. Ese que nos volvió a convertir en niños, jóvenes o adultos bisoños, según edades y recuerdos. Hasta por el más torpe de los tipos que han vestido la casaca con el murciélago en el pecho, y no es por Batman, nos hubiéramos cambiado. Pongan ustedes nombres. Sabin, Serban o Carleto, por poner tres fáciles. Por cualquiera, sin duda. Adultescentes de valencianismo, millennials blanquinegres, siempre jóvenes. Por eso es bonito. Porque más allá de lo inculcado, el poso queda. Por eso las miradas al tendido, mezcla de nostalgia y pena por saber que aquellos tiempos no volverán. Piojo con sus palabras, Ranieri con su sonrisa eterna a pesar de la búsqueda de colegio italiano para su hija, Cañizares con sus lágrimas. ¿Cómo no va a llorar Cañizares en Mestalla si en Milán sus lagrimas fueron las de todo el valencianismo? Presumir sin que te hundan el pecho por una vez en la vida fue bueno.
Mención aparte la de Giner. Me consta que es un buen tipo. Tendrá sus cosas, como todos, pero es buen tipo. Y como usted, yo o la vecina ruidosa del tercero izquierda, tiene virtudes y defectos. Como cuando jugaba. Lo que hacía Arias no lo podía hacer Giner y viceversa. Por eso, la gestión de un líder es saber elegir a su equipo según virtudes. No puedes poner a un escultor a pintar paredes. Lo hará, pero perderá motivación. Y Giner ha conseguido maximizar su fortaleza. La de la gestión de agenda. La de tratar como le gustaría a él ser tratado. Mucho mejor su aportación al club desde el lugar que ahora ostenta que no desde aquel de directivo que tuvo en su día. Sí, he dicho club. Porque el club, aunque físicamente sean cuatro paredes y los empleados que allí están, es mucho más allá. El Valencia CF es de todos, aunque el dueño sea uno. La mayoría de presidentes van y vienen y solo unos pocos se quedan para siempre. El Centenario son las acciones individuales, los especiales de los medios, los libros, las fotos de recuerdo, las entradas guardadas en un cajón, las camisetas. Son sus recuerdos, sus acciones hechas sin esperar recibir nada a cambio. Como lo que hizo el Chufa. Y le salió. Con sufrimiento, como un gol en el noventa. Pero, ¿qué es ser del Valencia sino un continuo y casi perpetuo sufrimiento?
Pero bueno, el simulacro de paz y amor del Centenario ha finalizado. Pueden volver a rajar de canciones según gustos particulares, de ausencias de murciélagos, de promesas asiáticas con pocas oportunidades y de objetivos deportivos. Marzo acaba cambiando la hora. Y, sin siesta, tendremos mandanga, con cien años y unos días, en Sevilla. A sufrir otros cien años más, xiquets.
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