viernes, 2 de febrero de 2018

Un artículo en dos partes.

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foto: www.valenciacf.com

Jueves, 1 de febrero. 17.42.

Odio escribir así. Bueno, en realidad no odio escribir. Me encanta escribir en general, para ser más exactos. Pero esto de escribir de la actualidad valencianista un jueves por la tarde cuando a la noche hay partido es un joda, que diría un argentino. Recuerdo comentarlo en las primeras veces que tomé café con Vicent Molins cuando los dos compartíamos espacio en Plaza Deportiva aquellos viernes con partidos en jueves. Puedes estar toda la semana preparando el tema, escuchando radios, leyendo prensa escrita o incluso bucear en hemerotecas que la actualidad del resultado del partido de turno te va a atropellar. Y es que no hay nada que pueda superar a la ilusión. Nada mejor que un remate seco a la cepa del palo, sacándole un sonido contundente y hermoso, como un verso de desamor. O la épica tras luchar contra los elementos, siendo los elementos un rival duro, un árbitro mosqueante o un tiempo de perros. Por eso es complicado ahora, en este momento, darle a la tecla, porque imaginas a Parejo convertido en Baraja o a Zaza callando a todo el campo sin gesticular después de dejar sentado a Cillessen, mientras en un gallinero en las alturas, unos valientes vestidos de blanco y negro celebran y reparten besos y abrazos.

Ya ven, la ilusión mueve montañas. Y eso no hay Tebas que pueda con ello. Porque díganme ustedes como califican que alguien se pegue el pechazo de tres horas largas en autobús para sufrir durante hora y media y volverse a casa con otras tres horas largas, probablemente con el lomo caliente. Pues eso, ilusión.

Y nos da igual la melancolía en la que está sumida el Valencia. Y las bajas. Y los que estarán delante de azulgrana. En este mundo tan mecanizado, tan de Moneyball y con tanta brecha salarial, estas pequeñas cosas son las que nos hacen sentir vivos. Aunque nos cuesten canas. Aunque nos vayamos sin cenar. No lo hagan, cenen antes, si pueden. No les prometo que la digestión sea placentera, pero lo que va davant, va davant.

Doy gracias que no estudio a tiempo completo. Si tuviera que hacerlo, me sería difícil concentrarme. Estaría jugando con el bolígrafo, rayando los apuntes, generando alineaciones e incluso tácticas. Cogería mi libreta y mi pizarra blanca donde hay un campo dibujado, tengo una de mis tiempos de entrenador, y marcaría las jugadas. Y la llenaría de flechas con los movimientos para anular a Messi. Y me corroboraría a mi mismo que la mejor manera de parar al astro argentino y a su socio uruguayo es cortocircuitar a Busquets, el principio de todo. Y me inventaría arengas. Y recordaría a Aragonés y sus charlas motivacionales. Y también a Pacino. O a cualquiera de esos entrenadores de película. O a Aimar, tan reciente su marcha y que bien nos vendría esta noche. Ya ven, que cosas. Si solo es una semifinal de Copa.

Me asomo a la ventana. Y no veo a la chica de ayer. Pero sí veo que está lloviendo. Huele bien. Huele a fresco. Miro el móvil. Allí, en Barcelona, me dice que también. Huele a épica. Seguiré cuando acabe. Acabe como acabe. Espero.

Viernes, 2 de febrero. 00.31

Acabo de escribir la crónica para Café Mestalla. Me siento un poco LoboVCF, porque el nervio lo tengo dentro como una solitaria adelgazante en la corte francesa del Rey Sol. Es lo que les decía allí arriba, escrito por la tarde. Cualquier cosa de la que hables va a quedar empañada por las tarjetas que no se mostraron, por las paradas de Jaume, por el achique excesivo de Gayá en el gol de Suárez o por las mil y una opciones que tenía Mina en esa ocasión de pregol, que diría Lillo, acabando el partido. 

Lo bien cierto es que el equipo salió vivo del primer asalto copero. Y que quizá la vuelta sea ese partido en el que todos estamos pensando, que todos estamos imaginando pero que nadie decimos en voz alta en nuestros círculos por aquello de no gafarlo. Porque lees las declaraciones de los jugadores después del partido y comienzas a creer en ello. Ya ves. Tú, que hablas siempre de lo vacíos de contenidos y lo llenos de clichés que están las palabras de los futbolistas. Pero en este caso no te vale. Te cargas tus principios. Claro que sí. Porque esto, bien puede valer una final. Con el balón del Mundial, la madre de todas las competiciones de quedarse o irse, el Valencia se puso a noventa minutos de acierto para provocar un éxodo para una final. Casi diez años después. Es viernes, pero que sea ya domingo. Porque así estará más cerca el jueves.

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